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Se prende mi ansiedad
Residencia de M.ª Dolores Gallegos
Castrillo de la Guareña (Zamora)
23 de julio de 2011, a las 10:20
Cuando sonó el timbre de la puerta, Dolores pensó que Juanjo, el panadero, había adelantado la hora habitual de reparto. Antes de abrir, puso el fuego al mínimo y se adecentó como buenamente pudo.
—¡Uy! —exclamó al comprobar que no se trataba del panadero—. Muy buenos días, joven. ¿En qué puedo ayudarle?
—Buenos días, señora… Gallegos —saludó afablemente comprobando el nombre en la carpeta que llevaba—. Soy Javier Fumero, del Servicio de Estadística de la Diputación de Zamora —se presentó mostrando la acreditación—. Perdone que la moleste, estamos haciendo un estudio en las poblaciones rurales de menos de quinientos habitantes. Solo le robaré quince minutos de su tiempo, son cinco preguntas.
—Si algo tenemos en este pueblo, es tiempo. Pase usted, no se quede ahí fuera como un pasmarote.
—Muy amable, señora.
—Pase al salón, abriré las ventanas para que entre luz. Me ha pillado justo haciendo el guiso de la semana, ¿sabe? Cuando una vive sola, ya casi ni le hace falta cocinar. Yo me hago un guiso el sábado, y hasta el siguiente. Hoy toca lentejas estofadas, pero se me ha acabado el pimiento verde, así que no sé cómo me van a quedar. Comer legumbres es una costumbre muy sana, ¿sabe usted? Matías, el de la frutería, si se puede considerar una frutería el cuchitril ese al que trae lo que le sobra de la otra tienda que tiene en Fuentelapeña, lleva sin tener pimiento verde dos semanas. Así no hay quien cocine en condiciones, ¿no cree usted? Tengo café recién hecho. Con setenta y un años que tengo, solo puedo tomar uno al día, pero hago más por si acaso. ¿Le preparo uno?
—Sí, muchas gracias —contestó Fumero tratando de asimilar el torrente verbal de la señora Gallegos.
—Ya se nota el calor, y apenas son las diez de la mañana. ¡Madre mía! ¡Menudo día que nos espera hoy! Ni las lagartijas se dejan ver, aunque ya sabe eso de «animales perezosos, tiempo tormentoso». Mi marido, que en paz descanse, lo repetía muchas veces, y pocas se equivocaba. A ver si se cumple y caen chuzos de punta, porque hoy llegamos a los cuarenta. Que a una no le apetece ni salir de casa; como mucho, a partir de las nueve de la noche a tomar el fresco hasta el castillo de la Orden de San Juan y vuelta. Pero siéntese, siéntese.
—Gracias, señora —dijo el joven, estupefacto—. ¿Le importa que me quite la chaqueta?
—Para nada. Traiga, que se la cuelgo en la entrada. Si no, ahí en el respaldo, se le van a formar arrugas.
—No se moleste.
—Traiga, traiga —insistió—. ¿Cómo toma el café? —preguntó desde la cocina—. ¿Solo o con leche?
El funcionario resopló armándose de paciencia.
—Con un chorrito de leche y con sacarina, si tiene —respondió elevando la voz.
—Claro que tengo sacarina, que el azúcar me lo tienen prohibidísimo, ya sabe. A estas edades, no le permiten a una ni endulzarse la vida. ¿Una o dos pastillitas?
—Dos.
—Dos, muy bien —respondió volviendo de la cocina con la taza de café sobre una bandeja—. Usted dirá.
Dolores se acomodó en la silla y cruzó los brazos a la altura del pecho.
—Como le comentaba antes, estamos haciendo un estudio demográfico en la Diputación sobre las poblaciones de la provincia con menos de quinientos habitantes.
—¡Quinientos habitantes! —repitió ella con retintín—. Quinientos había cuando nací, y de eso hace setenta y un años. Aquí quedamos cuatro gatos, y el más joven es el hijo de la Fausti, que tiene cuarenta y cinco o cincuenta años. De todas formas, ¿no hace el Ayuntamiento de Fuentesaúco los censos demográficos de todos los pueblos de la comarca de La Guareña?
—Este estudio es más profundo —contestó llevándose la taza a los labios.
—Más profundo. Entiendo. ¿Y desde cuándo un funcionario de la Diputación trabaja los sábados? ¡Lo que ha cambiado este país, madre mía!
Javier Fumero empezó a incomodarse.
—No están las cosas como para protestar al jefe, señora —argumentó el funcionario con forzada amabilidad—. Además, me han encargado este estudio y tengo que organizarme como buenamente puedo.
—Claro, claro. Ya les gustaría decir eso a los chavales que no encuentran trabajo, pero los funcionarios, que lo tienen asegurado… Mi hijo también es funcionario, ¿sabe usted?
—No, no sabía —contestó algo cortante al tiempo que manoseaba la cucharilla—. ¿Puedo hacerle ya la primera pregunta?
—Solo una cuestión más: ¿en cuántos años tiene previsto realizar ese informe?
El funcionario se quitó las gafas y arrugó la frente. A continuación, dejó caer el portafolios con hastío sobre la mesa. Dolores ni se inmutó.
—¿Sabe cuántas poblaciones de menos de quinientos habitantes hay en Zamora?
—No. La verdad es que no lo sé, señora.
—Ya veo. Pues mire usted, en Zamora habrá más de quinientos pueblos con menos de quinientos habitantes. Eso cuando yo estudiaba, así que ahora debe de haber más. Solo en esta comarca, La Guareña, hay quince municipios, y me jugaría los cuartos a que únicamente Fuentesaúco conserva más de quinientos habitantes, porque yo por Villabuena del Puente y Fuentelapeña no pondría la mano en el fuego. ¿Sabe usted? Esto me da que pensar.
—¿El qué? —preguntó sin dejar de jugar con la cucharilla.
—Que, aun trabajando todos los sábados, los domingos y las fiestas de guardar, no va a ser posible que usted solito realice ese estudio tan profundo del que me habla habiendo empezado hoy, precisamente, por la casa de una servidora.
Fumero sonrió antes de responder.
—¿Y qué le hace pensar que es usted la primera persona a la que visito?
—Claro. Al abrir las ventanas para ventilar, me he fijado que, tal y como tiene aparcado su coche ahí fuera, ha entrado al pueblo viniendo desde la autovía. Luego, carretera Fuentelapeña y, después, calle Zamora todo recto. Mi casa no es la primera en esa ruta, ni mucho menos. Es casi la última. Tampoco es la más bonita ni la más fea del pueblo, aunque reconozco que necesita unos cuantos arreglillos. También le diría que, tal y como se aprecia en su carpeta, debajo de esa hoja que lleva mi nombre escrito no tiene ninguna más, así que es lógico pensar que no ha hecho ninguna otra encuesta antes ni tiene previsto hacer ninguna después. Pero, principalmente, lo que me hace pensar que usted ni es funcionario ni ha venido a mi casa a hacerme una encuesta es el hecho de que esté perdiendo su valioso tiempo del fin de semana escuchando las tonterías de una vieja solitaria con ganas de conversación. Si usted fuera quien dice ser, me habría hecho sus cinco preguntas desde la puerta y adiós muy buenas, que tengo prisa. Que cuando una ha tratado con el «Catamelones» tantos años, sabe distinguir a los maleantes y delincuentes con solo mirarles a la cara. No vas a encontrar nada de valor en esta casa, malnacido.
Sin embargo, Dolores pudo ver en los negros ojos de aquel hombre intenciones que iban más allá del robo. El funcionario terminó de hacer sonar sus nudillos y aplaudió tres veces.
—¡Bravo, bravo, bravo! Me quito el sombrero. Tengo que admitir que me ha dejado de una pieza. ¡Menuda capacidad de observación y deducción! Qualis pater, talis filius[26] —afirmó levantándose de la silla con la cucharilla bien sujeta en la mano derecha y la servilleta en la izquierda.
—Padre nuestro que estás en los cielos…
—Ein kleiner Mensch stirbt, nur zum Schein.