Capítulo 13

 

 

Marla acabó de colgar la cortina del coqueto saloncito, y después miró satisfecha a su alrededor.

Nunca hubiese imaginado que algún día poseería una casa como aquélla. Era espaciosa, limpia y muy iluminada. Todas las habitaciones tenían ventana, ofreciendo un paisaje muy distinto al que habían dejado en Cowstreet. Ahora las calles que la bordeaban eran amplias, exentas de basuras, y transitadas por gentes mucho menos miserables. Pero a pesar de ello, a Marla jamás se la pasó por la imaginación vender la antigua vivienda. Esa tienda había pertenecido a sus padres, allí estaban sus recuerdos infantiles y de la familia al completo. Además, le sería imposible abandonar a sus clientes. La necesitaban, y debía aplicar sus conocimientos para causas justas. Aunque, también existía una razón importante: Había tenido que entregar algo demasiado valioso a cambio de conservarla, y jamás le daría la satisfacción a Drake de ver como, a pesar de ello, se desprendía de la tienda.

Un mohín de tristeza surcó su bello rostro al recordar a su antiguo amante. Había esperado que él acudiera tras ella al ser abandonado. No fue así. Ese hombre se había olvidado de ella por completo. Y estaba convencida que ahora estaría con otra mujer. Con una mujer que lo acompañaría a las fiestas, a la opera, que le regalaría joyas y vestidos.

Sin poder evitarlo, sus ojos se humedecieron. Era imposible apartar la tristeza y el dolor que ese pensamiento le provocaba. «Eres una estúpida. Ese hombre no merece tu amor. Fue un desalmado sin entrañas, y te utilizó vilmente. Lo que tienes que hacer es olvidarlo. Y lo harás. Cueste lo que cueste», pensó, sacudiendo la cabeza con énfasis.

El timbre de la puerta la sobresaltó. Salió del saloncito y abrió.

Los niños entraron en tropel, echando a correr por el pasillo mientras exclamaban gritos de sorpresa al ver la amplitud de las habitaciones, el enorme comedor y la inmensa cocina.

—¡Es como un palacio! —exclamó Giselle, abriendo más sus grandes ojos dorados.

En realidad era una casa sencilla situada en un barrio de comerciantes, pero en comparación con la vivienda que habían dejado en la calle anterior, para ellos sí era un palacio.

—¿Y esa escalera adónde lleva? —preguntó Teinn.

—Al piso superior. Allí están las habitaciones —señaló Marla, sonriendo feliz.

—¡Vamos a verlas! —propuso Niwalen, entusiasmada, subiendo los peldaños.

Fearn y Marla los siguieron riendo.

—Me parece estar soñando —admitió él.

—Pues es real, hermanito. Esta casa es nuestra —afirmó Marla, abriendo del todo una de las puertas.

—Ésta será la nuestra —sentenció Bremen al ver el cuarto empapelado con motivos ecuestres y las dos camas amplias.

—¿También te gusta a ti, Teinn? ¿Si? Entonces, adjudicada —convino Marla.

—Y para vosotras, ésta —les dijo Fearn a las niñas, enseñándoles la habitación decorada con motivos florares.

—¡Qué bonita! —exclamó Giselle.

—¡Y todas tienen ventana! —se admiró Niwalen.

—¿De verdad viviremos aquí? —preguntó Bremen, aún incrédulo.

—Sí, cariño. Ahora, ir a recoger las bolsas y dejadlas en vuestras habitaciones. La comida ya está a punto… ¡Vamos! —les ordenó Marla.

Una vez organizada la mudanza y haber comido, Fearn y Marla acostaron a los pequeños para que descansaran un rato, mientras ellos se relajaban en el saloncito tomando una deliciosa taza de té.

—¿Feliz? —le preguntó Fearn.

—¿Acaso dudas? ¡Mira todo esto! —dijo ella con ojos brillantes.

Él dejó la taza sobre la mesita, y la miró fijamente.

—¿No echas nada de menos?

Marla borró la sonrisa de su rostro.

—Si te refieres a Drake, te aseguro que estoy dichosa de que nos haya dejado en paz.

—Lo cierto es que aún dudo de su indiferencia. Ese hombre es orgulloso, y tal vez vuelva a molestarte.

Marla clavó los ojos en la taza, y removió la cucharilla con lentitud.

—Fearn, han pasado tres semanas. Ya no hay peligro. Seguramente tendrá otra amante.

—¿Y esa posibilidad te causa dolor? —le preguntó él.

Ella lo miró con ojos encendidos.

—¡Odio a Drake! ¡Maldita sea, Fearn! ¿Cuándo te quedará claro?

—El día que deje de ver ese halo de tristeza en tus ojos —respondió él.

—¡No digas sandeces! Soy la mujer más feliz de todo Londres. Tengo una familia estupenda, un buen trabajo, y una casa enorme. ¿Qué más se puede pedir?

—Amor… —susurró su hermano.

Marla sonrió con desgana.

—El amor hace sufrir. Ahora lo único que deseo es vivir tranquila.

—Así que admites que te enamoraste de Larkins.

—Yo no lo llamaría amor, Fearn. Supongo que me sentí deslumbrada por un hombre rico, atractivo, y que me mostró un mundo lleno de oropeles y comodidades.

—Si es así, no hay porque inquietarse.

—Por supuesto que no debes preocuparte, Fearn. Drake forma parte del pasado; de un pasado que quiero olvidar cuanto antes. Y que jamás intentaré recuperar —dijo ella con firmeza.

—¿Quieres que prepare alguna pócima de protección? —le sugirió él.

Ella hizo revolotear la mano.

—Querido, no será necesario. Drake no está interesado en mí. Además, ya no puede perjudicarnos.

El sonido de la campanilla los hizo mirarse con curiosidad.

—¿Quién puede ser? Aún no hemos dado la dirección a ningún conocido. Sólo al señor Niwel —comentó Marla.

—Tal vez te necesite para algo. Iré a abrir —dijo Fearn.

Cuando abrió la puerta, parpadeó desconcertado al ver a un alguacil.

—¿Si? ¿En qué puedo ayudaros?

—¿Vive aquí Marla Swyedydd?

—Es mi hermana. ¿Qué deseais de ella?

—¿Puedo pasar? —respondió el alguacil, entrando.

Fearn se apartó con gesto preocupado.

—¿Ha ocurrido algo grave?

—Un robo.

Marla llegó hasta ellos, y miró extrañada a su hermano.

—Me temo que se trata de un error. Acabamos de mudarnos, y no hemos sido objetos de ninguna sustracción.

—Señorita, nos han notificado que habéis hurtado un collar de diamantes y rubíes.

—Yo no... he robado nada —jadeó, con el rostro pálido, al comprender que Drake estaba usando esa artimaña para chantajearla de nuevo.

—¿Lo tenéis o no? —le preguntó el alguacil con frialdad.

—Yo... Sí, lo tengo, pero fue un regalo —musitó ella.

—El señor Larkins no opina lo mismo. Tendré que deteneros.

—¡Esto es un abuso! ¡Mi hermana es inocente! ¡Jamás ha hurtado nada y ese canalla la acusa injustamente! ¡Fue un obsequio! —exclamó Fearn con el rostro encendido por la indignación.

—Eso tendréis que aclararlo en el cuartelillo. Por favor, espero que me entreguéis el collar y que me acompañéis... No me obliguéis a pedir refuerzos, y a armar un escándalo innecesario —repuso el alguacil con indiferencia profesional.

—Fearn, ve a mi cuarto y trae la joya —le pidió Marla.

Su hermano, furibundo, cumplió lo indicado y después se la entregó al representante de la seguridad ciudadana.

—Insisto que esto es un error.

—Yo solo sé que han puesto una denuncia. Ahora, venid conmigo.

Marla, desesperada, se frotó las manos. Tenía que encontrar a alguien que declarase que Drake le había regalado el collar, pero era imposible. Nadie le vio cuando se lo entregaba. Sólo podía pedir ayuda a la única mujer que se la prestó cuanto más la necesitaba: La baronesa Gabrielle Vignerot. Ella no consentiría que ese desalmado consiguiese sus propósitos.

—Fearn, ve a la calle Oxford, número cincuenta, y explícale a la baronesa Vignerot lo que ocurre. Ella nos sacará de este atolladero — le pidió a su hermano.

—¿Y con quién dejo a los niños?

—No sé... Llévalos contigo. Vamos, ve ahora mismo. Por favor.

Fearn abrazó a su hermana con fuerza.

—Juro que ese dragón no conseguirá humillarte de nuevo —le prometió.