106250.jpg

NO DEJARLO PARA MAÑANA

P

ara triunfar en este desafío, hay que dejar ya de aplazar para mañana lo que podemos empezar hoy. Ahora estamos muy implicados en este libro, y si vosotros seguís leyéndolo, es porque os afecta algún aspecto de este mensaje. Una parte de vosotros tiene sin duda muchas ganas de integrar esto en vuestra vida. Y sin embargo estoy dispuesta a apostar que otra parte de vosotros se siente tentada a aplazar este desafío para mañana. Una parte de vosotros tiene ganas de esperar a estar «preparados». Siempre hay algo que desearíamos «arreglar» antes de empezar. Puede ser que os digáis:

Dejaré de quejarme cuando…

  • tenga un trabajo;
  • esté menos cansado/a;
  • haya terminado la mudanza;
  • tenga un amor;
  • encuentre un trabajo nuevo y ya no tenga que soportar más a mi superior;
  • haya superado mis problemas económicos;
  • se haya terminado la crisis…

En efecto, todos tenemos tendencia a creer que nuestra vida será mejor y más tranquila más adelante, cuando hayamos obtenido o cambiado cosas… y seguidamente podremos dejar de refunfuñar.

Los anuncios y las campañas de marketing que nos inundan buscan por otro lado convencernos de eso. Están por todas partes, en los transportes públicos, en los márgenes de la carretera, en la televisión, en la radio… Nos dicen hasta qué punto nuestra vida será mejor… cuando poseamos ese nuevo producto o tengamos acceso a ese nuevo servicio. El nuevo modelo de ese coche es la llave de nuestra felicidad, y por fin nos verán y nos reconocerán, ese rojo de labios aumentará nuestra estima personal y nos revalorizará, este complemento alimentario por fin nos permitirá sentirnos en forma y nos dará energía…

Todos sentimos claramente a veces un vacío en nuestra vida y los reyes del marketing nos hacen creer que debemos llenarla con cosas nuevas para tener una vida feliz. Y, a fin de cuentas, estamos constantemente poniendo nuestra felicidad y nuestra tranquilidad en función de «condiciones». Esperamos que todo sea perfecto, y finalmente aplazamos para mañana o hasta pasado mañana disfrutar plenamente de nuestra vida. Y un largo etcétera.

En su libro Et si le bonheur vous tombait dessus,15 Daniel Todd Gilbert, profesor de psicología de la Universidad de Harvard, demuestra hasta qué punto las personas se equivocan cuando imaginan su futuro, y especialmente cuando imaginan lo que les hará felices. Daniel nos transporta al país de los engaños, de la racionalización y de las ilusiones mentales que nos demuestra cómo subestimamos aquello que esperamos conseguir de las cosas que queremos obtener. Ya sean unas vacaciones en una isla paradisíaca o ese ascenso tan esperado. Finalmente ese algo nuevo nos aporta bastante menos felicidad de la que creíamos. Sus investigaciones, basadas en la psicología, las ciencias del conocimiento y las neurociencias, nos demuestran que, cuando prevemos el futuro, nuestra imaginación sufre una ilusión óptica. Daniel Todd Gilbert nos hace entender que nosotros somos incapaces de controlar el porvenir, aunque nuestro ánimo no sueñe con otra cosa.

«Dejo de refunfuñar» es un desafío que os invita a salir de esa espiral que os impide disfrutar plenamente de cada día que os ofrece la vida, tal como se presenta ante vosotros con sus dificultades, sus contratiempos, sus frustraciones… Esta espiral que os empuja a querer siempre algo distinto y a convertiros en eternos insatisfechos. ¿Habéis notado que muy a menudo nos quejamos porque hace demasiado calor cuando un par de días antes nos quejábamos del mal tiempo?

Con este desafío, podéis explotar vuestra enorme capacidad de adaptación (a menudo ignorada) sin tener que lamentaros por desear algo distinto.

Testimonio

«Entonces, lo que me ha decidido a dejar de quejarme ha sido ante todo el ambiente en casa, que se había vuelto muy crispado, por no decir insoportable. Con tres hijos, entre uno muy pequeño y un preadolescente, me costaba gestionar los momentos de crisis, y me di cuenta de que mi comportamiento no arreglaba las cosas, que aunque todo no dependía de mí, los miembros de mi familia interactuaban y cuando uno se quejaba, eso “contaminaba” a los demás.

En lo referente al despacho (nido de quejicas de todo tipo), conseguí “neutralizar” a una compañera muy pesada con una pequeñez: yo tenía la costumbre de saludarla todas las mañanas diciéndole: “Buenos días, X, ¿cómo va todo?”, a lo que ella contestaba quejándose de su vida, de su marido, su cansancio, sus estados de ánimo… me acordé de una frase de la película Le bal des casse-pieds que decía esencialmente que nunca hay que preguntarle a un pesado cómo le va. Ahora la saludo diciéndole simplemente: “¡Buenos días, X!”, y ella ya no vierte su malestar sobre mí todas las mañanas. Las grandes cosas que he aprendido son que mi comportamiento influye en el de mis interlocutores, que quejarse nunca hace que las cosas avancen (al contrario), que nosotros tenemos muchas cosas que aprender sobre la comunicación no violenta para resolver los problemas.

Yo recomiendo a todo el mundo que se plantee este desafío, porque aprendemos sobre nosotros mismos en todos los terrenos, sobre los demás, puesto que cuando vivimos juntos en una buena armonía y cuando las cosas desagradables se dicen sin herir o culpabilizar al otro, nos sentimos mucho mejor».

Christiane

NO HAY VÍCTIMAS FELICES

Una de las mayores lecciones de este desafío para mí ha sido tomar conciencia de todas las veces de mi vida que me consideraba una víctima. Cuando los colegios de mis hijos cambiaban los horarios de principio y final de las clases en el último minuto y eso afectaba a mi programa personal y profesional para todo el año; cuando mi hotel no tenía en cuenta mi reserva; cuando mis hijos me despertaban de noche; cuando los servicios de urbanismo hacían obras y yo llegaba tarde a mis citas por culpa de los atascos; cuando la economía iba mal y mis finanzas se veían afectadas. Cuando me cortaban la luz porque me había retrasado unos días en pagar la factura; cuando mi conexión de Internet iba mal; cuando mi contacto había olvidado anular nuestra cita y yo había perdido un tiempo precioso…

Todos esos momentos a lo largo de días y días eran como flechas que me atacaban. Y muy a menudo tenía tendencia a querer rendirme. A decirme que «es realmente un día echado a perder» o a pensar que «estoy segura, este tipo de cosas solo me pasan a mí» o también: «Hala, una complicación más».

El descubrimiento de esta historia del asno en el fondo del pozo me ha ayudado mucho a cambiar de perspectiva. Es una historia que había leído hace unos años, pero de repente, en el contexto de este desafío, podía apropiármela y aplicarla concretamente a mi vida.

La leyenda del asno y el pozo

Un día, el asno de un granjero se cayó dentro un pozo.
El animal gimió penosamente durante horas y el granjero se preguntó qué podía hacer. Finalmente decidió que el animal era viejo y que el pozo debía desaparecer. De todos modos, para él no era rentable recuperar el asno. Entonces invitó a todos sus vecinos a venir a ayudarle, y empezaron a tapar el pozo con una pala.
Al principio, el asno se dio cuenta y se puso a rebuznar. Después, ante la estupefacción de todos, se calló. Algunas paletadas más tarde, el granjero miró dentro del fondo del pozo y lo que vio le dejó atónito. Con cada paletada de tierra que le había caído encima, el asno había hecho una cosa asombrosa: se había espabilado para sacarse la tierra del lomo y se había subido encima. Poco después, ¡todos se quedaron estupefactos al ver que el asno salía del pozo y se ponía a trotar!

La vida intentará devoraros bajo todo tipo de desperdicios. El truco para salir del agujero es espabilarse para avanzar. Cada una de nuestras preocupaciones es una piedra que nos impide progresar. Nosotros podemos salir de los pozos más profundos sin pararnos nunca. ¡No abandonéis jamás! ¡Espabilaos y lanzaos!

Si el asno hubiera optado por ser una víctima y hubiera seguido rebuznando y quejándose, estaría enterrado en el fondo del pozo. En lugar de eso, escogió coger las riendas y ser creativo. A menudo, cuando yo misma me siento en el fondo del pozo, vuelvo a pensar en ese asno. Cuando me siento paralizada por lo que me pasa y solo tengo ganas de señalar con el dedo a los culpables quejándome, soy plenamente consciente de que eso no me hará salir del agujero. Todo lo contrario, si me contento con refunfuñar acabaré enterrada bajo mis propias quejas.

A partir de ahora, me pase lo que me pase, incluso si tengo la impresión de sufrir algo que «alguien me hace», intento no perder más energías juzgando o quejándome, porque a partir de ahora soy consciente de que eso me genera aún más tristeza, y sobre todo que eso no me hace avanzar.

¡LIBEREMOS A LOS CULPABLES!

Por otra parte, ¿habéis notado hasta qué punto tenemos una necesidad profunda de encontrar culpables de todo lo que nos pasa? Ah, los culpables nos gustan, los buscamos y dedicamos tiempo a señalarlos con el dedo… ¡Es como si nos dieran consistencia!

Nos decimos: «Es verdad que esto no es culpa nuestra, y además francamente, solo con que pudieran disciplinar un poco a los culpables… ¡nuestra vida sería mucho más fácil!». Nos quejamos, protestamos: «Solo con que los culpables fueran capaces de entender, de ayudar, ser más responsables, sentir más respeto por nosotros, por las normas…».

Recuerdo muy bien haber pasado por esa situación yo misma durante mi desafío. Estaba en la playa con mis hijos. Tenía ganas de relajarme, de leer una revista y de aprovechar ese momento lejos de mis ordenadores y de mi teléfono. Y mis hijos (los culpables del momento) no dejaban de pedirme cosas: «Mamá tengo hambre, mamá no encuentro mi traje de baño, mamá tengo que ir al lavabo…». Ellos eran muy educados y sin embargo yo empecé a quejarme, ¡¡¡¡porque una parte de mí tenía muchísimas ganas de que mis hijos fueran autónomos, que consiguieran jugar y espabilarse solos, que me dejaran tranquila!!!! No podía relajarme y era «culpa» suya, y no obstante ellos se portaban como niños normales. Fue ese día cuando me di cuenta hasta qué punto yo tenía tendencia a querer encontrar siempre culpables, responsables de mis frustraciones.

Ese día tomé plena conciencia de que podía estar frustrada no porque los demás me hicieran soportar algo, sino porque yo tenía expectativas que no eran compatibles con mi realidad del momento (como leer un libro cuando estoy en la playa con mis tres hijos).

Por tanto tenía que elegir, podía:

  • o bien quejarme porque no podía leer tranquilamente;
  • o bien aprovechar que estaba en la playa y disfrutar de esa oportunidad para hacer una actividad con ellos (bañarme, construir un castillo de arena, recoger conchas…).

Para eso, tuve que dejar de sentirme víctima y despedirme de mi deseo de leer. ¡Pero de todos modos, esperar que no me interrumpieran era absolutamente irreal! Adquirí conciencia de que si quería leer en paz debía crear una situación distinta y compatible, como leer por la noche en lugar de ver una película, o permitirme una pausa en un rincón durante el café al día siguiente, cuando mi marido estuviera disponible para los niños.

¡Con este desafío, aprendamos a liberar a los culpables! Dejemos de acusarles de todos nuestros males. Nuestros compañeros de trabajo que nos cansan, el recaudador que se queda con nuestro dinero, los transportes públicos que van con retraso, la economía que nos deprime.

RECORDATORIO

Como el asno en el fondo del pozo, no nos quejemos como víctimas, al contrario, cojamos las riendas y seamos creativos. Dejemos de señalar con el dedo a los culpables y de responsabilizar a los demás de nuestros problemas. Esa es la clave de nuestra felicidad.

CUIDADO CON LA PRESIÓN QUE AUMENTA… COMO EN UNA OLLA

Testimonio

«“Dejo de refunfuñar” puede parecerle a algunos una expresión de debilidad, la impresión de ser sumiso. Pero “dejar de quejarse” no significa “estar de acuerdo en todo” y reprimir las objeciones».

Albert de Petigny

Haciendo este desafío me he dado cuenta de que me quejaba muy a menudo, porque de hecho explotaba después de una situación que había durado demasiado tiempo o que se repetía. Me quejaba porque antes había conseguido contenerme, ver las cosas por el lado bueno, me responsabilizaba y me callaba para no ser la bruja de turno… ¡y al final, de pronto, estallaba! Como la tapadera de una olla que hay que retirar. ¡La presión había subido demasiado, aquello se volvía insoportable y tenía que salir bajo presión! ¡Quejándome! Para hacer el vacío… En esos momentos tenemos tendencia a decirnos que «quejarnos sirve de algo». Pero de hecho podríamos simplemente evitar haber llegado allí, ¿no?

En efecto, he tomado conciencia profundamente de que, ante una situación difícil, es importante que no reprima mi frustración, que no intente contenerla, si no al final la olla explota; ¡y a veces, por otro lado, incluso en una situación que no tiene nada que ver con mi frustración inicial!

Veamos un ejemplo que yo he vivido: estoy frustrada porque mi hija pequeña llora y quiere que la lleve en brazos todo el día. Yo cedo a sus exigencias porque no tengo valor de afrontar el problema y gestionar la crisis si digo que no. Entonces opto por callarme, la llevo en brazos y hago todo lo que puedo para que deje de gritarme al oído. Encajo… y en otro momento del día, mi otra hija me reclama cualquier cosa y allí, ¡exploto!: «¡Estoy harta, esto no puede ser, yo no puedo hacerlo todo, estoy cansada, podrías espabilarte!». Mi respuesta es desproporcionada en relación a su exigencia, está relacionada con una frustración anterior, reprimida durante demasiado tiempo. Esta frustración irrumpe abruptamente en otra situación. La olla ha explotado sobre mi otra hija, que no tiene nada que ver… Ella acusa el golpe de esa frustración que yo he retenido todo el día, porque no me he ocupado de mí y de mis necesidades. No he sabido hacer respetar mis límites, entonces me siento víctima y aún más triste por haberme enfadado.

Otra situación (también vivida) para los que no tienen hijos. Desde hace días trabajo en un proyecto difícil, las horas pasan y nunca termino. Podría buscar ayuda, pero no sé cómo y tengo miedo de que eso me cueste demasiado caro (es más sencillo hacerlo uno mismo que formar a alguien). Me salto comidas, me acuesto tarde, reventada. Empiezo a cansarme y a estar frustrada. Tanto más cuando no es la primera vez que me encuentro en esta situación. Además, otras personas acuden a mí y reclaman mi ayuda. No es gran cosa, solo un poquito por aquí y por allá, y yo digo que sí porque no quiero decir que no. Son personas a quienes tengo ganas de ayudar. Al cabo de cierto tiempo empiezo a sentirme cansada en todos los sentidos. Finalmente, un día, al acabar la jornada, mi ordenador me abandona y ahí exploto. Empiezo a refunfuñar, estoy profundamente indignada. El problema informático es la gota que hace desbordar el vaso, el disparador que hace saltar la olla. Pero la presión estaba allí desde hacía días, subía progresivamente, y yo no he hecho nada para reducirla poco a poco. Dejo que la situación empeore.

Con este desafío, he tomado verdadera conciencia de la importancia de vaciar la presión de la olla poco a poco. A estar atenta cuando noto que la presión aumenta, a ocuparme de mí, exponer mis límites, expresar mis necesidades, decir que no a veces, pedir ayuda, invertir la presión antes de que la situación degenere, o también, a veces, cambiar mi punto de vista sobre la misma. Es un desafío para cada hora, para cada instante, pero que es fuente de mucha serenidad.

AYUDA

Escuchad a vuestro cuerpo y parad cuando notéis que aumenta la presión, ardor en las orejas, el vientre encogido… vuestro cuerpo os habla y os dice que la situación se está desviando.

¿Qué podéis hacer para aliviar la presión? Definid tres acciones y planificadlas para llevarlas a cabo en las siguientes cuarenta y ocho horas.

¿Tenéis demasiado trabajo?

Aprended a decir que no o pedid ayuda.

¿Vuestra casa está sucia y desordenada?

• Delegad lo que podáis a los miembros de vuestra familia (mi marido y mis hijos de diez y ocho años se lavan la ropa desde hace dos años).

• Optad por reducir otro gasto y contratad un señora de limpieza cada quince días como mínimo.

¿Estáis cansados?

Acostaos antes de las diez de la noche cada dos días, como mínimo.

¿No os sentís respetados?

Atreveos a pedir que os hablen en otro tono.

SABER ANTICIPAR

A veces, ocuparse de las frustraciones no pasa necesariamente por decir las cosas «después». También hay que saber expresar las expectativas «antes», cuando todavía no hay ningún problema (es mucho más fácil). Por ejemplo, si en el trabajo, en casa, en familia o entre amigos sabéis que hay situaciones que no os convienen, prevenid a las personas que os rodean.

Mis amigos o mis hermanos y hermanas y yo nos reunimos a menudo con todos nuestros hijos y, como quizás sabéis, en esos momentos todo el mundo debe responsabilizarse un poco.

Yo, a partir de ahora, busco tiempo para expresar mis expectativas, para decir lo que me conviene, para explicar en qué soy flexible en lo que a la vida comunitaria se refiere, para señalar en qué momentos tengo más necesidades, y los demás hacen lo mismo. Y puede que pase lo siguiente:

  • A mí me crispan los nervios los gritos de los niños en la mesa. ¿Podría cada padre ocuparse de su hijo y llevárselo a la habitación de al lado si tiene una pataleta?
  • A mí no me molesta que me digan que tengo que preparar la comida. Prefiero que me encarguéis algo, a que lo hagáis vosotros por mí, protestando porque en vuestra opinión no he participado en las tareas.
  • A mí no me va esto de reunirnos veinte en una casa, no disfruto porque no consigo ver a nadie, ni relajarme y con todo ese ruido no sirvo para nada. Yo prefiero que nos veamos en grupos más reducidos.
  • ¡A mí mientras me dejéis echarme la siesta tranquilamente, estoy encantado!
  • A mí lo que me gustaría sería poder andar cuarenta y cinco minutos todas las mañanas. Si os quedáis con mis hijos, yo me quedo con los vuestros a la hora de la siesta.

Así, cada uno tiene la oportunidad de decir lo que necesita para que todo vaya bien. Y a continuación todos hacemos un esfuerzo. A veces hay imprevistos y puede que haya alguna necesidad insatisfecha, pero se ha escuchado a todo el mundo y todos nos mostramos flexibles. Ni nos sentimos agobiados, ni pedimos imposibles.

AYUDA

Estableced límites previamente. Es más fácil entonces, porque no se señalan los errores del otro.

Sabed reconocer las situaciones que no os convienen y evitadlas. Haced balance regularmente. Hablad del menor malentendido o problema inmediatamente, cuando todavía se puede enderezar, para impedir que suba la presión.

Convocad una reunión de familia para que todo el mundo pueda expresarse y sea escuchado.

En el trabajo, yo intento hacer eso mismo con mi equipo. Les prevengo antes de la forma en que funciono y de lo que funciona mejor para mí. Por ejemplo, hace muy poco se ha incorporado una persona nueva a mi equipo, dediqué tiempo a advertirle sobre mi forma de funcionar (también le hablé de mis defectos) para evitarle quejas por culpa de malentendidos. Le dije: «En general, soy bastante directa en mis comunicados por correo electrónico, no me paro demasiado en las formas porque suelo escribir muy deprisa, mientras hago otras cosas. Pero necesito que confíes en que mis intenciones siempre son buenas. Si tengo que hacer un comentario o no estoy satisfecha con tu trabajo, te lo diré siempre a la cara, y espero lo mismo de ti».

En ese mismo sentido y para evitar que las frustraciones se acumulen, me pongo en contacto con los miembros de mi equipo para decirles exactamente y desde el principio lo que espero de ellos y cómo defino el éxito de nuestra colaboración.

Así en el trabajo, entre amigos y en familia, comunico claramente mis expectativas desde el principio. Prevengo a los demás de mi modo de funcionar, de mis necesidades y de lo que pueden esperar de mí. Regularmente hago balance con ellos para ver si hay un exceso de cosas no dichas o de frustraciones. Comunico lo máximo posible antes de que llegue el problema, cuando las emociones negativas todavía no están presentes, cuando falta mucho para que la presión en la olla pueda hacerla explotar. ¡Es mucho más sano (y sobre todo mucho más fácil)!

RECORDATORIO

  • Hagamos regularmente el vacío en la olla. Ocupémonos de las frustraciones lo más rápido posible antes de que la cosa degenere y explotemos.
  • Prevengamos las crisis, comunicándonos con los demás antes de que los problemas estén demasiado presentes.

ACEPTAR QUE SOMOS IMPERFECTOS

Este desafío nos invita a dar lo mejor de nosotros mismos, pero también a aceptar que nunca seremos perfectos. Durante el desafío es normal fracasar y tener que volver a empezar. También es normal equivocarse y cometer errores en la vida. Pero no hay que quejarse. Liberémonos de la presión que implica intentar ser perfectos. Permitámonos actos imperfectos.

Dejemos de sentirnos agobiados por todas nuestras obligaciones, «Debo hacer esto, debo hacer aquello…», y recuperemos el contacto con aquello que tenemos muchas ganas de hacer. Porque todos tenemos ganas de hacerlo lo mejor posible y eso es lo que cuenta. Tenedlo eso muy presente en la mente durante el día a día.

RECOLOCAR EL PLACER EN EL CENTRO DE VUESTRA VIDA

Tengo una buena noticia para vosotros. Una de los modos más agradables de contribuir al éxito de este desafío es devolverle al placer un lugar en vuestra vida. ¡Y sí, «darse placer» más a menudo es una excelente manera de quejarse menos! Si tenemos fuentes de placer en nuestra vida, tendremos mucha menos tendencia a poner el acento en lo que cojea en nuestra cotidianidad. Estaremos menos amargados. Al final siempre le hacemos pagar a alguien por algo que nos vemos obligados a hacer.

Lo que siempre me sorprende es que todos sabemos que somos nosotros mismos quienes debemos procurarnos placer en nuestra vida, y sin embargo solemos resistirnos muy a menudo. Una parte de nosotros tiene muchas ganas «de dejarse ir y permitirse placer», y otra se dice: «No, esto no está bien, no hay que hacerlo». Tenemos muchas excusas: «No tenemos tiempo, hemos de ocuparnos de los niños, hemos de trabajar, hemos de hacer esto o aquello en su lugar, estas cosas son más importantes…». Y al final nos sacrificamos, día tras día.

Anne Dufourmantelle, filósofa y psicoanalista, nos dice que «darse placer implica poder vivir plenamente el instante sin estar bajo vigilancia interna».16 Y sí, para triunfar en ese desafío de no refunfuñar durante veintiún días seguidos, hay que saber acallar a veces a nuestro pequeño policía interior, que nos mantiene concentrados en esa lista de cosas por hacer y en nuestras responsabilidades. Hay que saber recuperar el deseo de obtener ese placer disponible en el momento presente.

Insisto en precisar que el placer es, en primer lugar, una experiencia carnal y sensual, que a menudo no tiene nada que ver con el hecho de comprarse un objeto nuevo ni con conseguir alguna cosa nueva. No digo que no se os caiga la baba por un regalito que os hacéis a vosotros mismos, por un artilugio tecnológico o por un vestido nuevo que realmente os complacerá; todo lo contrario.

Pero recordad que el placer se halla sobre todo en el instante presente, en vuestro cuerpo, en las cosas a las que tenéis fácil acceso. Puede consistir en buscar tiempo para echarse una siesta o leer un libro con tranquilidad, o contemplar obras de arte o dedicar un rato al deporte, salir a tomar el aire a la naturaleza (algunos creen que caminar resuelve todos los problemas y yo quiero creerles), o bailar con regularidad (esa es mi actividad placentera favorita). El placer también puede obtenerse simplemente sintiendo, de forma consciente, aquello que nos aporta placer en la vida cotidiana. Un sabor, un perfume, una imagen, las cosas que consideramos bonitas, aquellas que nos inspiran, que nos hacen sonreír y nos divierten… la lista puede ser larga.

Nos corresponde a nosotros averiguar cuáles son las cosas que nos resultan profundamente placenteras. Esas cosas que nos ponen de nuevo en contacto con nuestro cuerpo y nuestros sentidos, y seguidamente démonos permiso para ir un poco más despacio y para dedicar tiempo a vivirlas plenamente, a disfrutarlas.

EL PLACER POR EL EJEMPLO

Recuerdo muy bien el día en que tomé conciencia del poder de la vocecita de mi «policía antiplacer» durante mi desafío. Era un jueves por la mañana y uno de mis clientes acababa de anular nuestra cita. Por tanto yo tenía, de forma totalmente inhabitual, la mañana libre, pero, como siempre, una lista infinita de cosas por hacer.

Todos los domingos por la mañana voy a un curso Nia. El Nia (sinergia entre la danza jazz, moderna y de Isadora Duncan, el tai-chi-chuan, el taekwondo y el aikido, la técnica Alexander, el método de Moshé Feldenkrais17 y el yoga), se dirige al cuerpo y al espíritu. Es un curso de danza que me proporciona un placer inmenso y me hace mucho bien. Y en fin, suelo decirme a menudo que mi sueño sería empezar todas las semanas bailando esa disciplina. La clase también se imparte los martes y jueves por la mañana a partir de las 9.30, pero yo nunca tengo posibilidad de ir porque me coincide con horas de trabajo. Aquel jueves tenía la agenda vacía y me sentí dividida entre las ganas de permitirme ir a esa clase de danza y mi responsabilidad de avanzar en mi interminable lista de cosas importantes y urgentes por hacer. Era incapaz de decidirme, pero cuando me levanté me puse ropa de deporte. Una hora después, cuando volvía de dejar a los niños en el colegio, me tuve que enfrentar a la decisión. Iba al volante de mi coche en dirección al despacho cuando di media vuelta, hacia el estudio de baile, diciéndome: «Esto es una tontería, por una vez que puedo ir a bailar entre semana…, si me paso todo el día soñando con eso». En el siguiente semáforo volví a dar media vuelta en dirección al despacho, con un nudo en el estómago. «No, verdaderamente esto no es serio, tengo un montón de cosas que hacer, no puedo permitirme ir a danza esta mañana». ¡Recuerdo que incluso telefoneé a mi marido para que él decidiera por mí! (cosa que no hizo, naturalmente). Me sentía muy culpable por desear permitirme ese placer. Por no presionar las cosas y desear solo disfrutar, divertirme, reconectarme con mi cuerpo… Finalmente me dije: «Hago lo que quiero», y me fui a bailar. Aquel día, no me quejé. ¡Me sentía como una millonaria, porque me había permitido el lujo de ir una hora a danza, una mañana entre semana! La clase me sentó muy bien y me aportó mucho placer. En cuanto terminó volví a trabajar, motivada, concentrada… feliz.

Vosotros permitíos también, a veces, «hacer lo que queráis». Sed capaces de relajaros y de hacer callar a vuestro «vigilante interior». La vida está hecha para vivirla plenamente, y nuestras listas interminables de cosas por hacer para ayer o para mañana no deben ocupar todo el espacio. Dedicad tiempo para que en vuestra cotidianidad quepan esas cosas importantes que os aportan alegría y bienestar. Os corresponde a vosotros convertir tales cosas en prioridades y no dejar que desaparezcan sepultadas bajo ese montón de tareas por cumplir.

Esto me recuerda a una historia que me contaron: la metáfora del jarrón y de las piedras grandes…

Un día, un profesor encargado de formar
a sus alumnos en la gestión del tiempo
decidió llevar a cabo una experiencia.

De debajo de la mesa que le separaba de sus alumnos, sacó un jarrón grande que colocó con cuidado frente
a sí. Después sacó varios guijarros grandes y los metió con cuidado, uno por uno, dentro del gran jarrón. Cuando el jarrón estuvo lleno hasta el borde y era
imposible añadir una piedra más, levantó la vista hacia sus alumnos y les preguntó:

—¿El vaso está lleno?

Todos contestaron:

—Sí.

Él esperó unos segundos y añadió:

—¿Seguro?

Entonces se inclinó de nuevo y sacó de debajo de la mesa un recipiente lleno de grava. Echó lentamente la grava sobre las piedras grandes y después agitó levemente el jarrón. La grava se coló entre las piedras… hasta el fondo del jarrón. El profesor volvió a levantar la vista hacia su público y repitió su pregunta:

—¿Está lleno este jarrón?

Sus alumnos empezaron a comprender su tejemaneje. Uno de ellos contestó:

—¡Seguramente no!

—¡Bien! —contestó el profesor.

Se inclinó otra vez y en esta ocasión sacó de debajo de la mesa un saco de arena. Con cuidado, echó la arena dentro del jarrón. La arena llenó los espacios entre los guijarros grandes y la grava.

Una vez más, preguntó:

—¿Está lleno este jarrón?

Esta vez, sin dudar y en coro,
los atentos alumnos contestaron:

—¡No!

—¡Bien! —respondió el profesor.

Y cogió la jarra de agua que estaba sobre la mesa y llenó el jarro hasta el borde. El viejo profesor levantó entonces la mirada hacia su grupo y preguntó:

—¿Qué gran verdad demuestra esta experiencia?

Un alumno, reflexionando sobre el tema del curso,
contestó atrevido:

—Eso demuestra que cuando creemos que tenemos la agenda totalmente llena, si realmente lo queremos, podemos añadir más citas, más cosas que hacer.

¡Deja de refunfuñar!
titlepage.xhtml
part0000.html
part0001_split_000.html
part0001_split_001.html
part0001_split_002.html
part0001_split_003.html
part0001_split_004.html
part0001_split_005.html
part0001_split_006.html
part0001_split_007.html
part0001_split_008.html
part0001_split_009.html
part0001_split_010.html
part0001_split_011.html
part0002_split_000.html
part0002_split_001.html
part0002_split_002.html
part0002_split_003.html
part0002_split_004.html
part0002_split_005.html
part0002_split_006.html
part0002_split_007.html
part0002_split_008.html
part0002_split_009.html
part0003_split_000.html
part0003_split_001.html
part0003_split_002.html
part0003_split_003.html
part0003_split_004.html
part0003_split_005.html
part0003_split_006.html
part0003_split_007.html
part0003_split_008.html
part0003_split_009.html
part0003_split_010.html
part0003_split_011.html
part0003_split_012.html
part0003_split_013.html
part0004_split_000.html
part0004_split_001.html
part0004_split_002.html
part0004_split_003.html
part0004_split_004.html
part0004_split_005.html
part0004_split_006.html
part0004_split_007.html
part0004_split_008.html
part0004_split_009.html
part0004_split_010.html
part0004_split_011.html
part0004_split_012.html
part0004_split_013.html
part0004_split_014.html
part0004_split_015.html
part0004_split_016.html
part0004_split_017.html
part0004_split_018.html
part0004_split_019.html
part0004_split_020.html
part0004_split_021.html
part0004_split_022.html
part0004_split_023.html
part0004_split_024.html
part0004_split_025.html
part0004_split_026.html
part0004_split_027.html
part0004_split_028.html
part0004_split_029.html
part0004_split_030.html
part0005.html