—No —contestó el profesor—. No es eso. La gran verdad que nos demuestra esta experiencia es la siguiente: si no metemos primero las piedras grandes en el jarro, nunca conseguiremos que entren todas después.
Hubo un profundo silencio, mientras cada uno tomaba conciencia de la evidencia de sus afirmaciones.
Entonces el profesor les preguntó:
—¿Cuáles son las piedras grandes en vuestra vida?
En efecto, una lección importante para mí de este desafío ha sido no dejar que me desborde la carga de trabajo y todas esas pequeñas cosas que hay que hacer (mi grava y mi arena), para llevar bien mi vida profesional y familiar. He tomado conciencia de la importancia de meter un guijarro «placer» en mi jarrón.
AYUDA
Todos los días haced balance y evaluad hasta qué punto os sentís invadidos por vuestras obligaciones. Y reequilibrad la balanza, permitiéndoos un momento de placer.
DEJAR DE REFUNFUÑAR O DAR, DARSE Y DEVOLVER
Dejar de refunfuñar es dejar de hacer de nuestras frustraciones montañas inaccesibles. Es dejar de exagerar nuestras preocupaciones y hacerlas aún mayores al quejarnos. Dejar de quejarse es darse cuenta de que, de hecho, la vida está llena de cosas maravillosas y optar por disfrutarlas plenamente; es también salir de uno mismo y volver la mirada hacia la vida, hacia los demás, hacia aquellos que nos necesitan. Dejar de lloriquear por nuestra propia suerte y concentrarnos en nuestra felicidad y en la de los demás. Dejar de intentar constantemente saber si los demás nos hacen felices o si están a la altura de lo que esperamos de ellos, y en lugar de eso empezad a pensar en los otros, en su felicidad, en lo que podemos hacer para ayudarles. Intentadlo y constataréis de pronto que la vida se vuelve mucho más bella, más serena.
Todos estamos constantemente batallando para «sobrevivir»: las facturas, el alquiler o la hipoteca de la casa, los gastos de los estudios de los hijos, esa lista de cosas que hay que hacer… y todos podemos, en un momento dado, sentirnos acorralados en esta carrera infernal, hasta el punto de olvidarnos de nosotros mismos.
Y sin embargo, yo creo sinceramente que el mejor modo de dejar de quejarse es aportar nuestra piedra, nuestra contribución a la vida. La vida nos ha dotado de talento a todos, de regalos, y el mejor modo de ser feliz (y de aportar felicidad a nuestra vida y a la de los demás), estoy profundamente convencida, es compartirlos con la sociedad. Cuando ayudamos a alguien, cuando utilizamos nuestro talento para triunfar en algo, en nuestro trabajo o en nuestra vida privada, cuando mejoramos la vida de los demás, perdemos todo motivo para refunfuñar porque nos sentimos útiles.
Este desafío invita también a aquellos que lo desean a hacer balance y a preguntarse todos los días: «¿Cómo puedo hoy ponerme al servicio de los demás y de mí mismo?» o «¿Qué puedo aportar hoy a los demás o a mí mismo?».
Hay un montón de cualidades en nosotros que tenemos tendencia a dar por sentadas. Hay quienes están dotados para las relaciones humanas o para las ventas, otros para el arte o la investigación, otros para ocuparse de los demás… eso nos parece tan natural y fácil que no nos damos cuenta siquiera de que es un talento concreto que tenemos. Abrirse consiste en ponerse en situaciones en las que podamos sacar esos talentos, para participar y contribuir a un proyecto que consideremos interesante para la sociedad.
Y todos tenemos en nosotros ese profundo deseo de contribuir a la felicidad de todo el mundo. Ese desafío nos invita a valorar esos talentos y a ponerlos al servicio de los demás en nuestra vida diaria, ya que cuando nos damos a nosotros mismos, no nos quejamos. Todos hemos nacido con cualidades únicas, ámbitos en los que destacamos, y lo que mejor podemos hacer con ellas es compartirlas…
Ahora bien, hay muchos que no son conscientes siquiera de sus talentos, y por lo tanto no los aprovechan. Nuestra vida es una oportunidad maravillosa para descubrirnos y compartir un poco de nosotros mismos, para reconocer los talentos y las cualidades que nos han sido dadas y ponernos en situaciones que nos permitan explotarlos al máximo.
Evidentemente, compartir exige a menudo salir de nuestra zona de confort. Esa zona en la que no corremos riesgos, ni nos exponemos realmente, ni intentamos superarnos. Para compartir, contribuir, ayudar, hay que tomar la iniciativa y salir un poco de uno mismo. Hemos de hacer callar a esa vocecita interior que nos dice: «Por quién te tomas, tú no eres mejor que los demás, eso que quieres hacer no cambiará gran cosa, tú no eres capaz de aportar algo distinto, ni mejor».
Y sin embargo, cuando centramos la atención en la contribución que deseamos aportar a la vida, perdemos todo motivo para la queja. Ya que, de repente, la vida se convierte en un terreno de juego en el cual podemos abrirnos, y cada día tenemos la libertad de optar por cómo queremos compartirnos a nosotros mismos con los demás. Así estamos al servicio de la vida y ya no somos víctimas de sus vicisitudes.
Para eso hay que superar nuestro mayor miedo: el miedo a fracasar (o quizás más bien el miedo a triunfar…). En efecto, a veces nos decimos: «¿Qué pensarán los demás?». Educarse es algo que puede verse con cierta prevención, porque tenemos miedo de que los demás no nos sigan y nos juzguen.
Nuestro miedo más profundo no es no estar a la altura.
Nuestro miedo más profundo es ser poderosos, más allá de cualquier límite.
Es nuestra propia luz —y no nuestra oscuridad— lo que nos aterroriza más.
Nos planteamos la pregunta: ¿quién soy yo, para ser brillante, radiante, inteligente y maravilloso?
En realidad, ¿quién eres tú para no serlo? ¡Eres un hijo de Dios!
Reprimirse, vivir a medio gas, no es útil para el mundo. La idea no es encogerse para no intranquilizar a los demás.
Hemos nacido para hacer manifiesta la gloria de Dios que está en nosotros.
Ella no se encuentra solo en algunos elegidos; está en cada uno de nosotros y, a medida que dejamos que brille nuestra propia luz, otorgamos inconscientemente a los demás el permiso de hacer lo mismo. Y al liberarnos de nuestro propio miedo, nuestra presencia libera automáticamente a los demás.
Marianne Williamson, Un retour à l’amour. Manual de psychothérapie spirituelle: lâcher prise, pardonner, aimer, Amrita, 199418
Este texto de Marianne Williamson cambió mi vida. Puede que para algunos sea demasiado espiritual, pero yo estoy profundamente convencida de que tiene razón. Todos tenemos en nosotros, y de manera igualitaria, todo lo necesario para ser brillantes, radiantes, inteligentes y maravillosos. ¡Y la fuente de ese bienestar y el mejor modo de no quejarse más es permitirnos serlo!
Tenemos que dejar de tener miedo a tomar la iniciativa, miedo de ser brillantes y geniales. Tomemos conciencia de nuestro talento y compartámoslo. Demos de nosotros mismos y démonos permiso para educarnos. Dejemos de culpabilizarnos cuando triunfamos, abandonemos esa creencia anclada en lo más profundo de nosotros mismos de que «triunfar es pretencioso». Démonos permiso para sacar partido de nuestro talento, ese es el mejor modo de devolver y compartir.
En mi actividad profesional en la que me entrego en un doscientos por cien, en que todos los días comparto un poco más de mí misma, de mis talentos, y estoy constantemente saliendo de mi zona de confort, consigo importantes éxitos. Y a lo largo de todo el año me planteo esta pregunta: «¿Qué puedo hacer yo para que los demás me acompañen en mis éxitos, para compartir aún más, para ayudar aún mejor?».
Por ejemplo, he optado por destinar, determinados meses, el 10 por ciento de mis ingresos a personas u organizaciones que me han inspirado. Por ejemplo, lo doy a una asociación que ha hecho alguna cosa que me ha gustado, o bien a una persona que me ha dicho alguna cosa que me ha conmovido profundamente. O enviar un talón al autor de un libro que me ha inspirado, a veces devuelvo dinero a mis clientes, que me enseñan tanto todos los días. Por ejemplo, el mes pasado, destiné dinero a Make a Wish Fundation19 porque una niñita del colegio de mis hijos —enferma, valiente y con una voluntad extraordinaria— ha visto su deseo realizado gracias a esta fundación. Ella nos envió un mensaje para ayudar a recoger fondos para esta asociación sin ánimo de lucro y eso me conmovió. ¡Distribuir parte de mis ingresos es un modo que tengo de valorar a aquellos que me inspiran, de colocarles en un lugar destacado de mi vida y de alimentar mis fuentes de inspiración con mi preciado dinero!
Y sí, dejar de refunfuñar pasa también por darse, dar, dar a los demás, redistribuir aquello que hemos recibido, compartiendo nuestros talentos y nuestros recursos.
RECORDATORIO
- Aceptemos que somos imperfectos e intentemos ante todo hacerlo lo mejor posible.
- Otorguemos un lugar para el placer en nuestra vida cotidiana. No nos dejemos invadir por esas largas listas de cosas por hacer. Debemos vivir cada día plenamente.
- Ofreceos vosotros mismos, no tengáis miedo de contribuir sinceramente con vuestros talentos. No os reprimáis y compartid generosamente aquello que sabéis hacer bien, vuestras habilidades, vuestras pasiones, vuestra experiencia. ¡Así perdéis todo motivo de queja!
- Intentad, vosotros también, redistribuir una parte de vuestros ingresos de dinero; veréis que eso hace que la vida sea bella, de forma mágica.