Capítulo 11

 

Todo esto podría haber sido tuyo –comentó Bella en el apartamento de Luka, el día antes de la vista.

El apartamento era fabuloso, con enormes ventanales y una mezcla de antigüedades y muebles modernos.

–Hay un ascensor privado –dijo Bella–. ¿Quieres que subamos a la terraza?

Sophie negó con la cabeza.

–No, iremos después.

Era una agonía estar allí y saber que el apartamento era de Luka.

Bella se había esforzado mucho en esos días y en el vestidor del dormitorio principal colgaban elegantes vestidos, faldas y chaquetas. Incluso le había prestado el cepillo de plata de su madre, que estaba en el baño, junto con los cosméticos y cremas que habían comprado para dar una imagen adecuada.

–¿No te da envidia?

–Yo decidí no ir a Londres con él. Además, ¿quién sabe qué habría pasado? Tal vez no nos hubiéramos entendido –respondió Sophie–. Un encuentro romántico no asegura una buena relación. Además, no quiero nada que tenga que ver con Malvolio.

–Luka no es como su padre, trabaja mucho.

–Nosotras también, la diferencia es que nosotras no hemos logrado prosperar porque nuestros padres no nos regalaron acciones de un hotel.

Era más fácil estar enfadada con él. Más fácil que admitir la verdad, que lo echaba de menos cada minuto del día.

En cuanto a las noches…

–¿A qué hora llegará?

–En cualquier momento –respondió Sophie–. Vamos a cenar juntos para contrastar detalles.

–Sé tan exigente como las clientes del hotel, no pidas disculpas a los empleados… –Bella sonrió–. Ah, tengo un regalo para ti. Dos en realidad.

–¡No podemos permitírnoslo!

–Sí podemos. No puedes decir que eres organizadora de eventos y no tener un móvil.

–¿Qué es esto? –Sophie abrió el segundo regalo.

–Perfume del bueno.

–No tenemos dinero para eso, Bella. ¿Lo has robado?

–Sí, lo he robado –respondió su amiga–. Y no me siento culpable ni avergonzada. Me alegro de haberlo hecho por ti.

Sophie abrió el frasco de perfume y se echó unas gotitas en las muñecas.

–¿Luka ha dicho algo sobre Matteo?

–No, nada.

–Pensé que trabajaban juntos.

–No hablamos demasiado.

–Me da miedo descubrir que Matteo se ha casado. Sé que debe de creer que soy una fulana, pero sigo pensando en él todo el tiempo –admitió Bella–. ¿Crees que me recordará?

–Pues claro que sí, pero eso fue hace años. La gente rehace su vida… Luka me ha olvidado y nosotras debemos hacer lo mismo. Cuando todo esto termine, tú y yo vamos a hacer realidad nuestros sueños. Me da igual lo que tengamos que hacer, pero tú iras a la Escuela de Diseño y yo voy a trabajar en un crucero. No voy a pasar el resto de mi vida llorando por Luka. Quiero que esto termine de una vez.

–Pero Luka y tú vais a compartir cama después de tanto tiempo…

–No pasará nada.

Cuando Bella se despidió, Sophie paseó nerviosa por el apartamento. La cama del dormitorio parecía reírse de ella. Era imposible creer que pronto estaría allí con Luka. No solo le disgustaba pensar que se había acostado con otras mujeres, sino que hubiera rehecho su vida.

Sin ella.

Abrió la puerta del elegante ascensor y subió a la terraza, pequeña pero lujosa, para admirar una vista que, en otras circunstancias, le habría dejado sin aliento. Pero sus ojos estaban llenos de lágrimas.

Desde allí podía ver el Coliseo y el Vaticano y pronto las calles se llenarían de vida nocturna, pero no era eso lo que ella quería.

Nunca había querido volver a Bordo del Cielo hasta ese momento. Había demasiados recuerdos tristes allí, pero después de ver a Luka anhelaba volver a su playa secreta y estar cerca del agua, tan clara y fresca.

Incapaz de soportarlo, Sophie volvió abajo y miró el dormitorio que compartiría con Luka.

Era una habitación magnífica, mejor que la suite presidencial del hotel en el que trabajaba. Haría falta algo más que un antiguo cepillo de plata y un par de vestidos para luchar contra la masculina energía que la impedía entrar.

La cama era enorme, con un edredón de color claro, y no se imaginaba a sí misma allí con él. De hecho, se atormentaba imaginándolo con otra mujer.

–¿Sophie? –la voz profunda hizo que diera un respingo.

–Ah, Luka. No te había oído entrar.

–¿Esperabas que llamase al timbre?

–No, claro que no –apenas podía mirarlo a los ojos. Lo había visto enfadado, lo había visto arrogante y distante, pero nunca tan serio. Tenía arruguitas alrededor de los ojos y estaba pálido, tenso.

Parecía temer aquello tanto como ella.

–¿Dónde quieres ir a cenar?

–Podríamos comer algo aquí.

–Imagino que comeremos aquí a menudo cuando tu padre salga de la cárcel.

–No tienes que estar aquí todo el tiempo –dijo Sophie–. Puedes decir que tienes trabajo.

–Paulo se está muriendo, y si estuviese comprometido contigo de verdad, si te amase, tu padre sabe que no me separaría de ti.

–Sí, claro.

–¿Has contratado una enfermera?

–He pensado que sería mejor esperar hasta mañana –respondió Sophie, aunque la verdad era que no podía pagar una enfermera para que atendiese a su padre.

–Iré al Juzgado mañana y te enviaré un mensaje contándote lo que haya pasado.

–¿Por qué vas a ir tú?

–Para ahorrártelo a ti –respondió él. Y la simple frase le rompió el corazón porque ese era el hombre que había perdido–. ¿Tienes idea de la que se armará con la prensa?

–Creo que empiezo a imaginarlo. He leído en el periódico que han acampado en la puerta del Juzgado.

–Con un poco de suerte podrá salir por alguna puerta trasera. ¿Hay algo que deba saber?

–No, creo que no. Hablaremos durante la cena.

–He cambiado de opinión –dijo Luka entonces.

–¿Dónde vas?

–¿Qué te importa?

–Se supone que estamos comprometidos.

–El juego empieza mañana, Sophie –le recordó él–. Mañana fingiremos un amor que no sentimos, pero esta noche no tengo que fingir y pienso disfrutar de mi libertad antes de empezar a cumplir la sentencia.

Sophie sabía que debería morderse la lengua, pero ese nunca había sido su fuerte.

–Ah, siento interrumpir tu plácida vida.

–¿Plácida? –Luka se volvió, airado–. ¿Qué parte de mi vida es plácida? Trabajo dieciocho horas al día… hablas como si me lo hubieran dado todo en bandeja de plata.

–Las acciones del hotel que te dio tu padre fueron un buen principio.

–Mi padre no tuvo nada que ver, lo hice solo –respondió Luka–. Lo que no dije en el juicio fue que sabía durante años que mi padre era un corrupto y que tu padre era su matón. Así que cuéntame más sobre mi plácida vida.

–Yo…

–Cuando volví a Londres prácticamente tuve que suplicar a mis socios. Después de seis meses en la cárcel hay que dar muchas explicaciones. ¿Crees que mis colegas me recibieron con los brazos abiertos? En cuanto la gente descubre que estuve seis meses en la cárcel mi nombre queda empañado. No recibí nada de mi padre y he hecho todo lo que he podido para enmendar sus errores. Lo único que le debo es mi educación, pero te aseguro que he intentado olvidar…

–Yo también –murmuró Sophie.

–Me lavé las manos de todo lo que representaba Bordo del Cielo y solo volví una vez para librarme de ti. ¡No debería haber abierto la puerta esa tarde! –Luka sujetó su muñeca cuando levantó la mano–. Vuelve a pegarme y…

–¿Y me devolverás el golpe? –lo retó ella.

Luka tuvo que disimular una sonrisa. Se parecían en tantas cosas y la adoraba por tantas otras. Cuánto le gustaría terminar la pelea de otra forma, besarla hasta tenerla sometida, pero se negó ese placer.

–Vuelve a abofetearme y tendrás que contarle a tu padre toda la verdad. Lo digo en serio, Sophie, y te aseguro que no amenazo en vano. Me voy. Quiero estar con una mujer que no me cuestione, una mujer dulce y cálida…

–Saluda a Claudia de mi parte –lo interrumpió Sophie.

–¿Claudia?

–Estabas con ella en el hotel Fiscella.

Luka frunció el ceño.

–Porque Matteo y yo estamos pensando comprarlo. Claudia es uno de mis abogados, pero no estaba allí por eso. La contraté para sacar a tu padre de la cárcel.

Sophie lo miró sin entender.

–¿Por qué?

No le habló de la cadena que hacía un agujero en el bolsillo de su chaqueta ni del sentimiento de culpabilidad por el que había convertido en su misión liberar a Paulo.

–Para que fueses a mi oficina y me suplicaras –mintió Luka–. Por el placer de tumbarme en una cama contigo y no hacer nada.

–¿Por qué me odias tanto?

–Me voy –dijo él–. Nos veremos mañana, cuando empiece el juego de verdad.