5
El dueño del almacén de excedentes del ejército, el señor Patton, vestía uniforme de combate completo. Cuando Adam y Cindy entraron en el almacén, el señor Patton se hallaba sentado en el suelo, poniendo balas en el cargador de una ametralladora.
Tenía unos treinta y cinco años, el pelo rubio ceniza, y el cuerpo musculoso de un marine. Todo indicaba que Bum y Sally ya le habían hablado acerca de los monstruos de hielo. En su boca se dibujaba una sonrisa torcida. La batalla para la que había estado preparándose durante toda la vida finalmente había llegado.
—Bienvenidos, —dijo—. Coged un arma y preparaos para marchar al frente de batalla.
—¿Le han explicado nuestros amigos lo que está ocurriendo? —inquirió Adam.
—Así es. —El señor Patton terminó de cargar la ametralladora, se levantó y cogió un lanzagranadas de un estante—. Hoy, por fin, saldaremos cuentas, siempre supe que un día u otro sucedería.
—Perdón, —le interrumpió Adam—, pero no estoy muy seguro de que a esos seres se les pueda detener con balas.
El señor Patton les fulminó con la mirada.
—Esa ametralladora es una M16. Puede disparar un cargador de dieciséis proyectiles en menos de cinco segundos. Si una de esas criaturas se me pone delante, te aseguro que ya puede ir despidiéndose de este mundo.
Adam se encogió de hombros.
—Bueno, la verdad es que no sé mucho acerca de armas.
—Yo sí —dijo Cindy—. Mi madre dice que son horribles e inmorales.
El señor Patton se echó a reír.
—La gente siempre dice esas cosas hasta que aparecen los problemas de verdad. Intenta vencer a un oso con una bandera blanca y se te comerá para almorzar. Esto es la jungla, podéis creerme. —Hizo un gesto hacia la parte posterior del almacén.
Encontraréis a vuestros amigos allí. Y os aseguro que están de acuerdo conmigo al cien por cien. Creo que ahora mismo están cargando un par de bonitos lanzallamas.
—De que Sally coincide con usted no me cabe ninguna duda, —dijo Adam, dirigiéndose hacia la parte trasera del almacén.
—Pero Sally está como una cabra, —añadió Cindy.
Encontraron a Bum y a Sally donde el señor Patton les había dicho. A Adam le sorprendió que el almacén tuviese su propio suministro de gasolina. Sally y Bum estaban llenando de combustible un par de lanzallamas y un par de bidones de recambio. Las armas portátiles tenían el aspecto del lanzacohetes, con la diferencia de que escupían fuego en lugar de proyectiles sólidos.
Sally había activado su lanzallamas, aunque a baja potencia. La llama naranja danzaba como si se tratara de un mechero hiperactivo. Los ojos de Sally brillaban de emoción mientras contemplaba cómo ardía el extremo del lanzallamas.
—Veremos si ahora se atreven a coger a alguno de nosotros —fanfarroneó.
—No olvides que ellos se mueven muy deprisa, —le advirtió Adam.
—¿Ellos? —preguntó Cindy—. Sólo hemos descongelado a una de esas espantosas criaturas.
—Pero es de suponer que ahora estén todas despiertas y corriendo por las colinas, —aclaró Bum.
—Oh, no, —gimoteó Cindy.
El semblante de Adam se ensombreció.
—Me lo imaginaba.
Sally sonrió.
—¿Y cómo os ha ido en la comisaría? ¿Habéis conseguido mucha ayuda?
Adam se encogió de hombros.
—Tenías razón. No insistas. —Hizo un gesto hacia los lanzallamas—. ¿Sólo hay dos?
—El señor Patton tiene tres pero uno se lo reserva para él, —explicó Sally—. No podemos quejarnos. Nos permite que paguemos los dos que quedan en cómodos plazos mensuales.
—¿Se ha creído la historia sobre los monstruos de hielo? —preguntó Cindy.
—El señor Patton se creería cualquier historia que implique un ataque secreto, —concluyó Bum—. Es lo que da sentido a su vida.
Cindy echó un vistazo a su reloj e hizo una mueca de disgusto.
—Ya son casi las dos. Watch desapareció al mediodía. Espero que no le haya pasado nada grave.
—Ya oíste lo que nos explicó Bum, —le advirtió Sally—. No podemos seguir manteniendo la esperanza de que Watch se halle a salvo. Si le encontramos, no podremos confiar en él. Ahora él es el enemigo.
Cindy era presa del estupor.
—¿Cómo puedes hablar así de nuestro amigo? Yo sigo teniendo esperanza y no la perderé hasta que todo esto haya pasado. No me importa lo que puedas decir.
Sally comenzó a replicarle, sin embargo luego se interrumpió y respiró profundamente. Cerró los ojos por un momento. Un espasmo de dolor le deformó el rostro un instante.
—Lo siento, —dijo con voz queda—. Yo tampoco he perdido la esperanza de encontrarle aún con vida.
Adam jamás había oído a Sally decir que lo sentía. Sin embargo, no tuvo tiempo de sacar ninguna conclusión. Los cuatro escucharon un grito procedente de Mariela la parte frontal del almacén.
—¡Ya vienen! —gritó el señor Patton—. ¡Puedo verles en la carretera!
Tal y como Bum había dicho, el almacén de excedentes del ejército no se encontraba propiamente en Fantasville, sino en sus alrededores. Sólo una carretera y un campo de hierba con piedras y arbustos se extendían entre el almacén y las colinas. Cuando salieron al exterior distinguieron claramente un grupo de figuras azules que descendían por las colinas. Los monstruos de hielo se movían sin abandonar su postura erguida.
Adam alcanzó a ver a seis de ellos, aunque sospechaba que habría otra media docena detrás de ellos. Se sintió aliviado al comprobar que Watch no se hallaba entre aquel grupo de monstruos.
Por otra parte, nunca en su vida había sentido tanto miedo.
Incluso a esa distancia, los ojos de los monstruos de hielo brillaban con una luz extraña y pavorosa.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Adam.
El señor Patton se apoyó en el hombro la metralleta y el lanzagranadas.
—Amigos, la fiesta está a punto de comenzar. Preparad los lanzallamas. Debemos frenar su avance antes de que lleguen al pueblo. Cuando termine el día nos habremos convertido en héroes.
—¿Dónde está su lanzallamas? —le preguntó Adam.
—Dentro del almacén, —contestó el señor Patton, avanzando hacia las criaturas heladas que ya estaban cerca de la carretera—. Puedes usarlo si quieres, pero ten cuidado, no vayas a convertirte en una antorcha humana.
—Espere, —dijo Bum—. Deberíamos ponernos de acuerdo y atacar todos a la vez.
El señor Patton lo detuvo con un gesto.
—Esos engendros son ya historia. No necesito a nadie que me cubra. Bum se volvió hacia Adam.
—Ve a buscar el otro lanzallamas. Está detrás del mostrador. Ya tiene gasolina. ¡Date prisa!
Adam corrió hacia el interior del almacén y cogió el lanzallamas pero el peso del arma casi le hace caer al suelo. Tuvo que sacarlo del almacén a rastras. Calculó que sólo el depósito de gasolina debía de pesar al menos diez kilos. El extremo estaba ya encendido y su funcionamiento no parecía demasiado complicado. Si apretaba el gatillo, la llama aumentaba de intensidad y longitud.
Adam salió del almacén justo a tiempo de ver cómo el señor Patton alzaba la M16. El dueño del almacén apuntó a la criatura que se encontraba más próxima. La criatura resultó ser una mujer.
—¡Tú te lo has buscado, maldito monstruo chupahielo! —gritó el señor Patton y comenzó a disparar.
Obviamente su intención no era lanzar una ráfaga. El señor Patton disparó una sola bala. Era un excelente tirador; el proyectil alcanzó al monstruo en la mitad del pecho.
La bala hizo un ruido sordo al chocar contra la superficie helada, como si rebotase contra una plancha de acero. Sin embargo la criatura no estaba herida. No sangraba y continuó acercándose a ellos sin alterar su marcha. La luz fría y azul de sus ojos se volvió más intensa y brillante. El disparo sólo había conseguido ponerla furiosa. El señor Patton bajó un momento el arma y le recorrió un estremecimiento.
A pesar de hallarse a unos cincuenta metros de Adam, éste se dio cuenta de que el señor Patton estaba aturdido y no sabía qué hacer.
—¡No se quede quieto! —le gritó Sally—. ¡Lo convertirá en un bloque de hielo si no se mueve!
El señor Patton pareció oír la advertencia de Sally. Volvió a apuntar con su M16 y, en esta ocasión, vació el cargador sobre la criatura de hielo. Todos los proyectiles dieron en el blanco, pero fue inútil. El señor Patton comenzó a retroceder sin creer lo que veían sus ojos. Sally volvió a gritarle.
—¡Inténtelo con el lanzagranadas!
—Lo mejor sería que el señor Patton volviera aquí —sugirió Cindy angustiada.
—Es probable que estemos rodeados, —dijo Bum—. Recordad que corren más que nosotros.
El señor Patton dio media vuelta y se apresuró hacia donde se encontraban Bum y los chicos. Fue entonces cuando la mujer de hielo decidió ir a por él. La criatura era tan veloz como la que se había llevado a Watch.
El señor Patton miró por encima del hombro y comprendió que, a ese ritmo, lo cazaría antes de llegar al almacén. Como último recurso decidió seguir el consejo de Sally.
Se dejó caer sobre una rodilla, alzó el lanzagranadas y apuntó con cuidado. Por suerte para él, el señor Patton mantuvo el pulso firme, algo que sorprendió a Adam ya que él hubiese sido incapaz de mantener el control con uno de esos monstruos echándole su aliento helado en el cuello.
El señor Patton hizo fuego.
El disparo fue perfecto y la granada alcanzó a la criatura en el hombro derecho. Se formó una intensa llamarada y se escuchó un ruido extraño. El brazo derecho de la criatura había desaparecido hecho astillas.
Todos lanzaron exclamaciones de júbilo.
—¡Podemos detenerles! —exclamó Sally.
La alegría de Sally duró poco. La criatura había perdido uno de sus miembros superiores, pero no había rastros de sangre. De hecho, el disparo ni siquiera la obligó a reducir la velocidad de su carrera. Adam vio que tenía el brazo cercenado y se le había despegado del tronco del modo en que lo hubiese hecho de una escultura de hielo. El señor Patton no lo había destruido.
Adam tuvo la horrible sospecha de que aquellas criaturas podrían seguir avanzando sin brazos ni piernas. Jamás morirían desangradas, simplemente porque no tenían sangre.
El monstruo helado se abatió sobre el señor Patton.
El dueño del almacén dejó caer el lanzagranadas y lanzó un grito escalofriante.
Pero ellos no se quedaron a ver lo que la criatura le hacía.
—¡Volvamos al almacén! —ordenó Bum.
Echaron a correr hacia el edificio y cerraron la puerta. Estaban de suerte. Las puertas y ventanas no sólo tenían cerraduras, sino también gruesas rejillas metálicas. Un segundo después de haber entrado, los monstruos de hielo llegaron al almacén y comenzaron a golpear con fuerza la puerta.
La puerta resistió. Habían conseguido ponerse a salvo, de momento.
Pero estaban atrapados.