Capítulo 13
Luka despertó y, por primera vez en toda su vida, la cara que había sobre la almohada era la cara que siempre había esperado.
Examinó ese hermoso rostro y miró sus pechos, que habían escapado del camisón.
Era leal, fiera, su alma gemela.
Pero sabía que nunca le perdonaría por lo que había hecho su padre. Y si lo hiciera sería durante poco tiempo. Al calor de la primera discusión le echaría en cara los pecados de su padre.
Y él no querría vivir así.
Si pudiese cambiar algo de ella, ¿lo haría? No, eso sería como cortar un trozo de una obra de arte.
–¿Por qué me miras así? –Sophie había abierto los ojos.
–Porque estás en mi cama y no hay mucho más que mirar –respondió, sonriendo cuando ella escondió su pecho desnudo.
–Está mal cuando yo lo hago, pero no cuando lo haces tú.
–¿Otra erección?
–No lo sabrás nunca –respondió Luka mientras ella saltaba de la cama.
Sophie no sabía qué ponerse. Bella le había hecho muchos vestidos elegantes, pero nada práctico para hacer café, de modo que eligió una de sus camisas.
–¿Qué tal la fobia? La última vez que te pusiste una de mis camisas diez policías entraron de golpe en la habitación, ¿no te acuerdas?
Ella no se molestó en responder mientras salía de la habitación y no levantó la mirada cuando Luka entró en la cocina, duchado y con un traje de chaqueta.
–Pensé que ibas a tomarte el día libre.
–Tengo una oficina en Roma y mucho trabajo pendiente. Además, he pensado que te gustaría pasar el día con tu padre sin soportar mi presencia.
–Voy a llevarle el desayuno.
–El médico vendrá a las nueve –dijo Luka, dejando una tarjeta de crédito sobre la mesa.
–¿Para qué es la tarjeta?
–Para el catering y todo lo demás.
–No hace falta –mintió Sophie.
–Me has pedido que me haga pasar por tu prometido y, si lo fuese de verdad, así serían las cosas. Llama a una empresa de catering y haz que decoren la terraza. Nunca he oído hablar de tu empresa y no sé si te sería fácil encontrarlo todo con tan poco tiempo. Usa mi nombre y no tendrás ningún problema.
No tuvo ninguno. Era extraño tener el mundo en las manos gracias al apellido Cavaliere.
Salvo que la gente no mostraba miedo cuando lo pronunciaba; al contrario, parecían encantados de poder ayudar.
Las columnas de la terraza estaban rodeadas de lucecitas, las mesas decoradas con flores frescas, el cuarteto de cuerda tocaba discretamente en una esquina y la comida era deliciosa.
Pero Sophie oía toser a su padre y lo veía luchar para encontrar aliento. Sabía que todo aquello terminaría antes de que llegasen las facturas de la tarjeta de crédito, pero había decidido aprovechar esos días de lujo llamando a una esteticista para que le arreglase el pelo y la maquillase.
–Los labios rojos – dijo la joven, pero Sophie negó con la cabeza.
–No, prefiero solo un poco de brillo.
–Intente no tocarse mucho el pelo o los rizos desaparecerán.
Sophie eligió un sencillo vestido negro a juego con los zapatos que se había puesto el día que fue a la oficina de Luka y él entró en la habitación cuando estaba mirándose al espejo, intentando decidir si podía ponérselo sin sujetador.
Él miró los rizos oscuros cayendo en cascada sobre su espalda brillante, morena. Admiró las elegantes pantorrillas sobre los altos tacones…
–Siento todo este jaleo –se disculpó ella.
–No te preocupes –Luka se encogió de hombros–. Es normal que tu padre quiera una noche especial.
–Gracias.
Miró sus labios, los labios que había besado aquel día, tanto tiempo atrás. Miró el escote y los pezones marcados bajo la tela del vestido…
–Se me olvidó traer el sujetador sin tirantes.
–Esos sujetadores son feísimos.
Sophie sintió un escalofrío en la espalda, tan ligero que pensó que podría ser una caricia, pero se dio cuenta de que Luka tenía una copa en la mano y estaba quitándose la corbata con la otra.
Eran los nervios, se dijo.
–Voy a cambiarme –murmuró, volviéndose hacia el vestidor.
–No te quites ese vestido. Te pondrás algo que me excite.
–¿Por qué?
–Mortificación de la carne –Luka se encogió de hombros–. Es mi nuevo juego.
Se quitó la camisa y entró en el vestidor para tomar una limpia.
–¿No vas a ducharte?
–No hay tiempo para eso.
–Luka, por favor…
–¿Huelo mal? No creo, me he duchado esta mañana.
No era eso. Lo quería limpio, estéril, sin ese olor suyo tan particular, tan Luka.
–Voy a ayudar a mi padre a vestirse.
–No hace falta, he traído una enfermera. Y otra vendrá para reemplazarla esta noche. Tienen las mejores referencias.
–Quiero cuidar de mi padre personalmente.
–Claro que sí, pero como hija, no como enfermera.
–No puedo permitirme pagar a una enfermera –admitió Sophie entonces.
–Esas son las primeras palabras sinceras que han salido de tu boca –Luka sacudió la cabeza–. Tenemos que salir, Matteo y Shandy llegarán enseguida. Creo que van a comprometerse en un par de semanas…
–¿Shandy? –repitió Sophie, sabiendo que a Bella se le rompería el corazón al conocer la noticia–. ¿Qué clase de nombre es ese? ¿Viene con su caballo?
–Ah –Luka soltó una carcajada–. Veo que ha vuelto.
–¿Quién?
–La auténtica Sophie. Déjala salir, puedo con ella.
La «auténtica» Sophie tomó el ascensor para subir a la terraza, que se había convertido en un jardín gracias al trabajo del decorador.
Su padre estaba allí, gracias a la enfermera, y Matteo y Shandy acababan de aparecer.
–Todo está precioso –comentó Paulo.
El jardín estaba lleno de lucecitas, el cuarteto de cuerda tocaba suavemente y los camareros esperaban para lanzarse sobre los invitados.
–Ha pasado mucho tiempo –dijo Sophie, besando a Matteo en la mejilla.
–No el suficiente –replicó él.
Sophie hizo una mueca. También Matteo la odiaba, aunque no entendía por qué.
Le presentó a su rubia novia, Shandy, que con sus largas piernas y dientes prominentes de verdad se parecía a un caballo.
Los aperitivos eran deliciosos: champiñones porcini con trufas negras, queso, aceitunas y pan de hierbas.
–No puede ser pan siciliano.
–Lo es… no –Sophie puso una mano sobre su copa cuando el camarero iba a llenarla de nuevo.
–Disfruta –le aconsejó Luka–. Yo lo estoy haciendo.
Le gustaba la auténtica Sophie, le gustaba ver cómo intentaba contenerse. Pero estaban jugando a un juego muy peligroso.
Tomaron canelones caseros, pastel de ricotta y espesa cassata, tan rica como un primer beso.
–Limoncello –Paulo sonrió mientras tomaba un trago de su licor favorito y luego se levantaba con gran dificultad–. Esta noche me compensa por tantas cosas. Esta noche estoy con viejos y nuevos amigos. Gracias a todos.
Sophie tuvo que escuchar a su padre decir que Luka y ella estaban hechos el uno para el otro…
Para guardar las apariencias, él tomó su mano, pero no hubo caricias.
–Cuando hicimos una fiesta para celebrar que Luka se iba a Londres, recuerdo a Sophie bajando por la escalera. Se había metido pañuelos en el sujetador porque quería que Luka se fijase en ella… tenía catorce años y estaba impaciente –Paulo miró a su hija–. Luka y tú tenéis tiempo ahora, pero no lo malgastéis.
Llegó el turno de Luka, que se aclaró la garganta antes de dar las gracias a los invitados. Sophie se dio cuenta de que su padre parecía agotado. Agotado, pero feliz, y agradecía tanto que Luka hubiese organizado aquella fiesta.
–Paulo, me alegro mucho de haber podido hacer esto por ti, pero también tengo algo para Sophie.
Abrió una caja de la que sacó una fina pulsera de oro y leyó la inscripción.
–Per sempre insieme.
Juntos para siempre.
Le gustaría tirarla por la barandilla de la terraza, pero se la mostró a su padre, que se había puesto las gafas de leer.
–Deberíamos irnos –comentó Matteo.
–Podrías quedarte aquí –dijo Luka, pero su amigo negó con la cabeza.
–No, prefiero volver al hotel.
–¿Dónde te alojas? –le preguntó Sophie.
–En el Fiscella –respondió Matteo–. Luka y yo estamos pensando en comprarlo. Es un buen hotel, pero necesita una reforma.
–¿No trabaja allí Bella? –preguntó Paulo. Y Sophie sintió un escalofrío.
–Sí, así es.
–¿Qué hace allí?
–Es camarera –respondió Paulo–. ¿No, Sophie?
–Bueno, supongo que así tiene acceso a los clientes ricos –dijo Matteo, sarcástico, mientras tomaba la mano de Shandy para bailar.
–Pensé que te pondrías los pendientes de tu madre –comentó Paulo.
–No pegaban con el vestido –respondió ella con cierta sequedad.
–Ven, vamos a bailar –dijo Luka entonces.
«No quiero bailar contigo», le habría gustado decir. «No quiero estar entre tus brazos porque podría creer que esto es real».
Luka la tomó por la cintura. Era su primer baile y tenía que ser el último, pero no quería que terminase nunca.
–¿Por qué me has comprado la pulsera? ¿Y por qué has hecho que grabasen «juntos para siempre»?
–¿Cuál debería ser la inscripción: Né tu letu né iu cunsulatu?
Sophie lo miró a los ojos mientras él pronunciaba ese dicho siciliano.
«Ni tú feliz ni yo consolado».
–¿Necesitas consuelo, Luka? –su sonrisa era pura seducción.
–¿Y tú eres feliz? ¿Lo echas de menos?
–¿Qué?
–Todo lo que podríamos haber tenido.
–Tú rompiste conmigo –le recordó Sophie–. Volviste a Bordo del Cielo solo para decirme que no ibas a casarte conmigo.
–Ah, qué bien se te da rescribir la historia –replicó él–. Fuiste tú quien me dio la espalda. Tú, quien se negó a ir a Londres conmigo. ¿Lo lamentas?
Si decía que sí estaría admitiendo su amor por él. Y si admitía su amor por él… entonces eran cinco años perdidos y eso la avergonzaba, de modo que se aferró a su orgullo mientras hacía un esfuerzo para no apoyar la cabeza en su hombro.
–No.
–Entonces eras más tonta de lo que había pensado.
–¿Ahora soy tonta? Una campesina tonta, claro.
–No vas a olvidarlo nunca, ¿verdad? Siempre te dejas llevar por ese temperamento tuyo –le dijo Luka al oído. Y ella echaba humo entre sus brazos mientras sus cuerpos se movían al ritmo de la música y se excitaban el uno al otro–. Esa lengua tan veloz…
–No tan veloz –le recordó Sophie y Luka tuvo que reír.
Sí, la antigua Sophie había vuelto.
–No va a salir bien –le advirtió.
–Pero ya está saliendo bien –dijo Sophie, al sentir el roce de su erección.
–Deberías tener cuidado –le advirtió él al oído–. No tengo problema para acostarme contigo y luego marcharme.
–Tú no harías eso.
–Claro que lo haría, así que no juegues con fuego.
Era extraño estar enfadada y encendida al mismo tiempo, desear y resistirse.
–¿Por qué me odias? ¿Y por qué me odia Matteo?
–Porque soy muy aburrido cuando me emborracho –respondió Luka–. Imagino que suelo quejarme de ti.
–¿Y por qué me odias tanto?
–Tengo mis razones.
–¿Qué razones?
–Me echaste en cara los pecados de mi padre. Me comparas con él cuando yo nunca te he hecho eso.
–Mi padre es un buen hombre.
–Puede, pero no es del todo inocente –Luka besó su hombro y no había forma de esconderse. No podían pelearse en público y resistirse era una agonía.
–No lo conviertas en un santo.
–No lo hago –Sophie cerró los ojos cuando Luka apoyó la mejilla en la suya–. ¿Qué más razones?
–Tu incapacidad para dar marcha atrás y admitir que estás equivocada –dijo Luka–. Voy a besarte y a recordarte lo que dejaste atrás. Vas a saborear lo que ahora debes de echar de menos cada día.
–Un beso no va a hacer que caiga de rodillas.
–¿Quién ha dicho que va a ser solo un beso?
–Hay gente aquí. Mi padre…
–¿Y no esperará que nos besemos? Apártate cuando sea demasiado para ti…
–Pareces creer que sigo deseándote. Ya te he dicho que no deseo a nadie.
–Ah, claro, la fobia. Muy bien, cuando me pidas que pare, lo haré.
Sophie parpadeó. Ya necesitaba que parase y aún no había empezado, pero el roce de sus labios fue demasiado; la presión de su boca resultaba cruel y era un alivio dejarse llevar.
El escalofrío por su espina dorsal llegó hasta la punta de sus dedos cuando su lengua le recordó el fuego que había ardido entre ellos una vez.
–Suficiente espectáculo –dijo Sophie por fin, apartándose.
Pero no era suficiente para ellos.
–Voy a despedirme de Matteo. Tu padre parece cansado.
Sophie bajó con su padre y la enfermera en el ascensor.
–Me alegra verte feliz.
–Ya ves lo bien que Luka cuida de mí. No tienes que preocuparte por nada.
Paulo se volvió hacia la enfermera.
–¿Nos perdona un momento?
La mujer se alejó discretamente.
–No te imaginas lo maravilloso que es eso.
–¿A qué te refieres?
–A pedir privacidad y tenerla. Has hecho muy felices mis últimos días, Sophie, pero tengo que pedirte algo más. Necesito llevarte del brazo a la iglesia, quiero volver a Bordo del Cielo y…
–El viaje sería demasiado para ti.
–Entonces moriré volviendo a casa con mi Rosa.
–Padre…
–Sophie, no me digas que no. Deja que te vea casada con Luka en la iglesia en la que me casé con tu madre. Tiene que ser este fin de semana porque no veré otro, estoy seguro.
¿Cómo iba a decirle que no?
–Hablaré con Luka.