Cuando nos quejamos de forma automática, acabamos ocultando los verdaderos temas sobre los que podríamos avanzar para ser más felices. Dediquemos tiempo a observar qué se esconde detrás de nuestras quejas.
¿Y SI EMPEZÁRAMOS POR PEDIR AYUDA CLARAMENTE?
Cuántas veces me he visto refunfuñando en la cocina porque todo el mundo se había ido a ocuparse de sus cosas y me había quedado sola para acabar de recogerla. Me quejaba en mi rincón, con una esponja en la mano y una escoba en la otra, como una víctima.
A veces simplemente nos quejamos porque en el fondo queremos que nos ayuden, pero preferimos refunfuñar en lugar de pedirlo claramente. Este desafío me ha ayudado mucho porque por fin he comprendido que si quería dejar de refunfuñar, me correspondía a mí decir y reafirmar mis necesidades, hacer todo lo que estuviera en mi mano para recibir la ayuda que deseaba. Decidí pedir clara y firmemente que me ayudaran todas las noches, y desde entonces recogemos la mesa todos juntos y con buen humor.
O bien me quejaba porque mi casa era demasiado caótica para mi gusto y sentía que no me ayudaban lo bastante a ordenarla. En diversas ocasiones tuve la impresión de que reclamaba ayuda claramente, pero se me olvidaba comprobar que mi mensaje se había recibido correctamente. Pedía, y después lo dejaba pasar, porque estaba demasiado ocupada con lo que tenía que hacer. ¿Os reconocéis en esta descripción? Por ejemplo, solía contentarme con llamar a mis hijos, que estaban en el primer piso, desde el pie de la escalera: «Venid a recoger las cosas de la mesa de la sala», «Venid a ayudarme a vaciar el lavaplatos», ¡obviamente sin éxito! Lo increíble es que haya funcionado así durante años, pidiendo a personas que ni siquiera estaban en la misma habitación que yo… ¡Y esperando que me atendieran!
Hasta el punto de que yo misma creaba situaciones propicias a la queja. Gracias a este desafío, ahora soy consciente de la importancia de desplazarme y de mirar a mi interlocutor a los ojos cuando reclamo su ayuda, pero también de explicarle con detalle mi petición.
Hoy, en casa, podemos entablar una pequeña negociación para lograr un acuerdo: «¿Cuánto tiempo te falta para terminar el juego? ¿Cinco minutos? De acuerdo, pues después bajas enseguida, porque la cena ya estará lista y si esperamos más se cocerá demasiado». O bien: «¿Cuánto te falta para terminar el juego? ¿Veinte minutos? Es demasiado, si esperamos tanto la cena se quemará (o estará fría), ¿qué te parece si lo dejas en pausa para terminarlo después?».
AYUDA
Pedid ayuda abierta y firmemente. Estad dispuestos a la negociación y no olvidéis que, a veces, es más agradable animar a los demás a ayudarnos que tratar de obligarles.
LIBERÉMONOS DE NUESTROS AUTOMATISMOS
Analizad vuestra jornada o los días previos. ¿Hay una queja que se repite a todas horas? ¿Una queja que es constante, siempre está presente y que se os pega a la piel? Personalmente, mis «quejas automáticas» durante años han sido: «¡Esto es un caos!» y «¡Deprisa, volveremos a llegar tarde!».
Los lectores del blog también han compartido sus principales quejas. Para algunos era: «Estoy harta» o «Esto me satura». Para otros: «Ufff, me duele la espalda» o «Estoy cansada». Estos son sus testimonios.
Testimonios
«Yo tengo la impresión de que a partir del momento en que decidí dejar de decir “estoy harta”, decidí de hecho dejar de considerar las cosas como obligaciones. Como dices tú, esto pasa a ser una opción […]. En un sentido más general, creo que desde que conocí tu blog, he conseguido quejarme menos y por tanto ser una compañía más agradable».
Sabrina
• • •
«Mi queja automática es “estoy cansada” (¡tres hijos, el más pequeño de los cuales está a punto de cumplir tres años y solo hace dos meses que duerme toda la noche, y eso deja huella!), pero es verdad que a fuerza de verbalizarlo, esto se convierte en una especie de segunda piel, de tal manera que mi hijo mayor me soltó un día: “¡Pero mamá, tú siempre estás cansada!”. ¡Desde entonces voy con cuidado, pero esa frase vuelve a salir de forma regular y no forzosamente para manifestar fatiga!».
Christine de Lille
• • •
«Generalmente mi queja principal es sobre los ordenadores, cuando tengo la impresión de que la máquina no hace lo que yo le pido o cuando una página de Internet no me da la información que busco, me crispo, grito, protesto, exploto. Lo peor es cuando me olvido de guardar el trabajo y lo pierdo todo por culpa de un problema o de una mala manipulación. En momentos como esos pierdo los papeles. Todos los días acabo quejándome, y sin embargo sé perfectamente que así no cambiará nada. ¡Me amargo la vida y lo único que puedo hacer es esperar que eso cambie, como sea! ¡Qué manera de perder el tiempo!».
Paul
Y sí, hay que reconocerlo, tenemos tendencia a protestar todo el día por lo mismo. Todos tenemos una queja que reaparece constantemente. Cuesta muy poco activar esa queja. Es lo que yo llamo la queja impulsiva. Es esa que surge por sí sola sin un motivo profundo, esa que mascullamos cada vez que tenemos una pequeña bajada de moral y tratamos de llamar la atención o de provocar lástima. Al final todo eso no sirve de gran cosa.
AYUDA
Identificad vuestra «queja impulsiva». Durante unos días, al principio del desafío y para empezar poco a poco, concentraos en ella para dejar de expresarla. Si es necesario, haced algo para aminorar vuestra frustración. Si os duele la espalda, sacad tiempo para hacer estiramientos. Si os preocupa llegar tarde, obligaos a salir diez minutos antes.
En este sentido, ¿habéis notado que a menudo también nos quejamos automáticamente de nuestros proveedores o de los organismos del Estado? La excusa de que somos clientes o ciudadanos nos da derecho a quejarnos, nos autoriza a lamentarnos, a subir el tono, a enviar cartas agresivas, nos indignamos para estar digamos mejor atendidos o para que se respeten más nuestros derechos. Eso provoca la sensación de que refunfuñar es la única forma de cambiar las cosas. Optamos por desarrollar unos argumentos amenazadores, estériles y automáticos para hacer valer nuestro punto de vista. O bien nos sentimos víctimas y dedicamos el tiempo a quejarnos.
Personalmente, he podido constatar claramente que dejar de refunfuñar me ha permitido mejorar muchísimo las relaciones con mis proveedores y con las diferentes instituciones con las que trabajo. Mi calma y mi determinación se han convertido en triunfos en mi mano. Cuando tengo un problema, lo abordo con claridad y firmeza, pero sin quejarme. Expongo mi deseo de encontrar una solución y me muestro abierta a sus propuestas. Podemos pues mantener un estado de ánimo de respeto y de colaboración fructífera.
Testimonio
«Cuando yo trabajaba en una empresa de servicios, solíamos tener clientes descontentos, porque hay que reconocer que cometíamos errores durante el proceso. Algunos clientes venían a quejarse de forma estéril, por puro automatismo, creyendo que esa era la única manera de conseguir algo de nosotros, y otros venían a explicarnos el problema y apelaban a nuestra colaboración para resolverlo. Quiero destacar que al final siempre acabábamos encontrando soluciones para los que no se quejaban… Con los otros nos encallábamos».
Olivier
REFUNFUÑAR POR DIVERSIÓN
Usamos sarcasmos, nos servimos del humor en forma de quejas para llamar la atención. Justificamos nuestras afirmaciones negativas por el hecho de que hacen reír. ¡Y es verdad que a veces son divertidas! Todo el mundo capta los dramas de la vida, y sin embargo, una vez más, nosotros nos quejamos y mostramos a los demás que quejarse puede ser gratificante. Yo incluso he llegado a escuchar cosas muy duras en clave de humor. Envolvemos una frase negativa o una opinión brutal con la cubierta del humor, pero el mensaje —y el malestar— están igualmente presentes.
AYUDA
Fijaos en las veces que os quejáis aparentando que bromeáis. Seguidamente aprended a diferenciar entre las auténticas buenas bromas y aquellas que de hecho esconden burlas, un mensaje de frustración o incluso una opinión negativa.
QUEJARSE Y RESIGNARSE
Nos consideramos víctimas y no vemos solución alguna a nuestros problemas. Preferimos quejarnos de nuestra suerte y decirnos que de todas maneras no hay nada que hacer… En resumen, nos resignamos. Desarrollamos una argumentación diciendo que los demás son malos y que hay que desconfiar de la gente, puesto que los «valores auténticos» han desaparecido… generalizamos, consideramos incómoda nuestra situación y buscamos un culpable.
Eso puede parecer anodino, pero actuando de esta manera entramos en una espiral infernal: cuando nos resignamos, nos quedamos acorralados en una situación determinada y no cambia nada, al contrario, todo empeora. Perdemos confianza, aniquilamos la esperanza, desconfiamos de todo y de todos, y la vida pierde su sentido. Cultivamos el lado peligroso de la vida en lugar de su lado generoso.
QUEJARSE PARA DESTACAR
Degradamos al otro (el conductor en la carretera, un compañero de trabajo, el jefe, etc.) para intentar demostrar que somos superiores. De hecho eso es la expresión de una gran necesidad de reconocimiento, de una falta de autoestima.
En repetidas ocasiones a lo largo de mi desafío, me he vuelto a encontrar en este tipo de situación. Me quejaba para concluir al final: «Yo soy mejor». Si un coche me bloqueaba el paso, por ejemplo, le calificaba de mal conductor, o si la encargada de la taquilla no podía resolver mi problema, la llamaba incompetente…
La necesidad de reconocimiento es primordial para el hombre, y no hay que desatenderla en absoluto. El psicólogo Abraham Maslow se interesó mucho por este tema cuando quiso definir los incentivos de la motivación. Para eso, realizó un estudio en profundidad con universitarios. De esta investigación nació su famosa jerarquía de las necesidades humanas, descritas en forma de pirámide:4
Según él, una necesidad superior no puede satisfacerse plenamente hasta que hayan sido satisfechas las necesidades primarias descritas en la pirámide. Maslow considera que las necesidades de pertenencia y de cariño deben ser subsanadas antes que las de realización y de ejecución. Ahora bien, hoy vivimos nuestras vidas a 300 por hora cuando somos estudiantes, después en nuestro trabajo y nuestros proyectos, en resumen en todo aquello que puede satisfacer nuestra necesidad de realización. Nos fijamos metas y plazos porque queremos conseguirlo, marcar la diferencia, demostrar a los demás nuestra utilidad o nuestras capacidades… Y desgraciadamente, demasiado a menudo, no damos lo mejor de nosotros mismos. Nos desviamos y nos quejamos, porque nuestras necesidades de estima, de uno mismo y de los demás no han sido satisfechas.
Nuestra necesidad de estima deber ser satisfecha antes de nuestra necesidad de realización (¡y no al contrario!). Esperar a obtener el reconocimiento ajeno debido a nuestro estatus, a nuestra reputación al final del camino, después de haber alcanzado nuestros objetivos es extremadamente difícil. Ya que en estas condiciones hay muchas posibilidades de que no los alcancemos. Por ejemplo, imaginemos que tenéis una autoestima baja y que intentáis conseguir un ascenso que suponga finalmente un reconocimiento. Y que os encargáis de un asunto clave pensando que ese proyecto os permitirá por fin el reconocimiento y el ascenso (lo cual aumentaría vuestra autoestima). Rápidamente os daréis cuenta de que corréis el peligro de perder fuelle y de que os costará mucho acabar ese famoso proyecto y obtener el ansiado ascenso, porque terminaréis dudando de vosotros mismos, aplazándolo (dejándolo para mañana) y probablemente también saboteándoos a vosotros mismos con un trabajo mediocre que no está a la altura de vuestro potencial. Si, por el contrario, conseguís llenar vuestro depósito de autoestima en la vida diaria, entonces tendréis más gasolina para llegar a realizaros.
La gente es tonta, la gente
es nula, la gente es mala.
—¡Pero a lo mejor ellos dicen lo mismo de usted, sabe!
—¡Ah! ¡Y encima la gente tiene la lengua muy larga!
Geluck, Le Chat
Cuando el nivel del depósito está demasiado bajo, nos quejamos porque es un modo de valorizarnos, de ganar estima. Para obtener reconocimiento intentamos colocarnos por encima de los demás, a distancia de los demás. Diciendo, por ejemplo: «Aunque yo ya había dicho que esta idea era una ridiculez» o también: «La gente conduce fatal (sobrentendido: Yo conduzco bien»). Quejarse es una estrategia para generar reconocimiento, estima. Nos colocamos a nosotros mismos por encima de los demás. Queremos destacar. He podido constatar que cada vez que hablamos de «la gente», así en general, podéis estar seguros de que nos estamos quejando para destacar más.
Los lectores del blog también se han dado cuenta:
Testimonio
«Está claro que no se puede arreglar el mundo, “ellos” no cambiarán por nosotros, del mismo modo que nosotros somos los “ellos” de los otros, y no necesariamente queremos cambiar para ir en su misma dirección. Moraleja: ¡dejemos de refunfuñar sobre “ellos”, tratemos únicamente de vivir con inteligencia y de comprender nuestras divergencias de criterio, y esperemos que “ellos”, impulsados por nuestro buen humor, dejen de quejarse de nosotros!».
Laetitia
La pregunta importante que plantea este desafío es: ¿cómo conseguir reconocimiento y aumentar mi autoestima sin aceptar las quejas?
¿Y si empezáramos por apreciarnos a nosotros mismos un poco más? ¿Y si cada día dedicamos un rato a valorar lo que hemos conseguido, incluso los éxitos más pequeños?
AYUDA
Todos los días dedicad tiempo a valorar lo que habéis conseguido en lugar de llenaros de reproches por todo lo que os queda por hacer.
Preguntaos de forma regular de qué estáis orgullosos. Eventualmente, anotad la respuesta en un papel y colocadla sobre el espejo o en algún lugar fácilmente visible.
QUEJARSE PARA QUE MÁS GENTE COMPARTA NUESTRO PUNTO DE VISTA
Esto es especialmente válido en política, por ejemplo cuando hay huelgas o manifestaciones, o en toda situación en la que es difícil que te escuchen a ti solo. Con el fin de llamar la atención a los demás sobre un tema se opta por vehicular un mensaje negativo de frustración. Nuestras quejas sirven para reclutar tropas para ir a la guerra. Cuanto más fuerte nos quejamos, más pensamos que muchas otras personas se pasarán a nuestro bando, y más creemos que los «culpables», los responsables de esa situación se verán obligados a cambiar.
En este sentido, siempre recordaré la primavera de 2004. Yo trabajaba en una exposición de antigüedades de Los Ángeles para ganar algo de dinero. Me había contratado un importante anticuario parisino que buscaba una persona bilingüe para atender a su clientela. Era la primera edición de aquel salón, y era obvio que el organizador no había conseguido atraer a suficientes visitantes. Nos pasábamos el día atendiendo a clientes que desfilaban con cuenta gotas. Finalmente, la tarde del tercer día, los expositores, una treintena de personas, se reunieron para definir un plan de actuación. Juntos buscábamos una solución para conseguir más visitantes, y todo el mundo ponía de su parte. Al cabo de una media hora, una persona empezó a refunfuñar, a gritar incluso. Obviamente, pensaba que subiendo el tono y señalando con el dedo a los culpables, conseguiría que las cosas cambiaran. Lo que pasó fue lo contrario. De repente había desaparecido toda la magia del genio colectivo… los gritos y las quejas habían quebrado totalmente el espíritu de colaboración del momento. Al final los participantes se centraron no ya en buscar soluciones a su problema, sino en cómo calmar al quejica y a qué bando apuntarse. Salió a la luz un conflicto, y no llegamos a ningún resultado. Acabamos la semana así, quejándonos constantemente del fracaso de aquella exposición y señalando con el dedo a los responsables. ¡Qué lástima!
QUEJARSE PARA OPONERSE
Hay personas que después de leer mi blog han querido demostrarme que quejarse puede generar cambios positivos, que permite oponerse, hacernos cargo de nuestras vidas y cambiar lo que no nos conviene. Para mí todo eso no tiene nada que ver con refunfuñar. En efecto, hay que saber diferenciar los momentos en los que nos quejamos considerándonos víctimas impotentes y los momentos en que nos rebelamos con la energía, las acciones y la voluntad de crear un mundo mejor.
Yo pienso que sí, que no hay que seguir siendo víctimas, y que si algo no nos conviene es importante actuar para cambiarlo. Sí, es fundamental adquirir conciencia de las aberraciones de nuestra sociedad y cuestionarlas. No obstante, estoy íntimamente convencida de que la queja en sí no aporta nada a este paso hacia el cambio, y querría mostraros cómo apuntar un cambio de punto de vista sobre este tema.
Martin Luther King no intentó soliviantar a las masas acusando y diciendo: «Esto es detestable e injusto, hemos de combatir a quienes nos martirizan». Todo lo contrario, él optó por compartir su sueño del día en que todos los niños de todas las razas jugarían y vivirían juntos en armonía y en paz. Su mensaje cambió el mundo. Compartir su sueño ha hecho que adquiriéramos conciencia de que era posible crear un mundo mejor. Él consiguió atraer a otras personas a su movimiento y cambiar las cosas.
Si vosotros queréis generar un cambio, dedicad también tiempo a describir claramente vuestra visión y compartidla con pasión y convicción con el máximo de gente posible. Sin olvidaros, ante todo, de actuar para que se realice. Esto no tiene nada que ver con quejarse.
No obstante no os quedéis «limitados» por el resultado exacto que deseáis obtener, ni por la manera exacta como las cosas deben desarrollarse finalmente. Encontraréis obstáculos, obligaciones, rodeos, pero lo que cuenta es perseverar en vuestra visión y obrar en consecuencia.
Aspirad siempre a la luna.
Aunque no la alcancéis,
aterrizaréis entre las estrellas.
Les Brown, escritor y conferenciante norteamericano
La Madre Teresa también nos demostró que es posible ser positivo en lugar de quejarse, el día que rechazó una invitación a una marcha contra la guerra. Contestó diciendo que, por el contrario, participaría con gusto en una marcha por la paz.
Con ese mismo punto de vista, tuve la suerte de encontrar en Estados Unidos una ONG, The Peace Alliance (www.thepeacea lliance.org) que trabaja para crear un ministerio de la Paz dentro del gobierno norteamericano. Imaginad un ministerio cuya misión es garantizar la paz, en lugar de un ministerio cuya misión es asegurar que nosotros ganemos la guerra…
De modo que si algo os choca y se convierte en insoportable para vosotros, dejad de refunfuñar, dedicad tiempo también a definir vuestro punto de vista y reunid a otros alrededor de un proyecto para crear un mundo mejor. ¡Pasad a la acción desde ahora para construir un mundo mejor!
RECORDATORIO
Nos quejamos:
- Porque queremos conservar nuestra felicidad, pero adoptamos una estrategia poco eficaz.
- Para hacer lo mismo que todo el mundo.
- Porque deseamos ayuda, pero preferimos refunfuñar en lugar de pedirla claramente.
- Por puro automatismo.
- Para reír o bromear.
- Porque nos resignamos.
- Para destacar.
- Para conseguir que tanta gente como sea posible comparta nuestro punto de vista.
- Para oponernos.