Capítulo 8

 

No sentía nada.

O más bien, pensó Luka mientras el coche lo llevaba del aeropuerto a Bordo del Cielo, sus sentimientos no eran los que debería experimentar en el funeral de su padre.

Sí, sentía pena, pero no por Malvolio.

Habían pasado cinco años desde la última vez que estuvo allí.

Al menos físicamente. Sus sueños lo llevaban a menudo a aquel sitio, más de lo que querría admitir.

Luka miró el brillante Mediterráneo, la iglesia, las casas, el río; los paisajes que estaban grabados en su corazón. Recuerdos de su infancia y adolescencia, de veranos y vacaciones navideñas cuando en su vida estaba la promesa de un futuro con Sophie.

Pero era una promesa de la que él había renegado, se recordó a sí mismo.

Sin embargo, aquel día, el día que iban a enterrar a su padre, solo podía pensar en Sophie y en el tiempo que habían compartido.

Ella seguía ocupando un sitio en su corazón.

En sus sueños, se habían ido a Londres en cuanto salió de la ducha, antes de la redada, antes de que todo se derrumbase.

Al entrar en la iglesia solo pudo esbozar una triste sonrisa porque estaba prácticamente vacía. Desafiantes solo tras la muerte de Malvolio, los vecinos no habían acudido al funeral.

Solo estaba Angela, la criada de su padre, y Luka la saludó con un gesto antes de dirigirse al primer banco. Pero giró la cabeza al escuchar el ruido de la puerta porque aún tenía esperanzas.

Falsas esperanzas, pensó al ver a Pino, el chico que solía hacer de mensajero. Luka lo saludó, sin dejar de pensar en Sophie.

Debería haber estado allí. Si le importase, habría estado a su lado aquel día.

El entierro fue una triste broma.

Malvolio había pagado por un funeral de lujo, pero nadie vio el enorme ataúd de roble con remaches dorados porque todos habían decidido quedarse en casa.

Pino se marchó y, después de darle las gracias al sacerdote, Luka salió del cementerio con Angela.

–He preparado comida para mucha gente –dijo la mujer–. Parece que no voy a pasar hambre en unos días.

Luka esbozó una sonrisa.

–Con todo su dinero y su poder, al final no tenía nada –murmuró–. Aunque eso ya da igual.

–Pensé que Matteo vendría. Me han dicho que os va muy bien.

–Está en Oriente Medio por un asunto de negocios. Quería venir, pero yo prefería estar solo.

Aunque no dejaba de mirar hacia el final de la calle, esperando que ella apareciese.

Debería marcharse y lo sabía. Sus abogados se encargarían de todo. Su padre era el propietario de la casa de Paulo y también de la de Bella… y eso solo era una minucia.

El pueblo entero era de su padre, que en tiempos de debilidad o enfermedad se había aprovechado con la promesa de ocuparse de todo.

Era lógico que la iglesia estuviera vacía. Sin duda, en cuanto se fuera del pueblo habría una fiesta para celebrar el final de la dictadura de Malvolio Cavaliere.

Y pronto tendrían razones para celebrar porque él había dado instrucciones a los abogados. No quería nada de la herencia de su padre y todas las propiedades que había adquirido por medios perversos serían devueltas a sus propietarios o sus descendientes. Pero solo lo sabrían cuando él se hubiera ido de Bordo del Cielo.

–¿Cuándo tengo que irme de la casa? –preguntó Angela.

–No tienes que irte –respondió Luka–. La casa pronto estará a tu nombre.

–¡Luka! –la mujer negó con la cabeza–. Bordo del Cielo es ahora un lugar de vacaciones y las propiedades son muy caras.

–Es tu casa –insistió él–. Con un poco de suerte, ahora será un sitio más feliz. ¿Puedo pedirte que no digas nada durante un tiempo?

Angela asintió, con lágrimas en los ojos.

No había estado en la casa desde la redada policial, y cuando entró en la cocina la recordó atendiendo su herida…

–Voy a echar un último vistazo –murmuró mientras se dirigía a la escalera intentando no recordar los frenéticos besos.

Cuando entró en el dormitorio fue como entrar en un túnel del tiempo.

Angela debía de haberlo limpiado, pero estaba como lo habían dejado. Luka cerró los ojos, recordando esa tarde, antes de que todo se derrumbase.

Pensó en los planes que habían hecho, en sus esperanzas de futuro. Con la sabiduría que daban los años y después de tantas relaciones cortas y sin importancia, sabía que lo que nació aquel día entre ellos había sido un incipiente amor.

Tenía que serlo porque nunca había encontrado a una mujer con la que sintiera lo mismo. Lo que compartían, el futuro que habían imaginado… una posibilidad de futuro que les había sido robada ese mismo día.

Abrió un cajón de la mesilla, esperando no encontrar nada, o tal vez un viejo cuaderno de notas. Solía esconderlos allí porque nunca eran lo bastante buenas para su padre. Pero lo que encontró hizo que se sentase en la cama, con la cabeza entre las manos.

Un pendiente, un sencillo arete de oro con un pequeño diamante. Era lo único tangible que tenía de aquel día y lo examinó cuidadosamente mientras los recuerdos se agolpaban. Recordaba cómo brillaba la diminuta piedra, llamando su atención, no hacia el pendiente, sino hacia sus ojos.

Debería haber estado allí aquel día, a su lado. Si le importase habría hecho el esfuerzo, ¿no?

–¿La has buscado alguna vez? –le preguntó Angela más tarde, mientras tomaban un café.

–¿A quién?

–A la mujer con la que estuviste prometido la mitad de tu vida –respondió Angela, irónica–. La mujer que salió de esta casa vestida solo con una camisa tuya y con todo el pueblo mirando. La mujer a la que avergonzaste en el tribunal. No creo que tenga que decirte su nombre.

–En el juicio hice lo que tenía que hacer.

–Lo sé.

–Pero Sophie no.

–Era muy joven –comentó Angela y Luka asintió con la cabeza.

–Estaba más disgustada por lo de «campesina»… –Luka apretó los labios–. Y para empeorar las cosas volví a decirlo en la playa la noche que salí de prisión.

–¡A Sophie! –Angela sacudió la cabeza–. Se parece tanto a su madre. Rosa podía despellejarte con los ojos… recuerdo el día que apareció aquí, gritándole a tu padre que dejase en paz a su familia…

No terminó la frase. Aunque Malvolio estuviese muerto, había algunas cosas de las que no se hablaba.

Pero Luka recordaba ese día. Recordaba a Rosa gritando desde el pasillo. Entonces él debía de tener ocho o nueve años…

–También tú eras más joven cuando dijiste esas cosas y acababas de salir de prisión –la voz de Angela interrumpió sus pensamientos.

–Ya.

–Entonces, ¿la has buscado?

–Hace un par de años me senté en el coche frente a las puertas de la cárcel día y noche durante un mes –admitió Luka–. Y luego descubrí que no estaba allí, sino en un hospital.

–¿Nunca fuiste a visitarlo?

–No podía enfrentarme con él. Le condenaron cuando deberían haber condenado a mi padre… Cuando descubrí que le habían sentenciado a cuarenta y tres años… –Luka apretó los labios, angustiado.

–Pero tampoco era enteramente inocente.

–No sé qué hacía mi padre para someterlo y supongo que podría haberse marchado del pueblo, pero no merecía cuarenta y tres años de cárcel y ver a mi padre libre.

–¿No has visto a Sophie desde que se fue a Roma?

–No. Es como si se hubiera esfumado…

–Imagino que visitará a su padre.

Luka asintió.

–Tal vez yo debería ir a visitarlo.

Era mayor, más sensato. Podía enfrentarse con Paulo. Tal vez podía visitarlo y preguntar por su hija.

Sophie y él merecían una segunda oportunidad porque los años no habían empañado su recuerdo. Y necesitaba verla.

Aunque seguía enfadado por lo que le había dicho. Él nunca la habría comparado con su padre.

Paulo no era ningún inocente y sabía muy bien qué significaban sus «visitas», pero él nunca le hubiese echado eso en cara a Sophie.

Ella no era como su padre, pero sí tan explosiva como Rosa.

–Iré a ver a Paulo y haré las paces con él. Además, tengo un pendiente que he de devolver –Luka sonrió.

No había esperado sonreír aquel día, pero así fue. Odiaba estar de vuelta en Bordo del Cielo, pero ese viaje había aclarado sus ideas.

Sophie y él merecían otra oportunidad.

–Puede que se haya casado –dijo Angela.

–Entonces será mejor saberlo.

Era no saber nada lo que estaba matándolo.

Le dolía demasiado estar allí. Quería un futuro, quería saber si aún había alguna oportunidad para ellos, de modo que se levantó.

–Me marcho.

–¿No quieres revisar sus cosas antes?

–Quédate con lo que quieras y líbrate del resto, yo no quiero nada.

–¿Y las joyas? ¿No quieres eso al menos?

–¡No! –Luka negó con la cabeza.

Estaba a punto de decirle que las vendiese, pero vaciló. Las joyas no habían sido adquiridas por medios legales y no quería que Angela tuviese un problema con la justicia por vender joyas robadas.

–Pasaré por Giovanni’s de camino al aeropuerto. Imagino que él podrá fundirlas o algo.

Fue al dormitorio de su padre, aunque tampoco allí había nada que quisiera. Abrió un joyero con gesto de disgusto y, de repente, su corazón se detuvo durante una décima de segundo para latir con violencia un momento después.

Le temblaban las manos mientras sacaba una sencilla cruz de oro con su cadena.

Sí, recordaba a Rosa. Y esa cadena.

¿Paulo lo sabría? ¿Lo sabría Angela?

Se sintió enfermo. Recordaba a Rosa gritando por el pasillo, diciéndole a su padre que para quedarse con su casa tendría que pasar por encima de su cadáver.

¿El siguiente recuerdo?

Su funeral. Paulo, sujetando a una sonriente Sophie que, a los dos años, no entendía lo sombrío que era aquel momento.

Recordaba a su padre leyendo un epitafio, diciéndole a los congregados en la iglesia que apoyaría a su amigo Paulo y a la pequeña Sophie.

¿Aun siendo el responsable de la muerte de Rosa?

¿Era por eso por lo que Paulo lo obedecía sin rechistar? ¿Habría hecho cualquier cosa para evitar que Sophie sufriera la misma suerte que su mujer?

Pobre hombre.

Luka había pensado que era un ser débil, pero de repente entendía sus miedos. Había hecho lo que tenía que hacer para proteger a su hija y Luka decidió en ese momento ayudarlo a salir de la cárcel.

Pondría a sus abogados a trabajar ese mismo día, se juró a sí mismo. Alquilaría un apartamento en Roma y trabajaría durante el tiempo que hiciese falta para conseguirlo, pero no se pondría en contacto con Sophie. Ya no podría haber una segunda oportunidad para ellos.

La conocía lo suficiente como para saber que no perdonaría que hubiera sido su padre quien mató a su madre.

Nunca lo perdonaría.

La esperanza de una reconciliación con Sophie murió mientras guardaba la cadena en el bolsillo.

Lo único que podía hacer por ella era sacar a su padre de la cárcel.