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RESPUESTAS POLÍTICAS: EL ABANDONO BENIGNO, LA EXHORTACIÓN Y LAS VACACIONES BANCARIAS

Suponiendo que muchas crisis financieras tengan una forma estilizada, ¿debería haber una estrategia estándar para hacerles frente? Supongamos que hay sobreabundancia, especulación, pánico; ¿qué habría que hacer? ¿Las autoridades estatales deberían intervenir para hacer frente a la crisis? Si es así, ¿cuándo tendrían que hacerlo? ¿Deberían intentar frenar el aumento de los precios de los bienes raíces y las acciones mientras la burbuja se expande, a fin de que el crac subsiguiente sea menos grave? ¿Deberían pinchar la burbuja cuando fuera obvio que los precios de los activos son tan elevados que resulta sumamente improbable que el aumento de los ingresos y de las ganancias corporativas sean lo bastante rápidos y grandes como para «ratificar» esos elevados precios? Cuando los precios de los activos comenzaran a caer, ¿deberían las autoridades adoptar medidas para contener la caída y mitigar las consecuencias?

Casi todos los países han creado un banco central a fin de impedir o minimizar la escasez de liquidez, especialmente durante las crisis financieras. Muchos países cuentan con un convenio de fondos de garantía de depósitos a los fines de reducir las probabilidades de corridas bancarias y prevenir lo que de otro modo podría convertirse en una profecía autocumplida que afirma que una escasez de liquidez desataría una crisis de solvencia. Incluso en los casos en que no hay una garantía formal para los depósitos bancarios, los individuos de muchos países creen que sus Gobiernos garantizarán que no incurran en pérdidas en caso de que los bancos quiebren; realmente, los bancos serán nacionalizados y el Gobierno se convertirá en su propietario.

Inicialmente, Greenspan, presidente de la Reserva Federal, opinaba que la Fed debía centrar la política monetaria en la consecución de un nivel estable de precios —o, por lo menos, de una tasa de inflación baja— así como en los objetivos relacionados con el macroempleo. Más tarde, con la implosión del sistema financiero estadounidense, durante los últimos meses de 2008, Greenspan parecía estar más abierto a la idea de que la Fed debería haber prestado mayor atención a los incrementos de los precios de los bienes raíces.

Este capítulo versa, principalmente, sobre la gestión de las crisis financieras; se ocupa, primero, de las medidas reguladoras que podrían adoptarse para reducir la vulnerabilidad de los acuerdos financieros a las manías y, posteriormente, se ocupa de los pánicos bancarios. El capítulo siguiente trata sobre los prestamistas nacionales de última instancia y el que le sigue se ocupa de los prestamistas de última instancia en el contexto internacional. Este capítulo estudia la perspectiva austríaca de que el mejor remedio para el pánico bancario es «no meterse con él», dejar que siga su curso y que la economía se ajuste a la disminución del patrimonio doméstico, la descapitalización de los bancos y la desaceleración del gasto familiar y corporativo resultantes de la disminución de los precios de los bienes raíces, las acciones y los bienes de consumo.

La principal base lógica de la renuencia del Gobierno a intervenir es el argumento del riesgo moral: la opinión de que cuanto más intervencionistas sean las autoridades durante la crisis del momento, más intensa será la manía siguiente. El razonamiento es que la intervención sesga la percepción de las compensaciones entre riesgo y recompensa de numerosos inversores —tanto de los accionistas de los bancos como, quizá, de algunos acreedores de éstos, incluidos los que poseen bonos u otros títulos de precio fijo sobre los bancos— mediante la reducción de la probabilidad y el alcance de las futuras pérdidas. La segunda razón que subyace a esta opinión consiste en que si se retrasan los ajustes a los desequilibrios creados por la implosión de la burbuja, se retrasará también la recuperación económica.

Por lo general, el argumento del riesgo moral no distingue entre accionistas y bonistas. Los accionistas de Lehman Brothers, Fannie Mae y Freddie Mac perdieron casi todo su dinero con la quiebra de estas firmas, y lo mismo les ocurrió a los accionistas de los bancos islandeses. Los accionistas de Northern Rock, del Royal Bank of Scotland y el Lloyds TSB perdieron la mayor parte de su dinero, tal vez entre un 90 y un 95%. Asimismo, los accionistas de AIG y Bear Stearns perdieron más del 90% de su dinero. Además, buena parte del patrimonio personal de los empleados de Lehman y de Bear consistía en acciones de estas compañías, así como en opciones de compra de más acciones. En consecuencia, algunos de estos individuos perdieron entre el 60 y el 70% de su patrimonio personal.

En ocasiones, la preocupación por el riesgo moral se extiende más allá de los accionistas y engloba a los acreedores de las compañías financieras, incluidos tanto los bonistas como quienes poseen títulos bancarios a corto plazo. A diferencia de los accionistas, estos acreedores no consiguen ganancias mayores significativas cuando las estrategias de los bancos resultan inmensamente provechosas. Sus retornos están sesgados: si los bancos quiebran, estos acreedores sufrirán importantes pérdidas y si los primeros medran, los segundos no participarán de las ganancias. Es posible que los acreedores caigan en la autocomplacencia porque piensan que no se dejará quebrar a los bancos. Sin embargo, estas quiebras no son inequívocas. ¿Ha quebrado un banco cuando los accionistas han perdido entre el 90 y el 95% de su dinero antes de que el Gobierno le proporcione ayuda financiera? Es improbable que la mayoría de los accionistas coincida con la afirmación de que se los ha rescatado. Estos bonistas pueden recibir tasas de interés algo más elevadas debido a que los directores de los bancos creen que éstos son «demasiado grandes para quebrar», por lo que asumen inversiones algo más arriesgadas —y podrán pagar tasas de interés más altas— al menos por un tiempo. La doctrina «demasiado grande para quebrar» puede tener el mismo impacto que las garantías de fondos de depósitos, a menos que, si los bancos son cerrados y reorganizados con ayuda del Gobierno, las autoridades reduzcan el valor de los títulos de los acreedores por debajo de su valor nominal. A partir de ese momento, es posible que los propietarios de depósitos cuya cuantía supera ampliamente los montos cubiertos por las garantías de fondos de depósito estén dispuestos a retirar su dinero cada vez que exista cierta cuota de escepticismo respecto de la solvencia del banco.

La elección que debe hacer cada país consiste en o bien diseñar un sistema que permita la quiebra de las grandes instituciones con pérdidas para los acreedores, o bien proporcionar alguna forma de garantía eficaz para quienes poseen títulos bancarios, a fin de reducir las probabilidades de corridas bancarias.

La reforma financiera: regulación y supervisión bancarias

¿Es posible prevenir las crisis mediante la regulación y supervisión rigurosa? Algunos observadores defienden este enfoque. Otros recomiendan la liberalización. La mayoría de las reglas de la banca sólida ya están incluidas en las reglamentaciones o están implícitas en la tradición bancaria. Tanto los bancos como los reguladores pasan por alto un gran número de estas reglas. Se supone que los bancos «ajustan al valor de mercado» [mark to market], vale decir que valoran sus préstamos e inversiones cada día (o cada semana o mes) a los precios que se realizarían si préstamos e inversiones se vendieran en el mercado, no a sus precios históricos. Deberían establecerse reservas para los «préstamos incobrables» y reducciones del valor de los «dudosos». Cuando las pérdidas por préstamos aumentaran y el capital del banco disminuyera, podría solicitársele un incremento del capital so pena de ser clausurado según las reglas tradicionales. Como ejemplo de las poco habituales características de los bancos que siguen estas reglas, la prensa estaba plena de noticias en la primavera de 1987, cuando Citicorp redujo el valor de sus préstamos en el Tercer Mundo y la FSLIC [sigla en inglés de Corporación Federal de Ahorros, Préstamos y Seguros] permitió que 500 bancos insolventes permanecieran en actividad con la expectativa de que se tornaran lo bastante redituables como para reconstruir su capital. Como parte del proceso de regulación, la Reserva Federal comenzó a colaborar con otros bancos centrales del Grupo de los Diez, con el fin de fortalecer las estructuras bancarias en todo el mundo mediante la aplicación de los mismos requisitos de capital basados en el riesgo establecidos para bancos cuyas casas matrices están en diferentes países.

El hincapié en los requisitos de capital como un porcentaje de los activos o las obligaciones bancarias condujo a algunos bancos a desarrollar operaciones «fuera del balance» [off-balance sheet], las cuales originan cuotas y comisiones e ingresos por interés, pero cuyos activos y pasivos son contingentes, y se muestran en los balances únicamente como notas al pie. Los bancos establecieron instrumentos especiales de inversión (o SIV, siglas en inglés de special investment vehicles) que sortearan los requisitos formales de capital y que, por tanto, aumentaran su apalancamiento real. La demanda de pagarés y SIV dependía del capital de reputación de los bancos.

Estas transacciones al margen del balance general incluyen tasas de interés y permutas de divisas, contratos a plazo, opciones, seguros por riesgos, «repos» (ventas de títulos con garantía de retroventa posterior) y programas de emisión de pagarés. Cada una de estas posiciones puede valorarse como una opción e incluirse entre los activos o pasivos cuando se calcula el capital necesario adecuado[1].

Es posible ofrecer un buen argumento a favor de una regulación y supervisión más rigurosas de los bancos, a los fines de impedir los préstamos durante los períodos de euforia que pueden acabar en una crisis financiera. En Estados Unidos, la responsabilidad de evaluar los bancos está dividida entre la Agencia de Contralor de la Moneda, los Bancos de la Reserva Federal y las comisiones del sistema bancario de los estados. Según una opinión, hay competencia no en la liberalización, sino en la regulación[2]. «La responsabilidad dividida», ha dicho un famoso político y banquero alemán, «no es ninguna responsabilidad[3]». El perspicaz personal examinador necesario cuando caen los precios de los activos no está dispuesto a someterse al aburrimiento que suponen los largos períodos de calma entre las crisis. Es difícil detectar la mala administración de los bancos antes de una crisis. En los auges, la entropía en la regulación y la supervisión permite el crecimiento de focos de riesgo que solo estallan tras la disminución de los precios de los activos. La pregunta es, por tanto, si liquidar, paralizar, garantizar, rescatar, adquirir o recurrir a otros medios de préstamos de última instancia. La respuesta prácticamente universal a la quiebra o cuasiquiebra de los bancos es que se necesita una regulación mayor o más eficaz. Se han atribuido los problemas de Bear Stearns, Lehman Brothers y otros bancos de inversión estadounidenses a la decisión de la US Securities and Exchange Commission de relajar las restricciones sobre el apalancamiento de los bancos de inversión. En ocasiones, se atribuye el colapso de algunos de los bancos a la revocación de la Ley Glass-Steagall, la cual ignora de forma conveniente las quiebras de cientos de compañías en la década de 1980, así como las de bancos en Gran Bretaña, Islandia e Irlanda.

La regulación impone costes. Como resultado, la historia de la regulación es que se desarrollan nuevos tipos de instituciones fuera del ámbito regulado, instituciones que, sin embargo, son en todo lo demás semejantes a las compañías reguladas. Se crearon fondos de mercado monetario como una manera de pagar el interés sobre los depósitos a la vista. Se desarrolló el mercado de depósitos en el exterior con el fin de evitar los costes, en forma de coeficientes de caja y primas mínimas anuales de depósitos, que soportaban los bancos nacionales; las filiales de los bancos estadounidenses situadas en el extranjero podían pagar tasas de interés más altas que sus filiales nacionales.

Las manías son macrofenómenos y resultan del crecimiento excesivamente rápido del crédito. La regulación es un microfenómeno. Resulta improbable que esta que tenga algún efecto sobre el hecho de que surja o no una manía, aunque sí tendrá impacto sobre algunas instituciones y podría tenerlo sobre el ritmo de surgimiento de la manía.

El abandono benigno

Un gran número de economistas cree que un pánico bancario producirá su propio remedio y que «se puede esperar a que el fuego se apague solo[4]». «Ciertas cabezas frías, aunque no muy imaginativas, del salón del Banco [de Inglaterra] pensaban que es algo inherente a los pánicos agotarse a sí mismos[5]». Lord Overstone sostenía que no es realmente necesario brindar respaldo al sistema financiero en crisis, a causa de que los recursos del sistema son tan grandes que, incluso en épocas de estrechez extrema, quienes ofrecen una tasa de interés lo bastante alta podrán conseguir grandes sumas de dinero en préstamo[6]. En 1847, un aumento en la tasa de descuento de entre el 10 y el 12% en Londres detuvo el flujo de oro hacia Estados Unidos; se envió un pequeño balandro para alcanzar un barco que ya había zarpado hacia Nueva York, lo obligó a virar en redondo y a descargar 100 000 libras esterlinas en oro[7]. En su testimonio ante la Enquête (investigación) francesa sobre circulación monetaria de 1865, el barón James de Rotschild afirmó que podía confiarse en el incremento de las tasas de interés para reducir la especulación en bienes de consumo y valores. Rotschild añadió que «Si los especuladores pudieran conseguir crédito ilimitado, no es posible saber qué clase de crisis resultaría[8]».

El dilema del riesgo moral consiste en que las medidas tomadas para dar estabilidad al sistema durante una crisis pueden alentar la especulación de aquellos que pretenden beneficios excepcionalmente elevados durante la siguiente expansión, quienes de algún modo se han convencido de que existe una gran probabilidad de que el Gobierno adopte medidas tendentes a impedir que la economía implosione, por lo que sus pérdidas en caso de inconvenientes serían limitadas. La «dádiva» a los especuladores de hoy tiene como consecuencia que probablemente sean menos prudentes en el futuro. Por ende, las siguientes crisis financieras podrían ser más graves. El problema del riesgo moral constituye un sólido argumento a favor de no intervenir en el desarrollo de la crisis, para reducir la probabilidad y gravedad de las crisis futuras. ¿Serán capaces los diseñadores de políticas de crear instrumentos que penalicen a los especuladores individuales a la vez que minimicen el impacto negativo de su comportamiento imprudente sobre el resto del país? Así y todo, la pregunta sobre coste-beneficio es si el beneficio de la economía por no permitir que el pánico siga su curso merece la pena en términos de recompensas indebidas a los especuladores.

Las pérdidas de los accionistas de Bear Stearns, Fannie Mae, Freddie Mac, AIG, Citicorp y el Bank of America fueron inmensas. Además, la conducción y los directivos de estas instituciones fueron reemplazados. Las compañías han seguido en el negocio, pero a todos los fines prácticos quebraron. Los individuos que invirtieron en ellas sobre el supuesto de que estas instituciones eran «demasiado grandes para quebrar» pueden haber sufrido grandes pérdidas.

La perspectiva de que se ha de dejar que el pánico bancario siga su curso tiene dos elementos. Uno de ellos es el disfrute con los problemas —o disfruta del schadenfreude [regodeo]— que inversores o especuladores encuentran como retribución por sus excesos; este enfoque puritano acoge con beneplácito el fuego eterno como castigo para quienes son excesivamente codiciosos. El otro elemento considera que el pánico es como una tormenta eléctrica, «en una atmósfera tropical mefítica e insalubre», que limpia el aire. «Purificó los elementos comerciales y financieros y tendió a restablecer la vitalidad y la salud, como si tendiese al comercio regular, el firme progreso y la prosperidad permanente[9]». Herbert Hoover enunció esta perspectiva de manera convincente cuando caracterizó —sin aprobarla— la concepción de Andrew Mellon:

Los «liquidacionistas del déjalo correr», liderados por el secretario del Tesoro Mellon, pensaron que el Gobierno debía mantenerse al margen y dejar que el desplome se autoliquidara. El señor Mellon tenía una única fórmula: «Liquidar el trabajo, liquidar las acciones, liquidar a los granjeros, liquidar los inmuebles». Mellon insistía en que cuando las ideas inflacionarias invaden las mentes del pueblo, la única manera de acabar con ellas es dejarlas colapsar. Sostenía que incluso el pánico no era algo del todo malo. Mellon afirmaba que: «Le quitará la herrumbre al sistema. Los elevados costes de vida y de la buena vida bajarán. La gente trabajará más duramente y llevará una vida moral. Se acomodarán los valores y los emprendedores levantarán los despojos de la gente menos competente[10]».

El historiador de la economía neoaustríaco Murray Rothbard añadió: «Aunque expresado de forma algo escabrosa, aquel era el rumbo correcto que el Gobierno tenía que seguir[11]». El historiador conservador Paul Johnson comentó que: «Fue el único consejo sensato que recibió Hoover durante su presidencia[12]».

La opinión contraria admitía que, si bien es deseable eliminar las burbujas y la inversión maníaca del sistema, existe el riesgo de que si el Gobierno no interviniera para contener una crisis, se extendería un pánico deflacionario que arrasaría las inversiones sólidas realizadas por los no especuladores, a quienes les sería imposible conseguir el crédito que necesitaran.

Una característica de muchas crisis de liquidez es que las tasas de interés resultan extremadamente elevadas para los prestatarios privados, en particular a causa de que están expresadas como tasas de porcentaje anual que en realidad son primas de liquidez por uno, dos o, a lo sumo, unos cuantos días. La pregunta más básica al respecto es si el dinero está disponible a esas tasas de interés tan elevadas o si el mercado de bonos se despeja mediante el racionamiento. Las pruebas provenientes de numerosas crisis son que resulta difícil, y en ocasiones imposible, tomar préstamos durante las corridas bancarias, y que las tasas de interés cotizadas carecen de relevancia porque no hay dinero disponible.

  • En 1763, tras la quiebra de Arend Joseph, primero, y, más tarde, de DeNeufville, después de que se desencadenara el pánico bancario el 22 de julio, un informe sucinto y no muy informativo comentaba: «Pánico hasta en los valores y los bienes, el dinero era inalcanzable[13]».
  • En 1825 la declaración fue que: «un pánico inaudito ha hecho presa del público: todo el mundo solicita —dinero— pero no hay dinero disponible». «No era el valor lo que se tenía en cuenta», observa el Times, «sino la imposibilidad de producir dinero[14]».
  • Interrogatorio a Thomas Tooke por la Comisión de Investigación sobre la Crisis Comercial de 1847: Pregunta 5421: «¿Durante varios días, si no algunas semanas, el Banco de Inglaterra fue el único establecimiento que redujo los precios?». Respuesta: «Sí». Pregunta 5472: «El presidente del Banco de Inglaterra ha afirmado que no hubiera podido vender 1 millón de libras en acciones [bonos del Gobierno inglés] durante la semana posterior al 14 de octubre de no haber habido letras. ¿Lo cree usted posible?». Respuesta: «No, absolutamente imposible, si entendemos que imposible significa con excepción de esa reducción de precios que no podía tenerse en cuenta[15]».
  • Pruebas del Sr. Glyn en la misma investigación: Pregunta: «¿Está al tanto de la opinión del agente de inversiones del Banco de que podría haberse vendido una suma muy grande sin afectar de forma considerable los precios de los Consols [bonos perpetuos ingleses]?». Respuesta: «No estaba al tanto de que el agente de inversiones del Banco hubiera hecho esa afirmación. Yo diría que, por lo que vi en aquel momento, una venta de uno o dos millones, que eran las cifras de las que se hablaba, hubiera sido casi imposible sin haber derrumbado los fondos a ese precio, porque hubiera producido otro pánico».
  • El Sr. Browne, congresista, pensaba que esas ventas no se hubieran podido efectuar, salvo con un enorme sacrificio, y añadió que «si el pánico hubiera sido tal como podíamos suponer que podría haber sido en tales circunstancias, dudo de que se hubiesen podido vender en absoluto[16]».
  • Más tarde, en 1857: «En una etapa de la crisis se hizo completamente imposible negociar documentos, con un interés que en las circunstancias más favorables era del 12 o el 15%»[17].
  • Una carta proveniente de Liverpool: «Las letras de cambio de primera calidad, a las cuales este y otros Bancos estaban dispuestos a añadir su respaldo, eran imposibles de convertir en efectivo y creo que muchas casas comerciales, que no solo eran solventes sino que podían pagar 40 o 60 por libra, tendrían que haberse retirado de no haberse emitido las letras del Gobierno[18]».
  • «En Hamburgo, la confianza comercial se ha agotado completamente. Solo son negociables, y a tasas de interés altísimas, las letras de cambio de solo tres o cuatro de las casas principales… Un anticipo del Gobierno de 15 millones de marcos a pagar por los bancos no ayudó en absoluto. El pánico era tal que no se podían discontinuar los bonos del Gobierno y los capitalistas no se separaban de su dinero por nada del mundo… Cuando el 12 de diciembre se supo que la asistencia nos ayudaría a todos, el pánico cesó. Los bonos del Gobierno que no eran descontables al 15% a principios de mes se aceptaban fácilmente a entre el 2 y el 3%»[19].
  • Edward Clark, de Nueva York, le escribió a Jay Cooke, de Filadelfia, antes de que Cooke dejara la compañía de Clark para fundar su propia compañía: «No hay escasez de dinero; no hay dinero en absoluto. No hay dinero, ni confianza ni valor en nada. Una semana más de esto y los bancos se irán a la quiebra[20]».
  • Luego, en 1866: «El Bank Court elevó la tasa de descuento al 9% e insinuó que los préstamos sobre valores del Gobierno estaban disponibles al 10%. Antes de esa declaración era imposible vender, ya fuera Consols o letras del Tesoro. Los corredores de otros valores se negaron a negociar[21]».
  • Durante la crisis de 1873 en Nueva York, «la National Trust Company de Nueva York tenía en su bóveda valores del Gobierno por ochocientos mil dólares, pero no podía usarlos como respaldo para pedir prestado ni un dólar, y suspendió[22]».
  • Finalmente, en 1883, «La demanda cada vez mayor de dinero condujo a una hambruna monetaria. Era imposible conseguir préstamos a plazo fijo, los préstamos a la vista estaban al 72% en junio, al 72% el 28 de julio, al 51% el 4 de agosto. Los documentos comerciales de primera clase cotizaban a entre el 8 y el 12% nominal, con una cantidad de dinero disponible muy baja[23]».

Las pruebas no son inequívocas, ya que la venta de bonos del Gobierno está algo matizada por comentarios tales como «con excepción de esa reducción de precios [por ejemplo, un aumento en las tasas de interés] que no podía tenerse en cuenta». Además, está la información esporádica sobre la otra cara del argumento, especialmente en Estados Unidos con el sistema bancario nacional, en el cual no hay disponibilidad de prestamistas de última instancia. En 1884:

Para mayor frustración de los intermediarios, el dinero se tornó sumamente escaso y en un momento llegó a exigirse hasta el 4% por 24 horas. Esto provocó un mayor sacrificio de las acciones, puesto que solo unos pocos podían darse el lujo de pagar las elevadas tasas que se pedían. El precio exorbitante era, desde luego, resultado directo de la desconfianza prevaleciente, ya que no había una escasez real… A lo que había que atribuirle la gran reducción, el jueves y el viernes, de casi el 7% de los bonos del Gobierno de Estados Unidos es… el deseo de realizar y obtener efectivo. No hubo pérdida de confianza en esos bonos, como tampoco la hubo en los bonos y las acciones del ferrocarril.

Uno de los resultados del fenomenal aumento temporal del precio del dinero fue atraer una enorme cantidad de capital extranjero al mercado. Parte de este fue enviado para comprar acciones a esos precios deprimidos y otra parte para dar préstamos sobre acciones o sobre cualquier otro valor a esos elevados tipos de interés. El efecto fue cambiar la dirección del flujo de divisas que había estado acarreando tantos perjuicios a Estados Unidos[24].

Esta afirmación, a su vez, no es inequívoca, puesto que la estampida comenzó antes de que se hubiera producido una falta de liquidez pronunciada.

Durante la crisis asiática de 1997, el Fondo Monetario Internacional actuó como prestamista de última instancia —si bien mucho tiempo después de que el baht tailandés, la rupia indonesia y otras divisas se hubieran depreciado marcadamente— e insistió en que el Gobierno de cada país asiático equilibrara su presupuesto, y que el banco central de estos países aumentara los tipos de interés. Varios economistas se opusieron a estas medidas porque conducían a un aumento del paro, especialmente entre los pobres, mientras que los problemas financieros habían sido causados por funcionarios acomodados y prósperos banqueros.

Con todo, la ortodoxia recibió cierto respaldo de la experiencia japonesa de la década de 1990, cuando una combinación de política monetaria expansiva y depreciación del yen produjeron una «trampa de liquidez». Tanto las tasas de interés como los préstamos bancarios japoneses disminuyeron después de la reducción de los precios de las acciones y los bienes raíces, y se infirió que había una «contracción del crédito». Los bancos se mostraban reacios a conceder créditos porque sus pérdidas por préstamos habían socavado su capital y las compañías se mostraban reacias a tomar créditos a causa de la lentitud del crecimiento de la demanda de sus productos.

La reducción de los tipos de interés a corto plazo en Tokio hasta el 1% y menos, condujo a un repentino aumento del «carry trade»; los fondos de alto riesgo de Estados Unidos tomaron créditos en yenes, que vendieron para comprar dólares estadounidenses, los cuales a su vez fueron vendidos para comprar valores en dólares estadounidenses que dieron un interés del 3 o 4%. Las operaciones «carry trade» condujeron a un incremento del flujo de fondos de Tokio a Nueva York y a una depreciación del yen que, a su vez, llevó a un aumento del superávit comercial japonés y a aumentos de la producción y el empleo japoneses. El aumento del superávit japonés fue una útil respuesta a la trampa de liquidez y un complemento eficaz a las expansivas políticas fiscales y monetarias japonesas. Las operaciones «carry trade» seguirían siendo beneficiosas para los fondos de alto riesgo estadounidenses mientras toda revalorización del yen fuera menor que el exceso de los tipos de interés de los valores en dólares estadounidenses sobre las tasas de interés que estaban pagando por sus préstamos en yenes.

La persuasión moral y otros instrumentos exhortatorios

El argumento dominante contra la opinión a priori de que es posible remediar las estampidas bancarias absteniéndose de intervenir, consiste en que casi siempre hay intervención. Las autoridades se sienten obligadas a intervenir para detener una mayor caída de los precios de los activos. Pánico tras pánico, crac tras crac, crisis tras crisis, las autoridades o algunos «ciudadanos responsables» intentan poner freno al pánico mediante alguna medida. Las autoridades tal vez se hayan alarmado sin motivo y la situación podría corregirse por sí sola sin perjuicios graves. Puede que las autoridades sean estúpidas e incapaces de aprender. (La Escuela de Chicago supone que quienes participan en el mercado son siempre más inteligentes que las autoridades, en gran medida porque estas están motivadas por objetivos políticos de corto plazo). La desigual distribución de la inteligencia no puede ponerse a prueba con la gestión de una crisis, porque tanto las autoridades como las principales figuras del mercado hacen grandes esfuerzos para frenar la caída de los precios, las bancarrotas y las quiebras de los bancos. Si está teniendo lugar un proceso de aprendizaje —y el supuesto de racionalidad así lo exige—, la lección es que un prestamista de última instancia es más deseable y menos costoso que la dependencia exclusiva de las fuerzas competitivas del mercado.

Una lección del registro histórico es que hay muchos ejemplos en los cuales inicialmente las autoridades estaban decididas a no intervenir, pero finalmente lo hicieron a regañadientes. Lord Liverpool amenazó con renunciar a su cargo como ministro de Finanzas, en diciembre de 1825, si se ofrecía la emisión de bonos del Tesoro para rescatar el mercado después de que Liverpool hubiese advertido sobre la especulación excesiva, seis meses antes[25]. William Lidderdale, director del Banco de Inglaterra en la época del Pánico de 1890, rehusó de forma categórica aceptar una «carta de indemnización» para permitir que el Banco excediese su límite de crédito[26]. En ambas ocasiones, se salvaron las apariencias mediante otra estrategia para poner freno al pánico. En muchas otras oportunidades, la fuerte posición inicial de no intervenir se invirtió cuando el pánico bancario se incrementó. Entre ellas está la intervención de Federico II en la crisis de Berlín de 1763[27], la negación del Banco de Inglaterra a realizar descuentos por los «W banks[28]» y la decisión del Tesoro de Estados Unidos en 1869[29].

En septiembre de 2008, las autoridades estadounidenses opinaban que debía permitirse a Lehman Brothers ir a la quiebra, aun cuando el Gobierno hubiera participado de forma protagónica en la compra de Bear Sterns por JP Morgan Chase, así como en la tutela de Fannie Mae y Freddie Mac. Una explicación de ello es que el Secretario del Tesoro de ese momento no deseaba pasar a la historia como el «Señor Rescate». Un día después del cierre de Lehman, se cambió drásticamente la «política» como respuesta a una corrida bancaria en AIG. En efecto, se suministró de forma implícita a todas las grandes compañías financieras un fondo de garantía de depósitos del 100%.

Las dilaciones

En una estampida bancaria, cada inversor se apresura a retirar su dinero del banco antes de que este cierre sus puertas a causa del agotamiento de sus fondos en efectivo. Con frecuencia, los bancos se muestran reacios a pagar a los inversores que quieren su dinero porque los fondos en efectivo de los primeros son mucho menores que sus obligaciones por depósitos a corto plazo. Durante la Gran Depresión, los bancos se tomaron su tiempo para pagar a los inversores, a la espera, como Micawber, de que algo sucediera. La técnica data del siglo dieciocho.

La obra Teoría y práctica de la banca [Theory and Practice of Banking], de McLeod, describe como el Banco de Inglaterra se defendió, en septiembre de 1720, de un pánico generado por su marcha atrás en la promesa de absorber los bonos de la Compañía de los Mares del Sur [South Sea Company] a 400 libras. El Banco hizo poner a sus amigos al principio de la cola y les fue pagando lentamente, en monedas de medio chelín. Estos amigos retornaban las monedas al Banco por otra puerta. El dinero era depositado tras ser contado, una vez más lentamente, y utilizado otra vez para pagar. El pánico fue conjurado hasta la fiesta de San Miguel Arcángel (el 29 de septiembre). Al acabar la fiesta, también había acabado la estampida y el Banco continuó abierto[30].

Otra historia, que quizá tenga el mismo origen y probablemente sea más exacta, es que el Sword Blade Bank, un aval de la Compañía de los Mares del Sur, rechazó unos intentos de cobrar documentos en monedas de plata. Cuando empezó la estampida, el 19 de septiembre, el banco hizo traer carretadas de plata, con la que pagó «lentamente y en moneda pequeña». Un inversor informó que recibió 8000 libras en chelines y medios chelines antes de que el banco cerrara sus puertas el sábado 24 de septiembre[31]. Las circunstancias sugieren una historia, las fechas dos. Puesto que el Sword Blade Bank y el Banco de Inglaterra eran enemigos mortales, no es probable que hayan cooperado entre sí.

Veinticinco años después, el Banco de Inglaterra no había olvidado las lecciones de 1720. El Joven Pretendiente (Charles Edward, nieto de James II) desembarcó en Escocia en julio de 1745, desplegó su estandarte en septiembre, invadió Inglaterra en noviembre, el 15 de noviembre llegó a Carlisle y el 4 de diciembre a Derby. El pánico se desató el Viernes Negro, 5 de diciembre de 1745. Los Consols británicos cayeron a 45, el precio más bajo del que se tiene registro, y comenzó una estampida al Banco de Inglaterra. El Banco resistió, en parte, mediante el pago de sus documentos con monedas de medio chelín. El tiempo ganado se utilizó para inducir a los comerciantes de Londres a proclamar su lealtad y su disposición a aceptar documentos del Banco de Inglaterra. La otra parte de la receta, la recolección de documentos como señal de confianza, se utilizó otra vez en parecidas circunstancias, cuando los franceses desembarcaron en Fishguard, en 1797. En esa oportunidad, en un solo día se recogieron 1140 firmas de comerciantes e inversores en bonos del Gobierno[32]. El tiempo que en 1745 se ganó mediante el pago lento y el pedido de respaldo permitió al Gobierno organizar un ejército que derrotó al Joven Pretendiente en Culloden, en abril de 1746.

Los cierres totales y los festivos bancarios

Una forma de poner freno a una corrida bancaria es cerrar el mercado, de suerte tal que la actividad comercial se detenga. En 1873 se detuvo la actividad de la Bolsa de Nueva York, y lo mismo sucedió en Londres y en muchos otros centros con el estallido de la guerra de 1914. En ambos casos, el motivo fue poner freno a una estampida bancaria mediante el expediente de dar más tiempo a los participantes del mercado financiero para pensar si era o no necesario o deseable vender a precios reducidos.

Con todo, los cierres pueden conducir la actividad comercial a la clandestinidad e intensificar el pánico. Además, los objetivos de corto y largo plazo entran en conflicto. Hacer cesar la actividad bursátil durante una estampida puede exacerbar el siguiente pánico bancario si los inversores venden sus acciones o retiran su dinero del mercado financiero a la vista porque temen que se suspenda la actividad comercial. En septiembre de 1873, durante una corrida bancaria, se cerró la Bolsa de Nueva York, pero un editor financiero sugirió que el temor de que se suspendiera la actividad comercial apresuró la retirada del dinero a la vista por bancos de fuera de la ciudad y otros participantes del mercado de valores[33]. El cierre de las bolsas de Pittsburgh y Nueva Orleans durante dos meses, en 1873, tuvo menos consecuencias graves, ya que solo vendían y compraban valores de firmas locales que habían causado sus propias dificultades[34].

La Bolsa de Nueva York y otros mercados bursátiles estadounidenses suspendieron sus actividades durante una semana tras el atentado a las torres del World Trade Center, el 11 de septiembre de 2001. La causa fue que no funcionaban los sistemas de comunicaciones y de apoyo técnico. Un gran número de esos valores podría haberse comercializado en los mercados financieros regionales de Estados Unidos, si bien tales mercados hubiesen resultado asfixiados.

La declaración de un festivo legal por el Gobierno es otra técnica para suspender las actividades comerciales, técnica que se utilizó durante el pánico de 1907 en Oklahoma, Nevada, Washington, Oregon y California[35]. Este instrumento fue el precursor de los festivos bancarios que comenzaron a nivel local en otoño de 1932 y se generalizaron a todo el país el 3 de marzo de 1933, el día en que Franklin D. Roosevelt asumió la presidencia. (Un festivo bancario solo obliga a cerrar los bancos, en tanto que un festivo legal obliga a suspender toda la actividad comercial).

Otra herramienta consiste en suspender la publicación de resúmenes de cuenta, como en 1873, a la espera de que «lo que no sabes no te hará daño». La técnica fue diseñada para ocultar las grandes pérdidas de unos cuantos bancos, ya que se temía que las noticias verdaderas reducirían aún más la confianza de los inversionistas[36].

Algunos mercados de bienes y valores establecieron límites diarios para el cambio máximo de precios; cuando se alcanzaba el límite, se suspendía la actividad bursátil por ese día. Los especialistas en acciones individuales han utilizado estos «intervalos» cada vez que el desequilibrio entre órdenes de compra y órdenes de venta era excepcionalmente grande. Los mercados bursátiles estadounidenses recomendaban este «disyuntor» tras la debacle del Lunes Negro, 19 octubre de 1987. Para la Bolsa de Nueva York la propuesta fue posponer la actividad bursátil por un intervalo determinado —veinte minutos, por ejemplo— en aquellas acciones cuyos precios aumentaban por encima o disminuían por debajo de ciertos límites.

Se ha ganado tiempo mediante moratorias de pago de todas las deudas o de tipos particulares de obligaciones, tales como letras de cambio cuya caducidad se operara en menos de dos semanas. La medida más difundida de esta clase consistía en que los examinadores bancarios pasaran por alto los créditos de cobro dudoso en poder de los bancos tanto tiempo como fuese posible; una moratoria implícita a ajustar el valor de los créditos a su valor de mercado. La abstención regulatoria se utilizó en la debacle de ahorro y préstamo estadounidense de la década de 1980. El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial continuaron permitiendo el endeudamiento de muchos países africanos para aumentar el monto del interés adeudado; si estas instituciones hubieran declarado esos créditos en cesación de pagos, hubieran tenido que reconocer las pérdidas sobre los préstamos. Los bancos que actuaban como prestamistas de los Real Estate Investment Trusts (REIT, por las siglas en inglés de Sociedades de Inversiones en Bienes Inmobiliarios), arrendadores de centros comerciales hipotecados y propietarios de apolillados Boeing 747, permitieron que se incrementara el interés sobre sus créditos bancarios porque deseaban retrasar su reconocimiento de las pérdidas en los créditos hasta un momento más propicio, en el cual su capital fuese mayor. Pero para ello los prestamistas necesitan que los examinadores bancarios se mantengan al margen.

Con todo, las moratorias oficiales pueden considerarse menos eficaces que las informales. Una moratoria sobre la liquidación de diferencias de pagos pendientes en la Bolsa de Viena de 1873 duró una semana, desde el colapso del mercado financiero hasta el 15 de mayo. El Banco Nacional de Austria y los bancos comerciales sólidos reunieron un fondo de garantía de 20 millones de florines; estas imitaciones de las primeras medidas no fueron de mucha ayuda[37]. Otra moratoria se registró en París, tras la Monarquía de Julio, cuando el concejo municipal decretó que todas las letras pagaderas en París entre el 25 de julio y el 15 de agosto deberían extenderse diez días más. Esta moratoria esterilizó los documentos comerciales de las carteras de inversores y no contribuyó en absoluto a desalentar una estampida de los bonistas[38].

Los certificados de las cámaras de compensación

El principal instrumento utilizado en Estados Unidos para hacer frente a los pánicos bancarios antes de la institución del Sistema de Reserva Federal eran los certificados de las cámaras de compensación, los cuales son un sustituto cuasimonetario consistente en las obligaciones de un grupo de grandes bancos locales. Un banco objeto de una estampida podía pagar a los inversores que se retiraban con estos certificados en lugar de hacerlo con dinero contante y sonante. La cámara de compensación de Nueva York se instituyó en 1853 y la de Filadelfia en 1858, tras la crisis de 1857. Durante la crisis de 1857, los bancos de Nueva York no cooperaron entre sí para poner freno al pánico bancario. La posición de la Agencia Mercantil de Nueva York era que si cuatro o cinco de los bancos más sólidos hubieran acudido en ayuda de la Ohio Life and Trust Company, de forma tal que esta hubiera pagado sus obligaciones, se hubieran mantenido el comercio y el crédito del país[39]. Hacia 1873, los bancos de Nueva York estaban dispuestos a aceptar pagos mediante cheques compensados con certificados de las cámaras de compensación. La ventaja de estos certificados era que reducían el incentivo para que los bancos negociaran los depósitos de sus competidores. Sprague insistía en que este sistema debía ir acompañado de un acuerdo de hacer un fondo común con las reservas bancarias; de lo contrario, un banco que no estuviera sometido a una pérdida neta podría verse obligado a suspender los pagos después de pagar en efectivo a sus propios depositantes si no hubiera recibido efectivo en forma de liquidaciones de otros bancos[40]. En 1873 se fusionaron las reservas.

Una grave desventaja de los certificados de cajas de compensación consistía en que solo eran admisibles localmente: Nueva York, Filadelfia, Baltimore. En consecuencia, estos certificados contribuían a mantener los pagos domésticos, tales como nóminas y ventas al detalle en una ciudad, pero desalentaban el flujo real de pagos entre ciudades. Durante el pánico financiero de 1907, 60 de las 160 cajas de compensación de Estados Unidos utilizaron estos certificados para facilitar los pagos locales. Sin embargo, Sprague sostenía que las perturbaciones del comercio local no fueron menos completas o inquietantes que en anteriores oportunidades. Entre el 26 de octubre y el 15 de diciembre de 1907, los precios de los fondos de Nueva York en Boston, Filadelfia, Chicago, Saint Louis, Cincinnati, Kansas City y Nueva Orleans variaron desde una bonificación del 1,25% en Chicago, el 2 de noviembre, a una prima del 7% en Saint Louis, el 26 de noviembre, un incremento con respecto al 1,5% de la semana anterior[41]. En diciembre de 1907 Jacob H. Schiff escribió: «La única lección que debemos aprender de la experiencia reciente, es que emitir certificados de cajas de compensación en los diversos centros de banca también ha ocasionado un perjuicio importante. Ha colapsado el comercio local y paralizado en gran medida el comercio del país[42]».

Otros instrumentos del mismo tipo general eran los cheques de cajas de compensación y los cheques certificados que eran, tanto unos como otros, sustitutos próximos al dinero y aumentaron los medios de pago en circulación.

Los grupos ajenos a los bancos también son capaces de organizarse para mitigar un pánico. Piénsese, por ejemplo, en el consorcio del mercado de valores. El 24 de octubre de 1907, un fondo común bancario, encabezado por J. P. Morgan, prestó 25 millones de dólares al 10% en call money, en un intento de poner freno al colapso del mercado bursátil[43]. Exactamente 22 años después, el Jueves Negro de 1929, Richard Whitney iba de puesto en puesto por el piso de la Bolsa de Nueva York y pujaba para comprar paquetes de acciones en nombre de la agrupación dirigida por J. P. Morgan y Compañía —una vez más[44].

La cooperación entre bancos

Los bancos también han colaborado entre sí mediante comisiones de rescate (como en Viena, en mayo de 1873 y en ocasiones anteriores), fondos de crédito, fondos de garantía y obligaciones, fusiones concertadas entre bancos y compañías débiles, así como otros instrumentos por medio de los cuales los bancos fuertes respaldan los bancos débiles o en proceso de irse a la quiebra[45]. Tres ejemplos incluyen el papel de los bancos de París en la crisis alsaciana de 1828, diversos instrumentos utilizados por Hamburgo para hacer frente a las dificultades de 1857 y la garantía crediticia de Baring Brothers de 1890.

LA CRISIS ALSACIANA DE 1828

En diciembre de 1827, quebraron en Mulhouse tres empresas textiles. Los bancos de París se negaron a aceptar cualquier documento alsaciano y el Banco de Francia estableció un límite de 6 millones de francos para el monto que respaldaría, una cantidad que «no se equiparaba al patrimonio de dos compañías alsacianas». Más tarde, el Banco de Francia decidió no aceptar ningún documento con endosos de Mulhouse o Basilea y esta decisión precipitó el pánico financiero. El 19 de enero se presentaron en quiebra otros dos comerciantes de Mulhouse. El 22 de enero había en París rumores sobre la quiebra de dos empresas de Schlumberger. La banca parisina envió a Jacques Laffitte en calidad de emisario a Mulhouse, donde llegó el 26 de enero y ofreció un préstamo de un millón de francos contra la consignación de mercadería. Sin embargo, antes de que Laffitte llegara a Mulhouse, dos comerciantes textiles, Nicholas Koechlin y Jean Dollfuss, habían partido hacia París. Con el fin de conseguir dinero en efectivo, estos comerciantes vendían sus existencias con un descuento de entre el 30 y 40% respecto de los precios tradicionales de estas mercancías en el mercado. Entre el 6 de enero y el 15 de febrero quebraron otras nueve casas comerciales. Lévy-Leboyer escribió que podría haber sido peor. En el último minuto, una asociación de 26 bancos parisinos, encabezados por J.-C. Davillier, extendió un crédito de 5 millones de francos a Koechlin y Dollfuss, quienes regresaron a Alsacia el 3 de febrero. Allí distribuyeron un millón de francos entre aquellos colegas que habían ofrecido las garantías y conservaron 4 millones. Estas medidas restablecieron la confianza[46]. Quienes no cumplían las condiciones para conseguir dinero del fondo Koechlin-Dollfuss ni de Basilea, fueron a la quiebra[47].

LA CRISIS HAMBURGUESA DE 1857

El trasfondo de la crisis de 1857 en Hamburgo consiste en que se había expandido el comercio, en particular porque la Guerra de Crimea había conducido a una expansión del crédito. Hamburgo era la ciudad «inglesa» de Alemania, pero mantenía estrechas relaciones con Estados Unidos en el comercio de azúcar, tabaco, café y algodón, así como con Escandinavia. Cuando la marea deflacionaria cruzó el Atlántico, Hamburgo quedó sumergida. El pánico financiero desatado por la quiebra de Ohio Life llegó a Hamburgo el 24 de agosto, tres meses después (tras una caída del 30% en los precios), con la suspensión de Winterhoff & Piper, una compañía con negocios en Estados Unidos[48]. Los despachos diarios enviados desde el consulado inglés en Hamburgo cuentan la historia:

21 de noviembre: Algunas de las principales casas comerciales y dos bancos planean solicitar ayudas.

23 de noviembre: Quiebran dos de las principales casas comerciales de Londres y la Discount Guarantee Association se torna más cauta a la hora de endosar letras hamburguesas[49]. Según una autoridad, la Discount Guarantee Association se agotó en tres días[50].

24 de noviembre: Se forma una Discount Guarantee Association (Garantie-Diskontverein) con un capital inicial de 10 millones de marcos banco, aumentado posteriormente a 13 millones (alrededor de 1 millón de libras), de los cuales la suma de 1 millón de marcos debe pagarse de forma inmediata.

28 de noviembre: La cámara de comercio y los principales comerciantes persuaden al Senado de convocar el parlamento (Burgerschaft) para acordar la emisión de bonos del Estado a fin de conceder empréstitos de entre el 60 y el 66 2/3% del valor de los bienes hipotecados, bonos y acciones a los comerciantes en dificultades.

1 de diciembre: Con la suspensión de Ullberg & Cremer, han caído entre 10 y 12 casas comerciales suecas. La Discount Guarantee Association no emitirá más garantías. La actividad comercial está paralizada.

2 de diciembre: Se propone modificar las leyes de quiebras para permitir a los acreedores compartir el embargo de los bienes.

7 de diciembre: Se propone establecer un banco estatal para rebajar las letras sólidas a la cantidad de 30 millones de marcos banco (aproximadamente 2,4 millones de libras). El parlamento rechaza la propuesta y en su lugar quiere emitir 30 millones de marcos banco en billetes como moneda corriente. El Senado rechaza la propuesta e insiste en mantener el estándar de plata.

Finalmente, se llegó a un acuerdo según el cual el Instituto Estatal de Crédito constituyó un fondo de 15 millones de marcos que incluía 5 millones de marcos banco en bonos del Gobierno de Hamburgo y 10 millones en plata a ser solicitados en préstamo en el exterior[51]. La historia del tren de plata (Silberzug) se ofrece en el capítulo 12 como ejemplo de prestamista de última instancia internacional.

Un observador calculó que el monto total disponible para las operaciones de salvataje ascendió a los 35 millones de marcos banco, el cual incluía 15 millones de la Discount Guarantee Association, 15 millones del Instituto Estatal de Crédito y 5 millones de la cámara de comercio. Luego comparó esta cantidad con los 100 millones de marcos banco en documentos impagados y advirtió que si los comerciantes especularan con un capital equivalente solo a un sexto del valor de sus mercancías, bastaría una rebaja del 17% de los precios de esas mercancías para acabar con su posición de capital. Ante la sugerencia de que el Senado estaba atrasado 300 años con respecto a su época, el mismo observador informó con aprobación la respuesta del Senado: los comerciantes se han adelantado 300 años a su época en emisiones de deudas. En estos casos, insistía el observador, la ayuda del Estado solo supone medios de especulación y perpetuación de los precios más altos a costa del consumidor[52].

LAS GARANTÍAS DE PASIVOS: EL PÁNICO DE 1890

La garantía de pasivos más famosa fue la establecida por William Lidderdale en su época como director del Banco de Inglaterra, durante el Pánico de 1890. Ya antes había habido garantías parecidas en Gran Bretaña. En diciembre de 1836, el banco privado Esdailes, Grenfell, Thomas y Compañía, que actuaba como agente en Londres para 72 bancos del país, se encontraba en dificultades financieras. La opinión era que no se permitiese quebrar a esta firma a causa de sus relaciones con los bancos del país; además, sus documentos incluían la totalidad de los nombres más ilustres de la ciudad. Los activos del banco excedían con holgura sus pasivos y los banqueros londinenses ofrecieron garantías. El Banco de Inglaterra encabezó la lista con 150 000 libras. Esdailes sobrevivió, pero solo dos años más[53].

La garantía fue establecida como alternativa a una carta de indemnización que permitía la suspensión de la Ley Bancaria de 1844. El ministro de Hacienda, lord Goschen, ofreció la carta a Lidderdale, quien la rechazó sobre la base de que «la confianza en semejantes cartas fue causa de gran parte de la mala banca de Inglaterra».

Si bien Lidderdale rehusó tranquilizar el mercado con los medios habituales utilizados en 1847, 1857 y 1866, no iba a ser él quien permitiera que el mercado sufriera las consecuencias. En agosto de 1890, advirtió a Baring Brothers que la compañía tendría que moderar sus conformidades en relación con su agente en Argentina, S. B. Hales. Baring Brothers reveló su profunda preocupación a Lidderdale el sábado 8 de noviembre. Temeroso de que se desatara un pánico financiero cuando se hiciese pública la situación Baring, el Banco de Inglaterra se reunió con el Ministro de Finanzas el lunes 10 de noviembre, rechazó la carta de indemnización, se preparó para el problema recurriendo a ayudas extranjeras (un tema para el capítulo 12) y formó una comisión liderada por lord Rothschild con el fin de abordar la cuestión del exceso de títulos argentinos.

Con el pasar de los días, los rumores se difundieron y las letras de Baring se iban depreciando cada vez más en el Banco de Inglaterra. El miércoles, Lidderdale ya sabía que si bien Baring era solvente, aún necesitaría entre 8 y 9 millones de libras. El viernes, John Daniell, el hombre importante de Mullens & Co., utilizado por el Banco de Inglaterra en sus operaciones de mercado abierto, acudió a Lidderdale, exclamando: «¿No puede hacer o decir algo para calmar a la gente? Se les ha metido en la cabeza que está pasando algo malo y mencionan gente muy importante, ¡la más importante!»[54].

El 14 de noviembre, Lidderdale se reunió con dos ministros de Estado que representaban al Ministerio de Hacienda, lord Smith y lord Salisbury. Convinieron que el Gobierno incrementaría sus cuentas en el Banco de manera inmediata y compartiría con este todas las pérdidas causadas por la depreciación de los documentos de Baring Brothers realizada por el Banco entre las 14:00 h del viernes y las 14:00 h del sábado. Con este argumento como base, Lidderdale se reunió con 11 bancos privados para instarlos a contribuir al fondo que garantizaría las obligaciones de Baring y consiguió que el Banco Estatal de Rusia no retirara su depósito de 2,4 millones de libras en esa compañía. Como grupo, los bancos privados aportaron 3 250 000 libras, pero este monto incluía el millón de libras del Banco de Inglaterra, así como 1 500 000 libras aportadas a partes iguales por los prestamistas Glyn, Mills & Co., Currie & Co. y Rothschild. Luego, Lidderdale utilizó estos compromisos para conseguir que los cinco bancos comerciales de Londres acordaran unirse al fondo de garantía por otros 3 250 000 libras. Con estas garantías como fundamento, el Times del 15 de noviembre anunció que Baring Brothers quebraría, pero que no habría pérdidas. La tarea del fondo de garantía continuó el sábado porque los directores de los bancos comerciales debían reunirse para aprobar sus suscripciones, lo cual ocurrió a las 11:00 h. Más tarde, otros bancos e instituciones financieras reunieron un fondo de 7,5 millones de libras durante la mañana, hasta llegar a los 10 millones de libras hacia las 16:00 h; finalmente el fondo de garantía alcanzó los 17 millones de libras, algo que fue considerado un indicador de la fortaleza del sistema financiero londinense. El Martin’s Bank estaba en dificultades por sus créditos a Baring y a Murrietta, otro banco con negocios en Argentina. El Martin’s Bank se unió al fondo de garantía con 100 000 libras el 18 de noviembre (martes), demasiado tarde para proporcionar ayuda a Baring, pero lo bastante pronto como para enseñar al mundo su fortaleza[55]. En un resumen de este episodio, Powell declaró: «El Banco no es un luchador solitario que debe pelear o retirarse, sino el líder de la agrupación de poder financiero más colosal que el mundo haya visto jamás[56]».

El 25 de noviembre, se formó una nueva compañía, Baring Brothers & Co., Ltd, en forma de sociedad anónima, con un capital de 1 millón de libras. Puede resultar de interés el documento de la garantía.

Fondo de garantía,
Banco de Inglaterra, noviembre de 1890

En relación con los anticipos que el Banco de Inglaterra ha convenido hacer a los señores de Baring Brothers & Co., para permitirles honrar en plazo sus obligaciones existentes la noche del 1 de noviembre de 1890 o derivadas de negocios iniciados o anteriores al 15 de noviembre de 1890.

Los abajo firmantes acuerdan mediante la presente, cada individuo, firma o compañía solo por sí y hasta el monto consignado junto a sus respectivos nombres, pagar al Banco de Inglaterra toda pérdida en la que el Banco de Inglaterra pueda incurrir toda vez que el Banco de Inglaterra determine que la liquidación final de las obligaciones de los señores Baring Brothers & Co. se haya completado si los Directores lo consideran factible.

Todos los garantes aportarán de manera proporcional y no se exigirá a ningún individuo, firma o compañía su contribución sin que se exija asimismo a los demás.

El período máximo sobre el cual se extenderá la liquidación será de tres años a partir del 15 de noviembre de 1890[57].

El rescate de Long-Term Capital Management [LTCM], en septiembre de 1998, ofrece contrastes respecto del rescate de Baring. William McDonough, presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, convenció a 14 grandes bancos y bancas de inversión, incluidos Merrill Lynch, Morgan Stanley Dean Witter, J. P. Morgan, el Chase Manhattan Bank y el Union Bank de Suiza para que suministraran 3600 millones de dólares de capital para impedir el colapso de LTCM; a cambio, adquirieron el 90% del paquete accionario de LTCM[58]. Estas firmas eran grandes acreedoras de LTCM, por lo que el «rescate» implicaba un cambio en la naturaleza legal de sus títulos sobre LTCM. La Reserva Federal temía que si LTCM quebraba, los mercados quedarían paralizados por la necesidad de revertir su inmenso capital en futuros y opciones, así como otros tipos de derivados financieros.

Los fondos de garantía de depósitos

Desde 1934, el fondo de garantía de depósitos federal de Estados Unidos ha impedido los pánicos bancarios mediante la provisión de una garantía de depósitos ex ante facto. Inicialmente, los depósitos estaban garantizados hasta 10 000 dólares, pero el techo de los mismos se elevó de forma gradual, por etapas, hasta alcanzar finalmente los 100 000 dólares; y, después, durante la crisis de 2008, los 250 000 dólares. Cuando los grandes bancos estaban en dificultades, el FDIC eliminaba de manera deliberada todos los límites sobre los montos de los depósitos cubiertos por la garantía, con el fin de atajar inminentes estampidas y, en la práctica, estableció que los bancos con depósitos importantes que superaran los 100 000 dólares eran «demasiado grandes para quebrar» (si bien los accionistas de esos bancos probablemente perderán todo su dinero). Asimismo, los propietarios de la deuda subordinada de estos bancos podrían perder gran parte de su dinero o la totalidad del mismo. Los depósitos de las sucursales extranjeras de estos bancos se habían garantizado implícitamente, aun cuando los bancos no hubieran pagado primas de fondos de garantía de depósitos contra sus depósitos en el extranjero. Si bien los fondos de garantía estaban diseñados para prevenir los pánicos financieros ocupándose del «hombrecito», en la práctica, el límite máximo se había elevado enormemente[59].

Cuando la restricción sobre los fondos de garantía de depósitos era de 100 000 dólares, los «corredores de depósitos» arreglaron la colocación de grandes sumas de dinero en depósitos garantizados. John Doe podía disponer de un depósito garantizado de 100 000 dólares, su esposa Jane también podía conseguir un depósito garantizado de 100 000 dólares y juntos, John y Jane podían obtener un tercer depósito garantizado del mismo monto. Además, los Doe podían seguir la misma estrategia incluyendo el banco de la esquina.

El efecto de esta innovación fue proporcionar una garantía a individuos adinerados y, por tanto, evadirse de una de las finalidades del techo. Además, alentaba a los bancos a conceder préstamos más arriesgados, puesto que confiaban en estar protegidos de las estampidas financieras de los propietarios de los grandes depósitos; si estos créditos más arriesgados resultaban provechosos, los propietarios de los bancos obtenían sus ganancias y si los créditos quedaban impagados, los propietarios no tenían que preocuparse por los pánicos financieros (aunque el valor de mercado de sus acciones podía reducirse y hasta quedar nulo).

La implosión de la burbuja japonesa en la década de 1990 hizo que el valor de los créditos de los bancos con casas matrices en Tokio y Osaka, así como en diversos centros regionales, disminuyera bruscamente hasta quedar por debajo del valor de sus pasivos. Sin embargo, no hubo pánicos bancarios; los inversores confiaban en que, si se cerraba alguno de los bancos, el Gobierno satisfaría las obligaciones.

El fondo de depósito de garantía ha limitado tanto los pánicos como el contagio de los pánicos de un banco en dificultades a otros bancos del vecindario. ¿Cómo se explica la renuencia a suministrar garantías en épocas anteriores?

En la larga tradición de Estados Unidos la regla ha sido la banca libre y hasta la banca salvaje [wildcat banking]. Cualquiera podía fundar un banco y muchos lo hicieron. Los riesgos eran grandes; los ingresos de los banqueros, rápidos. Una garantía de depósitos bancarios hubiera constituido una licencia para especular, cuando no para cometer desfalcos, y habría eliminado la amenaza de retirada de los depósitos, que era el principal freno a la irresponsabilidad de los banqueros. Las garantías de depósitos se rechazaban por considerarse que conducían a las malas prácticas bancarias [bad banking] aún el 2 de marzo de 1933, fecha en que la Junta de Directores de la Reserva Federal no estaba dispuesta a recomendar semejante garantía, ni ninguna otra medida, en vísperas del festivo bancario nacional[60].

La Federal Deposit Insurance Corporation tuvo una historia financiera excelente hasta la década de 1970; las primas por fondos de depósitos de garantía que reunía eran mucho mayores que la suma que pagaba para saldar las pérdidas cuando los bancos quebraban. A partir de comienzos de 1934 y hasta 1970 quebró únicamente un banco con depósitos por más de 5 millones de dólares. En la mayoría de los casos, la FDIC había organizado el traspaso de los bancos quebrados de suerte tal que los individuos y empresas con depósitos que superaran los montos máximos garantizados no sufrieran pérdidas cuando quebraran los bancos.

Desde finales de la década de 1970, los problemas financieros de la FDIC, así como los de la Federal Savings and Loan Insurance Corporation (FSLIC), crecieron bruscamente a medida que se cerraban cada vez más bancos y cajas de ahorro. La FDIC rescató un gran número de bancos, incluidos dos gigantes, el Continental Illinois Bank de Chicago y el First Republic Bank de Dallas; honrar los fondos de depósitos de garantía costó a esas agencias miles de millones de dólares. El procedimiento habitual era cerrar el banco o la caja de ahorros cuando su capital se hubiese agotado y moldear un «banco bueno» a partir de la institución rescatada, en tanto que los activos remanentes de la institución quebrada eran retenidos para su venta por otra agencia estatal de reciente creación: la Resolution Trust Corporation (RTC). Ambas agencias de seguros sufrieron pérdidas tan grandes al satisfacer sus garantías que agotaron su capital y sus reservas; luego tomaron créditos del Tesoro de Estados Unidos. A principios de la década de 1990, se estimaba que las pérdidas para los contribuyentes estadounidenses sumaban 150 000 millones de dólares, pero el incremento de la tasa de crecimiento estadounidense implicaba que la RTC recibía una suma de dinero mayor que la anticipada por la venta de avales y créditos de cobro dudoso, de suerte tal que las pérdidas sumaron poco más de 100 000 millones de dólares[61]. Hubo algunas preguntas acerca de si era posible reducir parte de este coste para los contribuyentes mediante el aumento de las primas de las garantías sobre los depósitos bancarios, propuesta que fue objetada de manera rotunda por los bancos sólidos[62].

Durante la crisis de 2008, el Gobierno estadounidense extendió la garantía de depósito a los fondos del mercado monetario; el temor era que si no lo hacía, los propietarios de estos fondos transferirían su dinero a los bancos cuyos depósitos estaban garantizados por la FDIC. Luego, los fondos del mercado de dinero eran obligados a vender activos y la rápida venta de activos deprimía sus precios. Después, algunos fondos de mercado monetario alcanzaban la situación conocida como «break the buck», vale decir que el valor liquidativo por acción disminuía por debajo de 1 dólar [one buck], lo cual desencadenaba un pánico masivo autojustificante.

Las letras del Ministerio de Finanzas

Un antiguo instrumento, aparte de los préstamos monetarios a una firma en dificultades, era emitir valores negociables a una firma contra una garantía adecuada. (Desde luego, cuando los mercados colapsaban, hasta los valores más líquidos podían no venderse con celeridad). Los valores habían sido privados y públicos, ambos tipos eran parte del complejo paquete reunido en Hamburgo en 1857. En 1763 y 1799, en un sistema de respaldo mal construido e igualmente complejo, las letras del almirantazgo eran una característica esencial[63]. Con todo, el mayor avance estaba relacionado con las letras del Ministerio de Finanzas emitidas en Gran Bretaña en 1793, 1799 y (sin entusiasmo) en 1811, pero severamente rechazadas en 1825.

Un pensamiento muy difundido era que las letras del Ministerio de Finanzas habían sido ideadas por sir John Sinclair, aunque puede que hayan tenido su origen en el Banco de Inglaterra. El 22 de abril de 1793, los líderes de la ciudad se reunieron con el primer ministro, William Pitt, con el fin de diseñar los medios para combatir la crisis surgida de la quiebra de 100 de los 300 bancos del país, así como la calamitosa reducción de los precios de los bienes de consumo. Al día siguiente, 11 miembros de este grupo se reunieron en Mansion House para formular un esquema de ayuda estatal. Según Clapham, no había una guía clara acerca de lo que debía hacerse. Entonces surgió la idea de hacer que el Gobierno emitiera 3 millones de libras en letras del Ministerio de Finanzas, un total que más tarde fue ampliado por el parlamento a 5 millones de libras, a emitirse a los comerciantes sobre el aval de mercancías que depositarían en las aduanas. Una característica adicional del plan era emitir billetes de 5 libras —el mínimo anterior era de 10 libras— para economizar el uso de las monedas oro y plata. Las letras del Ministerio de Finanzas fueron emitidas por comisionados especiales, en lugar de hacerlo el Banco de Inglaterra; 70 000 libras de esas letras fueron enviadas de forma inmediata a Manchester y una cantidad igual a Glasgow. Según MacPherson, la estrategia funcionó a la perfección. Trescientas treinta y ocho firmas solicitaron 3 millones de libras de la cantidad total. Se concedió un total de 2,2 millones de libras a 228 firmas, de las cuales solo dos quebraron más tarde. Cuando la crisis amainó, se retiraron solicitudes por un valor de más de 1,2 millones de libras[64].

En 1799 el pánico financiero de Hamburgo tuvo repercusiones en Liverpool y se utilizaron letras del Ministerio de Finanzas. El Parlamento suministró 500 000 libras en letras del Ministerio de Finanzas, que fueron usadas únicamente en Liverpool, contra mercancías por un valor de 2 millones de libras que se encontraban almacenadas en naves[65].

En 1811 surgió otra vez la pregunta. Se nombró una Comisión de Investigación sobre el Estado del Crédito Comercial. Entre sus miembros figuraban Henry Thornton, sir John Sinclair, sir Thomas Baring y Alexander Baring. El informe de la Comisión, realizado en una semana, registra las dificultades de los exportadores e importadores con negocios en las Indias Occidentales y América del Sur, así como las grandes cantidades de mercancías con destino al Báltico que habían sido retenidas y almacenadas en las naves de Londres y recomienda una nueva emisión de 6 millones de libras en letras del Ministerio de Finanzas. En la Cámara de los Comunes el apoyo fue moderado a causa del exceso de transacciones comerciales de América del Sur; la oposición, si bien comprensiva con las dificultades, dudaba de la prudencia de rescatar a los especuladores. William Huskisson, quien más tarde dejó su huella como presidente de la Junta de Comercio, afirmaba que el origen del problema era el crédito demasiado fácil:

¿No se habían percatado los caballeros de que la raza de antiguos comerciantes ingleses, a quienes nunca podría convencerse de exceder las posibilidades de su capital, había sido reemplazada por un conjunto de especuladores dementes y extravagantes que jamás se detenían mientras pudieran conseguir crédito, y que personas de capital notoriamente escaso habían eclipsado a las de mayor trascendencia de forma tal que ahora se especulaba aún con los artículos comerciales de peor calidad…? Si las ayudas otorgadas se usaban para continuar con la especulación, el resultado no sería otro que el de agravar el problema —y él temía que eso pudiera ocurrir—, en cuyo caso la decisión en cuestión no haría más que añadir seis millones a la circulación y elevar los precios de todos nuestros bienes de consumo[66].

Smart ofreció la descripción más completa del debate y observó que muchos criticaban la medida, si bien unos pocos fueron lo bastante atrevidos como para negarlo. Al final, la propuesta fue aprobada, pero se presentaron pocas solicitudes y solo se anticiparon 2 millones de libras. «No muchos de los que se encontraban en una situación embarazosa podían ofrecer el valor deseado y es difícil ver qué solución constituía ser habilitado para producir más mercancías, mediante anticipos, cuando el problema de base era que no había mercado para ellas[67]».

La suerte: un apéndice

Cierta vez, la suerte acudió en ayuda de un banco en apuros. Wirth escribió que la empresa de los hermanos Kauffmann, de Hamburgo, se estaba yendo a la quiebra durante la crisis de 1799, cuando uno de los hermanos envió a su prometida un billete de la lotería de la ciudad de Hamburgo, la cual ofrecía un primer premio de 100 000 marcos banco. La novia de Kauffmann compró ese mismo número de otra lotería en el Ducado de Mecklenburg, cuyo premio era una propiedad de un valor de 50 000 táleros prusianos, equivalentes en la época a 100 000 marcos banco. La mujer ganó ambos premios y la compañía de los hermanos Kauffman fue completamente rehabilitada[68]. Puede que en Las Vegas, las probabilidades de solución de una crisis global sean mayores.