Capítulo 19
Tras detenerse en una posada para comer truchas empanadas, acompañadas por una pastosa cerveza de trigo, Marla y Drake emprendieron de nuevo el viaje sin apenas dirigirse la palabra. Pero a media tarde él rompió el incómodo silencio soltando una maldición cuando los primeros copos de nieve comenzaron a caer, acompañados por un helor intenso.
—No podremos continuar dentro de un rato. Se avecina una gran tormenta, y no quiero morir congelado. Buscaremos donde guarecernos —propuso Drake, azuzando a la mula.
Marla oteó a su alrededor.
—No... veo ninguna... casa —dijo con poca voz, sin poder evitar que sus dientes castañearan.
—La encontraremos. No te preocupes… —repuso él sin mucha convicción, apretándose el abrigo contra el cuerpo. Se encontraban en una región apenas habitada. Alargó la mano hacia la parte posterior del carro, y le entregó una vieja manta—. Cúbrete, o cogerás una pulmonía.
Una hora más tarde, atenazados por el frío, sus esperanzas casi se habían esfumado cuando de repente Drake lanzó un grito de entusiasmo.
—¡Ahí hay una casa!
Marla miró hacia el lugar indicado, sintiendo un gran alivio; mientras, él guiaba el carro hacia el refugio.
—Es un simple cobertizo —dijo ella, clavando sus ojos en las paredes de madera casi deshechas.
—Pero muy grande. Incluso podemos meter la carreta y el caballo. Es una suerte, o el animal moriría congelado afuera —calculó Drake, abriendo la desvencijada puerta.
El interior estaba cubierto de polvo y telarañas. Era evidente que no se había usado en mucho tiempo.
Entraron, y Drake desenganchó a la mula. La ató a un pequeño establo, y después le echó en el cubil el heno seco que aún había amontonado.
Marla se dejó caer sobre la pequeña pila de heno y acercó las manos a la boca, intentando calentarlas con el aliento. Sentía mucho frío, tanto que le dolía el pecho.
—Tenemos que hacer fuego, o tampoco sobreviviremos aquí —musitó Drake, mirando a su alrededor.
Necesitaba un recipiente aislante para que las chispas no prendieran en el cobertizo de madera ni en el heno que se amontonaba por el suelo. Encontró un cubo de metal y un hacha. La banqueta medio destrozada le serviría como leña. Con decisión la hizo añicos. Introdujo los trozos en el cubo, consiguiendo unos minutos después que prendiera. La cercó a la montaña de heno y se acomodó junto a Marla.
—¿Mejor? —le preguntó.
Ella asintió sin poder dejar de tiritar. Drake la abrazó, pero Marla le opuso resistencia.
—Déjame —musitó, mirándolo atemorizada.
—Necesitamos sentir calor. Y éste es el único modo. No seas niña —respondió él, sin soltarla.
—Ya tenemos el fuego —protestó Marla.
—El que yo siento por dentro te dará más calor, cariño —repuso Drake, mirándola con un brillo de deseo animal en sus ojos azules.
Ella se removió desesperada. Necesitaba escapar de sus garras, de esa tentación que él le ofrecía. No quería sucumbir de nuevo a esa lujuria que sus caricias desataban como un huracán devastador, el que le hacía perder la sensatez y la decencia.
—No, por favor —le suplicó con voz estrangulada.
Drake alzó la mano y la posó en su nuca, acercándola a su boca.
—Esto no estaría sucediendo si no me hubieses hechizado, pequeña arpía. Ahora, es demasiado tarde para pedir clemencia. Debo mitigar el deseo que me consume… —susurró, buscando sus labios. Hambriento, la exploró con avaricia, saboreando el dulce néctar de su boca, mientras sus manos la pegaban a su cuerpo—. Has conseguido volverme loco. Noche y día no dejo de pensar en ti; de anhelar con desesperación tu cuerpo dulce y sensual, mi bella hechicera.
—Y yo de alejarte de mi vida —musitó Marla, apretando los puños contra su pecho.
—Mientes. Siempre has añorado mis caricias, mis besos, mi cuerpo adentrándose en el tuyo —musitó él, besándole el pulso latente de su garganta.
Ella se negaba a aceptar que también lo deseaba con toda su alma, y por eso luchó denodadamente contra su ataque sensual y exigente. Pero la tormenta derribó pronto el dique de la cordura, llenándolo de una marea placentera y acuciante. Alzó las manos y las enredó en el cabello dorado de Drake, provocando que éste gimiera complacido.
Henchido de deseo, el prestamista se dejó caer sobre el heno, arrastrándola encadenada en sus brazos, asaltando su boca. Bebió de ella con anhelo, sintiendo como el ardor prendía en su carne inflamada, e impaciente al recibir su respuesta apasionada.
El cuerpo de Marla lo codiciaba con el mismo frenesí. Su corazón moría por ser de nuevo suya, pero su cerebro le decía que no debía. No de ese modo. No se conformaba con la lujuria de Drake. Quería algo más de ese hombre. Y a pesar de ello, permitió que continuase besándola, que sus manos, firmes y suaves, la acariciasen con impaciencia.
—¿Éste es el modo con el que quieres apartarme? Marla, lo único que haces es estimularme de un modo feroz; que lo único que me importe en estos momentos es estar dentro de ti —jadeó Drake sobre su boca, apretándola contra su ingle inflamada.
Ella exhaló un leve gemido de protesta cuando su mano se perdió bajo la falda acariciándole el muslo, mientras rogaba que un milagro detuviese lo inevitable.
Una ráfaga de viento gélido apartó bruscamente al secuestrador de Marla. Miraron hacia la puerta abierta. Una pareja muy joven entró con evidentes síntomas de agotamiento. Drake, al ver el vientre abultado de la muchacha, se levantó y corrió para auxiliarla.
—La tormenta nos sorprendió camino a... Rouen. Vamos a casa de mi madre... a pasar los últimos días del embarazo, pero creo... que está de parto —balbució el muchacho, mirándolo con gesto asustado.
Drake tomó a la jovencita en sus brazos, y la recostó en el heno. Marla la cubrió con la manta y se sentó junto a ella, tomándole las manos para intentar infundirle confianza.
—¿Qué vamos a hacer? Desconozco como va esto —musitó el muchacho, mirando a Drake con un halo de pavor en unos ojillos negros como el carbón.
—¿Y piensas que yo soy experto? ¡Jesús! Tendremos que ir a algún sitio que la atiendan —repuso Drake con el mismo gesto de terror.
—No queda tiempo. El niño está llegando —avisó Marla.
—Pues, tendrá que esperar —gruñó Drake, revolviéndose el cabello con gesto nervioso. No estaba nada habituado a no controlar las situaciones, y ésta se le escapaba de las manos.
La preñada lanzó un grito desgarrador, retorciéndose en medio de espantosos dolores.
—Tranquila, todo saldrá bien. Vosotros, salid a por nieve y calentarla. Necesito agua y una manta limpia… ¡Vamos! —les ordenó Marla, preparando a la muchacha.
Los dos varones obedecieron de inmediato aliviados al ver que ella tomaba la iniciativa, evidenciando que sabía lo que estaba haciendo. En pocos segundos, regresaron con lo pedido y dejaron el cubo sobre el fuego; mientras miraban preocupados como Marla ayudaba a la parturienta a traer a su bebé al mundo, mientras no dejaba de emitir sollozos desesperados.
—¿Va a morir? —musitó el padre de la criatura que estaba por nacer, intentando no romper a llorar al ver la sangre que manaba por las piernas de su mujer.
—No. Esto es normal. Ven aquí y sujétala. Ahora aún sentirá más dolor —le indicó Marla.
El muchacho corrió y se sentó tras su pareja, dejando que apoyara la cabeza sobre su vientre, tomándole las manos.
—Voy a... morir, Pierre… Esto duele mucho —sollozó ella.
—No morirás. Vamos, no te rindas ahora —le rogó él.
—Eso es, muchacha. Un empujón más, y tú niño nacerá —le pidió Marla, ayudando con sus manos a que la cabeza del pequeño saliese sin la menor dificultad.
La parturienta lanzó un grito desgarrador cuando el recién nacido salió por completo.
—¡Aquí está! ¡Y es una niña preciosa y perfecta! —exclamó Marla con ojos húmedos por la emoción. Le cortó el cordón umbilical con un cuchillo y dejó a la niña sobre el pecho de madre.
Los ojos azules de Drake miraban la escena fascinados. Durante su corta existencia había visto infinidad de cosas, pero jamás el nacimiento de un niño. Y a pesar de lo desagradable que le pareció, pensó que era lo más increíble que había presenciado.
—¿De verdad? —jadeó la muchacha, mirando con ansia a su hija.
—Sí, mi amor. Es perfecta, Brigitte —musitó Pierre, rompiendo luego a llorar.
—Drake, trae el agua y la manta —le solicitó Marla.
Él no la escuchó. Continuaba mirando fijamente el milagro del que acababa de ser testigo.
—¡Drake, por el amor de Dios, trae el agua! —gritó Marla.
Él parpadeó aturdido y sacudió la cabeza, cogiendo el cubo. Se lo acercó, y luego sonrió tímidamente a la recién madre.
Marla cogió la niña, y la lavó meticulosamente.
—Gracias, señorita. Si no hubiese sido por vos, no sé qué habría sido de mi esposa y de mi hija —le dijo el muchacho, mirándola con respeto.
—Bueno, la naturaleza habría hecho su curso. Ten a tu hija. Aún no ha terminado —afirmó Marla.
—¿Viene otro? —inquirió Drake, mirándola sorprendido.
—No. Ahora debe desprenderse de la placenta. Por favor, prepara más agua.
Drake obedeció y unos minutos después, cuando el parto había llegado a su fin, Marla limpió a Brigitte y ésta, totalmente rendida, cayó sumida en un sueño profundo y relajado.
—¿De verdad todo ha ido bien? —quiso saber Pierre con gesto inquieto.
—Del todo —repuso Marla.
Él sonrió reconfortado.
—¿Cómo os llamais? —quiso saber.
—Marla.
—Será el nombre que mi hija llevará con orgullo —decidió el nuevo padre.
—Y será un honor para mí también —respondió ella.
Drake carraspeó ligeramente.
—Considero que deberíamos descansar. Mañana nos queda un largo día de viaje.
Pierre asintió, y después se tumbó junto a su esposa.
Larkins echó más madera al fuego, y amontó heno alrededor de él.
—¿Venís de Paris? —preguntó interesado.
—Sí –respondió Pierre, lacónico, sin poder dejar de mirar a su hija.
—¿Cómo están las cosas por allí?
—Muy revueltas. Me refiero a que las leyes y castigos se han endurecido. Marat ha sido elegido para representar al pueblo francés por la Convención Nacional, y en el juicio contra el rey depuesto solicitó, sin la menor misericordia, que fuera ejecutado.
El prestamista de Londres pensó en lo mucho que Marat había cambiado. De ser un prestigioso doctor de los aristócratas, había pasado a convertirse en su peor enemigo.
—¿De verdad piensan ejecutar al rey? —inquirió Marla, aún incrédula.
—Vos no sois francesa. ¿Cierto…?
—No. Mi esposo sí. Pero llevamos años viviendo en Inglaterra. Apenas tenemos noticias de lo que pasa en Francia.
—Hemos regresado a buscar a mi sobrina. Su madre murió cuando nació la pequeña —intervino Drake.
—Lo lamento… Pues como decía antes, el rey Luis está considerado el culpable de los males del país. Bajo su mandato autoritario sólo pagábamos los impuestos el pueblo llano. Los nobles y el clero estaban excluidos, como ya debéis de saber… —El muchacho miró a Drake Larkins—. Y por si fuera poco, apoyó a los independentistas de las colonias americanas de Inglaterra, dejando las arcas secas. Los que somos pueblo pasamos mucha hambre; sobre todo con la disminución de los precios agrícolas. Así que nos hartamos, y por eso decidimos tomar las riendas de la situación. Derrocamos al rey, y abolimos también los privilegios de la Iglesia.
—He oído decir que han ejecutado a mucha gente —comentó Drake con voz grave.
—Como es lógico, se ha hecho con los traidores que no apoyan el bienestar del pueblo… ¿Me permiten un consejo? Como sólo estaréis unos días, lo mejor que podeis hacer es no meterse en líos, y salir a las calles lo menos posible.
Drake le dedicó una sonrisa de agradecimiento.
—Así lo haremos. Ahora, será mejor que durmamos. Nos espera una dura jordana. Buenas noches.
Marla y Drake se retiraron al otro extremo del granero.
—Me has sorprendido… Sabes francés… —susurró él.
Ella lo miró ofendida.
—¿Por qué soy pobre no debería? Mis padres, tiempo atrás, no eran ricos, pero podían mantenernos con cierta comodidad, y nos instruyeron.
—No lo he dicho en sentido peyorativo. Anda, no te ofendas que estás muy cansada —le dijo Drake al ver sus ojeras.
—Más bien aterrorizada. La verdad es que, había asistido al nacimiento de mis dos hermanos pequeños, pero jamás había ayudado en un parto.
—¿Si…? Pues, lo has hecho muy bien. Me has dejado asombrado. Has mostrado mucha entereza y valor —dijo él, mirándola con profunda admiración.
—Supongo que el ser mujer ayuda —repuso Marla, acomodándose enseguida sobre el heno.
Drake se recostó a su lado, y luego apartó el rizo que caía sobre la frente sudorosa de Marla.
—Te confieso que me aterroricé cuando ese chico dijo que su mujer estaba de parto. Jamás me había encontrado en una situación semejante. Pero, me alegro de ello. Ha sido emocionante ver cómo llega al mundo un niño. Aunque, nunca imaginé que fuese tan doloroso para la mujer.
—El dolor es parte de la existencia, por eso nos lo hacen comprender desde el mismo momento que llegamos. No hay dicha sin sufrimiento —respondió Marla con tristeza.
—¿Lo dices por mí? —le preguntó Drake, ensombreciendo el rostro.
Ella suspiró con cansancio.
—Estoy agotada... Me gustaría dormir.
—Sí. Ha sido una noche muy dura… —convino él, estrechándola en sus brazos. Ella protestó al moverse inquieta—. Marla. Hace mucho frío, y te juro por lo más sagrado que no tengo la menor intención de atacarte. No estamos solos… ¿Recuerdas? Ahora, cierra los ojos y duerme. ¿De acuerdo?