Capítulo 34
Paul se retorcía en el suelo, aullando como un poseso ante el intensísimo dolor que sentía en la pierna izquierda.
—¡Maldito cabrón! ¿Por qué no me has matado? —siseó, mirando con odio a Drake.
—He considerado que es más cruel mantenerte vivo, pero mutilado… Porque muchacho, tendrán que cortarte esa pierna… ¿Crees que a partir de ahora podrás conquistar a alguna mujer? Lo dudo… Las mujeres no desean a tullidos —dijo él con saña.
Paul contrajo el rostro, y luego soltó una risa histérica.
—Esto no borrará el hecho... de que me acosté con Marla… ¿Sabes? Esa muchacha es... muy ardiente. Aunque... supongo que lo sabrás.
—¡Mientes! —bramó Drake.
—No, amigo. Ella fue mi amante... Sí. Aún tengo en los... labios su dulce sabor.
—Hijo de perra. Te exijo que digas la verdad —le amenazó el prestamista, apretando la herida con la larga culata de la pistola.
Paul aulló de dolor, sollozando.
—Marla fue... mi querida —insistió.
Drake apartó la pistola, y apuntó a la otra pierna.
—Me conoces, y sabes que no tengo piedad. Confiesa, maldito bastardo, o juro que te dejo inválido de las dos piernas.
Paul lo miró con ojos desorbitados.
—Ella... nunca me aceptó, incluso prometiéndole que te sacaría de Francia… ¡Lo juro! —jadeó horrorizado, sin apartar los ojos de la pistola de dos cañones.
Drake continuó apuntándole.
—¿Seguro…?
—Debes creerme. Esa muchacha te ama… ¿No es absurdo? Sin duda está loca por querer a un canalla como tú… Prefirió rechazarme a traicionarte… ¡Por el amor de Dios, no dispares! ¡Juro que digo la verdad, Drake!
Él se levantó lentamente con el rostro impasible.
—Llevadlo a que le vea un médico —les indicó a los testigos de aquel duelo en plena campiña inglesa, alejándose hacia el carruaje con un solo pensamiento: pedir perdón a Marla.
Mientras tiraba de la campanilla, con el estómago contraído por el miedo a que ella lo apartara para siempre como a un perro sarnoso, pensó que sería lo más probable. En aquella ocasión había ido demasiado lejos, tratándola como a una mujerzuela traidora. Pero aún así, intentaría recuperarla, humillándose si ello era necesario.
Maximiliénne le abrió la puerta.
—Drake… —musitó.
—¿Puedo pasar?
—Temo que no eres bienvenido en esta casa.
—Necesito hablar con Marla… Por favor, Maxi… He cometido un gran error, y debo enmendarlo —le pidió con voz lastimera.
—Me parece que es demasiado tarde... Esta vez ella no te perdonará.
—Tengo que intentarlo. Maxi, por Dios… No me niegues la oportunidad —casi le suplicó.
—Está bien. Iré a ver si quiere recibirte.
Larkins entró en la casa. Con gesto nervioso comenzó a hacer rodar el sombrero entre sus dedos.
—Lo siento. No es el mejor momento —le comunicó Maxi.
Drake asintió humillado, con el rostro ensombrecido por el dolor.
—Lo comprendo… Me he comportado como una bestia. Pero no podéis culparme. Cuando llegué de Francia estaba dispuesto a pedirle que se casara conmigo, porque la amo, Maxi. Y no puedes imaginar cuánto… Pero la vi salir de esa maldita casa, y me volví loco de celos, porque la mujer que adoraba me había traicionado con el hombre que había urdido mi muerte… ¿Puedes imaginar como me sentí? No… No puedes. Nadie puede concebir el dolor que traspasó mi pecho.
—Sí, Drake. Lo entiendo. Aunque, tendrías que explicar por qué ahora y no antes, crees en su inocencia —repuso la joven marquesa.
—Paul ha confesado la verdad.
Ella lo miró fijamente.
—¿Antes de morir?
—No lo maté… No podía causar tanto dolor a Gabrielle… —Torció el gesto, y después se encogió de hombros—. Ella no es culpable de lo que su hijo ha hecho. Lo dejé malherido. Supongo que tendrán que amputarle la pierna. Considero que es un castigo justo.
—Gabrielle agradecerá tu piedad. Drake, te prometo que intentaré convencer a Marla para que te permita disculparte.
—¿Crees que lo hará? —musitó él.
—Deberás esperar algún tiempo. Ahora está muy dolida, pero te ama, y creo que ese amor vencerá todas las dificultades.
—No, Maxi. Ella me odia.
—¿Odiarte…? Drake, estos días ha pasado un infierno pensando que ibas a morir. Incluso pudiendo salvar tu vida con la proposición de Paul, se negó. Nunca quiso traicionar el amor que te profesaba. Por favor, ten paciencia por una vez en tu vida. No hagas nada que pueda estropear vuestra reconciliación… ¿De acuerdo?
—Haré lo que sea por recuperarla. Lo que sea… —aseguró con rotundidad.
—Ahora ve a casa y descansa. Tienes un aspecto lamentable —le pidió ella.
Drake dejó escapar un profundo suspiro.
—Llevo tres días sin dormir. Sí, te haré caso... Gracias, Maxi.
Ella lo besó en la mejilla con ternura.
—Me alegro de verte con vida.
Cuando cerró la puerta, Maximiliénne se encaminó a la cocina. Fearn estaba preparando el té.
—¿Has visto a tu hermana? —le preguntó.
—Supongo que aún duerme… ¿Quién ha venido?
—Era Drake. Quería hablar con Marla.
—¡Maldita sea! ¿Qué quería? ¿Acosarnos de nuevo? —exclamó Fearn, contrayendo el rostro con gesto furioso.
—No te alteres. Vino a pedir perdón a tu hermana, que por cierto, no la he encontrado… ¿Dónde se habrá metido? ¿Te dijo si tenía intención de salir a primera hora?
—No. Y con referencia a ese hombre, te recomiendo que no te fíes en absoluto. Estoy convencido que está tramando algo. ¿Sabes si ya se ha batido con Paul? —preguntó Fearn, ofreciéndole a la vez una taza humeante de té.
—Esta mañana. Drake le ha perdonado la vida a Vignerot. Se ha limitado a herirlo, por compasión a Gabrielle… Fearn, conozco a Drake, y sé que vino con buenas intenciones. Ha confesado que ama a Marla, y quiere enmendar todos sus errores casándose con ella.
—¡Jamás! ¡No lo consentiré! Sus canalladas no tienen perdón —rechazó él con ojos iracundos.
—Puede que tu hermana no opine lo mismo. ¿No crees que deberíamos preguntarle a ella? Eso si la encontramos —dijo Maximiliénne con el semblante sombrío.
—¿Qué quieres decir con «si la encontramos»? —inquirió él, frunciendo la frente.
—Anoche, Marla estuvo muy extraña. Recuerda lo que nos dijo, que no permitiría que esta familia sufriese otra vez… ¡Ay, Señor! ¿No estará tan loca? —gimió Maximiliénne, abalanzándose hacia las escaleras.
Fearn la siguió, y entraron en el cuarto de Marla.
—Hay una nota —musitó Maximiliénne, clavando sus ojos azules en la mesita de noche.
Fearn la cogió, leyéndola ansioso.
—¡Oh, Dios mío! —gimió, dejándose caer sobre la cama.
—¿Qué dice? ¡Por Cristo, Fearn! —se impaciento Maximiliénne.
Él se la entregó y ella la leyó en voz alta.
Cuando leáis estas líneas, ya estaré muy lejos de Londres. Siento tener que tomar esta decisión, pero no tengo otra alternativa si no quiero que Drake vuelva a hacernos sufrir. No os preocupéis por mí. Al lugar que voy habrá alguien que me cuidará. Por favor, proteged a los niños. Y no olvidéis que siempre os llevaré en mi corazón.
—Mataré a Larkins por esto —masculló Fearn, enjuagándose con brusquedad las lágrimas que caían por sus mejillas.
—¿Y qué conseguirás con ello? ¿La cárcel? Por Dios, cariño… Piensa en los niños; pero sobre todo en Marla. Ha huido, pero su corazón continúa prisionero de Drake. Y él está dispuesto a convertirla en su mujer. ¿No crees que lo más sensato sería buscarla, y arreglar de una vez por todas esta situación? Te lo suplico… Olvida el rencor, y deja que puedan amarse libremente.
Fearn permaneció unos segundos con la cabeza hundida.
—Juro que estaría dispuesto si Marla pudiese ser feliz al lado de ese hombre.
—Entonces, hay que encontrarla —dijo ella.
—¿Dónde? Soy incapaz de imaginar qué lugar ha escogido para vivir alejada de nosotros —contestó él, mirándola con gran pesar.
—Ella ha dicho que está con alguien… ¿No se te ocurre nadie?
—Los únicos familiares que nos quedaban murieron hace unos años… ¡Oh, Señor! No tengo la menor idea —se lamentó él.
—¿Acaso no eres el mejor de los brujos? Estoy convencida que. si te empeñas, la visión llegará a ti… Además, Drake, en cuanto se entere, no descansará hasta dar con Marla. La ama profundamente, y te aseguro que no permitiría que nada la aparte de su lado, ni ella misma —le dijo Maximiliénne con total convencimiento.
Fearn se levantó.
—No puedo dejarme vencer. Tengo que intentarlo. Ahora mismo iniciaré el ritual —afirmó resuelto.
—¡Magnífico! Mientras, iré a ver a Drake. Con sus influencias podrá seguir su rastro —decidió ella.
Él fue a decir algo, pero calló a tiempo.
—Sí. Es absurdo mantener el orgullo en estas circunstancias. Necesitamos a Larkins… Además, como has dicho, hagamos lo que hagamos, no impediremos que esos dos idiotas dejen de amarse.
—¿Admites que Drake está enamorado de Marla? —preguntó la marquesa, sonriendo con dulzura.
—¡Qué remedio! Soy tan buen mago que el hechizo surtió el efecto que deseaba —suspiró él.
—¿Acaso no dijiste que anulaste el resultado con decenas de conjuros? —le recordó ella.
—Lo hice, pero el destino ganó la batalla… Así que, no podemos ir contra él. No perdamos más tiempo. Habla con Drake, y que nos ayude como sea.