Capítulo 16

 

Mientras volvía a Bordo del Cielo, Sophie recordó el día que se marchó de allí. Entonces tenía diecinueve años y estaba confusa, dolida y furiosa.

Aquel día también estaba confusa y dolida, pero por razones bien diferentes. Paulo dormía, Bella estaba sentada en uno de los lujosos asientos, oculta tras una cortina porque no quería que nadie viese el vestido que estaba terminando de coser para su amiga.

Sophie iba al lado de Luka, mirando por la ventanilla la tierra que tanto amaba, pero que tanto le había costado.

–Estaba equivocado –murmuró él.

–¿Sobre qué?

–Pensé que mentías cuando dijiste que eras organizadora de eventos, pero no conozco a muchas mujeres que pudiesen organizar una boda en un par de días.

–Es fácil cuando sabes… –Sophie se encogió de hombros–. Bueno, digamos que no me preocupa la tarta o si Teresa ha tenido tiempo de organizar un buen banquete –dijo, mirándole a los ojos–. ¿Cómo puedes pensar en hacerle eso a mi padre, Luka?

–¿Cómo puedes hacernos tú esto a nosotros?

Sophie recordaba esa noche en la playa, confundida, avergonzada y gritándole cuando deberían haber estado besándose.

Recordaba haberle echado en cara los pecados de su padre cuando debería haberlo amado a él.

El avión aterrizó, pero a Sophie no le importaría que volviese a despegar para alejarlos de allí.

–No soy perfecta, pero lucharía por nosotros.

–Bonito discurso. ¿Cuándo has luchado por nosotros? ¿Fuiste al funeral de mi padre? Tú deberías saber que sería terrible para mí volver a casa…

–Iba a hacerlo –lo interrumpió ella– pero acababa de descubrir que mi padre tenía una enfermedad terminal.

–Esa no es excusa para no aparecer el día que te habría necesitado más que nunca.

Tenía razón, pensó ella.

¿Debía contarle la verdad, que de no haber sido por la enfermedad de su padre no habría vuelto a ponerse en contacto con él? ¿Debía decirle que no podía pagar un viaje a Bordo del Cielo, que hubiera tenido que pedirle el dinero para el billete? ¿Un hombre como Luka aceptaría esa patética excusa?

–¿Luchaste por nosotros aquella noche, cuando te rogué que fueras conmigo a Londres?

–No.

–Entonces, ¿cuándo has luchado por nosotros?

–Lo haré ahora.

Luka se levantó sin decir nada más.

–Os acompaño.

Su padre no paraba de toser durante el viaje; el ángel de la muerte parecía ir en el coche con ellos mientras recorrían las calles de su pasado.

Pero aquel era su hogar. Y era precioso.

–¿Te acuerdas…?

Cuando ella tenía ocho años y él catorce había encontrado a Luka llorando por primera y última vez, limpiándose la cara ensangrentada en el río.

–¿Te has caído? –le había preguntado.

–Sí, me he caído.

Mientras se sentaban para comer nectarinas, ella miró sus hematomas, la nariz ensangrentada, el ojo hinchado.

–Un día serás más alto y más fuerte que él.

–¿Quién? –le había preguntado Luka, porque entonces seguía siendo leal a su padre.

–Más alto que todos los hombres del pueblo.

Luka asintió con la cabeza.

–Me acuerdo.

Juntos, como las viñas y las raíces, pasaron frente al colegio que Sophie había tenido que dejar a los quince años para trabajar en el hotel.

–Lloré el día que me fui –le confesó–. Quería aprender poseía, quería estudiar matemáticas.

–Eres muy inteligente –dijo Luka.

–¿Tú crees?

–Ya estamos aquí –dijo Bella cuando llegaron a su calle.

Era igual, pero diferente. La casa de los vecinos había sido reformada…

–Huele a Londres –comentó Sophie arrugando la nariz.

–Os dejo aquí –dijo Luka, después de ayudar a Paulo a bajar del coche.

–¿No quieres tomar un café?

–No, me voy al hotel. He quedado con Matteo.

No quería entrar, no quería ver la pobreza en la que su padre los había mantenido durante años.

–Puede que vaya a dar un paseo –anunció Bella–. Me gustaría ver mi vieja casa, aunque ahora haya otras personas viviendo allí.

Sophie miró a Luka y él se apartó un poco para hablarle en voz baja:

–No le he contado a todo el mundo lo que estoy haciendo porque no quiero que nadie se sienta en deuda conmigo. Mis abogados se pondrán en contacto con Bella, pronto descubrirá que tiene una casa.

La enfermera se llevó a un agotado Paulo a su habitación para ponerle oxígeno y darle su medicación.

–Es tu último día como mujer soltera –dijo Paulo casi sin voz–. Deberías salir con Bella.

–Estoy bien aquí –respondió Sophie.

Era cierto, aunque le resultaba tan raro estar allí otra vez. Además, tenía que pagar a Teresa.

Caminó por las calles del pueblo sin levantar la mirada porque no quería ver la casa de Malvolio sobre la colina. No quería recordar el dormitorio donde Luka y ella habían hecho el amor, y apartó la mirada al pasar frente a la iglesia donde al día siguiente Luka la dejaría plantada.

Entró en la panadería de Teresa y, como había ocurrido la última vez, todas las conversaciones cesaron. Angela estaba allí y Sophie sintió que le ardía la cara mientras se acercaba al mostrador.

–He venido a pagarte.

–No tienes que pagar nada –dijo Teresa. Sophie estaba a punto de dejar el dinero sobre el mostrador y marcharse sin decir una palabra como había hecho años antes, pero cambió de opinión.

–Teresa, imagino que debe de ser difícil para ti saber que mi padre ha vuelto. Solo quiero verme casada con Luka antes de… –Sophie tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas–. Solo hemos venido para eso, para darle a mi padre un poco de paz en sus últimos días. Pronto nos habremos ido de aquí para siempre.

–¿Cómo está Paulo? –le preguntó Angela.

–Muy débil –Sophie dejó el dinero sobre el mostrador–. No queremos ningún problema.

Bella estaba terminando su vestido y Sophie se ocupó de las flores y de limpiar la casa como había hecho tantas veces, pero cuando Paulo despertó anunció que quería visitar la tumba de su mujer.

Fue un largo y lento paseo colina arriba y una agonía volver a casa.

La enfermera se lo llevó, llorando, a la cama.

–¿Otro paseo? –Sophie sonrió al ver a Bella maquillada.

–¿Quién sabe con quién podría encontrarme?

Un minuto después sonó un golpecito en la puerta. Era el sacerdote.

–¿Quieres decirle a tu padre que estoy aquí?

–Sí, claro.

Parecía exhausto cuando entró en la habitación y Sophie pensó que tal vez no llegaría vivo al día siguiente y podría ahorrarse el bochorno. Luka tenía razón, el viaje lo había dejado agotado y visitar la tumba de Rosa se había llevado sus últimas fuerzas.

–El sacerdote está aquí, padre. ¿Quieres verlo?

–Sí, por favor.

Sophie salió al patio y se tumbó en una hamaca al sol, intentando no pensar en lo que estaba pasando, pero su corazón pareció detenerse cuando vio una sombra sobre ella.

–Estás llorando –dijo Luka.

–No, yo nunca lloro, no sé hacerlo. Es que estoy cansada –murmuró–. El sacerdote está con mi padre, confesándolo por última vez. Imagino que tardará mucho.

Luka iba a sentarse a su lado, pero Sophie se apartó.

–Por favor, no seas hipócrita, no me ofrezcas tus brazos para luego apartarlos mañana. Estoy cansada de ser la madre de mi padre, de verlo llorar, de esperar el momento… voy a disfrutar del atardecer y luego, como manda la tradición, me pondré el vestido verde que llevan las novias sicilianas la víspera de su boda.

–Sobre mañana…

–No quiero pensar en eso –lo interrumpió ella–. El día traerá lo que traiga y yo sobreviviré –Sophie levantó la mirada cuando el sacerdote salió al patio.

–Ya se ha confesado.

Y era, pensó Luka, hora de que también él lo hiciera.

Pero no a Sophie.

 

 

Paulo estaba sentado en la cama con un rosario en la mano y una fotografía de Rosa en la otra, pero sonrió al verlo entrar.

–¿Te alegras de estar en casa?

–Mucho. He confesado mis pecados y estoy en paz –Paulo sacudió la cabeza–. ¿Cuánto tiempo pensabais seguir fingiendo por mí? ¿Hasta mi funeral?

–¿De qué estás hablando?

–No soy tonto, hijo. Siempre he sabido que Sophie me mentía. Después de lo que dijiste de ella en el juicio sabía que lo vuestro había terminado antes de empezar.

–Tu hija no perdona fácilmente.

–Es como Rosa –Paulo sonrió–. Además, leía sobre tus conquistas mientras estaba en la cárcel. He visto fotos de las chicas guapas con las que salías.

–¿Y por qué no has dicho nada?

–Sophie creía hacerme feliz diciéndome que alguien cuidaba de ella.

–Pero aquí estás, empujándonos a casarnos cuando sabes que todo es mentira. ¿Por qué?

–Porque estáis hechos el uno para el otro y esperaba que forzándoos a pasar tiempo juntos os dierais cuenta, pero parece que no ha servido de nada.

–No –admitió Luka.

–Es hora de ser sincero. Ahora, mientras aún me queda tiempo –dijo Paulo entonces–. Pagaste mucho dinero para que solucionaran mi caso. ¿Qué pasó para que de repente quisieras verme fuera de la cárcel?

–Siempre pensé que eras un hombre débil –le confesó Luka–. Te veía como el matón de mi padre, pero entonces descubrí algo y me di cuenta de que estabas protegiendo a Sophie –metió una mano en el bolsillo para sacar la cadena con la cruz–. Encontré esto entre las cosas de mi padre.

Paulo dejó escapar un sollozo mientras tomaba la cruz que había sido de su esposa y se la llevaba a los labios.

–Tú sabías que mi padre era el responsable de su muerte, ¿verdad?

–Al principio no –respondió Paulo–. Malvolio quería levantar el hotel en la playa, pero había familias, incluida la mía, que no querían vender sus casas –tardó un momento en buscar aliento–. Le dije a Rosa que deberíamos marcharnos, pero ella se negaba. Decía que alguien tenía que plantarle cara a tu padre, y unos días después murió en un accidente de coche. Malvolio se portó como un amigo… el canalla –Paulo empezó a toser.

–Déjalo, ya está bien.

–No, quiero contártelo. Tu padre me dijo que debíamos dejar a un lado nuestras diferencias y hasta organizó el funeral. Cuando le dije que no podía soportar estar en la casa en la que había vivido con ella me trajo aquí… –Paulo miró la que había sido su casa y la de Sophie–. Tardé unos meses en entender su jugada. Nos había sacado de nuestra casa y yo le había ayudado como un tonto. Nunca amenazó con hacerme daño a mí o a mi hija, solo me decía la «suerte» que tenía de poder cuidar de ella y que nuestros hijos se casarían algún día.

–Pero estaba dando a entender que le haría daño si no hacías lo que te pedía –dijo Luka.

Paulo asintió con la cabeza.

–¿Cuándo lo supiste tú?

–Cuando encontré esa cadena entre las cosas de mi padre, aunque ya sabía que era un corrupto. Por eso dejé de venir a Bordo del Cielo.

–¿Y volviste solo para romper con Sophie?

–Quería romper con todo, pero no fue tan fácil.

–El amor nunca lo es –Paulo le ofreció la cadena.

–¿Por qué me la das?

–Me habría gustado que me enterrasen con ella –el anciano sacudió la cabeza–. Pero entonces Sophie tendría que saber la verdad y nunca te perdonaría. Conozco a mi hija, y saber que tu padre fue el culpable de la muerte de Rosa es algo que nunca podría perdonar. Tírala al mar cuando haya muerto. Yo me llevaré tu secreto a la tumba.

–No es mi secreto –le recordó Luka.

–Puede serlo. Sophie te quiere y tú la quieres a ella. Por favor –Paulo le dio un último beso a la cruz antes de entregársela– no le cuentes nunca la verdad. No es necesario.

Luka se guardó la cruz en el bolsillo y salió de la habitación.

–¿Cómo está? –le preguntó Sophie con una sonrisa cansada.

–Bien.

–¿Y tú?

Luka no respondió. No sabía qué hacer. Su propio padre le había dicho que su amor no sobreviviría a la verdad…

–Estaba equivocada –dijo Sophie entonces–. Debería haber ido a Londres contigo esa noche. Estaba furiosa y lo pagué contigo.

–¿Cuándo has decidido eso?

–Ahora mismo.

–Cinco años después –Luka esbozó una sonrisa–. Has dejado que se pudriese durante cinco años. ¿Tengo que esperar cinco años más para que me digas lo que sientes? ¿Debo esperar que algún día te tragues tu orgullo siciliano?

–Te niegas a darme una oportunidad.

–Así es.