Capítulo 14
Cuando entró en el dormitorio, Luka estaba tumbado de lado, de espaldas a ella, la sábana sobre las caderas.
No sabía si estaba despierto o dormido, pero tenía que contarle lo que había pasado. Entró en el baño y cuando empezó a desvestirse se dio cuenta de que había dejado el camisón en el dormitorio. En lugar de volver, se desnudó y se envolvió en una toalla para cepillarse los dientes.
Luka se pondría furioso, pero debía entender que su padre le había puesto en una situación imposible. Estaba a punto de morir y era lógico que quisiera volver al pueblo y ver a su hija casada con el hombre del que, supuestamente, estaba enamorada.
¿Enamorada?
Ella no amaba a Luka, lo odiaba, se dijo a sí misma. Pero no era verdad. Su cuerpo lo amaba solo a él. Nunca le había interesado ningún otro hombre. Había besado a alguno, pero los besos sabían a plástico. No podían compararse a ser devorada por el hombre que dormía al otro lado de la puerta.
Sophie entró en el dormitorio.
–Luka…
Cuando no respondió pensó que dormía y dejó caer la toalla.
–¿Qué? –preguntó él entonces.
–Nada, no importa. Hablaremos por la mañana.
–Dímelo ahora –Luka se volvió y deseó no haberlo hecho porque, a pesar de la oscuridad, podía ver su cuerpo desnudo mientras se ponía el camisón.
Debería darse la vuelta, pero no lo hizo. Había intentado ignorarla, dormir antes de que ella entrase en la habitación, pero era imposible.
–Mi padre –empezó a decir Sophie–. No he podido decirle que no.
–¿A qué te refieres?
–Quiere volver a Bordo Del Cielo lo antes posible. Quiere visitar la tumba de mi madre… y que tú y yo nos casemos.
Él no dijo nada.
–¿Luka?
–¿Vas a estar de pie toda la noche o vas a meterte en la cama?
Sophie apartó la sábana y se metió en la cama con el corazón acelerado. La tensión era casi insoportable, una mezcla de miedo y excitación. Sabía que él estaba excitado también y no podía respirar.
–¿Has oído lo que he dicho?
–Sí, lo he oído.
–Pero no has respondido.
–Ya te he dicho lo que pensaba, no voy a casarme contigo.
–Pero le he dicho que lo haríamos.
–Entonces será mejor que muera antes de que empiece la ceremonia.
–Luka… –Sophie intentó apartarse, pero él la sujetó.
–¿Qué? Di lo que ibas a decir.
–No puedes hablar en serio.
–Claro que sí. Volveré a Bordo del Cielo y tomaré parte en los preparativos de la boda. Haré lo que tenga que hacer hasta el día de la boda, pero no estaré frente al altar cuando tú llegues a la iglesia. Te dejaré plantada delante de todo el pueblo.
–¿Me odias tanto como para hacerme eso?
–Te odio tanto como te deseo.
–Eso no tiene sentido.
–Entonces lo dejaré más claro –replicó Luka–. Te odio tanto como tú me deseas a mí.
–Pero yo no te deseo. No deseo a nadie –mintió Sophie–. ¿Te casarás conmigo, Luka? No te estoy pidiendo que sea para siempre.
–No lo entiendes.
–¿No podemos empezar de nuevo? ¿No podemos dejar atrás el pasado?
–¿Sin examinarlo al detalle? ¿Sin acusaciones?
–Sí.
–Ah, qué conveniente para ti porque entonces no tendrías que admitir que estabas equivocada.
Luka se levantó de la cama para abrir la caja fuerte, de la que sacó la cadena de su madre. «Dásela», se dijo a sí mismo. «Otórgale el beneficio de la duda».
–¿Quieres que empecemos de nuevo?
–Sí –respondió Sophie–. No volveré a mencionar lo que dijiste en el juicio. No hablaré de las otras mujeres que ha habido en tu vida.
–¡Pero acabas de hacerlo! –gritó Luka, exasperado, guardando la cadena para sacar el pendiente. No estaba preparada para escuchar la verdad–. Sigues siguiendo la niña de catorce años que se metía pañuelos en el sujetador. No has crecido o, más bien, no has aprendido.
–Sigo siendo la vulgar campesina, ¿no?
–Una pelea, una mala palabra y vuelves a echarme en cara el pasado. ¿Cómo vamos a empezar de nuevo?
–Baja la voz. No quiero que mi padre nos oiga.
–Estas paredes están insonorizadas, así que di lo que quieras. Toma –dijo luego, tirándole algo dorado.
Pero no era lo que ella esperaba.
–El pendiente de mi madre.
–Lo encontré en mi dormitorio. Vamos, Sophie, di lo que tengas que decir.
–No quiero pelearme contigo.
–¿Quieres que hagamos el amor? –preguntó Luka.
Ella miró su cuerpo desnudo y frunció el ceño al ver su erección.
–No creo que eso tenga amor en mente.
Luka se acercó, riendo, para quitarle el camisón.
–¿Te acostarás conmigo, pero no te casarás conmigo?
–Muchas de mis novias se han quejado precisamente de eso.
–Ah, pero tú no les haces el amor a ellas como me lo haces a mí.
–Eso no lo sabes.
–Claro que lo sé –replicó Sophie, mirándolo a los ojos–. Lo sé muy bien.
–Es demasiado suponer para alguien que solo ha hecho el amor dos veces.
–Una vez. Solo lo hicimos…
Luka no dejó que terminara la frase. La besó como había querido hacerlo mientras bailaban hasta que ella le devolvió el beso, enredando los dedos en su pelo.
–Recuerda que no quiero caridad –dijo Luka mientras abría sus muslos con las rodillas.
–No es caridad –replicó Sophie mientras lo guiaba hacia su centro.
–Menuda fobia.
No quería hablar de eso, solo quería que la hiciese suya. Pero no lo hizo. Se puso de rodillas sobre ella.
–¿Qué haces?
–Retomar lo que dejamos a medias esa tarde.
Sophie estaba húmeda e hinchada, a punto de terminar. Cuando intentó apartarse, él sujetó sus caderas. Pero lo quería cara a cara, no esa íntima y descarnada exploración que no le permitía mentir.
Mientras presionaba con su larga lengua una y otra vez, Sophie pensó que se equivocaba al regañarlo por haber conocido a otras mujeres. De hecho, debería enviarles notas de agradecimiento a todas, decidió al notar la primera caricia de su lengua en el clítoris.
–Luka…
Él estaba entre sus piernas abiertas, abriéndolas más cuando ella deseaba cerrarlas.
–¿Qué? ¿Quieres que pare?
El canalla lo haría.
–No.
–Ya te he dicho que no me gustan las mártires.
Luka se apoyó en los talones y tiró de sus caderas para seguir con sus crueles caricias; allí, pero no del todo.
–O podríamos probar algo diferente –sugirió.
–¿Por ejemplo? –Sophie no pudo evitar una sonrisa.
–Algo peligroso –dijo Luka. Y ella asintió con la cabeza.
Y entonces la besó como la primera vez; un beso que sabía dulce y nuevo. Entró en ella y rozó sus húmedos labios con los suyos mientras Sophie arañaba su espalda.
Lo lamentarían al día siguiente, pero daba igual.
La besaba como si solo fuese a besarla a ella el resto de su vida y Sophie sonreía mientras apartaba el pelo húmedo de su frente para verlo, para sentirlo. Dejó de luchar mientras hacían el amor, chupando, besando, corriéndose una y otra vez.
Habían bajado las armas y tirado los muros.
Y aceptó esa tregua temporal mientras se compensaban el uno al otro por el tiempo perdido.