C
uando me planteé este desafío en abril de 2010, me comprometí a colgar un vídeo cada día en mi blog durante un mínimo de treinta días. Quería reseñar en vídeo mis jornadas, informar a mis lectores de si me había quejado o no, y sobre todo intentar analizar lo que había pasado. Antes de filmar cada uno de esos días, me hacía las siguientes preguntas:
- Si me había quejado, ¿qué es lo que me había llevado a quejarme?
- Si no me había quejado, ¿qué había cambiado para conseguirlo?
En esta parte del libro, me gustaría compartir con vosotros el resultado de mis análisis y mis investigaciones sobre lo que nos pasa cuando nos quejamos y qué se puede hacer para cambiar. Yo creo profundamente que centrándonos en nuestro funcionamiento interno, levantando el velo que cubre la cara oculta de nuestras quejas e identificando claramente lo que nos conduce a una reacción de ese tipo, podemos comprendernos mejor y mejorar nuestra cotidianidad «en conciencia».
LA BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD
Aristóteles lo resume muy bien: «La felicidad es el objetivo y la causa de todas las actividades humanas». Todos deseamos la felicidad. Es la búsqueda más importante de la existencia. Por eso estoy profundamente convencida de que todo lo que hacemos en la vida está relacionado con la búsqueda de nuestra felicidad, con satisfacer esa necesidad profunda que tenemos en nosotros, incluso cuando nos quejamos:
- Cuando nos quejamos de nuestro jefe, buscamos satisfacer nuestra necesidad de respeto o de reconocimiento.
- Cuando nos quejamos de los políticos, queremos que sus decisiones tengan en cuenta nuestras necesidades.
- Cuando nos quejamos en carretera de los demás conductores, manifestamos nuestra necesidad de llegar puntuales o de seguridad.
- Cuando nos quejamos de nuestros hijos, en realidad ansiamos calma, libertad, orden, descanso. Pero también expresamos nuestra necesidad de estar tranquilos con la educación que les damos.
Nos despertamos refunfuñando, nos quejamos varias veces antes del desayuno, echamos pestes en el transporte público o en la carretera, contra los hijos, el Estado, la administración, nuestro jefe, con o contra nuestros compañeros de trabajo, nuestros cónyuges… En resumen, contra todo el mundo.
Y, sin embargo, quejándonos de ese modo no adoptamos la estrategia más favorable ni la más eficaz para aumentar nuestra felicidad. Adoptamos el papel de víctimas (véase capítulo 4) y nos contentamos con subir el tono o refunfuñar (a veces, e incluso a menudo, animados por nuestro entorno).
¿TENEMOS MIEDO DE SER «DIFERENTES» AL ESCOGER LA FELICIDAD?
¿Habéis notado que muy a menudo nos quejamos para crear vínculos con los demás en torno a nuestras desgracias? Construimos nuestras amistades basándonos en los puntos comunes de nuestras quejas, nos solidarizamos. Eso es especialmente cierto en el trabajo o en los lugares públicos. Lamentarnos también es un método que utilizamos a lo largo del día, para romper ese silencio incómodo que surge cuando estamos en presencia de gente que no conocemos. Es el caso de las conversaciones sobre el tiempo que hace —¡siempre demasiado riguroso!— en los ascensores, o también cuando se retrasa un tren o un avión, que nunca son puntuales.
Gracias a mi trabajo de coach y a mis investigaciones en el ámbito del desarrollo personal, recibo todos los días pruebas de que la forma como escogemos vivir una situación crea nuestra realidad. En efecto, aunque no siempre podemos elegir lo que nos pasa, si podemos escoger nuestra reacción. Y esta impacta en nuestra cotidianidad, en nuestra vida.
En todo momento, pase lo que pase, tenemos la opción de vivir la vida como deseemos. Tristezas, fracasos, penas, dificultades… Podemos optar por considerarnos víctimas impotentes o actuar en favor de nuestra felicidad. Podemos optar por rendirnos o coger las riendas y saborear, valorar aquello que la vida nos da.
Por el contrario, me doy cuenta demasiado a menudo de que cuando se plantea el tema de optar por la felicidad nos sentimos incómodos. Eso es porque estamos rodeados de personas que prefieren quejarse, lamentarse, considerarse víctimas. Existe una especie de cultura de la queja constante, de manera que al final escoger la felicidad es ser «diferente».
No hay nada vergonzoso en escoger la felicidad.
Albert Camus, La peste, 1947
Esta cultura nos empuja a refunfuñar para mitigar nuestras frustraciones. No nos planteamos preguntas realmente, seguimos la tendencia, hacemos lo que todo el mundo, nos quejamos como todo el mundo.
Para mí, este desafío ha puesto verdaderamente en evidencia hasta qué punto tenemos tendencia a sentirnos más seguros cuando «comulgamos» con los demás frente a nuestros problemas. Tenemos tal costumbre de quejarnos juntos, que desde el primer momento pensamos que hacer otra cosa significaría salirnos de la norma, que nos marginaría.
La norma es tranquilizadora, uno sabe a qué atenerse cuando se queja: sentir la compasión de nuestro interlocutor, o bien que él o ella alimente todavía más nuestras afirmaciones y se una a nosotros en nuestro sufrimiento.
Además, una conversación compuesta de quejas se queda en la superficie, nos permite no descubrirnos, no amenaza a los demás puesto que no les invitamos a unirse a la conversación a un nivel más profundo o más elevado. Nos quedamos en la superficie conversando sobre cosas negativas, sin arriesgarnos. ¿Habéis notado que siempre es más fácil decir contra qué estamos que a favor de qué estamos?
A veces, en nuestras pequeñas conversaciones cotidianas, nos quejamos porque creemos que si hablamos de lo que nos va bien, si lo valoramos, los demás nos arrebatarán nuestra felicidad, o nos miraran con extrañeza y nos envidiarán. Así que optamos por destacarles lo difícil, lo que no funciona. A fin de cuentas, todos montamos «festivales» de quejas. Nos concentramos en nuestros problemas y, al hacerlo, atraemos más cosas de esas que no deseamos en nuestra vida.
Probadlo vosotros mismos, dejaos llevar y quejaos desde el momento de despertaros y veréis cómo vuestra jornada estará llena de estupendas excusas para seguir con esa tendencia.
AYUDA
Cuando empecéis el reto, intentad no refunfuñar durante la primera hora después de levantaros. Optad por la felicidad y empezad el día sin quejas, y veréis cómo vuestra jornada estará llena de maravillosas razones para continuar así.
En los lugares que frecuentéis, en los ascensores, en los andenes de las estaciones o en el metro… estad atentos a no contribuir a las quejas ambientales. ¡Atreveos a ser diferentes, incluso junto a la máquina de café!