Capítulo 9
Marla se sentía tan herida y humillada que cuando el carruaje de Drake vino a buscarla la noche siguiente, le dijo a Fearn que le comunicara al cochero que se encontraba indispuesta.
—¿No piensas ir? —le preguntó su hermano, extrañado.
Ella lo miró con gesto furibundo.
—Constantemente me dices que debo acabar con Drake. Y ahora me miras con reproche.
—Sigo opinando del mismo modo. Pero, si se enfurece, puede perjudicarnos y mucho.
—¡Pues me da igual! ¡No pienso ir a la cita! ¡Así que, sal y dile a ese hombre que no iré! ¿Comprendido? —gritó fuera de si, entrando en su habitación.
Fearn no quiso discutir más. Sería inútil. Salió, y comunicó al cochero que Marla no podría ir esa noche.
Drake miró perplejo al hombre cuando le dijo lo que había pasado.
—¿Indispuesta? ¿Qué quieres decir con indispuesta? —inquirió, desconcertado.
—Es lo que me dijeron, señor —repuso el cochero.
—¿No preguntaste qué le pasaba? —insistió su jefe.
El hombre se removió inquieto.
—No, señor.
—¡Maldita sea! ¿Eres imbécil? ¡Deberías de haber indagado, por Dios! —exclamó Drake, furibundo.
—Pensé que no era grave al ver la tranquilidad del joven.
El rostro de Drake se tensó.
—¿Qué joven?
—Un muchacho pelirrojo que salió de la tienda.
Los ojos de Drake se entrecerraron, al tiempo que un latigazo de celos le recorría el estómago.
—¿Algún familiar? —quiso saber.
—Lo desconozco, señor —musitó el cochero.
—¡Pues, cuando te envíe a algún lugar, procura enterarte de todos los detalles! ¡Ahora lárgate! —rugió, colérico, cerrando la puerta en sus narices.
Visiblemente enojado, Larkins se acercó al mueble-bar y se sirvió un vaso de brandy, tragándolo de un solo golpe mientras se preguntaba quién sería ese maldito chico. Con Marla jamás habló de sus relaciones. A decir verdad, apenas conocía su vida. Tal vez ese pelirrojo fuera su prometido.
Sacudió la cabeza con énfasis. No podía serlo. Una mujer comprometida y enamorada no reaccionaba con tanta pasión en los brazos de otro. Y si aún así lo era, él se encargaría de que se apartara de sus vidas. Marla le pertenecía hasta que se hartara de ella.
Miró la mesa, y luego las velas encendidas. Con un gesto de rabia empezó a apagarlas.
—¡Qué ocurre ahora! —bramó al escuchar los golpecitos en la puerta.
La doncella abrió temerosa.
—Señor, un caballero desea veros. Es el señor Sloan Sullivan. Dice que le urge.
Drake le dio la espalda y se sirvió otro buen trago. No estaba de humor para hablar de negocios. De todos modos, decidió recibirlo. Necesitaba despejar la mente, olvidar por unos minutos a esa hechicera erótica que tanto lo perturbaba.
—Acomódale en el despacho —le ordenó. Apuró la copa y se encaminó hacia el despacho.
Sullivan, al ver su expresión hosca, supo que no había elegido el momento oportuno para hablar con él.
—¿Qué te trae a estas horas a mi casa? —le preguntó, sentándose tras la mesa con voz acerada.
Sloan no le gustaba. Era el típico noble que vivía a costa de la riqueza de su padre, y si no recibía lo suficiente para sus vicios, recurría a todo tipo de artimañas para salir del atolladero. Por eso había acudido a él dos meses atrás solicitando un préstamo de mil libras.
—Si no es buen momento, puedo esperar —respondió Sullivan, incómodo.
Drake dejó escapar un suspiro, y acomodó la espalda en la silla.
—Temo que dará lo mismo hoy o mañana. Deduzco que continúas teniendo problemas. ¿Me equivoco?
Sloan forzó una sonrisa.
—Digamos que contratiempos. Necesito unos días más para saldar la deuda. Mi padre está de viaje, y no he podido contactar con él. Regresa el sábado… Supongo que no te importará. Sabes que siempre he respondido.
Drake Larkins lo estudió con frialdad. Su timbre de voz era indeciso, incluso denotaba temor. Estaba mintiendo.
—Sí, hasta ahora. Sin embargo, han llegado rumores de que tu padre se niega a darte un penique más.
—¡Chismes sin fundamento! Ya sabes cómo son esas cosas —respondió Sullivan, intentando mostrar indiferencia.
Pero el leve movimiento convulsivo de su labio superior le indicó al anfitrión que había dado en el clavo.
—Soy un desconsiderado… ¿Una copa? ¿Oporto o algo más fuerte? —le ofreció con una sonrisa seductora.
Sloan conocía ese gesto, y su corazón se aceleró. No sería fácil convencer a Larkins.
—Wiskie —musitó con la boca seca.
Drake se lo ofreció, y volvió a sentarse.
—Efectivamente, Sloan. Sé cómo funcionan las habladurías. Y generalmente, se basan en algo que puede ser verosímil. Ya me conoces. Soy como un sabueso. Si me interesan, investigo. Y lo he hecho.
El rostro de Sullivan palideció, y después tragó la copa con dedos temblorosos.
—Yo te… —balbució.
—Sloan, sé que tu padre te ha cortado la asignación, y que no dispones de líquido para pagarme —continuó Drake, mirándolo con ojos implacables—. Ahora, dime qué quieres que haga.
—Pues... Darme tiempo. Los amigos están para ayudarse, Deake —contestó el visitante, encendiendo un cigarro.
Larkins dejó de sonreír. Su rostro adquirió un rictus de dureza.
—¿Amigos dices…? Nunca lo hemos sido. Lo único que nos une son los negocios. En otras ocasiones he cedido porque sabía que pagarías. Pero ahora la situación ha cambiado, y quiero que sepas que jamás juego con mi dinero. Que no estoy dispuesto a perderlo. Si no puedes abonar el préstamo, deberé quedarme con la casa que hipotecaste.
Sullivan se levantó con el rostro demacrado.
—¡No puedes hacer eso! —exclamó, angustiado.
—¿Olvidas que me la cediste en garantía?
—Pero... ¡lo hice creyendo que no te atreverías a quitármela!
Drake hizo oscilar la cabeza con gesto condescendiente.
—Sloan, todos saben lo duro que soy en los negocios, incluso tú... Ahora no te lamentes, y acepta el resultado como un hombre.
—Dame más plazo. ¡Juro que pagaré!
—Lo lamento. No.
—¡Jamás te entregaré la mansión! —bramó Sullivan, golpeando la mesa.
Drake no se alteró.
—En ese caso, te denunciaré e irás a la cárcel.
Sloan se dejó caer en la silla con la frente empapada de sudor.
—Por el amor de Dios, no lo hagas. ¿No comprendes que matarías a mi padre? —jadeó, horrorizado.
—Debiste pensar antes. Además, ¿quién sabe? Unos meses entre rejas pueden hacerte comprender que la vida que has llevado hasta ahora no era la más prudente —contestó Drake con frivolidad.
—¡Maldita sea, Drake! Si haces eso, te mataré —siseó Sloan Sullivan con el rostro encendido.
—Pero antes, deberás desalojar tu querida mansión. Ahora que todo está resuelto, será mejor que te marches —dijo Larkins, levantándose.
—Esto no quedará así. Lo juro —le amenazó Sloan, abandonando el despacho.
La boca de Drake se curvó en una sonrisa perversa al extraer el documento que lo acreditaba como beneficiario en el caso de no serle abonada la cifra acordada por el solicitante. Era una de las mejores mansiones de todo Londres.
Sin dejar de sonreír, guardó el papel en la caja fuerte, pensando que, al final, la noche no había sido tan decepcionante.