Capítulo 10
Sophie intentaba disimular su nerviosismo frente al largo mostrador de recepción. Estaba decidida a hacerlo bien y quiso practicar su sofisticada fachada con la recepcionista.
–¿Puede indicarme dónde está la oficina del señor Cavaliere?
–¿Está esperándola, señorita…?
–No, no me espera. Si pudiese decirme en qué planta está su despacho…
–Lo siento, pero el señor Cavaliere no recibe a nadie sin cita previa –hubo un ligero «algo» en el tono de la recepcionista al pronunciar el apellido. Sus palabras estaban teñidas de afecto y Sophie creía saber la razón.
–Le aseguro que hará una excepción conmigo.
–No hay excepciones –la joven sonrió y Sophie miró el nombre en la chapita de su uniforme.
Amber.
–Perdone, pero tengo que contestar –dijo Amber cuando sonó el teléfono.
Cuando cortó la comunicación unos minutos después, parpadeó, sorprendida, al ver que Sophie seguía allí.
–¿Puedo ayudarla en algo?
–Sí puedes, Amber. Por favor, dile al señor Cavaliere que su prometida está aquí y desea verlo.
–¿Su prometida?
Sophie vio que los fríos ojos azules buscaban el dedo anular.
–Eso es. Si no te importa avisarle…
–¿Y su nombre es?
Sophie no respondió a la pregunta. Luka sabría quién era e imaginó su expresión cuando recibiese la llamada.
Un poco cortada, la recepcionista levantó el teléfono y dio la noticia de que la prometida del señor Cavaliere estaba allí.
–Su secretaria va a hablar con el señor Cavaliere. Si no le importa sentarse un momento…
Sophie atravesó el elegante vestíbulo. Antes de sentarse en un sofá de piel se vio reflejada en un espejo y suspiró, aliviada, porque los esfuerzos de Bella habían dado resultado.
Al parecer, su amiga había ido guardando cosas que tiraban las ricas clientes del hotel. Bajo su cama había dos cajas llenas de ropa y accesorios.
–Este –le había dicho mientras le mostraba un vestido de seda color marfil– tenía una mancha de carmín, pero la cliente ni se molestó en enviarlo a la lavandería. Y a estos –le mostró unos zapatos de tacón– solo había que ponerle suelas nuevas.
Había abrigos, chaquetas, faldas, incluso vestidos de noche.
El vestido de color marfil que habían elegido para aquel día le quedaba ancho, pero Bella había conseguido ajustarlo a su delgada figura y los zapatos de tacón, con suelas nuevas, le daban un aspecto muy elegante.
Habían gastado el poco dinero que tenían ahorrado en comprar un billete de avión para ir a Londres.
¿Quién iba a imaginar que su ropa estaba en una taquilla del aeropuerto?
Luka nunca lo sabría.
Sophie se levantó cuando la recepcionista se acercó a ella.
–El señor Cavaliere dice que puede subir. La acompañaré al ascensor.
Sophie quería darse la vuelta y salir corriendo, pedir unos minutos para retocarse el maquillaje o un vaso de agua, pero se limitó a atravesar el vestíbulo.
Su oficina estaba en la planta veintitrés y tenía el estómago encogido mientras iba acercándose a Luka. Pero cuando las puertas se abrieron fue recibida por una mujer llorosa que le dijo que ella era la gota que colmaba el vaso y que su prometido era un canalla y un mentiroso.
–¡Puede decirle cuando entre que su secretaria acaba de renunciar!
Sophie se limitó a sonreír.
Ah, Luka, pensó, alegrándose un poco del caos que había provocado.
Había flores frescas sobre las mesas, escritorios de caoba, gruesas alfombras, lujo por todas partes.
Y allí, tras una puerta cerrada, estaba Luka.
La última vez que llamó a su puerta él había abierto desnudo de cintura para arriba. Dudaba que tuviera esa suerte en aquella ocasión, pero intentó controlar su nerviosismo y llamó a la puerta con energía.
–Entra.
La confianza desapareció de inmediato. Después de años de autoimpuesta abstinencia sus sentidos se encendieron al escuchar esa voz.
Ese encuentro también debía de ser difícil para él y Sophie le dio un momento, pero Luka no se volvió. Siguió trabajando frente a su ordenador.
–Tu secretaria me ha pedido que te diera un mensaje: ha renunciado a su puesto. Aparentemente, soy la gota que ha colmado el vaso.
«No te vuelvas aún», le gustaría decirle. «No dejes que te vea hasta que mi corazón vuelva a latir con normalidad». Pero, por supuesto, era demasiado tarde. Luka se volvió y se encontró con esos ojos de color azul marino.
Sería más fácil y más natural estar en sus brazos que estar a un metro de él.
–Siéntate, por favor.
Sophie le contó la razón por la que estaba allí: que su padre podría salir de la cárcel, las mentiras que le había contado en esos años…
A pesar de sus esfuerzos por mantener la calma, en un momento dado se levantó para clavar un dedo en su torso y decirle que haría lo que tuviese que hacer por su padre. Que sería su falso prometido porque se lo debía.
«Podría ser tu falso prometido, pero no tu falso marido. Acepta eso o vete de aquí».
Por fin, Sophie volvió a sentarse.
–¿Quieres tomar algo? –sugirió Luka, levantando el teléfono–. Puedo pedir que nos suban el almuerzo…
–Tu secretaria se ha ido –le recordó ella.
–Ah, es verdad.
–Podrías llamar a Amber. Seguro que ella estaría encantada de ayudar al señor Cavaliere…
Luka soltó una risotada seca.
–¿Te has acostado con todas las mujeres que trabajan en el edificio?
–Con todas las guapas, aunque no tengo por qué darte explicaciones –respondió él, levantándose–. Comeremos fuera.
–No quiero comer contigo para recordar el pasado. Quiero que hablemos aquí…
–Sophie, te aseguro que tampoco yo quiero recordar el pasado. Tengo una reunión a las dos, así que será algo rápido.
Amber hizo un mohín cuando pasaron frente al mostrador de recepción.
–Menuda cara venir aquí haciéndote pasar por mi prometida –le espetó Luka. Lo enfurecía que en menos de media hora hubiese puesto su vida patas arriba. Amber estaba molesta, Tara se había ido y, como había aceptado ser su falso prometido, las próximas semanas serían un infierno. Tendría que acostarse con ella, pero no habría sexo…
Cuando llegaron al restaurante, el maître, que lo llamó por su nombre, los llevó a una mesa del fondo y les ofreció la carta de vinos, pero Luka negó con la cabeza.
–No vamos a tomar vino.
–¿Esta es una reunión de trabajo? –preguntó Sophie cuando el maître los dejó solos.
–Si fuera una reunión de trabajo ahora mismo estaríamos tomando una botella del mejor vino tinto.
–¿Y si fuera un encuentro amoroso?
–Champán en la cama –respondió Luka.
–¿Eso es lo que haces con Amber?
–Y siempre le doy la tarde libre. Soy muy considerado.
–¿Eso es lo que sueles hacer?
–No me preguntes por estos últimos años –dijo Luka, echándose hacia delante–. Tú podrías haber estado a mi lado, pero decidiste no hacerlo.
El camarero apareció con dos platos de pasta y Sophie tragó saliva. Ella nunca lloraba. Nunca. Pero estaba a punto de hacerlo.
¿Cómo hubiera sido estar con él?
–Así que trabajas como organizadora de eventos –empezó a decir Luka mientras comía.
–Sí… pero le he pasado mis clientes a un compañero esta semana.
–Deberías mudarte a mi apartamento lo antes posible.
–La vista no es hasta el miércoles.
–Pero necesitas tiempo para llevar tus cosas. Da tu nombre en recepción y ellos te ayudarán con las maletas. Yo llegaré el martes por la noche…
–Tal vez deberíamos esperar a ver qué pasa en la vista.
–Cenaremos juntos el martes mientras hablamos de los detalles –Luka miró el reloj–. Tengo que volver a la oficina. Dame tu número de móvil, por si tuviera que ponerme en contacto contigo.
–Yo te llamaré.
–Muy bien.
Salieron del restaurante y Sophie lo vio desaparecer al final de la calle, sin mirar atrás una sola vez.