Capítulo 17
RecuerdaS que siempre nos sentábamos aquí? –murmuró Bella mientras movía las piernas en el agua.
–Sí, claro –Sophie sonrió–. Y también recuerdo la pelea que tuve aquí con Luka.
–Hace un día precioso para una boda.
–Una boda que no tendrá lugar.
–Te quiere, estoy segura –dijo Bella–. Luka no te dejaría plantada en el altar. No habría venido hasta Sicilia para eso.
–Me dijo que no se casaría –Sophie suspiró–. ¿Está mal que desee que mi padre muera antes de las tres para evitarle ese bochorno?
–Sí, muy mal.
–Luka es tan cabezota como yo. Critica mi temperamento siciliano, pero también él es orgulloso y me va a dejar plantada.
–Siempre podrías caerte o algo –Bella rio–. O resbalar en una de estas rocas.
–O podría meterme en el agua y sufrir un calambre. Tú tendrías que salvarme, pero habría tragado mucha agua y estaría demasiado débil para ir a la iglesia…
Rieron, sentadas al borde del agua, tristes las dos.
–Que me deje plantada, así la gente de Bordo del Cielo tendrá otro jugoso escándalo. ¡Las chicas han vuelto! –Sophie miraba a su querida amiga, que también tenía miedo aquel día–. ¿Te asusta ver a Matteo?
–Me siento un poco avergonzada.
–Él pagó por acostarse contigo.
–Y si vuelve a intentarlo le diré que ya no tiene dinero suficiente.
Bella se levantó entonces, suspirando.
–Venga, tenemos mucho que hacer.
–Vuelve tú, yo voy a quedarme un rato más.
–Muy bien, voy a hacerle el desayuno a tu padre.
–Gracias.
Una vez sola, Sophie miró los grandes barcos que surcaban el mar a lo lejos. Más lejos que nunca.
Sus ojos se llenaron de lágrimas y se inclinó para enterrar la cara entre las rodillas y llorar por el padre al que pronto perdería, por un futuro sin Luka. Pero, sobre todo, por el amor que había conocido.
Un amor que nunca podría repetirse. Estaba agotada, no solo del pasado, sino del triste futuro. Cuánto odiaba a los poetas a los que no entendía. Necesitaba un poema que le dijera cómo lidiar con un futuro sin Luka.
–Vas a dar un respingo –escuchó su voz entonces– como haces cada vez que me acerco.
–Bueno, nunca he tenido oportunidad de acostumbrarme al sonido de tu voz –dijo ella, secándose las lágrimas con el dorso de la mano–. Así que en el futuro seguiré dando respingos. ¿Cómo sabías que estaba aquí?
–Me lo ha dicho Bella. Matteo y yo volvíamos de…
–¿De tu despedida de soltero?
–En Sicilia no hay despedidas de soltero, tú lo sabes. Pero hemos estado bebiendo casi hasta ahora mismo.
–Deberías irte. Da mala suerte ver a la novia antes de la boda –dijo Sophie, irónica.
–La mala suerte nos persigue. ¿Cómo está tu padre esta mañana?
–Vivirá para ver que dejas a su hija plantada en el altar.
Luka se sentó a su lado.
Paulo sabía por qué no podía seguir adelante con la boda. Pero no debería ser su padre quien tuviera que explicárselo, por eso iba a contárselo él y se preparó para la conversación más difícil de su vida.
–¿Por qué me odias tanto, Luka?
–Hay muchas razones –Luka tomó su mano para romperle el corazón–. ¿Recuerdas la noche que nos separamos? Estabas tan enfadada que te negaste a darme una oportunidad de explicarme y me comparaste con mi padre.
–Entonces tenía diecinueve años.
–Yo también era más joven, acababa de salir de la cárcel y no sabía lo que estaba pasando. Había dicho cosas en el juicio que lamentaba, cosas que hoy no diría. Yo he cambiado, tú no.
–¿Quieres decir que no soy lo bastante sofisticada para ti?
–Quiero decir que sigues siendo de mecha corta –Luka chasqueó los dedos frente a su cara–. Esto es lo que tardas en tomar una decisión. Decides las cosas sin pensarlas bien y nada te hace cambiar de opinión.
Era cierto y ella lo sabía.
–Lamento lo que dije. Estaba confusa, dolida.
–Lo sé. ¿Cuánto tiempo tardaste en ver las cosas desde mi perspectiva?
–No lo sé.
–Casi cinco años. Has tardado todo ese tiempo.
–No, lo supe casi inmediatamente.
–¿Y qué hiciste al respecto? ¿Intentaste buscarme en Londres? ¿Me llamaste para decir que estabas equivocada y querías darme otra oportunidad?
–No.
–Solo ahora admites que puedes ver las cosas desde mi punto de vista, que podrías estar equivocada.
–¿Estás diciendo que tengo que ser perfecta?
–No –respondió Luka–. Me encanta que seas tan testaruda. Me encanta tu fuego puramente siciliano y, sin embargo, eso es lo que nos separa.
–No lo entiendo. ¿Es porque te mentí?
Luka suspiró.
–Cuéntame tus mentiras y tus secretos y yo te contaré los míos.
–¿Por qué?
–Porque la verdad no puede hacernos más daño que las mentiras.
–Soy pobre –dijo Sophie entonces–. Bella y yo somos pobres como ratas. Te hemos engañado con un vestuario prestado.
Luka sonrió.
–Ya.
–¿Lo sabías?
–No, pero sospechaba algo.
–Soy camarera en ese hotel que tú estás a punto de comprar.
–También eras pobre cuando te conocí y entonces te quería.
–¿No te importa?
–El dinero me da igual. Admito que me gusta no tener que preocuparme por él y sí, me agradan las cosas buenas, pero puedo sobrevivir sin ellas. Mi padre tenía mucho dinero y, sin embargo, era el hombre más pobre que he conocido nunca.
–Lo siento.
–¿Que sientes?
–No haber venido a su funeral.
–Da igual.
–No da igual. Mi padre ha hecho muchas cosas malas, pero yo sigo queriéndolo.
–Mi padre era mucho peor que el tuyo.
–Entonces el dolor será mayor. No creo que se pueda borrar el amor, aunque el otro no lo merezca… el amor no es como una pizarra, Luka, no viene con un borrador.
–No puedo convertirlo en un buen hombre porque no lo era, pero hubo veces, cuando mi madre vivía, en las que lo recuerdo con cierto afecto. Después de eso… –Luka sacudió la cabeza–. ¿Qué otras mentiras me has contado?
–Soy la campesina a la que tú desprecias, Luka. Cuando abriste la puerta de tu casa aquella tarde llevaba mi mejor vestido, los pendientes de mi madre, un maquillaje que me habían regalado por nuestro compromiso…
–Lamento tanto haber dicho eso. No puedo retirarlo, solo explicarte que lo dije para librarme de las garras de mi padre. No debería haberlo repetido en el juicio, lo sé. En la cárcel no dejaba de pensar en ese día… ¿y crees que recordaba tu vestido o los pendientes que llevabas?
Inclinó la cabeza para besar el lóbulo de su oreja con tanta ternura, como si fuera lo más importante del mundo para él.
–¿Crees que cuando te toco pienso en tu maquillaje? –movió los labios sobre sus párpados y Sophie empezó a llorar porque sabía que eran besos de despedida–. Te prometo que cuando recordaba esa tarde ni una sola vez recordé el vestido que llevabas. Pensaba en esto –empezó a desabrochar el lazo del vestido, dejando sus pechos desnudos bajo el sol–. Cuando recuerdo ese momento… –Luka deslizó los dedos sobre la seda de sus húmedas bragas y ella gimió cuando introdujo los dedos–. Te recuerdo desnuda… recuerdo hacerte mía por primera vez, recuerdo tus gemidos.
Fue Sophie quien se quitó las bragas mientras Luka desabrochaba la cremallera de su pantalón. Medio vestido, pero con el alma desnuda, la miró a los ojos.
Se enterró en ella y Sophie no intentó contener las lágrimas.
Luka se apoyó en los codos para mirarla a los ojos.
–No quiero que terminemos porque cuando lo hagamos…
–Me dejarás, ¿verdad?
¿Cómo podía hacerle el amor mientras asentía con la cabeza?
Había vivido ese momento solo una vez en su vida. Esa tarde, cuando el perro dejó de ladrar, cuando el resto del mundo desapareció. Pero quería olvidar el pasado y concentrarse en el presente mientras besaba al hombre al que amaba. Besaba su boca, su duro mentón, la cicatriz sobre el ojo… y Luka acabó dejándose ir.
–No –Sophie intentaba contenerse porque sabía que cuando lo hiciera todo habría terminado.
El placer se mezclaba con el dolor cuando se dejó ir porque era el final, pero miró esos ojos de color azul marino mientras Luka le ofrecía una última oportunidad.
–¿Vas a luchar por nosotros? –le preguntó mientras se apartaba para ayudarla a vestirse–. Ahora, después de lo que voy a decirte, ¿lucharás por nosotros como has prometido? –Luka puso algo en su mano–. La encontré entre las cosas de mi padre cuando murió.
–La cadena de mi madre. Entonces tu padre… –Sophie intentó recordar que debía luchar por ellos, pero se sentía acorralada.
–Con esto puedes ganar todas las peleas. Puedes recordármelo una y otra vez, pero yo no puedo vivir así. Mentí bajo juramento para proteger a tu familia, pero no sirvió de nada. He mentido sobre la Biblia, he intentado editar la verdad, pero ya no. No voy a mentir frente a un altar y tomarte como esposa temporal cuando la verdad es que te querré para siempre.
Sophie luchaba contra la ira, contra el dolor y la angustia.
–Me da igual que seas pobre, me da igual que hayas mentido… –siguió Luka–. Uno hace lo que tiene que hacer para sobrevivir, pero yo conozco mis límites. Sé que te quiero, pero no puedo estar toda mi vida pidiendo perdón por algo de lo que no soy responsable. Tengo sueños y ambiciones y no voy a dejar que vuelvan a ponerme de rodillas por culpa de mi padre.
–¿Desde cuándo lo sabes?
–Lo supe cuando murió.
–¿Y nunca antes lo habías sospechado? Tengo que saberlo.
–Recuerdo a tu madre en mi casa, gritando. Estaba furiosa con mi padre porque quería echarla de su casa. Tu padre quería irse de Bordo del Cielo, pero ella se negaba… –Luka perdió la paciencia entonces–. ¡No voy a dejar que nos hagas esto! ¿Quieres hechos? Pues lo descubrí hace un año. Siempre había sabido que era un canalla, pero si tienes intención de diseccionar hazlo con una rana muerta… ellas no sangran y, además, son de sangre fría. La mía es caliente, mi corazón late y no voy a dejar que me hagas esto.
Sophie decidió luchar entonces. Por ellos.
–Me criticas por compararte con tu padre, pero tú me comparas con mi madre. Y no solo tú, sino mi padre, todo el pueblo… cuántas veces he oído «es como Rosa». Y es verdad, yo me parezco a mi madre, pero no soy tan fuerte como ella. Debería haber escuchado cuando el hombre al que quería me dijo que teníamos que irnos de aquí. No lo hice entonces y ahora debo respetar que no puedas casarte conmigo.
–No puedo ser tu falso marido, Sophie, pero tú decides. Estaré en la iglesia hoy si decides que, a pesar de todo, puedes amarme para siempre. Y sé que lo lamentarás si no apareces porque nadie te querrá nunca como te quiero yo.
–¿Me quieres tanto que me invitas a no aparecer?
–Te quiero tanto –la interrumpió Luka– que no voy a aceptar menos de lo que merecemos. Prefiero acostarme con una extraña durante el resto de mi vida que tumbarme al lado de una mujer fría y acusadora. Prefiero tener la mitad de una vida, la mitad de mí mismo, si no puedo tenerte a ti, pero sin rencores, sin recriminaciones –Luka sacudió su orgullosa cabeza–. Yo no soy responsable de los pecados de mi padre y no voy a aceptar que me castigues por ellos.
¡Y Luka la acusaba de ser siciliana!
–No advierto dos veces –siguió–. Mi padre fue el responsable de la muerte de tu madre, pero no dejaré que sus pecados o tu rabia me hagan caer de rodillas. Si vas a la iglesia, debes saber que será para siempre. Ve solo si puedes amarme más que a las sombras de nuestro pasado. Si no puedes, entonces es mejor que no vayas.
Luka la ayudó a colocarse el vestido. Cuidaba de ella como no podría hacerlo nadie más y exigía que ella hiciese lo mismo.
Para siempre.
–¿Y qué harás si no aparezco en la iglesia?
–Nada –respondió él–. Si no apareces no pasará nada. Te desearé suerte para el futuro, aceptaré que lo nuestro no ha podido ser, estaré orgulloso de que hayas tenido el coraje de admitirlo y seguiré adelante con mi vida.
La dejó sin habla.
Aún había que pagar un precio.
¿O habría un futuro brillante para ellos?