Capítulo 10

 

 

Al día siguiente, Drake Larkins ya no pensaba lo mismo. La dicha por haber obtenido la mansión de los Sullivan se apagó. Ahora la única sensación que sentía era una gran carencia. Inexplicablemente y por primera vez, añoraba a una mujer. A una mujer que podía estar en los brazos de otro. Y ese pensamiento lo atormentó de un modo brutal. Marla le pertenecía, al menos hasta que decidiera alejarla de su vida. Se lo haría comprender esa misma noche, cuando acudiese a su habitación.

La desazón se convirtió en un estallido de ira cuando el cochero le comunicó que Marla tampoco acudiría a la cita.

Colérico, se vistió de calle y salió de la casa. Marla estaba jugando con fuego, pero le demostraría que si continuaba burlándose de él acabaría quemada. Subió al carruaje, y unos minutos después llegó a Cowstreet.

El lugar estaba desierto a esas horas de la noche. Sólo los gatos y un pordiosero andaban por entre la montaña de escombros que «perfumada» el lugar con un aroma fétido y vomitivo. Contrayendo la nariz se plantó ante la tienda.

El edificio constaba de una sola planta medio en ruinas. Sus paredes desconchadas denotaban la falta de recursos de sus propietarios, y le fue difícil imaginar porque Marla se empeñaba en conservar algo tan sórdido.

El cartel que colgaba del cristal de la puerta indicaba que la tienda estaba cerrada. Tiró de la campanilla y golpeando el suelo con el pie, aguardó impaciente.

Fearn miró al hombre impecablemente vestido, y su rostro se contrajo en un rictus de inquietud.

—Ahí está el dragón —le avisó a Marla.

Ella atisbó con cuidado, y empalideció al ver a Drake.

—Te advertí que no se conformaría con tus rechazos. ¿Qué hacemos ahora?

Marla dudó unos instantes.

—Dile que estoy enferma. Mientras, me meteré en la cama —decidió, echando a correr.

Su hermano tomó aire. Lentamente, se acercó a la puerta y abrió.

—Hemos cerrado. Volved mañana —le dijo a Drake Larkins.

Él lo miró fijamente. Estaba ante el muchacho que había descrito Darrel. Con gesto hosco empujó la puerta y lo apartó sin miramientos.

—¡Os he dicho que está cerrado! —protestó Fearn.

—¿Dónde está Marla? Quiero verla ahora mismo —masculló Drake, oteando con ansia.

—Lo lamento. No es posible —se negó Fearn con voz firme.

El caballero le lanzó una mirada helada.

—¿Y tú quién eres?

—Quien sea no es de vuestra incumbencia. Ahora, haced el favor de largaros —repuso Fearn.

—Muchacho, he llegado hasta aquí con un propósito, y no me moveré hasta conseguirlo. Dile que salga, o se arrepentirán todos los que viven en esta casa —lo amenazó Drake.

—¿Echándonos? —inquirió Fearn con cinismo.

—Veo que ella te ha puesto al corriente de su situación. ¿Tan unidos estáis? —preguntó Drake, mirándolo con un brillo de exasperación en sus ojos azules.

—Como dos seres que se quieren infinitamente —contestó Fearn sin amedrentarse.

Drake se tensó y su boca se contrajo en un rictus de rabia.

—¡Maldita sea! ¡Quiero que Marla venga ahora mismo! ¡Tráela! —explotó, agarrando a Fearn por los hombros.

—¿Qué pasa? ¿Por qué gritáis? —preguntó Niwalen, frotándose los ojos somnolientos.

Drake miró a la pequeña. Era muy parecida a Marla. Fearn se acercó a ella y le acarició la cabeza.

—Tranquila, preciosa. Este señor se irá pronto. Ahora vuelve a la cama.

—¡Ah! —exclamó Drake.

—¿Quién eres? —le peguntó Niwalen, mirándolo con sus ojillos pardos.

—¿No te ha dicho este muchacho que te acuestes? —gruñó Drake.

Giselle, que había escuchado las voces, también entró en la tienda.

—Fearn, estaba soñando con un montón de pasteles y me habéis despertado —dijo con tono de reproche.

Su hermano lanzó un bufido.

—Pues, vuelve a la habitación, junto con Niwalen, y dormiros otra vez. Tengo que hablar con este señor… ¿De acuerdo?

—Ya no tengo sueño —objetó Giselle.

—Pues acuéstate, niña. ¡Vamos! —gruñó Drake, exasperado.

La pequeña se echó a llorar, y su hermana hizo lo mismo.

—¿Veis lo que habéis conseguido? Alterar la paz de esta casa —le reprochó Fearn.

—Y más lo haré si Marla no sale enseguida —replicó Drake, mirándolos con gesto fiero.

Bremin y Teinn, los gemelos, también acudieron a la tienda, sobresaltados.

—¿Qué es esto, una escuela? —inquirió Drake, irascible.

—No señor. Es una tienda de hierbas —le dijo Bremin.

—¡Ya lo sé, por Cristo! —bramó Drake.

—En mi casa no permito gritos, señor —le amonestó Fearn.

—¿Tu casa? —repitió Drake, alzando las cejas.

—Lo es. Y por lo tanto, soy yo el que impone las normas —replicó Fearn con gesto indignado.

—Pensé que era Marla la dueña.

—Efectivamente. Sin embargo, todos los miembros de la familia opinamos sobre el manejo de la tienda y de la casa. Y yo, como hermano mayor, procuro darles bienestar.

—Muy loable —se burló Drake, ya más relajado al descubrir que ese joven no era ningún amante de Marla.

—Y vos perjudicais a mi hermana. Por ello me desagrada enormemente. Así que, una vez más, os ruego que os vayais —le dijo Fearn con frialdad.

Drake esbozó una sonrisa siniestra.

—Supongo que ella te habrá comentado lo ocurrido. Si esta noche no la veo, os juro que mañana mismo viviréis en la calle. Y si como has dicho procuras por los tuyos, irás a buscar a tu hermana. ¿Verdad?

Fearn le lanzó una mirada de odio.

—Marla me había dicho que erais un desalmado. Se equivocó. Es usted peor que el diablo.

—Simplemente procuro salvaguardar mis negocios —replicó Drake, sin dejar de sonreír irónico.

Fearn le dio la espalda y se llevó a los niños.

Drake miró a su alrededor. Tuvo que reconocer que el comercio estaba limpio, cuidado y con la mercancía expuesta con un gusto impecable. Y se preguntó cuál de esas plantas había utilizado Marla para drogarlo las primeras noches.

—¿Qué quieres, Drake? —le dijo Marla desde el quicio de la puerta.

Él la miró. Sus ojos azules se clavaron en su cuerpo envuelto en una bata de noche, mientras el corazón le saltaba sobresaltado ante su espléndida belleza.

—Lo sabes muy bien. Una explicación a tus dos rechazos —contestó él.

—¿Acaso no te ha informado tu cochero que estoy indispuesta?

Drake la estudió de arriba hacia abajo.

—¿De veras? No es esa mi impresión.

—Hay molestias que no son visibles. Y la mía sería un impedimento para tus fines. Deberás prescindir de mis servicios unos días más —afirmó ella, mirándolo con intención.

Él alzó una ceja con gesto comprensivo.

—Ya veo… De todos modos, eso no influye para que no me acompañes a una fiesta. ¿No crees?

—No estoy de humor para diversiones. En otra ocasión.

Drake endureció el rostro.

—No, querida. Es ahora cuando me place. Y vendrás conmigo. ¡Vístete!

—He dicho que no —insistió Marla, desafiante.

—¡Por todos los demonios! ¡Irás aunque tenga que llevarte a rastras! ¡O te juro que te quito esto! —bramó, golpeando con el puño el mostrador.

—Como quieras —respondió ella, dándole la espalda.

 

 

Unos minutos después, Marla se presentó ante él ataviada debidamente.

Drake la miró fascinado. El vestido color rosa con chorreras y lazos en morado sobre el corpiño, dibujaban su figura perfecta, y el sombrerito, que recogía su preciosa melena, le daba un aire infantil a su hermoso rostro. Sin embargo, en esta ocasión se abstuvo de alabarla.

—¿Y el collar? –inquirió con hosquedad.

Marla regresó a su habitación y poco después regresó junto a él con la joya prendida de su esbelto cuello.

—Así está mucho mejor.

—Lista… ¿Nos vamos? —preguntó Marla sin el menor entusiasmo.

Drake la miró con el ceño fruncido.

—Marla, soy un hombre que procura que la mujer que esté a mi lado se sienta dichosa. ¿Acaso no te trato bien? Te compro joyas, te llevo al teatro y a buenos restaurantes. Eso debería bastarte para ser feliz. ¿No crees?

—Te olvidas de la dignidad. Lo único que tengo contigo es humillación. La otra noche me hiciste sentir como una mercancía sin valor. Me utilizaste como a una vulgar mujerzuela —le recriminó.

—Y si no recuerdo mal, a ti te gustó ese trato. Respondiste con verdadera voluptuosidad —se defendió él.

—Mi reacción no es importante. Fue el modo tan vil que usaste lo que me indigna. Un caballero jamás lo hubiese hecho —replicó ella, incomoda.

—Jovencita, yo no soy un caballero. Sólo un hombre de negocios sin escrúpulos que jamás rechaza una oportunidad que le dan. Tú aceptaste hacer tratos conmigo, y estoy cobrando unos beneficios que a pesar de tu orgullo herido me ofreces con gran complacencia y pasión. Así que entérate de una maldita vez que el modo de obtenerlos me tiene sin cuidado. Tanto si te complacen como sino, continuaré haciéndote pagar la deuda.

—¿Y cuantas libras consideras que ya llevo pagadas? —le interrogó ella, mirándolo con odio.

—No las suficientes para haberme hartado de ti. Ahora, vamos a esa maldita fiesta. Y espero que esta noche demuestres más ánimo. No quiero que mis amigos vean que tengo a mi amante descontenta —le dijo en tono autoritario.