Capítulo 1
Feliz cumpleaños por adelantado!
Sophie sonrió cuando Bella sacó del bolso un paquete envuelto en papel de regalo.
–¿Puedo abrirlo ahora?
Ya sabía lo que era, un vestido para su fiesta de compromiso, que tendría lugar la semana siguiente. Aunque las dos trabajaban como camareras en el hotel, Bella era una modista con mucho talento y Sophie había pasado las últimas semanas con piezas de papel cebolla prendidas a su cuerpo con alfileres. Estaba deseando ver el resultado. Bella lo había mantenido en secreto y ni siquiera sabía de qué color era.
–No, no lo abras aquí. Espera a llegar a casa. No querrás que se llene de arena.
Aunque cansadas después del turno de trabajo en el hotel Brezza Oceana, habían ido a su playa secreta. En realidad, no era una playa secreta, pero estaba medio escondida entre los acantilados y no se veía desde el hotel. Los turistas no sabían que se podía llegar a la estrecha playa por un camino que los vecinos de Bordo del Cielo se guardaban para sí mismos. Era allí donde Sophie y Bella iban después del colegio. Años después, aunque trabajaban juntas la mayoría de los días, seguían conservando la tradición.
Allí, donde nadie podía oírlas, se sentaban, con las piernas en el agua de color azul, para hablar sobre sus sueños, sus esperanzas y también de sus miedos…
Pero no de todos sus miedos.
Bordo del Cielo era un pueblo con secretos y algunas cosas eran tan peligrosas que ni siquiera ellas las discutían en voz alta.
–Ahora puedo ponerme a hacer mi vestido –dijo Bella.
–¿Cómo es el tuyo?
–Gris. Muy sencillo, pero sofisticado. A ver si así Matteo se fija en mí de una vez…
Sophie esbozó una sonrisa. Bella llevaba años enamorada de Matteo, el mejor amigo de Luka, pero él nunca la había mirado dos veces.
–Debes de estar muy emocionada –siguió Bella.
–Pues claro que sí.
Su sonrisa, la que esbozaba tan decidida cada vez que alguien mencionaba su compromiso, de repente flaqueó y sus expresivos ojos castaños se llenaron de lágrimas.
–¿Sophie? ¿Qué te pasa? Dímelo.
–No puedo.
–¿Qué es lo que te preocupa? ¿Acostarte con él? Esperará eso una vez que estéis comprometidos, pero podrías decirle que quieres esperar hasta la noche de boda.
Sophie consiguió sonreír un poco.
–Eso es lo único que no me preocupa.
Era la verdad.
Hacía años que no veía a Luka, pero siempre había estado enamorada de él. El padre viudo de Luka, Malvolio, era el dueño del hotel y de la mayoría de los negocios y casas del pueblo. Y los que no eran suyos tenían que pagar por «protección». Cuando la madre de Luka murió, en lugar de criar a su hijo como había hecho su propio padre, Malvolio lo envió a un internado, pero Luka volvía cada verano y cada año le parecía más guapo. No tenía la menor duda de que los años que había pasado en Londres no habrían cambiado eso.
–La verdad es que estoy deseando volver a ver a Luka.
–¿Te acuerdas de cómo lloraste cuando se fue?
–Entonces tenía catorce años –le recordó Sophie–. Mañana cumpliré los diecinueve…
–¿Recuerdas cuando intentaste besarlo?
–Me dijo que era demasiado joven. Imagino que entonces él tendría veinte años –Sophie sonrió ante el bochornoso recuerdo de Luka apartándola de sus rodillas–. Me dijo que esperase.
–Y lo has hecho.
–Pero él no –dijo Sophie, con amargura. La fama de donjuán de Luka era tan innegable como las olas que acariciaban sus piernas–. Ya entonces se acostaba con unas y con otras.
–¿Y eso te disgusta?
–Sí, pero… –sintió que le ardía la cara al pensar en Luka con otras mujeres–. Yo quiero lo que él ha tenido.
–¿Quieres salir con otros hombres?
–No, quiero libertad. Quiero tener experiencias y hacer realidad mis sueños. He pasado toda mi vida cuidando de mi padre, cocinando, lavando la ropa. Aún no sé si quiero casarme. Quiero trabajar en un crucero… –Sophie miró el brillante mar. Viajar en barco siempre había sido uno de sus sueños–. No me importaría hacer camas para ganarme la vida si fuera en un barco. Es como tú con tus vestidos…
–Pero eso es solo un sueño.
–Tal vez no. Puede que acepten tu solicitud y te vayas pronto a Milán.
–Me han rechazado. Mis diseños no eran lo bastante interesantes y yo nunca podré pagar modelos y fotógrafos decentes –Bella se encogió de hombros, intentando convencer a Sophie de que no entrar en el estudio de diseño de Milán no le dolía en el alma–. De todas formas no podría haber ido a Milán. Necesito ganar un sueldo para pagar el alquiler y Malvolio le diría de todo a mi madre si no pudiera… –sacudió la cabeza, sin terminar la frase.
Sí, había cosas que nunca debían ser discutidas, pero en una semana tendría lugar su compromiso con Luka, y Sophie ya no podía guardarse sus miedos.
–Malvolio me da miedo. No creo que Luka sea como su padre, pero…
–Calla –la interrumpió Bella. Estaban solas en la playa, pero miró por encima de su hombro para estar segura del todo–. No hables así.
–¿Por qué no? Solo estamos hablando. No quiero casarme, ya está –dijo Sophie por fin–. Tengo diecinueve años. Hay tantas cosas que quiero hacer antes de sentar la cabeza. No sé si quiero…
–¿No sabes si quieres vivir en una casa preciosa, rodeada de criados? –replicó Bella, enfadada–. ¿No sabes si quieres ser rica? Pues si me hubiera pasado a mí me sentiría afortunada.
–Pero yo…
–Malvolio quiere que trabaje en el bar del hotel. A partir de la semana que viene no estaré haciendo camas, estaré… –Bella no terminó la frase y Sophie tuvo que contener sus propias lágrimas–. De tal palo, tal astilla. No me avergüenzo de mi madre, hizo lo que tuvo que hacer para sobrevivir, pero no quiero eso para mí.
–¡Entonces no lo hagas! –Sophie sacudió la cabeza–. ¡Dile que no!
–¿Crees que me haría caso?
–No tienes que saltar cada vez que él dé una orden. No puede obligarte a hacer nada que no quieras hacer –insistió Sophie. Odiaba que todo el mundo obedeciese las órdenes de Malvolio, su propio padre incluido–. Si no puedes decirle que no, yo lo haré por ti.
–No, déjalo –le rogó Bella.
–No voy a dejarlo. Cuando Luka llegue el miércoles hablaré con él…
–No servirá de nada –la interrumpió Bella, levantándose–. Tengo que irme a trabajar. Perdona, no quería ponerme así. Entiendo que es tu decisión casarte o no.
–Las dos deberíamos poder decidir –dijo Sophie.
Pero no era así.
Todo el mundo pensaba que era afortunada porque gracias a la relación de su padre con Malvolio se casaría con Luka.
Nadie había preguntado a la novia.
Salieron a la calle y pasaron frente al hotel Brezza Oceana, donde tendría lugar la fiesta de compromiso.
–¿Estás tomando la píldora? –le preguntó Bella entonces.
Dos semanas antes habían ido en autobús a un pueblo vecino para que Sophie comprase las pastillas sin que lo supiera el médico del pueblo.
–Todos los días.
–Será mejor que yo también las compre.
El corazón de Sophie se encogió al notar la resignación en el tono de su amiga.
–Bella…
–Tengo que irme.
–¿Nos veremos esta noche en la iglesia?
–Por supuesto –Bella intentó sonreír–. Quiero ver cómo te queda el vestido.
Sophie casi había llegado a casa cuando recordó que debía comprar pan, de modo que se volvió y corrió hacia la panadería.
Cuando entró, las conversaciones pararon abruptamente, como solía ocurrir últimamente. Intentando pasar por alto la extraña tensión sonrió a Teresa, la propietaria, y pidió aceitunas y queso, además de un pan siciliano, que era el mejor pan del mundo, y luego sacó el monedero para pagar.
–Es gratis –dijo Teresa.
–Scusi? –Sophie frunció el ceño. No quería cobrarle porque iba a casarse con el hijo de Malvolio, pero dejó el dinero sobre el mostrador antes de salir. Ella no quería saber nada de esas cosas.
–Llegas tarde –la regañó su padre cuando entró en la cocina, donde Paulo estaba leyendo el periódico–. Llegarías tarde a tu propio funeral.
–Bella y yo hemos estado charlando un rato.
–¿Qué traes ahí?
–Pan y aceitunas… –Sophie se dio cuenta de que se refería al paquete que llevaba en la otra mano–. Padre, cuando iba a pagar en la panadería, Teresa me dijo que no tenía que hacerlo. ¿Tú sabes por qué?
–No lo sé –Paulo se encogió de hombros–. Tal vez solo quería tener un detalle. Después de todo, compras allí todos los días.
Sophie no iba a dejarse engañar.
–Me sentí incómoda. Cuando entré, todo el mundo dejó de hablar de repente. Creo que es por mi compromiso con Luka.
–¿Qué llevas en ese paquete? –su padre cambió de tema y Sophie dejó escapar un tenso suspiro mientras dejaba la bolsa sobre la encimera.
–El vestido para la fiesta que me ha hecho Bella. Voy a probármelo.
–Ah, muy bien.
–Padre… –mientras cortaba la barra de pan, Sophie intentaba que su tono no la delatase–. Dijiste que me darías las joyas de mi madre cuando me comprometiese.
–Dije que te las daría cuando te casases.
–¡No! Dijiste que me las darías cuando Luka y yo estuviéramos comprometidos. ¿Puedes dármelas ahora, por favor? Quiero ver cómo me quedan con el vestido.
–Sophie, acabo de sentarme…
–Si me dices dónde están, yo iré a buscarlas.
Su padre dejó escapar un suspiro de alivio cuando sonó el teléfono. Estaba inventando excusas y ella lo sabía. Durante años había preguntado por el collar de su madre con pendientes a juego y Paulo siempre inventaba alguna razón para no dárselos.
–Padre… –empezó a decir cuando volvió a la cocina.
–Ahora no, Sophie. Malvolio me ha pedido que me reúna con él.
–Pero si es domingo.
–Dice que tenemos que hablar de algo importante.
–¿Y no puede esperar hasta el lunes?
–¡Ya está bien! –replicó él–. Yo no puedo cuestionar sus decisiones.
–¿Por qué no? –lo desafió ella, harta de que su padre fuese la marioneta de Malvolio–. ¿Sobre qué es la reunión? ¿O es solo una excusa para quedarte en el bar toda la noche?
Curiosamente, Paulo soltó una carcajada.
–Hablas como tu madre.
Todo el mundo decía lo mismo. Al parecer, Rosa había sido una mujer volcánica, aunque ella no la recordaba porque había muerto cuando tenía dos años.
–Toma –dijo Paulo, ofreciéndole una bolsita–. Aquí están las joyas.
Sophie dejó escapar una exclamación.
–Esto significa mucho para mí.
–Lo sé –murmuró él, casi sin voz–. Solo están los pendientes.
–Pensé que había una cadena de oro con una cruz…
Su madre la llevaba en todas las fotos, pero su padre negó con la cabeza, apartando la mirada.
–Creo que se le cayó en el accidente. Incluso después de tantos años sigo buscándola entre los arbustos cuando voy a dar un paseo por las mañanas. Yo quería dártela… siento mucho no poder hacerlo.
–¿Es por eso por lo que siempre me dabas largas? Padre, yo solo quería tener algo de ella… –Sophie miró con lágrimas en los ojos los aretes de oro con pequeños diamantes–. Y ahora tengo sus pendientes. Muchas gracias.
–Tengo que irme a la reunión –se limitó a decir Paulo–. Intentaré volver a la hora de cenar.
Sophie hizo una mueca. No quería discutir después de que por fin le hubiera dado los pendientes de su madre, pero no podía morderse la lengua.
–Si Malvolio te deja.
Vio que su padre cerraba los ojos un momento antes de volverse hacia la puerta.
Sabía que tal vez se lo estaba poniendo aún más difícil, pero no le gustaba su relación con Malvolio Cavaliere.
–Padre, no sé si quiero comprometerme.
Contuvo el aliento al ver que Paulo tensaba los hombros.
–Es normal estar nerviosa –dijo él, sin volverse–. Tengo que irme, hija.
–Padre, por favor, ¿no podemos hablar?
Pero la puerta ya se había cerrado.
Sophie tomó una fotografía de su madre, pensativa. Podía ver el parecido. Tenían el mismo pelo negro, largo, los mismos ojos oscuros y labios gruesos. Desearía tanto que estuviera a su lado, aunque solo fuese un momento. Echaba de menos los consejos de una madre.
–Estoy tan desconcertada –admitió, mirando la foto de Rosa.
Por un lado temía casarse y, sin embargo, por otro anhelaba volver a ver a Luka, el hombre de sus sueños. Siempre había estado enamorada de él y quería que su primer beso se lo diera él, que le hiciera el amor…
¿Pero qué querría Luka?
Sin duda, él estaría temiendo tener que cumplir con el compromiso de su padre de casarse con la pobre Sophie Durante.
¿Era esa la razón por la que Malvolio controlaba a su padre?, se preguntó.
Pues ella no necesitaba caridad y así se lo diría.
Después de dejar la fotografía sobre la mesa, subió con el paquete a su habitación y lo abrió por fin.
El vestido, de seda color coral, era exquisito. Estaba deseando probárselo, pero antes se dio una ducha rápida y se lavó el pelo para ver el efecto completo frente al espejo.
Y se quedó sin aliento. Todas esas horas de pie mientras Bella le clavaba trozos de papel con alfileres habían merecido la pena.
El vestido era asombroso: escotado, ajustado a la cintura y cayendo en capas hasta las rodillas, destacaba unas curvas que hasta entonces ella hacía lo posible por ocultar.
Por supuesto, tendría que ponerse sujetador, pero incluso sin él resultaba elegante y sexy. Debería quitárselo, pero se puso los pendientes de su madre y un poco de brillo en los labios.
Trabajando en el hotel, estaba acostumbrada a ver mujeres guapas, pero esa tarde, por primera vez en su vida, se sentía como una de ellas. Y, de repente, se ruborizó al imaginarse frente a Luka.
Quería que la viese como una mujer adulta.
Brevemente, imaginó su boca sobre la suya… pero un golpe en la puerta la sacó de su ensueño.
Sonaba urgente y Sophie corrió por la casa, pero cuando abrió la puerta vio que solo era Pino, en su bicicleta.
Tenía doce años y todo el mundo lo usaba como mensajero.
–Malvolio quiere que vayas a su casa –le dijo el chico, ahuecando la voz.
–Malvolio –repitió Sophie, con el ceño fruncido. Ella nunca había estado en su casa–. ¿Por qué? ¿Qué quiere?
–Solo me ha dicho que te diera el mensaje –respondió Pino–. Dice que es importante y que vayas ahora mismo.
Sophie, con el corazón acelerado, le dio al crío unas monedas.
¿Por qué quería Malvolio que fuera a su casa? Había pensado que su padre y él iban a verse en el bar del hotel.
Se puso unas sandalias y corrió colina arriba hacia la espectacular casa de Malvolio, desde la que podía verse el mar y todo el pueblo. Una vez arriba se detuvo para tomar aliento antes de llamar a la puerta. No quería estar allí, pero Malvolio la había llamado.
Y nadie le decía que no a Malvolio Cavaliere.