Capítulo 36

 

 

La anciana de cabellos blancos miró las cartas esparcidas sobre la mesa. Sus ojillos, bordeados por decenas de arrugas, se contrajeron en un gesto de satisfacción al ver a los amantes, el carro de la fortuna y la muerte. Amor, suerte, y por fin un nuevo renacer.

Sonriendo feliz, recogió la baraja, y entró en la cocina dispuesta a recoger los platos, observando a su sobrina, quien permanecía sentada en el porche, absorta en lo que contemplaba.

Marla se ajustó el chal alrededor de los hombros, sin dejar de mirar el sol que se ocultaba tras las colinas, tiñendo los campos de rojo mientras los campesinos se encaminaban hacia el hogar.

Una mueca de tristeza recorrió su bello rostro al recordar a Fearn y a los niños. Ahora estarían sentándose alrededor de la mesa dispuestos a cenar, preguntándose qué habría sido de su hermana y dónde estaría, sintiendo una gran angustia. Pero era el dolor lo que llenaba su corazón al recordar a Drake, cuando pensaba que tal vez había muerto en ese duelo.

—¿No entras? Ha refrescado, y puedes resfriarte. Te recuerdo que no es conveniente que enfermes —le dijo la anciana desde el quicio de la puerta.

—Ahora mismo voy, tía Gort. En cuanto se ponga el sol —repuso ella con voz queda, intentando sonreír.

—¿No puedes dejar de pensar en él, verdad?

—Sé que es horrible continuar amándolo después de lo que hizo. Pero no puedo evitarlo —musitó ella, intentando no echarse a llorar.

—Por supuesto que no puedes. Existen razones poderosas para que tu corazón continúe encadenado al suyo. Cariño, verás como todo se resuelve. Recuperarás su amor. Las cartas han hablado.

—¿Te han dicho si vive? Tía, creo que está muerto, o habría venido tras de mí.

—Las cosas suceden en el momento que han de suceder y nadie puede forzarlas. No te impacientes —aconsejó su tía en tono misterioso.

—Lo que deseo jamás ocurrirá. Drake no me amó nunca. Si no le han matado, probablemente estará en los brazos de otra mujer —dijo Marla con voz queda.

—Tu hombre jamás podrá amar a otra. Vuestros destinos están unidos. Tu carta astral y la de él, así lo indican. Lo comprobaste por ti misma. ¿Por qué dudas ahora de nuestros conocimientos, pequeña? Deja de atormentarte… ¿De acuerdo?

La joven ladeó la cabeza.

—He hecho cientos de rituales, y no han surtido efecto. Nada me dice si vive o está muerto... Tal vez esté aguardando a un fantasma —afirmó sin apenas voz.

Su tía le acarició la mejilla con ternura.

—¿Qué dice tu corazón? —preguntó curiosa.

—Mantiene la esperanza.

—Ahí está la respuesta —contestó la anciana con una gran sonrisa dibujada en su rostro, antaño muy bello, pero ahora apergaminado por los años.

—¿Sales a estas horas? —le preguntó Marla al ver que llevaba la capa puesta.

—Sí. Ha surgido un acontecimiento inesperado que me obliga a ausentarme por unas horas.

—No he visto que nadie viniese a comunicarte nada —le dijo su sobrina, extrañada.

Su tía entornó los ojos con gesto enigmático.

—¿Acaso una bruja necesita recibir notas? El mensaje ha llegado bien claro aquí —dijo solemne, dándose unos golpecitos en la frente.

—¿Es grave?

—¡Oh, no! Un asunto de amoríos. Por lo visto, últimamente anda todo el mundo perdido en cuestiones de sentimientos. Pero tía Gort lo arreglará todo; como siempre —repuso ella con gesto despreocupado.

—Por supuesto —rió Marla.

—¿Acaso dudas de mi gran poder? —inquirió la anciana, mostrando un mohín de falsa ofensa.

—En absoluto. Eres la mejor hechicera de la comarca.

—¿Sólo de la comarca? —se quejó su tía.

—Dejémoslo en toda Inglaterra. ¿Te parece bien así?

—Bueno... Sí. Debo irme. ¿Podrás apañártelas sola?

—Podré… Anda, vete de una vez —indicó Marla, entrando en la casa.

Encendió las velas de cera de abeja, pues la noche ya había caído. Echó unos troncos en el fuego, y luego se sirvió una taza de té. El gato de cabellos cenizos y ojos almendrados saltó sobre su regazo.

—Hola, Twyrog. ¿Ya has cazado muchos ratones? —le dijo, acariciándolo.

Al oír el chirrido de la puerta sonrió.

—¿Qué has olvidado, tía?

—No he olvidado nada, por eso estoy aquí… ¿Has olvidado tú? —le preguntó Drake.

Marla borró la sonrisa al reconocer la voz del hombre soñado, permaneciendo de espaldas a él, incapaz de mirarlo, intentando amortiguar los galopes encabritados de su corazón.

—Por eso mismo vine aquí, para hacerlo —musitó ella.

—¿Y lo has conseguido?

—Entre nosotros ocurrieron demasiadas cosas horribles para poder borrarlas en tan poco tiempo.

—¿Sólo horribles, Marla? —inquirió él con voz sedosa.

Ella se volvió lentamente. Reprimió el estremecimiento que las ojeras y la extrema delgadez de Drake le produjeron, y por eso preguntó con tono glacial:

—¿Qué quieres, Drake?

Él clavó sus inquisitivos ojos azules en ella, mirándola largamente. ¡Señor! Estaba más hermosa que nunca, y también más distante. Pero no se rendiría. Venía dispuesto a todo tras recorrer tantas millas, incluso a humillarse para que lo aceptara en su vida.

—He venido a pedirte perdón, y a confesarte que no puedo vivir sin ti… —confesó al fin. —Marla permaneció con el rostro impasible, él insistió, ahora con voz apesadumbrada—: ¿No me has escuchado, Marla? Te estoy diciendo que te necesito a mi lado.

—Tus necesidades pueden suplirlas cualquiera —replicó ella con marcada acidez.

Él dejó el sombrero sobre la mesa, y se acercó a Marla.

—¿Crees que lo que busco en ti es pasión carnal? No, Marla. Lo que deseo es poseer tu amor.

—Llegas tarde.

—¿Tarde? ¡La culpa es tuya! ¡Maldita sea! ¡Te he buscado durante meses! ¡Todos hemos estado desesperados por encontrarte! ¿Cómo has podido hacer algo así? Fearn y los niños incluso han llegado a pensar que habías muerto —explotó él.

—Es lo que pretendía. No quería causarles más penalidades por tu causa —le recriminó ella.

—¡Pues las has incrementado! Pero eso se acabó. Te llevaré con ellos —contestó él con determinación.

—No has cambiado. Sigues siendo un déspota —le echó en cara ella.

—Lo que soy es sensato. No tienes derecho a hacer sufrir a los que te aman. Les prometí que vendrías conmigo, y lo harás.

—Veo que ahora tenéis muy buenas relaciones —apuntó Marla con sarcasmo.

—Porque ellos sí han comprobado que he cambiado.

—Otra de tus falsedades. Simplemente te has cubierto con la piel del cordero, pero sé que debajo de ella continúa estando el lobo, esperando a atacar cuando la ocasión sea propicia —le espetó ella con desprecio.

Drake lanzó un suspiro de exasperación.

—Está bien. Si así lo crees, lo acepto. No discutiré contigo. Aunque, no permitiré que te quedes aquí por mi causa. Ellos te necesitan. Te añoran. Los gemelos lloran constantemente.

—No iré —replicó la joven irlandesa, obstinada.

—¡Oh, Señor! ¿Por qué eres tan testaruda? Marla… Como ves, no tengo la menor intención de perjudicaros. Puedes volver con tú familia. Juro que no te molestaré si así lo quieres.

Marla abandonó la frialdad. Sus ojos dorados reflejaron una gran tristeza.

—No. No puedo… Y no preguntes, Drake. Sólo... diles que les echo de menos, y que siempre les amaré.

Él caminó hasta enfrentarse a ella.

—¿Qué ocurre? ¿Acaso hay otro hombre? —le interrogó con un rictus de dolor en su rostro.

—No tienes ningún derecho a preguntar.

—Lo tengo. Necesito saber si debo dejar libre a la mujer que amo con toda el alma —afirmó él con un brillo húmedo en sus ojos azules.

Marla bajó el rostro, incapaz de soportar la sincera aflicción que Drake mostraba.

—Por favor, tienes que decírmelo —le pidió él con voz quebrada.

—¿Si amara a otro te irías? —quiso saber ella.

Drake tragó saliva con dificultad, y asintió.

—Te doy mi palabra.

—¿De verdad? —inquirió Marla, incrédula.

—No puedo obligar a nadie a amarme.

—Cierto, no puedes.

Él, cabizbajo, cogió el sombrero.

—Juro que no volveré a importunarte. Aunque, te pido que vayas a Londres a ver a tus hermanos. Ellos... ellos se sentirían aliviados de ver que estás bien —musitó apenado.

Marla, turbada y conmovida por el dolor real que él experimentaba, alzó la mano y le acarició la mejilla.

—Lo siento…

—No quiero compasión, y menos la tuya —dijo él, apartándola con brusquedad.

—Drake...

—Ha sido un error venir. Siento haberte importunado —concluyó el prestamista, dándole la espalda y alejándose unos pasos.

—Por favor, no te marches. Así no… Antes quiero decirte algo —le pidió ella.

Él se volvió lentamente.

—Lo que vine a oír ya lo has dicho. Si no puedo tener tu amor, ya nada me interesa —objetó Drake.

Marla caminó hacia él, y lo miró fijamente a los ojos.

—Tal vez has olvidado que lo que sientes por mí es efecto de un hechizo.

—Sé que nunca lo lanzaste sobre mí.

—Cierto, pero Fearn sí —le reveló ella.

—Él también me lo confesó. De todos modos, mis sentimientos son reales, Marla. Me enamoré de ti en el mismo instante que llegaste a mi casa. Intenté engañarme, diciéndome que tan solo era pasión carnal... Por eso actué de ese modo tan irracional y ruin. Lo reconozco… Cuando comprendí, en París, que nada podía matar ese amor, llegué dispuesto a pedirte que te casaras conmigo. Pero te vi salir de casa de Paul, y enloquecí de celos... Lo único que vi era tu traición. Yo... lamento tanto el sufrimiento que te he inflingido que... comprendo que ahora me apartes como a un perro enfermo.

Marla le sonrió con ternura.

—¿De verdad querías casarte conmigo?

—Lo anhelaba con toda el alma —contestó él con vehemencia.

—Yo también soñé con ello —admitió ella.

—Pero, lo he estropeado todo... ¿No es cierto?

—Drake, comprende que es difícil que confíe en ti.

—Marla, no son necesarias más explicaciones. Lo acepto. Aunque, ello signifique que tu ausencia continúe manteniéndome en el infierno que he vivido desde que me dejaste. No puedes ni imaginar el sufrimiento que he sentido. Tu recuerdo me laceraba tanto que hasta me dolía el alma. Pero, por favor, no castigues a los que amas como lo estás haciendo conmigo. Ve a Londres unos días, y devuélveles la esperanza que a mi me niegas.

—Ya te he dicho que no puedo –repuso ella, haciendo un enorme esfuerzo por no echarse a llorar.

—¿Por qué? Ellos te recibirán con los brazos abiertos… ¿Qué ocurre? ¿Qué es lo que temes?

—Les he causado un gran deshonor —musitó ella.

—Si algo indecoroso hiciste, yo fui el culpable. Nadie te lo recriminará jamás —le aseguró él, sintiendo un nudo en el estómago.

Marla cogió una vela. Se acercó a una puerta del interior de la vivienda, y la abrió con sumo cuidado.

—¡Oh, sí! Sin duda lo has sido. Pero las consecuencias no pueden borrarse tan fácilmente, Drake… Éstas no —dijo ella, iluminando un sector de la nueva habitación. Drake parpadeó perplejo varias veces, incrédulo ante lo que veía, y ella inquirió—: ¿Qué te parece el resultado de nuestras locuras, Drake?

—Señor… —musitó él, apoyando la mano en el quicio de la puerta.

—Supongo que Fearn es razonable, pero no hasta este punto —opinó Marla, sonriendo divertida al ver la expresión asustada de Drake.

—Pero... ¿cómo es posible? —farfulló él.

—¿Es necesario que te explique el ciclo de la naturaleza? —contestó ella con tono jocoso.

Larkins, con el rostro lívido, caminó lentamente hacia el centro del cuarto. Sus ojos azules miraron a los pequeños que dormían plácidamente en las cunas. Eran lo niños más hermosos que jamás había visto, y eran suyos. ¡Sus hijos!

—¡Por Cristo, Marla! ¿Por qué no me lo dijiste? —pudo decir al fin, sin dejar de mirar embobado a los pequeños.

—Supuse que te enfurecerías, y que luego nos apartarías de tu vida… Drake, siempre odiaste a los niños, y estaba convencida de que no me amabas. Y no quise sufrir tu desprecio, y evitar la vergüenza a la familia. Decidí venir con tía Gort. Ella siempre fue comprensiva, y se prestó a ayudarme al ver mi tristeza. Pero hace quince días, cuando nacieron los gemelos, me sentí muy feliz. Aunque, persistía mi pesar por tu ausencia, y la angustiosa incertidumbre de si aún vivías.

Él la miró con ojos húmedos.

—Marla, siempre te amé, siempre… Por eso me volví loco buscándote al comprenderlo. Al darme cuenta que perdí lo más maravilloso que la vida me ofreció —le aseguró con voz temblorosa.

—Aunque, imagino que ahora huirás como alma que lleva el diablo —dijo ella, mirándole ansiosa.

—¿Por qué? Esto es... como tocar el cielo.

—¿Lo dices de verdad, Drake?

Él la estrechó en sus brazos, mirándola embelesado.

—Hablo con el corazón. Nunca he sido más feliz. Bueno. Miento… Lo seré realmente cuando nos casemos y formalicemos a esta familia.

Ella se acurrucó sobre su pecho sin poder dejar de llorar.

—Drake, no sabes cuanto he deseado que llegara este momento. Te quiero tanto.

Drake le alzó el mentón.

—No llores, cielo. Nunca más volveremos a sufrir, ni a pelear. Te lo juro. Por cierto… ¿Cómo se llaman nuestros hijos?

—Dirás, tu hija y tu hijo. Maia y Finegas. Como mis padres.

Drake volvió a mirarlos emocionado. La niña abrió sus ojos y lo observó con curiosidad, para después sonreír.

—Sabe que eres su padre —dijo Marla con orgullo.

Drake frunció la frente.

—¿No me dirás que también es bruja?

Marla lanzó un hondo suspiro.

—Querido, todos los Swyedydd lo son.

—Ahora es una Larkins. Aunque, no me importa si es una hechicera tan hermosa como su madre. Y estoy seguro que lo será. Pero deberemos cuidar de ella. No sea que un sinvergüenza la haga sufrir.

—¿Cómo has hecho tú conmigo?

—Mi amor, te recompensaré. Viviré para hacerte feliz —le prometió él.

—Si no lo haces, recibirás el peor de los conjuros —bromeó ella.

—Nunca te daré motivos. Y para demostrarlo, comenzaré ahora mismo —dijo Drake buscando su boca. Con ansiedad la besó apretándola contra su cuerpo.

—Drake, aún es pronto. El parto...

—¿Estás enferma? —preguntó él con inquietud.

Marla soltó una risa cristalina.

—Veo que no entiendes nada de estas cosas. No te preocupes, estoy en perfectas condiciones. Pero la naturaleza ha de seguir su curso. Deberás aguardar unos cuantos días más.

—No importa. A partir de ahora haremos lo correcto. Esperaremos a nuestra noche de bodas —aseguró él, solemne.

Ella alzó las cejas con gesto de sorpresa.

—¡Caray! Veo que sí has cambiado.

—En realidad, no demasiado. Siempre me he protegido bajo una máscara de indiferencia. No quería que nadie volviera a lastimarme —confesó Drake.

—¿Como tus padres? Maximiliénne me lo contó. Debió ser muy doloroso.

—Lo fue, pero ahora ya está olvidado.

—¿Seguro? ¿No desconfiarás de mí? —quiso saber Marla.

—Nunca más, mi amor. Una mujer que es capaz de perdonar a un canalla como yo, significa que lo ama de verdad.

Marla lo besó con ternura en los labios.

—Drake, me gustaría saber cómo me encontraste.

—Tú hermano soñó con esa gata, y luego dedujo… —La señaló con la cabeza—. Es un gran vidente.

—Sí, pero está muy enojado contigo. Supongo que ahora deberemos convencerlo de que no queremos estar separados.

—Querida, tu hermano y yo hace mucho tiempo que hicimos las paces. Ha sido él quien me ha instado a no decaer. Imagino que al encontrar el amor se apiadó de nosotros.

—¿Con Maximiliénne? —inquirió ella, sorprendida.

—Deberías verlos. Intentan ocultarlo por las circunstancias de ella. Pero es imposible no darse cuenta de lo mucho que se quieren.

—¡Vaya con mi hermanito! Consiguió a la mujer que amaba.

—Yo también, y no te dejaré escapar. Nunca —aseguró Drake.

—Hazle caso. Es un hombre obstinado.

—Tía Gort… —susurró Marla, apartándose azorada de Drake.

—Como ves, pequeña, siempre resuelvo los problemas sentimentales.

—¿Así que ése era el motivo de tu partida? ¿Cómo sabías que Drake llegaría esta noche? —le preguntó Marla.

—Sobrina, no comprendo el motivo de tu extrañeza.

—Cierto… Los Swyedydd son grandes brujos. ¿Lo has olvidado, querida? —bromeó Drake.

—Muchacho, me alegro que todo esté arreglado entre vosotros. Aunque, supongo que en esta ocasión no pretenderás vivir con Marla sin hacer lo correcto. Ahora tenéis dos hijos que merecen respeto —le dijo la anciana, mirándolo con gesto recriminatorio.

—Señora, le he pedido a Marla que se case conmigo. Y por supuesto, estais invitada a la boda —prometió Drake con seriedad.

—Te lo agradezco, muchacho, pero el viaje sería demasiado duro para mis viejos huesos.

—Tía, tienes que venir… Además, no conoces a las pequeñas, y Londres te encantará —le pidió Marla.

—Ya lo veremos. Ahora, si me disculpáis, es muy tarde y estoy rendida. Buenas noches.

—Que descanséis, señora —le deseó Drake.

—Yo también debería acostarme. Si no quieres ir al hotel, puedes dormir en el sofá —le dijo Marla.

Drake gruñó.

—Hago cientos de millas, y debo dormir en un sofá… ¡En fin! ¡Qué le vamos a hacer!

Marla cerró la puerta, riendo feliz. El hombre que tanto amaba había vuelto a ella.