Capítulo 18

 

Estás guapísima –dijo Bella.

Era el vestido más bonito del mundo, pero tal vez nadie iba a verlo.

Luka le había dado siete horas para hacerse adulta. Solo le quedaban doce minutos.

–¿Temes que no aparezca?

Ya no era un pueblo lleno de secretos, pero lo que había pasado en la playa era algo que Sophie se había guardado para sí misma.

Temía ser ella quien no apareciese en la iglesia, temía no ser capaz de perdonar y olvidar…

Sophie sacó la cadena con la cruz.

«Te quiero» le dijo a su madre en silencio. «Tú me hiciste, pero yo no soy tú».

–Se parece a la que llevaba tu madre en todas las fotografías –comentó Bella.

–Es la de mi madre –respondió Sophie.

Su amiga se quedó en silencio. Lo sabía, pensó entonces. En Bordo del Cielo había secretos incluso entre las mejores amigas.

Seguramente su madre le habría contado la verdad. Todo el pueblo sabría algo que no podían contarle a una niña.

–¿Por qué mi padre no la convenció para que se fueran de aquí? –preguntó, aunque sabía la respuesta. Rosa era muy testaruda y quería quedarse allí y luchar por lo que era suyo.

–¿Podrás perdonarlo algún día?

–¿A Malvolio? Nunca.

–Me refiero a Luka… –Bella no terminó la frase cuando Paulo entró en la habitación.

–Esos dos nombres no deben ser pronunciados en la misma frase –sus ojos se llenaron de lágrimas al ver a Sophie con la cruz de Rosa.

–Han llegado los coches –anunció Bella entonces.

–Ve tú, nos veremos en la iglesia –Sophie abrazó a su amiga–. Buena suerte con Matteo.

Luego se quedó a solas con su padre.

–Eres digna hija de tu madre. Yo quería marcharme de aquí, pero Rosa dijo que debía plantarle cara, luchar por lo que era mío. Y lo hice, hija. Había comprado los billetes para irnos… pero fue demasiado tarde.

Sophie dejó escapar un suspiro.

–No quiero un matrimonio con secretos o nombres que no puedan pronunciarse. He estado a punto de perder a Luka, no solo una vez, sino dos veces y no voy a volver a hacerlo. No voy a cometer los mismos errores que…

–¿Yo?

–Tú hiciste lo que pudiste por mí. Lo sé, padre. Y elegiste al marido perfecto para mí.

–Luka y tú estáis hechos el uno para el otro.

–Es cierto.

 

 

No era solo la novia quien estaba nerviosa ese día. El novio estaba frente al altar cuando durante años había pensado que nunca sería así. Había aceptado que no podría haber nada entre Sophie y él y, sabiendo que nunca amaría a nadie como la amaba a ella, había decidido permanecer soltero.

Hasta esa mañana.

Esa mañana había decidido jugárselo todo y contarle la verdad. Su propio padre pensaba que Sophie nunca lo perdonaría y Matteo estaba tenso.

De modo que allí estaba, frente al altar, sin saber si Sophie iba a aparecer o no.

–Pase lo que pase –empezó a decir Matteo, pero Luka lo interrumpió.

–Vendrá.

Tenía confianza en ella, en el amor que habían descubierto esa tarde, tantos años atrás.

Y hacía bien porque cuando se volvió allí estaba Sophie, con un sencillo vestido blanco y el pelo suelto, como a él le gustaba, adornado con florecitas de jazmín. En una mano llevaba un ramo de amapolas sicilianas, tan sensuales y fabulosas como ella.

Su cara de sorpresa y alegría al ver la iglesia llena de gente era algo que no olvidaría nunca. La aceptaban y entendían lo difícil que había sido para Paulo. Estaba en casa, en su hogar, y dispuesto a entregar a su hija a un hombre que la amaba.

Luka vio entonces el brillo de la cruz en su cuello…

El sentimiento de culpa, el miedo y la vergüenza se esfumaron cuando sus ojos se encontraron.

Sophie dio un paso adelante, y cuando su padre soltó su brazo corrió hasta el escudo de sus brazos y la libertad que le daban.

Corrió hacia él.

Luka besó a la novia antes de que comenzase la ceremonia. Necesitaban ese momento, aunque el sacerdote se aclaró la garganta discretamente.

–Estás aquí –murmuró.

–Y tú.

–Siempre.

Paulo se mantuvo de pie, aunque le ofrecieron un asiento. Luka se volvió para darle las gracias a Angela con los ojos. Ella era quien había hablado con la gente del pueblo, quien les había pedido que perdonasen a Paulo.

Hicieron las promesas de corazón.

–Te quiero –dijo Luka–. Siempre te he querido y siempre te querré.

–Te quiero –repitió Sophie–. Siempre te he querido y siempre te querré. E intentaré recordar eso durante toda mi vida… antes de dejarme llevar por mi temperamento.

Nadie entendió por qué el novio soltó una carcajada.

Matteo fue el padrino perfecto, aunque el día anterior Luka le había dicho que la boda no tendría lugar, que todo era mentira. Pero hizo su papel y entregó los anillos.

Luka le puso la alianza y luego metió una mano en el bolsillo de la chaqueta para sacar otro anillo, que puso en otro dedo.

Era un diamante con corte esmeralda que Bella miró con los ojos llenos de lágrimas. Era el anillo que había visto en el escaparate de Giovanni’s y que había soñado que Luka le regalaría…

Pero no había tiempo para pensar en eso. Eran marido y mujer.

Las campanas de la iglesia empezaron a sonar y cuando salieron de la iglesia se encontraron con una auténtica celebración siciliana.

Las calles estaban llenas de gente y había mesas adornadas con cintas y flores. Angela y una vieja amiga ayudaron a Paulo a salir de la iglesia.

–Baila con tu padre –dijo Luka.

Y Sophie lo hizo.

Oírlo reír, verlo tan feliz, tan orgulloso, fue la mejor medicina para los dos… pero luego volvió a los brazos de Luka.

Bella y Matteo estaban bailando, como correspondía al padrino y a la dama de honor. Bella tenía los ojos cerrados, pero Matteo parecía incómodo.

–Está enfadado –dijo Luka–. Cree que ella sigue… quiero que me cuentes qué ha pasado durante todos estos años, quiero saberlo todo.

–Te contaré todo lo que quieras.

–Tu padre parece muy feliz.

–Ahora quiere que tengamos un hijo.

–Podrías decirle que estás…

–Conociéndolo, viviría nueve meses más para comprobar que decimos la verdad.

–Estamos diciendo la verdad –le recordó Luka–. Para siempre.

–¿Este anillo? ¿Es de Giovanni’s?

Él asintió con la cabeza.

–En cuanto terminó el juicio fui a comprarlo. Esos meses en prisión me habían enseñado tantas cosas…

Sophie no quería pensar en lo que había pasado aquel día, en el tonto orgullo al que se había agarrado.

–Es el anillo con el que había soñado –le confesó–. Y estará conmigo para siempre.

–Y yo también.