EL PAÍS SIN NOMBRE

Es curioso hallarse en un país can rico de historia y cultura pluriseculares que, desde hace unas semanas, no tiene un nombre preciso. Tras la separación de Eslovaquia, Praga es la capital de un Estado, la República Checa, en busca de una denominación, de la palabra a escribir en los mapas y usar en el lenguaje cotidiano. El país, obviamente, ya no puede llamarse Checoslovaquia y mucho menos Bohemia, porque también comprende Moravia y Eslesia; tal vez en checo el nombre más probable, Česko, resulte aceptable, pero por ejemplo la traducción italiana sugerida por alguien, Cechia, suena irreal como los Estados imaginarios de las operetas; un término correspondiente en alemán, Tschechei, se muestra más discutible aún al sentirse en él el tufillo de la infausta nomenclatura nazi.

Esta reticencia y este no ser expresable son propios de Mitteleuropa, cuya historia laberíntica y enmarañada difícilmente consiente establecer identidades precisas y trazar netos confines; también el imperio habsbúrgico se las veía y deseaba para darse un nombre inequívoco, se enredaba con denominaciones en que una conjunción y un guión de más o de menos podían ser fatídicos. Musil decía que quizá ese no ser decible había sido la causa de la ruina del imperio. La ausencia se entona particularmente con Praga, la maravillosa ciudad eslavo-alemán-judía irreducible a cualquier definición unívoca cuya literatura, llena de encantos y espectros, ha evocado, sobre todo, los vacíos y las sombras de la vida, la nostalgia de cuanto en ella falta. Hoy día, en tantas partes de Europa y especialmente en la central, se sustituyen y borran nombres, se desplazan fronteras y cambian carteles, en una mudanza de la historia que acrecienta, como si hubiese necesidad de ello, el desaliento causado por la precariedad de la vida. En Praga y en el país del que es capital, este desencajamiento que en diferentes lugares provoca atrocidades sanguinarias, se produce de manera sumamente civilizada, no solo en paz sino con irónica y recatada melancolía, una buena lección para quien se embriaga de separaciones y divorcios.

Un nombre, sin duda, hace falta; ni un individuo ni un Estado pueden permitirse el lujo de ser Nadie, como Ulises, o de poseer tan solo iniciales como los personajes de Kafka, La tarea de encontrar los verdaderos nombres competería a los poetas, y tal vez alguno de ellos pueda tener la ambición de convertirse en el Bautista y el padre de la patria. Pero es difícil que los escritores checos, con su gloriosa tradición anarquista y picaresca de taberna y café, caigan en la tentación de convertirse en vates. En el delirio particularista que contagia a Europa con la fiebre de proclamar raíces, purezas étnicas e identidades compactas, quizá no estuviera mal que este magnífico país se quedara sin nombre; sería —como los anónimos personajes de Kafka o las mofas gratas a la literatura checa— una lección de verdad humana y de ironía, de tolerancia y humanidad.

2. Praga está transformándose, invadida por McDonald’s y espagueterías, con un ritmo deprecado por praguenses para nada nostálgicos del viejo régimen. La ciudad está rebosante de oficinas de cambio de divisas, literalmente a cada paso; más que en torres, estatuas y pináculos, el ojo se detiene en los obsesionantes carteles «change», «exchange», «re-exchange», verticales y horizontales, de todos los formatos y colores. No hay lugar para abandonarse a la retórica anticomunista, fácil para los occidentales que no han sufrido pobreza y restricciones; estas oficinas tan al alcance de la mano atestiguan una presencia de extranjeros importante para la economía checa y, por consiguiente, para la existencia concreta de hombres y mujeres, para sus necesidades y deseos.

Pero, como cualquier exceso, esa selva exorbitante de «change» resulta caricatural y parece simbolizar un afán por cambiar acelerado como en las películas cómicas del cine mudo, una convertibilidad extendida a toda la existencia. Se comprende lo preocupados que están muchos praguenses por la adulteración de su ciudad. «Queremos ser europeos, no americanos», se oye decir con alusión al estilo de vida. Pero, en Praga, la penetración del estilo de vida americano está paradójicamente confiada más que nada a la economía alemana, es decir, a Alemania, pese a ser rival de Estados Unidos económicamente. La Alemania actual es lo contrario, para bien y para mal, de esa vieja Alemania sacro-romano-imperial que había fundado en Praga su primera universidad y era un fulcro de Mitteleuropa. Hay hoy una Alemania eficiente, económicamente agresiva y culturalmente deslavazada —aséptica, como ciertas mujeres perfectas, bellísimas y para nada deseables— que si por un lado compite con Estados Unidos, por otro es la androide de cierta América de manera y contribuye en la difusión de su modelo. A orillas del Vltava se comprende el deseo, verosímilmente vano, de resistir a esa alemán-americanización; ya en un ensayo escrito cuando era perseguido por el régimen comunista, Havel se preguntaba si la alienación provocada por esa tiranía era además una caricatura de la vida contemporánea en general y del escondido destino de Occidente.

3. La actual incertidumbre del nombre del Estado, o sea, la escisión de Checoslovaquia, es sin duda una derrota para Havel que no va en menoscabo de su rara lección de integridad. Tras haber sido elegido presidente, Havel ha conservado su escueta sencillez de poeta amante de los paseos errabundos más que de los desfiles de los piquetes de guardia, de los cafés y las cervecerías más que de las cancillerías y los castillos; así como ha mantenido las cualidades merced a las cuales ha afrontado sin doblegarse la violencia totalitaria, con la tranquila valentía de quien cree en lo eterno y en un vaso de vino bebido con un amigo más que en la pompa del mundo.

Pero Havel también ha sabido aceptar el prosaico y poco amado peso del cargo presidencial, el sacrificio que este le impone a su gigantesca libertad. Ha demostrado ser capaz de una virtud que los poetas poseen raramente y que atañe a casi todo lo que se logra realizar por el bien de los demás: la responsabilidad. Esta significa entre otras cosas echar cuentas con el precio que es necesario pagar para realizar los ideales propios, ser conscientes de los compromisos que ello comporta en algunas ocasiones y saber valorar, en cada caso, su aceptabilidad o inaceptabilidad. Havel es inmune a ese narcisismo y a esa fácil retórica contestataria que a menudo se dan entre los literatos, listos para indicar metas sociales abstractas e imposibles con el fin de obtener de ello la autorización a desinteresarse de cada pequeño proceso concreto, a tenerle mayor apego al gesto de la protesta que a la causa por la que se protesta, a enardecerse —aun en las polémicas políticas— más por sus reflejos sobre asuntos de camarilla literaria que por la suerte de la gente a su alrededor, a proclamar la imaginación en el poder pero siendo incapaces de imaginar realmente los laberintos del poder y sus desarrollos imprevisibles. Es más fácil creer que se cambia el mundo recitando versos libertarios en el Odéon, como en 1968, que ocupándose de papeleos de gobierno. Havel ha conservado su espíritu rebelde porque también ha sabido asumir las tareas desagradables y grises de la prosa del mundo, dejar durante un tiempo sus queridos mesones y sus tabernas y asentarse en el aburrido Castillo.

4. En Stredokluky, un barrio de Praga, está el estudio de Aleš Veselý, un escultor checo muy bueno. El estudio semeja una granja, abierto como está en medio del campo, y tiene un taller atestado no solo de esculturas en hierro, madera y otros materiales sino, y sobre todo, de objetos e instrumentos de todas clases que Veselý utiliza en su trabajo. Este taller parece una de esas tiendas repletas de cosas, ovillos, canillas, manillares, arpas, telares, maniquíes y todos los cachivaches posibles, descritos con tanto amor en la Praga mágica de Ripellino. En ese proliferar, Veselý se mueve tímido y gentil; su sonrisa abierta y melancólica sugiere la templanza que acaso sea una característica de su gente.

A veces el profano no logra distinguir entre las esculturas y los materiales o incluso los instrumentos preparados para hacerlas, entre la poesía de la obra acabada y la presente en las cosas antes de la intervención de un artista. Las cosas —pero también los gestos, las caras y los paisajes— ciertamente tienen su poesía, y un pedazo de realidad encuadrado en un marco vacío es un cuadro. A lo mejor, en tal caso, no se debería pretender poner en él una firma, el nombre personal de un artista, al igual que quien mira y muestra el romper de las olas no pretende ser mencionado en las enciclopedias aunque, justamente, no se sienta menos poeta que quien tiene el honor de una entrada en ellas. Pero en el almacén y el patio de Veselý, del cúmulo fascinante de las potencialidades poéticas ínsitas en las cosas emergen, únicas e irrefutables, muchas obras espléndidas que en la osadía de formas temerarias llevan la huella del clasicismo; por ejemplo, un buen y trágico Kaddish, la plegaria fúnebre judía, que descuella sobre la realidad circunstante. Esculturas como estas no se dejan confundir con la prolijidad de lo real.

5. Según una postal surrealista que me regalara Václav Jamek, uno de los escritores checos contemporáneos más interesantes, el Danubio pasa por Praga. No me parece raro, al menos en una velada en que se discute sobre mi Danubio. Vuelvo a ver a Eduard Goldstücker, quien me regala sus memorias, Procesos. Dentro de pocos meses cumplirá ochenta años de una vida trabajosa, pero cálida e impávida. Excelente estudioso de Kafka y protagonista de la Primavera de Praga de 1968, Goldstücker, militante comunista desde joven, conoció la persecución fascista y la estalinista, algunos años de cárcel tras la condena sin motivo —en tiempos de Stalin— a cadena perpetua y el exilio después de la represión soviética del sesenta y ocho. Las dificultades y las violencias padecidas no han enflaquecido su valor, su fe en la humanidad, sus ganas de vivir y reír, la bondad de un corazón extremadamente entregado al amor y la amistad, su humor y su gusto por los placeres de la vida.

Para mí es un amigo fraterno y paterno, cuya existencia me hace sentir seguridad. Goldstücker ha conocido los horrores y las oscuridades; hay una trágica ironía histórica en el hecho de que un gran intérprete del El proceso kafkiano como él fuera arrestado hace muchos años una mañana, como Josef K., por una culpa desconocida incluso para sus acusadores estalinistas. Viviendo exiliado desde el sesenta y ocho, Goldstücker no esperaba poder volver a ver Praga, pero la ironía de la historia, benévola esta vez, lo ha reconducido a casa.

En las últimas líneas de sus memorias, dice haber soñado con llevar una existencia individual y haber sido sin embargo uno entre tantos típicos destinos mitteleuropeos; tal vez sea en esta aceptación de una suerte común, en esta capacidad de ser Cualquiera, en lo que consiste la grandeza humana.

13 de febrero de 1993