El presente está ahí lo queramos o no. Puede no gustarnos, podemos no estar de acuerdo con él, pero sin embargo no sirve de nada luchar contra él quejándonos. Quejarnos nos agota, nos arruina la vida, solo es una excusa para dejarse llevar como una víctima pasiva. Este desafío os invita a comprender plenamente vuestra vida y vivirla de manera responsable. Dejemos de refunfuñar y escojamos lo que queremos ser ahora.

Los mejores años de vuestra vida son aquellos en que decidís que vuestros problemas os pertenecen.
Sin culpar ni a vuestra madre, ni a la ecología,
ni al presidente. Sois conscientes de que podéis
controlar vuestro destino.

Dr. Albert Ellis, psicólogo

APRENDER A DESPRENDERNOS DE NUESTROS PENSAMIENTOS NEGATIVOS

Katie Byron, en su página web el Travail (www.thework.com: véase ejercicio en la pág. 168), pone en evidencia hasta qué punto una idea es inofensiva hasta que nos sumamos a ella. Por eso nos invita a autocuestionarnos para distanciarnos de aquello que creemos «cierto». Al hacerlo, nos liberamos de nuestras reticencias, dejamos de oponernos mentalmente a lo que nos pasa, y de ese modo podemos aceptarlo mejor y concentrarnos en una solución ante un accidente, si perdemos el trabajo, si tenemos un problema en carretera, un retraso, un trastorno de salud… «No son nuestros pensamientos, sino el apego que tenemos a nuestros pensamientos lo que provoca el sufrimiento», dice ella. Cuando nos dejamos llevar por la queja, dejamos que nuestros pensamientos negativos cobren vida. A través de nuestras quejas interfieren en nuestras conversaciones, en nuestras relaciones, en nuestra cotidianidad… y poco a poco se convierten en nuestra vida, en nuestra identidad. ¡Acabamos incluso por creérnoslos!

Para tener éxito en este desafío es importante adquirir perspectiva en relación con nuestras quejas y evitar que se nos peguen a la piel y nos invadan. Hay que aprender a soltar lastre, hay que aprender a cuestionárnoslos. No se trata, os lo aseguro, de reprimir vuestros pensamientos negativos. Soy absolutamente consciente de que es casi imposible impedir que surjan en nosotros y este no es el tema de este libro.

Nuestro cerebro es un órgano súper activo que piensa, piensa y piensa durante días. Nuestros pensamientos van y vienen sin que nosotros seamos conscientes de ello. Entran en nuestra cabeza a miles, y nosotros no podemos evitar que estén ahí. Algunos son positivos y otros son negativos. Y al final esto no tiene mucha importancia, ya que los pensamientos no nos hacen ningún daño. Solo están en nuestra cabeza. Por eso en este desafío, quejarse mentalmente no cuenta. Simplemente dejamos que pase la queja y seguimos con nuestra jornada.

El mal aparece cuando empezamos a aferrarnos a nuestros pensamientos, a darles importancia y a expresarlos en nuestras quejas. A partir de este momento, anclamos nuestros pensamientos negativos en nuestra vida. Los cristalizamos. Este desafío, por el contrario, nos invita a encontrar un espacio sano para vivir plenamente nuestros pensamientos negativos y descargarnos de ellos.

¡Seguidamente lo más importante es saber dejar que nuestros pensamientos negativos vayan y vengan, y retomar el curso de nuestra vida sin quedarnos anclados en nuestra frustración!

La idea no es negar nuestras emociones. Al contrario, es importante dedicar tiempo a permitirnos vivir nuestras emociones. ¡Pero seguidamente es necesario saber soltar lastre, no aferrarnos a nuestros pensamientos negativos, no quedarnos anclados en ellos y no darles vida en nuestras conversaciones… quejándonos!

AYUDA

Para descargaros de vuestras frustraciones podéis escribir un diario, hacer deporte, ir a dar una vuelta a la manzana, hablarlo con un amigo de forma constructiva, o ir a un médico especialista si necesitáis ayuda.

Para ayudaros en este proceso de soltar lastre podéis hacer el ejercicio «Soltar lastre con el método Sedona» (véase pág. 166).

Es verdad que a veces podemos tener una franca tendencia a dar vueltas a las mismas preocupaciones. Nuestro cerebro funciona en ese caso como un disco rayado. Se repite, se repite y se repite durante casi todo el día. Está bloqueado en las quejas que refunfuñamos o expresamos a lo largo del día.

Si soltáis lastre levemente, obtendréis una paz leve.
Si soltáis lastre enormemente, obtendréis una paz enorme.
Si soltáis lastre completamente, tendréis una paz completa.

Ajahn Chah Subhatto8

Sobre este tema, la antropóloga cultural Ángeles Arrien (autora de Les Quatre Voies de l’initiation chamanique, Éditions Véga, 2004)9 nos explica cómo, en ciertas culturas indígenas, se promueve el compartir la historia de cada cual, pero no más de tres veces. Esas culturas reconocen la importancia de liberarse, de compartir con el prójimo, de contar nuestra historia, nuestra desgracia y obtener compasión, pero no más de tres veces, porque eso sería un síntoma de que estamos acorralados en una posición de víctimas. Tres veces es bastante, más implica dependencia de la «intensidad» (ya sabéis, esa necesidad de dramatismo que a veces tenemos tendencia a cultivar en nuestra vida) y es signo de que no sabemos funcionar sin nuestra dosis de victimización. Para evitar esa dependencia, hay que saber levantar la cabeza del guion, coger altura, distancia. Ver las cosas de otra manera y sobre todo perdonar. Perdonarse a uno mismo por no ser perfecto, y perdonar a los demás. Así nos liberamos de nosotros mismos, obtenemos libertad para recorrer el camino de la vida y empezamos a ver y a vivir más plenamente las experiencias agradables.

AYUDA

Vosotros también, localizad las ocasiones en que dais vueltas a la misma historia más de tres veces. Puede darse el caso de que encontréis a una persona que os escuche con atención y os expreséis ante ella una última vez. Seguidamente anotad vuestra queja en un papel y dejad que se pulverice y se evapore quemándolo con una vela, o rompedlo en pedacitos y tiradlo a la basura. Cuando el papel desaparezca, podéis repetir: «Yo suelto lastre, me libero para aprovechar mi vida».

SABER DESPRENDERNOS DE NUESTRO DESEO DE CONTROLARLO TODO

En este inicio del siglo XXI, la vida nos empuja a ser cada día más competentes y a estar siempre mejor organizados. Para la mayoría nuestra máxima aspiración es triunfar profesionalmente, tener una vida de familia serena, tiempo para uno mismo y salud. Impulsados por la mirada de los demás o por las «normas» de la sociedad, somos cada vez más exigentes. A menudo la frontera entre el trabajo y la vida privada es confusa, y en nuestra agenda está todo mezclado. ¡Hay que conseguir casarlo todo e intentamos en vano tener una vida equilibrada! Una reunión, una hora de deporte, la familia, acabar un proyecto, hacer un curso… Nuestro tiempo es muy valioso y nos pasamos el día haciendo malabarismos.

Para conseguir ocuparnos de todo necesitamos controlarlo todo, y nuestra tolerancia ante los imprevistos o los obstáculos se limita mucho. De modo que cuando no podemos controlar lo que nos pasa, nos frustramos muchísimo porque nos sentimos disminuidos y perturbados en nuestra carrera y nuestra búsqueda de equilibrio. Entonces… nos quejamos.

Es muy frustrante no poder controlar lo que nos rodea y sobre todo a las personas. Y sí, la vida no es un teatro cuyo decorado podemos cambiar en función de nuestros deseos, ni podemos controlar a los demás como un director a sus actores. Muy a menudo las cosas no pasan como querríamos. Aunque creamos saber exactamente lo que nos conviene, desgraciadamente no siempre podemos decidir lo que nos pasa. Cuando creemos que podemos controlar a los demás o nuestra vida, nos engañamos y entonces nos provocamos enormes frustraciones.

Este desafío me ha permitido ser consciente de que, de hecho, es normal no poder controlar a los demás como si fueran marionetas. Es bueno darse cuenta de que:

  • Sí, los demás también son humanos y es una fantasía creer que puedo hacer que obedezcan puntualmente.
  • Sí, a veces las cosas se retrasan, los demás bloquean el proceso y expresan su desacuerdo con lo que yo había planificado.
  • Sí, a veces los demás no están dispuestos, quieren ir más despacio, no están de acuerdo, necesitan analizar, reflexionar… Incluso puede darse el caso de que quieran hacerlo de forma distinta a la mía.
  • Sí, yo no soy omnipotente (¡caramba!).

Pero, por tanto, yo me niego a que eso me arruine la vida, y por otro lado cuanto menos me quejo más posibilidades tengo de conseguir mi objetivo del día, y además con una sonrisa.

ACEPTAR QUE NO SIEMPRE SABEMOS LO QUE ES BUENO PARA NOSOTROS

Hay que admitir que a menudo no sabemos lo que es mejor para nosotros. Queremos llegar a la hora y nos ponemos nerviosos al volante quejándonos porque nuestra cita es muy importante (o bien no es tan importante, pero dramatizamos). No obstante no pensamos que, quizás, estando bloqueados en un atasco acabamos de evitar un accidente de carretera. Tenemos prisa y no queremos hacer cola, pero tal vez la persona que espera detrás de nosotros es una persona maravillosa que vale la pena conocer. A veces nos decimos que verdaderamente no tenemos suerte. Tenemos la impresión de que somos unos gafes, de que todo se tuerce. Algunos pierden su trabajo, tienen preocupaciones familiares y/o de salud, y parece que todo se les acumula. En momentos como estos, puede que tengamos la impresión de que nos han echado mal de ojo. Pero, en el fondo, ¿podemos afirmar al cien por cien que sabemos realmente lo que es bueno para nosotros? ¿Verdaderamente supone un beneficio querer controlar toda nuestra vida y gobernarla por entero?

He aquí dos cuentos (cuyos orígenes desconozco) que nos abrirán los ojos.

Hace mucho tiempo, había un rey que tenía un consejero sabio. Este tenía la costumbre de repetirle al soberano: «Todo lo que te pasa es por tu bien».
Y sucedió que, durante un desfile, el rey soltó su sable y se cortó un dedo del pie. Muy contrariado, fue a casa de su consejero y le preguntó si ese accidente le había sucedido por su bien. El sabio le repitió una vez más: «Todo lo que te pasa es por tu bien». Enfurecido, el rey consideró que sus palabras eran una afrenta y decidió encarcelarlo para castigarlo.
Al cabo de cierto tiempo, el soberano se fue de caza rodeado de su corte. El grupo se dispersó rápidamente por el inmenso bosque, y cuando cayó la noche el rey se vio solo, y lo que es peor, perdido. Buscó, buscó y buscó una vez más la salida en vano. Cuando estaba al límite de sus fuerzas, atisbó por fin el resplandor de una hoguera. «¡Salvado, estoy salvado!», se dijo. Avanzó hacia la luz y descubrió una tribu de su reino que no conocía. Se presentó como el rey y les prometió una gran recompensa si le ayudaban a volver a su palacio.
Pero las cosas no sucedieron como estaba previsto.
Los indígenas no hablaban su idioma. Se mostraron
agresivos y el rey comprendió enseguida que había ido a parar a una tribu de caníbales de la que sus soldados ya le habían hablado. Ellos hicieron pues los preparativos para comérselo, y antes de cocerle, le desnudaron.
Fue en ese momento cuando descubrieron su pie mutilado. Y, como todo el mundo sabe, los caníbales nunca devoran a personas tullidas. Así que le soltaron, no sin lamentarlo pues parecía muy apetitoso. Después de diversos periplos, el rey acabó encontrando su palacio. Se apresuró a ir en busca de su consejero y le liberó:
«Es verdad, tú tenías razón; incluso ese accidente con el sable resultó ser por mi bien. ¡Pero dudo mucho que tú puedas considerar que estas semanas que has pasado en prisión han sido por tu bien!». A lo cual respondió el sabio: «Majestad, todo lo que me pasa es por mi bien. Si no hubiera estado en la cárcel, os habría acompañado de caza. Pero yo no os habría dejado solo y nos habríamos encontrado los dos en territorio de los caníbales. Y yo sigo teniendo los diez dedos del pie…».

Un anciano granjero poseía un caballo viejo con el que labraba sus campos. Un día el caballo se escapó a las colinas. Al vecino que le compadecía, le respondió el anciano: «¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?». Al cabo de una semana, el caballo volvió de las colinas con una manada de caballos salvajes, y esta vez los vecinos felicitaron al anciano por su buena suerte. Él volvió a contestar: «¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?». Después, cuando su hijo, queriendo domar uno de los caballos salvajes, se cayó y se rompió una pierna, todo el mundo creyó que era una gran desgracia. El granjero, por su parte, se contentó con decir: «¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?». Varias semanas después, el ejército entró en el pueblo y movilizó a todos los jóvenes aptos. Cuando vieron al hijo del anciano con la pierna rota, le dispensaron del servicio. ¿Fue buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?

Esta moraleja que nos ofrecen el consejero del rey y el viejo granjero también es aplicable a las pequeñas desgracias, a los contratiempos, a los retrasos y a otros sinsabores de nuestra vida cotidiana.

He aquí cómo yo misma he podido ponerla en práctica durante el desafío.

Testimonio

Un día de mi desafío

«Hoy me he trasladado con mis tres hijos. Solo era un traslado de cien kilómetros, pero parecía una mudanza. Mis hijos se van nueve días de vacaciones con sus abuelos, y yo me instalo en el apartamento de estos últimos en París para trabajar durante unos días. Esta mañana he tardado una hora y media en recoger mis cosas y hacer las maletas. He encontrado ropa sucia que he puesto a lavar, he buscado los calcetines, he amontonado los peluches,
he escogido qué ropa llevar…

Al final de la mañana, pensé que ya estaba casi lista y con las maletas casi cerradas. Solo tenía que terminar un par de cosillas. Tenía la situación controlada. Entonces he ido a relajarme unas horas con mi familia. Más tarde, hacia las cuatro me he dicho que ya había llegado el momento de espabilarme y ponerme en camino. Finalmente he necesitado una hora y media más antes de poner la llave en el contacto de mi coche. Y durante todo ese tiempo he tenido que soltar lastre para no refunfuñar. Me sentía frustrada porque me parecía fácil hacer las maletas, y de hecho he tardado mucho más tiempo del que creía. Había mucho que hacer… No olvidar el ordenador y el cable (¡si no, corro el peligro de sentirme realmente fastidiada!).

Y también la ropa en la máquina (¡que milagrosamente había puesto a secar!).

Buscar el par de zapatos que mi hija se deja en cualquier rincón de la casa (¿pero dónde?).

Descubrir que la cámara se ha quedado en el jardín.

No olvidarme de arreglar la habitación de los niños.

Encontrar el CD que mi hija me reclama con voz de pánico y que le regaló su prima especialmente para los viajes en coche.

En el último minuto, encontrar un traje de baño mojado tirado sobre la hierba...

Y todo eso con niños que perciben el cambio y que de repente tienen los nervios a flor de piel y se pegan a mis faldas.

Sí, he tenido ganas de quejarme. Sí, he tenido ganas de lamentarme. Notaba cómo aumentaba la tensión en mi interior, porque estaba retrasándome respecto al plan que había hecho, y me parecía que ya no controlaba nada.

Y no obstante, lo que me ha salvado ha sido soltar lastre y decirme que, pase lo que pase, todo será perfecto».

  • Yo creía que podría salir dentro de cuarenta y cinco minutos y eso no es posible.
  • Quería evitar los atascos de regreso del fin de semana y la cosa empezaba mal.
  • Me sentía sola ante la responsabilidad de no olvidarme de nada, estaba desbordada.
  • Mis hijos, con sus múltiples demandas de ayuda y de atención, no mejoraban la situación.

Finalmente, me dije:

  • Necesitarás más tiempo y eso es inevitable.
  • Si acabas en un atasco (aunque todo el mundo te ha repetido que no salieras después de las cinco de la tarde), bueno, no es tan grave.
  • Todo será perfecto y te organizarás (al final, durante el viaje contamos cuentos, pusimos música y jugamos).
  • Pon un pie delante del otro y hazlo lo mejor posible, no vale la pena quejarse por lo que está en juego.
  • ¡De todos modos no vas a estropear un día tan bonito!

Extracto de mi blog:

www.jarretederaler.com

¡Y un día más sin refunfuñar!

CUANDO LOS DEMÁS NOS CRISPAN

¡Cuando empezamos este desafío enseguida nos damos cuenta de que lo que provoca nuestras quejas muy a menudo son los demás! «Nuestros culpables» como yo suelo decir. Y sí, la naturaleza humana no es simple y a veces los demás nos hacen daño. No conseguimos entender sus reacciones, nos da miedo que no nos respeten, que nos rechacen… los demás nos frustran, nos estresan, nos sorprenden, nos decepcionan… Y en esos momentos es difícil no quejarse.

Hay una fábula amerindia, que se cuenta de noche alrededor del fuego sagrado, que habla de eso y que me ha ayudado mucho en este desafío.

Los dos lobos

Un anciano le dice a su nieto, que ha ido a verle muy enfadado porque un amigo ha sido injusto con él:
«Deja que te cuente una historia… Yo también, a veces, siento odio contra los que se portan mal y no sienten el menor remordimiento. Pero el odio te agota, y no hiere a tu enemigo. Es como tragar veneno y decidir que sea tu amigo quien muera. Yo he combatido a menudo
esos sentimientos».
Continuó: «Es como si tuviera dos lobos en mi interior; el primero es bueno y no me hace ningún daño. Vive en armonía con todo lo que le rodea y no se ofende cuando no tiene motivos para ofenderse. Pelea únicamente cuando es justo que lo haga, y lo hace de forma justa.
¡Pero el otro lobo, ahhh…! Está lleno de cólera. La cosa más insignificante le provoca ataques de ira. Se pelea con todos, constantemente, sin motivo. No es capaz de pensar porque su ira y su odio son inmensos. Está desesperadamente rabioso, y sin embargo su rabia no cambia nada.
A veces es difícil vivir con esos dos lobos en mi interior, porque los dos quieren dominar mi espíritu».
El niño miró atentamente a los ojos de su abuelo y preguntó: «¿Cuál de los dos lobos domina, abuelo?».
El abuelo sonrió y respondió con dulzura:
«El que yo alimento».

¿Y vosotros, qué lobo alimentáis? ¿A menudo os sentís dolidos u ofendidos por lo que os hacen sufrir los demás? ¿Soléis estar enfadados? ¿Os sentís juzgados, rechazados, acusados, desatendidos…? ¿Tenéis ganas de castigar a quien os ha hecho daño? ¿O bien os negáis a hablarle para protegeros?

Esta leyenda de los dos lobos nos invita a comprender que cuando sentimos rencor o nos aferramos a nuestras quejas, nos castigamos a nosotros mismos. Al final somos nosotros mismos quienes escogemos seguir aferrados a nuestro sufrimiento. Somos muy sensibles, nos ofendemos a la mínima y al final estamos con los nervios a flor de piel y somos prisioneros de nuestra propia cólera.

Este desafío nos invita a alimentar al lobo que vive en armonía con quienes le rodean. El lobo que consigue comunicarse de forma sana y constructiva. El lobo que es justo, el lobo que es capaz de tener el valor de perdonar para ser libre. El lobo que se siente responsable y no víctima. El lobo que opta por no dejarse dominar por las actitudes de los demás. El lobo que escoge la felicidad y la serenidad al margen de lo que hagan o digan los demás.

Me gustaría invitaros a observar a vuestros lobos y ver cuál de ellos predomina en vuestra vida en este momento. Y a preguntaros seguidamente si estáis satisfechos. Si eso os conviene.

Si tenéis ganas de vivir en paz, os propongo que os pongáis un brazalete en la muñeca y empecéis el desafío. No lo dejéis para mañana, aceptad el desafío y lanzaos. Cada minuto, cada logro y cada fracaso son guijarros que marcan vuestro camino hacia una vida serena.

RECORDATORIO

  • Dejemos de creer que nuestra felicidad se basa en circunstancias externas a nosotros.
  • Aprendamos a ser felices y utilicemos este desafío como un instrumento para reprogramar nuestro cerebro.
  • Habituémonos a tomar la vida como viene y a vivir plenamente cada instante. Así podremos acceder a las riquezas de la vida. Es decir, tomar conciencia de todos los regalos de la vida: nuestra familia, nuestro cuerpo, la naturaleza, la ciudad, las tecnologías, los demás…
  • Recordemos que en nuestra vida no podemos controlarlo todo.
  • Aprendamos a desprendernos de nuestros males. Para ayudarnos, recordemos las palabras del consejero del sabio: «Todo lo que te pasa es por tu bien».
  • No permitamos que las actitudes o las palabras de los demás entorpezcan nuestra felicidad. Cuando los demás nos crispen, escojamos a qué lobo deseamos alimentar.
¡Deja de refunfuñar!
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