Capítulo 24

 

 

Los soldados dejaron al herido inglés sobre el sillón mientras la puerta del fondo se abría dando paso a un hombre de rostro duro.

Drake pensó que el varón que tenía ante él no se parecía en nada al que había conocido años atrás. Dudaba mucho que su pasión por la filosofía y la búsqueda de remedios para aliviar el mal de los enfermos, formaran ahora parte de su vida; no después de haber permitido la masacre de los encarcelados contrarios a la revolución en el mes de septiembre.

—¡Salid! —les ordenó Marat a los soldados, mirando fijamente a Drake.

—¿Qué tal, amigo? ¿Cómo va la revolución? Veo que te has convertido en un pilar importante de ella. Con franqueza, se te echa de menos en Londres. Ya sabes… Los salones de juego están muy aburridos sin tu presencia —dijo en tono distendido.

—Ahora tengo una meta más importante que perder el tiempo en asuntos banales —respondió Marat, sentándose tras la mesa de su amplio despacho.

—¿Como incitar al pueblo que mate a los aristócratas? Pensé que un filósofo y científico defendía la vida —replicó Drake.

El político de origen sardo-suizo lo fulminó con la mirada.

—¿Acaso consideras que debo dejar vivir a los que han llevado al pueblo de Francia a la opresión y al hambre?

Drake levantó los hombros con aire indiferente.

—Por lo que a mí me concierne, me da igual que los guillotines a todos... Aunque, pienso que te has complicado mucho la vida, amigo. Ejercerías la misma influencia desde las páginas de un periódico, y te ahorrarías que alguien criticara tu política.

—¿No has cambiado, verdad? Drake Larkins continúa pensando que no hay nada más importante que él mismo. Imagino que tu máxima ambición en esta vida si siendo incrementar tu fortuna.

—Y acostarme con muchas mujeres —apostilló el aludido—. Cuando me conociste en el salón de juego era pobre como las ratas, y tú un afamado filósofo y científico que soñaba con conseguir la igualdad entre los hombres… Pues bien, yo me he igualado a esos potentados que antes me despreciaron. Como puedes ver, he seguido tus sabios consejos, y mi situación social en Londres es inmejorable.

—Observo que ahora esa mejoría brilla por su ausencia —comentó Marat, observando sus ojeras y la barba que le cubría el rostro, sin poder evitar una leve sonrisa.

Cuando el ahora influyente miembro del Partido Jacobino vio por primera vez a Drake, éste era un muchacho de 18 años de edad, callado y temeroso de cometer una estupidez que lo llevara de nuevo a la calle. Pero con el tiempo, adquirió esa confianza de los que se niegan a ser hundidos, y se aferró a cualquier oportunidad que le era ofrecida. Supo aprovecharla, y al tiempo que su pobreza se alejaba, también sus escrúpulos. No le importaba pisotear a nadie si con ello obtenía beneficio traducido en libras. Y debería repugnarle su actitud. Sin embargo, le era imposible; porque como bien había dicho, a pesar de que sus ideales eran muy opuestos, en realidad no eran tan distintos el uno del otro.

Drake sonrió distendido.

—Indudablemente, no estoy en mi mejor momento. El tipo era enorme, y se ensañó conmigo... Pero ya me conoces, cuando hay una mujer por medio… Peleo por lo que quiero sin pensar en las consecuencias.

—¿Y qué es lo que deseas, Drake?

—En estos momentos, que me expliques qué demonios ocurre… ¿Qué es eso de la traición? ¡Nunca escuché tamaña estupidez! —respondió, revolviéndose en el sillón.

—También lo pensé… De todos modos, no puedo relajarme ni contigo, y debo investigar cualquier acusación. Los tiempos para la causa son peligrosos.

Drake entrecerró los ojos.

—¿Acusación? ¿De quién?

—Eso es lo de menos.

—¡Ah, no! Insisto en saber quién es el bastardo mentiroso que me delata —protestó Drake.

—Lo sabrás en cuanto llegue a una conclusión.

—¿De verdad crees tamaña falacia? Me sorprendes, amigo —dijo Drake con gesto ofendido.

—Como he dicho, todo es posible en estos períodos duros. Ya han sido varios los amigos que me han engañado.

Drake lanzó un suspiro.

—Y bien…. ¿Se puede saber qué he hecho?

—Nos han informado que ayudas a ciudadanos condenados por sus crímenes a salir del país.

Drake estalló en una carcajada sonora.

—¡Por Cristo! ¿Yo…? ¿Para qué? Jean Paul, sabes que soy un degenerado sin alma. Lo único que valoro en este mundo soy yo mismo. Lo que hagan los demás me tiene sin cuidado, y sus miserables vidas también… —Arqueó las cejas—. Por favor. ¿Piensas realmente que un tipo así expondría la vida por salvar la de otros? Ese informador ha perdido la cabeza, o quiere perjudicarme a causa de una rencilla de faldas, o algún negocio del que salió escaldado porque yo jamás perdono una deuda... Sí… Sin duda se trata de eso.

—Es posible —admitió Marat sentándose tras la mesa, mientras encendía un cigarro.

—No lo dudes, amigo. Además, vuestra revolución nunca me ha interesado; como bien sabes… Y con referencia a los nobles, odio tanto como vosotros a estos insoportables estirados y explotadores... Jamás me trataron bien. Todo lo contrario. Lo único que conseguí de ellos es desprecio y pobreza. Por mí, podéis cortarles el cuello a todos… ¿Me das un cigarro? Llevo tres días sin fumar.

Marat le encendió uno y se lo entregó, escrutándolo detenidamente.

—¿A qué has venido a París?

—Estaba harto de Londres… Pensé en divertirme un poco. En confianza… No hay burdeles en Inglaterra como los que regenta Madamme Marguerite.

—¿Conociendo la situación? —inquirió Marat, escéptico.

Drake se alzó de hombros.

—Como inglés no pensé que estuviese en peligro. Pero veo que me equivoqué. Claro que tú aclararás la situación… ¿No es así?

—Estoy en ello. Aunque me ayudarás. Espero…

—¿No lo estoy haciendo? He negado la acusación. ¿Qué más quieres?

—Pruebas.

Drake miró los ojos negros de Marat fijamente.

—¿Hablas en serio? Jean Paul, me decepcionarías si creyeras a ese hijo de perra. Soy tu amigo. Jamás te perjudicaría. Lo único que tienes que hacer para apartar la duda es decir quién es el maldito delator. Estoy convencido que lo conozco, y que quiere venganza por algo en lo que lo he perjudicado.

—¿Estás seguro que no eres culpable? Te conozco, sí… Por ello dudo… Tal vez, no tengas escrúpulos, y aceptes dinero de los nobles para salvarles el cuello —opinó Marat con expresión impasible.

—¡Es la mayor estupidez que he estuchado en la vida! Adoro el dinero, pero no soy imbécil, Jean Paul… Jamás salvaría el cuello de nadie si con ello pongo el mío al pie de la guillotina. Por favor, eres un científico, un filósofo. Piensa un poco, hombre de Dios… ¿De verdad piensas que actuaría así? Dime el nombre de ese hijo de perra, que juro traértelo para que tú mismo sueltes la cuerda para rebanarle la cabeza delante de mí —se encrespó Drake.

Marat aplastó la colilla en el cenicero. Ciertamente, Drake no era tan idiota.

—¿Te suena Paul Vignerot?

Drake dejó escapar el humo del cigarrillo con calculada lentitud.

—Me relaciono con su madre en Londres. Es una vieja clienta.

—Que huyó de Francia, junto a su hijo, cuando fue acusada por la Comuna.

—No suelo indagar en el pasado de mis clientes. Si me reportan dinero, eso me basta —contestó el prestamista con impasibilidad.

—¿Se molestó contigo por alguna deuda o hipoteca? —quiso saber Marat.

—Bueno, que yo sepa, nunca tuvimos el menor problema.

—Entonces, ¿podrías explicar el motivo de su acusación?

—Pues... la verdad, no sé qué decirte —contestó Drake con franqueza.

Marat lanzó un hondo suspiro.

—En ese caso, tienes serios problemas, amigo.

—¡Maldita sea! ¿Acaso no has escuchado que me declaro inocente? —se exasperó Drake, contrayendo el rostro. La herida lo estaba torturando.

—El barón dice que lo ayudaste, junto a su madre, a escapar de Francia. Si no es cierto… ¿Por qué acusa al hombre que los ayudó a salvar la cabeza? —preguntó Marat con gesto hosco.

Drake se removió inquieto en el duro sillón. ¿Por qué Paul había cometido tamaña vileza? Siempre se relacionaron amigablemente, incluso cuando lo envidiaba por tener a la mujer que deseaba…

—¡Eso es! —casi gritó, aliviado.

—¿Sí…? —inquirió Marat en apenas un murmullo.

—Paul quiere arrebatarme a Marla. Supongo que es el único modo que ha encontrado ese hijo de perra para conseguirlo. Sabe que no tiene la menor posibilidad que ella lo acepte. Aunque si muero, todo puede cambiar a su favor, claro.

—Desgraciadamente, esa explicación no es una prueba tangible, Drake —objetó el político galo.

—¿Y qué quieres? No puedo ofrecer nada más. A excepción de mi palabra. Y sabes que es sagrada, Jean Paul. Vamos, amigo. Sé coherente, que es un asunto de faldas... ¿Acaso ves en mí a un héroe altruista? Alguien con principios jamás habría apostado por la cabeza del rey... Por cierto, has ganado la apuesta. Felicidades. ¿Cuándo será la ejecución?

—Dentro de muy poco.

—¿Tendré el honor de acompañarlo en caso de ser condenado? Sería una muerte gloriosa —rió Drake.

—No digas estupideces —gruñó Marat.

—Si he de ser ajusticiado por una supuesta traición, prefiero ser recordado como el hombre que murió tras Luis xvi... ¿No me concederás ese último capricho, Jean Paul? —continuó bromeando Drake.

Marat se levantó con gesto enojado.

—Veo que no comprendes la situación en la que estás metido.

—Por supuesto que entiendo. Aunque… ¡diablos! Lo que no llego a explicarme es que creas a ese marqués explotador antes que a un amigo —replicó Drake, borrando ahora la sonrisa de su rostro.

—¿Es bonita la muchacha? —quiso saber Marat, sirviéndole una copa de brandy.

—¡Por Cristo, una belleza única! —suspiró Drake, añadiendo—: Y en la cama...

—Mmm, me imagino… Y supongo que también acomodada.

Drake negó con la cabeza mientras daba un trago largo.

—Marla pertenece a la clase baja, y se gana la vida trabajando. Es irlandesa, y todo un carácter… Y una bruja seductora.

—Todas las mujeres lo son —rió Marat.

—Estoy hablando empíricamente. Marla practica la brujería.

—¿De veras? Interesante… ¿Y ha utilizado sus artes contigo?

—Del peor modo… Me tiene embrujado. No puedo pensar en otra mujer. Por eso decidí venir a París. Supuse que aquí conseguiría olvidarme de ella… Pero, amigo, no he podido. Ese borracho me impidió retozar con opulenta la puta que había elegido —dijo Drake, apurando la copa.

Marat sacudió la cabeza con incredulidad.

—¿De verdad crees en esas patrañas?

—Ahora sí… En serio. La he visto en acción. Incluso en una ocasión tuvo una premonición que se cumplió. Lo juro… Y esa muchacha tiene ambiciones… —Carraspeó un poco—. Le gusto yo, pero como sabes, no soy hombre que se comprometa. Así que, supongo que le habrá echado el ojo a Paul. Ese hijo de perra debe estar desesperado, y cree que mi muerte será la solución… Amigo, ésa es la única verdad. Y si aceptas su palabra, lo único que harás es favorecer a un maldito aristócrata que merecía caer bajo la guillotina y se te escapó de las manos, burlándose de ti —concluyó Drake con tono irritado.

Marat se quedó pensativo durante unos segundos.

—Francamente, no me apetece beneficiar a un perro aristócrata… Aunque, tienes que reconocer que tus explicaciones son un poco rocambolescas. ¿No crees?

—Tal vez —musitó Drake, jugueteando con la bolsita que colgaba de su cuello—. Pero propias de mí.

—Tus gustos en joyas han empeorado. ¿Puedo? —rió Marat.

Drake le entregó la bolsa, preguntándose también que contenía. Cuando las hierbas y el cuarzo cayeron en la mano de su amigo, supo que Marla se las puso para protegerlo.

—¿Qué rayos es esto? —inquirió Marat, perplejo.

—Hierbas protectoras. Es un regalo de mi adorada bruja —contestó Drake, sonriendo, mucho más relajado.

Marat soltó una sonora carcajada. Su rostro se distendió. Sin embargo, Drake sabía que era un espejismo. Aquel hombre que en antaño admiró, ahora era prácticamente un monstruo sin entrañas, elaborando día tras día lista de supuestos traidores para enviarlos a la muerte sin el menor síntoma de misericordia.

—Sin duda han surtido efecto. Dale las gracias en cuanto te reúnas con ella —observó en voz baja el dirigente francés, volviendo a meter los amuletos en el saquito.

—¿Significa que me absuelves? —le preguntó Drake con el corazón latiéndole con fuerza.

—No puedo hacer otra cosa. No hay pruebas de traición. Y… ¡qué demonios! Antes creo en la palabra de un golfo como tú que en la de un perro aristócrata —dijo Marat, soltando un suspiro.

—¡Eres un hombre inteligente! —exclamó Drake, intentando alzarse. No pudo. El dolor lo traspasó como una daga, y ahogó un grito.

Marat se acercó a él, y estudió la herida.

—La costura es perfecta. Te han atendido a la perfección, y no hay infección.

—Veo que aún recuerdas las clases de medicina —bromeó Drake con una mueca crispada.

—Hay cosas que nunca se olvidan. Espero que tú no lo hagas. Si descubro que me has traicionado, juro que pagarás con tu vida. Estés en Francia, o en el confín del mundo… Nadie se burla de Marat… ¿Comprendido? —afirmó glacial, apartándose.

—No te pongas melodramático. Eso no ocurrirá. Por cierto… He salido con tanta precipitación del burdel que no he podido coger el dinero para cancelar la apuesta. ¿Te importa que salde la deuda en otra ocasión?

—Puedes guardar el dinero. La satisfacción que siento por destruir al último Borbón de mi país ya me compensa con creces —aseguró Marat con un rictus malévolo.

Drake tragó saliva. Debía salir de ahí cuanto antes, o aquel despiadado político podría arrepentirse de su decisión.

—¿Te importa que regrese a la cama? Estoy realmente dolorido, Jean Paul. Tus soldados no me han tratado precisamente con delicadeza.

—Te pido disculpas. ¿No veremos en otra ocasión?

—Sin duda y espero que en circunstancias mucho más agradables. Toma nota que estás invitado a una copa en cuanto llegues a Londres —invitó Drake, levantándose luego con bastante dificultad. Marat le estrechó la mano con una sonrisa.

—Me alegro que todo esté solucionado. Hubiese lamentado perder a un amigo —comentó, entregándole la bolsita.

—A mí ya me ha ayudado. Toma —dijo Drake, ofreciéndosela.

Marat la rechazó.

—Puede que creas firmemente que esto ha sido la causa de tu liberación. Sin embargo, yo no creo en esas supercherías. Estamos en la era de las luces y la ciencia.

Drake volvió a colgársela.

—Una vez alguien me dijo que no despreciara los misterios que aún nos son insondables. Y con franqueza, he seguido el consejo... ¡En fin! Espero que consigas lo que siempre te has propuesto, amigo —dijo en tono neutro, alejándose hacia la puerta.

—Estoy en ello y ten por seguro que Francia, en mis manos, saldrá de la oscuridad para sumergirse en la luz… Habla con Jean. Te llevará en carruaje a casa de Madamme Marguerite… Y como médico, te aconsejo que reposes durante una buena temporada. No será fastidioso teniendo en cuenta el lugar donde estarás —bromeó Marat.

—Gracias por todo, amigo —se despidió Drake.

—¡Ah! Espero que Vignerot no se lleve a la hechicera.

Drake se volvió. Sus ojos azules lanzaron chispas iracundas.

—Te aseguro que no lo hará. Porque, juro que lo mataré —sentenció.