Capítulo 23

 

 

Durante dos angustiosos días, Drake permaneció al borde mismo de la muerte. Marla continuó a su lado incansable, utilizando todos sus conocimientos de las plantas para intentar curarlo. Y lo logró. Finalmente la peligrosa herida no se infectó, y Drake despertó más aliviado.

Miró a Marla, que dormitaba en una silla. Su rostro mostraba agotamiento, pero aún así, le pareció la mujer más hermosa que existía sobre la faz de la Tierra.

Intentó cambiar de posición, y masculló un juramento al sentir un terrible dolor en el pecho.

—No te muevas, o la herida se abrirá —le avisó ella, despertando sobresaltada.

—¿Qué ha pasado? ¿Y Maximiliénne? ¿Está bien?

Ella se tensó al ver su preocupación por esa mujer. Era evidente que le importaba de verdad, y eso le provocó un gran dolor.

—A salvo con Marguerite. Iré a buscarla —contestó con frialdad.

—Marla… No...

Ella cruzó la puerta, intentando no llorar.

—¿Ha empeorado? —le preguntó Marguerite al ver su rostro afligido.

—Está fuera de peligro… ¿Y la marquesa? Quiere verla. Por favor, vete a buscarla. Yo iré a acostarme. Estoy agotada.

Oui, mon petite. Duerme y descansa.

Marla subió las escaleras mientras Maximiliénne entraba en la habitación de Larkins.

—¿Cómo estás? —le preguntó.

—Hecho una piltrafa… Por suerte tú estás a salvo —respondió él, esbozando una sonrisa forzada.

—Siento haberte abandonado —dijo ella, avergonzada.

—No tuviste otra opción… ¿Cómo me encontrasteis?

—Marla nos dijo dónde estabas… —Drake entrecerró los ojos—. Lo vio en un sueño… ¿No es asombroso? Había oído hablar de estas cosas, pero nunca pensé que fueran ciertas. Pero Marla nos ha demostrado que sí… ¿Es una adivina? —inquirió Maximiliénne, sentándose al borde de la cama.

—Una hechicera perversa —masculló Drake entre dientes.

—¿Perversa? ¡Oh, no lo creo! Fue ella quien curó tu herida. Hasta se atrevió a coserla. Te ha salvado la vida.

—Me preguntó por qué lo hizo —musitó él.

—Por amor.

Drake sonrió con desgana.

—Marla me odia. Ni tan siquiera se ha molestado en averiguar cómo me encontraba al despertar. Le pregunté por ti, y aprovechó la ocasión para largarse de mi lado.

Maximiliénne, sonriente, le apartó los cabellos de la frente.

—¿Nunca le has hablado de mí, verdad?

—No he tenido ocasión.

—Marla cree que me amas.

—Y es la verdad.

—Pero no como a una mujer… —Arrugó la frente—. Drake, lo único que siente ella son celos. Deberías aclarar la situación, o la perderás para siempre —le aconsejó.

—¡Me da igual, no la amo! —exclamó él, removiéndose inquieto, lo que le provocó un gemido cuando el dolor lo traspasó como un cuchillo.

—No te muevas. Debes permanecer tranquilo.

—Prometo que lo haré si no insistes en esa estupidez —refunfuñó.

Maximiliénne sacudió la cabeza en señal de desacuerdo.

—Lo que tú digas…

—Esa mujer hizo un conjuro para que me volviese loco por ella. La deseo, sí. Pero no la amo. Y juro que en cuanto salga de ésta, la apartaré de mi vida… No estoy dispuesto a estar supeditado a sus caprichos. Ni al de ninguna mujer… ¿Comprendido? —replicó él con gesto hosco.

—Como quieras… Sin embargo, sigo opinando que estás cometiendo un error. Marla es una muchacha encantadora, bella, y que muere de amor por ti.

—¡Me da igual! —rugió Drake.

—Veo que mon ami inglés ya está mejor —dijo Marguerite, entrando en la habitación con una bandeja de comida.

—Su malhumor es el de siempre —rió Maximiliénne.

—¿Cómo está la situación? —preguntó Drake.

—Han condenado al rey a la guillotina —contestó la ramera.

Mon Dieu! —gimió Maximiliénne.

—Marat se ha vuelto loco. Nunca pensé que cumpliera su amenaza. Debemos salir de Francia cuanto antes —propuso el herido.

—No podréis hacerlo hasta que sanes. Es imposible que viajes en este estado —le recomendó Marguerite.

—No queda otro remedio —decidió él, intentando levantarse con un sobrehumano esfuerzo. No pudo. Su rostro se contrajo en un rictus de infinito dolor.

—¿Lo ves? Drake, tranquilo. Nadie sospecha de ti, y aquí estáis a salvo… Ahora come un poco. Tienes que coger fuerzas. Te he preparado un caldo que...

La irrupción de una criada en la habitación la interrumpió.

—¿Qué ocurre, Jeannette?

—¡Unos soldados están registrando el burdel! ¡Buscan a un inglés! —exclamó aterrorizada.

El rostro de Drake empalideció.

—Calma. Iré a averiguar a quién buscan exactamente. No os mováis ninguno —indicó Marguerite.

—Sabía que esto no podía salir bien. Acabarán cortándome la cabeza —musitó Maximiliénne, intentando controlar el terror que la invadió.

—Nadie te dañará. Te irás ahora mismo, junto con Marla —decidió Drake.

—Has venido a ayudarme, y no te dejaré a manos de esos criminales —objetó ella.

—Maxi, si te encuentran conmigo la situación se agravará. Sólo podré convencerlos que están en un error… No olvides que gozo de la amistad de Marat. Él me sacará de ésta —aseguró él con una sonrisa tranquilizadora.

—¿De veras confías en ello? Marat no tendrá piedad si descubre que le has traicionado; ni tampoco le importará que seas inglés. Te condenará sin remordimientos a la guillotina.

—Soy muy convincente, Maxi. Vamos. Sal con cuidado, y ve a contar lo que ocurre a Marla. Después os enviaré a Pierre, y seguid sus instrucciones.

—Pero...

—Haz lo que te digo, por favor… Es la mejor solución.

—No permitas que te maten. Hay dos mujeres que te echarían mucho de menos… ¿De acuerdo?

Drake sonrió con tristeza.

—Sé de alguien que se alegrará de esto.

—Si lo dices por Marla, te aseguro que...

—Maxi, no hay tiempo para charlas triviales —la interrumpió él con cierta aspereza.

Ella lo besó en la mejilla.

—Nos veremos en Londres… ¿Prometido?

—Prometido —musitó él mirándola mientras abandonaba la habitación.

Unos minutos después, Marguerite entraba con el rostro arrebolado.

—Drake, te buscan a ti. Alguien te ha delatado… Levanta, tienes que salir de aquí.

Él sacudió la cabeza con gesto de derrota.

—No puedo dar un paso.

—¿Vas a rendirte? ¡No puedo creerlo! ¿Has perdido el juicio? —quiso saber ella, incrédula ante lo que oía.

—Por supuesto que no. No tienen pruebas… Y eso me favorece, junto a mi nacionalidad. Procurarán asegurase muy bien de mi culpabilidad antes de condenarme.

—¿Y la herida, que dirás?

—Una pelea por una puta… ¿No suele ocurrir? —dijo él, curvando la boca en una irónica sonrisa.

—Esto no saldrá bien. No —masculló ella.

—¿Has explicado lo que ocurre a Pierre?

—Ya está saliendo con las dos, camino al puerto.

—Bien —susurró él, mostrando alivio.

—¿Y ahora?

—Trae a los soldados.

—¿Qué…? ¡Sin duda la herida te ha trastornado! No pienso hacer nada parecido —se negó Marguerite.

—Debes hacerlo ya, o caerás conmigo por ocultarme. Vamos… ¡Hazlo! —ordenó él con tono que no admitía negativa.

Ella obedeció, y pocos minutos después entraban los soldados revolucionarios.

—¿Eres Drake Larkins? —le preguntó el castrense que estaba al mando.

—El mismo... ¿Qué queréis de mí? —respondió el prestamista de Londres, sin mostrar el menor síntoma de nerviosismo.

—Se te acusa de traición, ciudadano.

Drake estalló en carcajadas.

—¿Cómo dices? ¿Yo un traidor? ¿A qué? Y una aclaración importante, no soy francés.

—El origen no importa cuando se conspira contra Francia —replicó el suboficial.

Drake contrajo el rostro al moverse.

—¿Estás herido?

—Una reyerta. A veces conseguir a una puta buena es difícil —contestó él, riendo con socarronería.

—Cierto… El señor Larkins llegó hace tres noches y un borracho se enfrentó a él. No pudimos evitar la riña... Como buen cliente, decidí acomodarlo hasta que pudiese caminar. Por lo que no comprendo cómo lo acusas de traición. Del puerto vino directo aquí… ¿No será otro inglés al que buscáis? —intervino Marguerite, siguiendo el juego con total distensión.

—Las instrucciones han sido claras. Y, además, llegan de lo más alto —replicó el sargento, mirándola con gesto circunspecto.

—Sin duda, son equivocadas. Este hombre es inocente de todo lo que se le acusa. Él no tiene nada que ver con la nuestra revolución. Es absurdo que se inmiscuya en algo que, como ciudadano inglés, le es indiferente. Él sólo busca los placeres de París.

—¿Osas dudar del ciudadano Marat?

Drake alzó las cejas.

—¿Jean Paul…? ¡Cielos! ¡Hace siglos que no lo veo! ¿Cómo sigue de su espalda? Hace unos meses lo estaba torturando.

—Tú mismo podrás comprobarlo en cuanto te llevemos ante él.

—Será un placer acompañaros, ciudadanos... Marat y yo hicimos una apuesta. Perdí y como caballero que soy, debo cumplir el pago. Claro que tendrás que ayudarme… No puedo dar un paso. La herida. ¿Recuerdas…? —dijo Drake, mostrándose complacido.

—No hay problema —contestó el suboficial. Alzó la mano y sus subordinados cargaron a Drake.