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BERNIE MADOFF: FRAUDES, ESTAFAS Y CICLO CREDITICIO
Charlie Ponzi es el banquero más famoso de la historia americana, inmortalizado en el concepto de «esquema Ponzi». Ponzi era propietario de una empresa pequeña que vendía depósitos en uno de los suburbios de Boston a principios de la década de 1920; prometía pagar a los compradores de estos pagarés un 45% de interés al año en un momento en que los bancos tradicionales estaban pagando el 2 o el 3%. La operación de Ponzi era sencilla: usaba el dinero que recibía de la venta de los depósitos del miércoles para pagar los intereses de los que habían comprado los depósitos el lunes. La tasa de interés que estaba pagando era tan alta que la mayor parte de los que compraron los depósitos el lunes estaban contentos de mantener su dinero con Ponzi, de manera que podían ganar «interés sobre el interés». Pero al final algunos de los depositarios que se habían convertido en nuevos ricos decidieron retirar parte de su dinero, y desgraciadamente, el dinero no estaba. Ponzi fue a la cárcel. Su esquema floreció durante dieciocho meses.
Bernie Madoff gestionó el esquema Ponzi más grande en la historia de América; en el momento de su colapso en diciembre de 2008, se informó que el pasivo ascendía de 50 a 64 mil millones de dólares, aunque las estimaciones más reciente sugieren que las pérdidas se situarán probablemente al nivel de los 20 a los 25 mil millones de dólares. (Un problema de medida es decidir si las pérdidas deben incluir solo la cantidad de los depósitos iniciales que los particulares depositaron con Madoff, o si las pérdidas también deben incorporar los «beneficios de la inversión» que habían ganado a lo largo de los años. Otros consideran si se debe incluir el efectivo retirado de las cuentas). Madoff había gestionado el esquema durante veinte años, de manera que debe tener el récord mundial del esquema Ponzi más grande y de mayor duración.
Cada esquema Ponzi tiene su «historia»: una explicación de por qué la empresa puede generar rendimientos tan altos. El propio Ponzi afirmó que estaba gestionando cupones postales de respuesta internacional. (Realmente no es necesario conocer los detalles). Madoff dijo que tenía una «estrategia de división de opciones».
El esquema de Madoff difería del de Ponzi en otra dimensión importante: la tipo de interés en los fondos confiados a Madoff estaba en el rango del 10 al 12% al año, algo más alto que las acciones, y mucho más alto que otros bonos. Los rendimientos de Madoff eran constantes pero no espectaculares.
Ponzi fue exuberante. Por el contrario, Madoff fue sobrio, y dio la impresión de que solo aceptaba para invertir dinero de unos pocos amigos íntimos y de sus amigos íntimos. Investigaciones posteriores mostraron que tenía algo más de 4500 amigos íntimos, y que se apoyaba al menos en cuatro o cinco «fondos de inversión subordinados» para atraerle dinero. Los acuerdos de pago con estos fondos subordinados variaban, pero parecía que iban del 1% del dinero inicial y después otro 1% por cada año que el dinero se quedase con Madoff. Al final los fiscales responsables de limpiar el caos indicaron que algunos de estos fondos subordinados recibían tasas de retorno del 40 al 50% al año sobre su propio dinero que invirtieron con Madoff.
La investigación por parte del fiscal nombrado por el tribunal para buscar fondos para los clientes de Madoff demostró que era raro que Madoff comerciase con títulos. En 2008 los clientes retiraron 11 mil millones de dólares de sus cuentas. Madoff quebró cuando ya no quedaba más dinero para retirar. La mayoría de los clientes seguramente retiraron el efectivo porque estaban perdiendo dinero en la mayor parte de sus otras inversiones.
Ponzi estuvo en la cárcel unos dos años y después se mudó a Florida para vender propiedades inmobiliarias a mediados de la década de 1920, aprovechando la burbuja alrededor de Miami. Madoff va estar en la cárcel hasta el final de su tiempo en la tierra.
Ponzi y Madoff compartían una característica: los dos comerciaron con la desinformación. Los dos mintieron sobre las tasas de retorno que iban a recibir sus clientes. La mayor parte de la corrupción en los mercados financieros implica una distorsión de los valores de inventario, los valores de las inversiones, y las tasas de beneficio. Pero una parte de la corrupción implica el robo de información y los esfuerzos de los de fuera para obtener información de los de dentro antes de que dicha información esté disponible para el público.
La implosión de una burbuja lleva siempre al descubrimiento de fraudes y timos. Mientras el valor de los activos siga creciendo, los inversores están contentos y con frecuencia felices de pedir prestado contra el aumento en su riqueza si necesitan el dinero para sus gastos cotidianos. Cuando el valor de los activos declina, algunos de ellos venden títulos para conseguir dinero para los gastos diarios. Y por lo general venden sus títulos más líquidos porque no pueden soportar pérdidas más grandes asociadas a la venta de activos poco líquidos.
Los esquemas Ponzi suelen ser personales, y el crimen básico es que sus promotores —excepto Madoff— casi siempre hacen promesas sobre tasas de rendimiento excepcionalmente altas desde el primer día. Las argucias corporativas implican afirmaciones falsas sobre el valor de los inventarios y de otros activos y sobre la tasa de beneficio, con la diferencia de que el fraude se inicia mucho después de que se haya fundado la empresa. La información se retiene o se oculta. Enron fue el caso paradigmático de los fraudes corporativos en el auge de las puntocom en la década de 1990. Enron llevaba funcionando desde hacía muchos años: parece que el fraude se inició a mediados de la década de 1990, cuando la empresa tuvo una necesidad masiva de dinero para financiar su expansión. Entonces empezó su descenso hacia la bancarrota pocos meses después de alcanzar su cénit los precios bursátiles en los EE. UU. en el año 2000.
Medir la cantidad de corrupción no es una ciencia exacta. Lo que se «mide» es la corrupción que sale a la superficie; la corrupción que permanece oculta resulta obvio que no se puede medir. La corrupción se descubre cuando el dinero escasea y el crédito está menos disponible, y cuando el valor de los activos declina. La corrupción aumenta de forma procíclica, de manera muy parecida a la disponibilidad del crédito. Poco después del inicio de la recesión las préstamos a las empresas que financian su crecimiento con crédito barato empiezan a declinar cuando los prestamistas se vuelven más cautos. En ausencia de más crédito, el fraude brota en el edificio corporativo como las setas en un bosque húmedo.
La mayor parte de los comportamientos fraudulentos son ilegales, pero algunos se mueven sobre una difusa frontera legal. ¿Las gratificaciones en opciones a los altos ejecutivos y a los empleados se deben considerar un coste, como los salarios, o estas recompensas se deben enterrar en una nota a pie de página para que no se vean afectados los costes ni los beneficios? La respuesta afecta a la rapidez en el aumento de los beneficios y presumiblemente en la velocidad con la que se incrementarán los precios de las acciones. ¿Se debió obligar a Henry Blodgett, Mary Meeker y Jack Grubman, los gurús de las empresas de telecomunicaciones y puntocom en la década de 1990, a informar a la investigación pública sobre los fundamentos de sus previsiones sobre el aumento en los precios de las acciones individuales, o fue suficiente que anunciasen los objetivos de precio para cada empresa al final de los siguientes seis o doce meses, más o menos como apostadores en el hipódromo?, (véase «Charlatanes, apostadores y ladrones», más abajo, p. 207). ¿Las autoridades gubernamentales deberían establecer «políticas de la verdad» para impedir que se engañe al público inversor, o este público se quedará solo para determinar qué afirmaciones de los vendedores de acciones no son estrictamente ciertas? Ciertas prácticas de negocios son legales, aunque las personas implicadas en dichas actividades tendrían reticencias o se sentirían avergonzadas si se informase de sus transacciones en la portada del New York Times, del Wall Street Journal, del Chicago Tribune o del Daily Telegraph, porque la luz despertaría a las víctimas del timo. Consideremos Enron, MCI WorldCom, Adelphia, Tyco, HealthSouth, Global Crossing, las estrellas de algunos de los excesos financieros de la burbuja de precios bursátiles en la década de 1990. La mayor parte del comportamiento fraudulento inicial ocurrió durante la fase de manía cuando los precios de las acciones iban aumentando, pero quedó oscurecido por el estallido de la burbuja; los prestatarios de alto riesgo eran capaces de refinanciar sus créditos más antiguos porque los prestamistas estaban ansiosos por aumentar sus préstamos totales. Los bancos de inversión creían en el caveat emptor; según su punto de vista, los clientes con edad suficiente para votar debían ser capaces de ocuparse de sus propios intereses financieros.
El robo de información y la información privilegiada
La información es valiosa porque altera los precios relativos. Después de la Segunda Guerra Mundial muchos congresistas de los EE. UU. se hicieron ricos —o al menos más ricos— porque simplemente por casualidad compraron parcelas de tierra cerca de los lugares donde se iban a construir nuevas rampas de entrada y salida para el sistema de autopistas interestatales. La información sobre el tamaño de la cosecha de trigo —en realidad, proyecciones de la información— provoca cambios en el precio del trigo, de manera que será valioso tener acceso a estas proyecciones antes de que estén a disposición del público. La información sobre los beneficios trimestrales de las empresas, en especial cuando el cambio es importante, a menudo provoca cambios agudos en el precio de las acciones. La fusión de empresas, en especial la toma de control o la compra de una empresa por otra, con frecuencia conduce a aumentos importantes en el precio de las acciones de la firma que está en juego.
La corrupción tiene muchas facetas. Una forma implica actuar contra las leyes, quizá con la connivencia de funcionarios gubernamentales. Gran parte de la corrupción implica un mal uso de la información; alguien puede proporcionar información equívoca sobre beneficios, dividendos y posibles fusiones. La información se puede robar, y hay leyes contra la información privilegiada, donde los individuos bien conectados pretenden obtener información antes de que esté generalmente disponible.
En este contexto, ¿Goldman Sachs debía haber informado a algunos de los compradores de los títulos relacionados con las hipotecas en 2006 y 2007 que las sugerencias para el diseño de estos títulos procedía de la empresa que quería venderlos, o se consideraba que los compradores estaban suficientemente informados para concluir que alguien podía creer que los precios de esos bonos podían declinar? (Goldman acordó pagar más de 500 millones de dólares a la SEC [Comisión del Mercado de Valores de los EE. UU.] para mantener su nombre fuera de los informes, unos 250 millones irían a parar al banco alemán que había comprado dichos bonos).
Las grandes empresas de auditoría se establecieron para proteger a los inversores de los recuentos erróneos en el número de alubias y garbanzos que informaban las corporaciones; las auditoras están ahí para verificar la cuenta de las alubias. Arthur Andersen, en su momento una de las cinco grandes empresas auditoras globales y la que tenía una gran reputación por prestar una atención excepcional a los temas éticos, fue «capturada» por varias de las empresas que estaba auditando —compañías que le estaban pagando las facturas— y acabaron engañando a los inversores. ¿Los bufetes de abogados que proporcionaron asesoramiento legal a Enron y MCIWorldCom y a los de su clase, descargaron sus obligaciones tanto en los inversores como en sus clientes, o es que los abogados, que debían tener tarifas de 800 dólares a la hora, también fueron seducidos por sus clientes?
Los bancos y los bancos de inversión acabaron en los titulares de los periódicos cuando los precios de las propiedades declinaron en 2007 y 2008. El Royal Bank of Scotland, junto con el Banco de Santander español y Fortis de los Países Bajos y Bélgica compraron ABN-AMRO por 100 mil millones de dólares en lo que se ha convertido en una de las decisiones de negocio más costosas de la década. (La decisión de negocios más inteligente de la década fue vender ABN-AMRO a estos compradores ansiosos). Mientras el fraude no fue obvio, los compradores vivieron inmersos en una ilusión de grandiosidad.
AIG (el acrónimo de American International Group), por aquel entonces la compañía de seguros más grande del mundo, es el paradigma del colapso de 2008 a causa de la gran cantidad de ayuda financiera que recibió del gobierno de los EE. UU. para evitar su bancarrota. La mayor parte de sus problemas provenía de la venta de permutas de créditos fallidos (CDS, en sus siglas en inglés), que son una forma de seguro suscrita por los compradores de bonos para protegerse contra las pérdidas si la empresa que ha emitido los bonos cae en la bancarrota. (Estas permutas son similares en concepto al seguro hipotecario privado; el prestamista hipotecario requiere que los prestatarios que tengan menos del 20% del dinero necesario para la paga y señal tradicional, contraten un seguro para protegerse de las pérdidas si los prestatarios no pagan). Los compradores de estos CDS querían los tipos de interés más altos relacionados con los títulos más arriesgados, pero querían evitar el riesgo de impago implícito en estos títulos.
Buena parte del fraude en el mercado hipotecario durante el auge inmobiliario entre 2003 y 2007 ocurrió en el «nivel de venta al por menor»: los prestatarios mintieron sobre sus ingresos y su historial crediticio, y los intermediarios hipotecarios sabían que los prestatarios estaban mintiendo, pero bueno, «así son los negocios». Numerosos altos ejecutivos de Bear Stearns fueron acusados de engañar a los inversores sobre la calidad de los activos en los hedge funds que gestionaban, pero el jurado votó «No culpable».
Clases de estafa y corrupción
Estafas, comportamientos fraudulentos, desfalcos y algunos chanchullos elaborados forman parte de la vida en las economías de mercado, más en algunos países que en otros. Muchas de las estafas implican la transmisión de información errónea sobre inventarios y beneficios. En ocasiones la estafa implica el robo de información o noticias, cuando la presunción es que en una economía de mercado cada inversor debe tener la misma información al mismo tiempo, cuando algunos individuos se saltan la cola se trata de una forma de fraude.
Transparency International publica un índice anual de corrupción; Finlandia es fijo en la posición número uno en términos de virtud e Islandia estaba justo detrás hasta la implosión de su enorme burbuja bursátil en 2008. (Una investigación subsiguiente reveló que los bancos habían sido saqueados por sus propietarios). Durante muchos años Bangladesh, la República Democrática del Congo y Nigeria se consideraron los más corruptos. Los Estados Unidos están más cerca de la parte alta de esta lista, aunque es posible que haya perdido numerosos puestos en este ranking a causa de los fraudes y engaños extensivos ocurridos en la América corporativa durante la burbuja bursátil de la década de 1990, y la burbuja inmobiliaria de diez años más tarde.
Una forma tradicional de fraude implica la sobrevaloración de los inventarios. El escándalo McKesson Robbins de finales de la década de 1930 implicó el uso de albaranes de almacén falsificados como avales para los préstamos. Billie Sol Estes, el apostador tejano de la década de 1960, falsificó el número de tanques de fertilizante que tenía en arrendamiento y pidió prestado contra este número ficticio que era mucho más grande. Tino de Angelis engañó a American Express y a otros grandes prestamistas mediante el uso de tanques de «aceite para ensaladas» en la década de 1960 como aval para los préstamos; Tino sabía que el aceite es menos denso que el agua y dejó flotar quince centímetros de aceite comestible sobre seis metros de agua[1].
Las estafas que implican afirmaciones falsas sobre el valor de los inventarios se pueden comprobar cuando se revisan las promesas. Al final los prestamistas fueron prudentes con Billie Sol Estes; alguien salió y contó los tanques de fertilizantes. Los prestamistas pueden creer en los valores falsificados de los avales ofrecidos por los prestatarios, e inicialmente los contables de los prestamistas no se dan cuenta del engaño. Las estafas en los mercados financieros pueden implicar afirmaciones sobre el crecimiento de los beneficios corporativos o sobre los precios «garantizados» de las acciones de empresas individuales. Las corporaciones gestionan sus ganancias para que parezcan menos variables de un trimestre al siguiente, porque los inversores pagarán precios más altos por las acciones de empresas con ingresos estables. Una afirmación típica es que el «precio de las acciones de Amazon» subirá a 400 dólares por acción hacia el 4 de julio; o quizá se debería decir «nuestro objetivo de precio son los 400 dólares por acción». Otra afirmación puede ser «los beneficios corporativos aumentarán a razón del 15% anual durante los próximos cinco años». Algunas de las estafas en los mercados financieros implican «un optimismo excesivo» sobre las ganancias de empresas o precios futuros de las acciones que los que realizan las afirmaciones saben que no es probable que ocurran.
Wall Street gana un montón de su dinero vendiendo acciones, y prospera teniendo «estrellas» a las que pagan —y pagan muy bien— para que afirmen que los precios de las acciones de empresas individuales van a aumentar; son como los charlatanes a la entrada de los espectáculos de feria que persuaden al público para que compre entradas para ver al tragasables y al hermafrodita. Las acciones aumentan de precio dos veces más que caen, de manera que la probabilidad es que los «estrategas del mercado» tengan razón dos veces más de las que se equivocan, aunque tener razón en la dirección es algo diferente a realizar las predicciones correctas en los precios de las acciones. Lo más típico es que los estrategas del mercado sean reticentes a indicar que los precios de las acciones en su conjunto bajarán y es muy raro que sugieran que los precios de las acciones de empresas individuales van a bajar (porque los altos ejecutivos de dichas firmas estarán furiosos y amenazarán con no llevar nunca ninguna emisión de acciones al banco de inversión). Si bajan los precios de las acciones cuando la previsión era que subirían y los apostadores se convierten en una vergüenza para sus jefes, pues bueno les han pagado bien y son prescindibles y, bueno, así son los negocios. No resulta difícil encontrar sustitutos.
La corrupción no se puede medir al menos que una economía o una sociedad tenga leyes, normas o reglas que distingan comportamientos permisibles de otros ilegales o inmorales. Todo será permisible o aceptable en una sociedad sin reglas o normas, no habrá corrupción porque no habrá una relación perceptible entre los comportamientos aceptables y los no aceptables. Prácticamente todas las sociedades tienen reglas o normas: estos códigos sobre lo que es y lo que no es aceptable se adoptan para reducir los costes de hacer negocios.
Las leyes varían entre los países, prácticas que son legales en algunos países pueden ser ilegales en otros. Además, las leyes y las normas sobre comportamientos no aceptables dentro de un país cambian a lo largo del tiempo; algunas prácticas financieras que eran legales en los Estados Unidos en la década de 1870 eran ilegales cien años más tarde. A pesar de estas diferencias entre los países y a lo largo de los años, existe un sentido más amplio y universal sobre el comportamiento financiero aceptable que se basa en el Octavo Mandamiento: «No robarás».
El comportamiento corrupto forma parte prácticamente de toda economía. El número de transacciones que parece que sobrepasan tanto las normas morales como las legales aumenta en los períodos de euforia como en la década de 1990. Paradójicamente, el aumento en la riqueza personal cuando los precios de acciones, inmobiliarios y materias primas se incrementan al 30 o 40% anual durante muchos años parece que dispara un aumento en el comportamiento fraudulento por parte de aquellos que quieren un incremento aún más rápido de su riqueza. Algunos individuos no quieren ser menos que los vecinos y es posible que emborronen la verdad y tomen algunos atajos. Algunos empresarios y ejecutivos es posible que se deslicen cerca del borde del comportamiento fraudulento a causa de un aumento aparente en la relación recompensa-riesgo; el aumento potencial de su riqueza al retorcer las reglas y engañar al público puede parecer extremadamente grande en relación con el riesgo de que lo atrapen, multen y expongan a la vergüenza pública. Puede que algunos hayan calculado que pueden amasar una gran fortuna porque la posibilidad de que sean detectados es baja; también es posible que sigan conservando la mitad si los pillan. Las probabilidades de ir a la cárcel son bajas, y las penas por crímenes de cuello blanco son como clubs de campo modestos con vestimenta modesta y pistas de tenis de superficie dura.
El crac y el pánico, con su lema de sauve qui peut, induce a muchos a engañar en su esfuerzo por evitar la bancarrota u otro desastre financiero. Un engaño pequeño hoy puede evitar una catástrofe mañana. Cuando termina el auge y las pérdidas se vuelven evidentes, algunos individuos apostarán fuerte a que un resultado exitoso proporcionará una huida de lo que de otra manera podría ser un desastre.
Nick Leeson era un empleado modesto —uno de cinco o seis trabajadores— en la oficina de Singapur de Baring Brothers, un venerable banco comercial de Londres. Leeson negociaba con opciones de acciones y en especial con opciones en el Nikkei, el índice principal en Tokio. La oficina londinense de Baring había establecido un límite para las posiciones de Leeson, la cantidad máxima del capital de la empresa que podía arriesgar. Leeson compraba y vendía opciones call and put en el Nikkei; la compra de una opción call era una apuesta porque las acciones japonesas aumentarían de precio, y la compra de una opción put era una apuesta a que las acciones japonesas iban a bajar de precio. La venta de una opción call era una apuesta a que el Nikkei no iba a aumentar significativamente de precio y la venta de una opción put era una apuesta a que el Nikkei no iba a bajar significativamente. Cuando Leeson compraba opciones call u opciones put, tenía que pagar una prima a los vendedores de las opciones, que estaban adquiriendo el precio de riesgo; cuando vendía las opciones, ganaba la prima porque estaba adquiriendo el precio de riesgo.
Según parece alguien en la oficina de Leeson cometió un error en una transacción que condujo a una pérdida en su cuenta comercial. En lugar de reconocer el error al jefe de la delegación de Baring, Leeson vendió algunas opciones put en el Nikkei; su plan era utilizar los ingresos extra para cubrir la pérdida por el error comercial. Sin embargo, el terremoto de Kobe provocó una caída importante en los precios de la Bolsa de Tokio, de manera que incurrió en una pérdida en el contrato de las opciones que era mucho mayor que los ingresos extra. Entonces, Leeson «dobló su apuesta» con la esperanza de que la ganancia del contrato nuevo iba a cubrir las pérdidas anteriores, la posición quedaría equilibrada y nadie se daría cuenta en la casa matriz. Desgraciadamente para Leeson, perdió en su segunda apuesta. Cada vez que su posición caía en pérdidas, volvía a «doblar» la apuesta con la esperanza de que hubiera llegado su momento de ganar. Así siguió, hasta que las pérdidas acumuladas en su cuenta comercial equivalían más o menos al capital de Baring. Probablemente Leeson realizó cuatro o cinco apuestas perdedoras de una tacada. Considerando la probabilidad de que hubiera realizado cinco tiradas perdedoras en la tradicional tirada de moneda: una serie de cinco dentro de una serie más amplia representa una probabilidad de 1 a 32. Si hubiera ganado una de las apuestas, sus desventuras no habrían llegado a las primeras páginas y no se habría pasado dos años en una prisión de Singapur.
La galería de intermediarios deshonestos incluye a John Rusnak de la oficina de Baltimore del Allied Irish Bank que perdió 750 millones de dólares en el mercado de divisas antes de que el jefe de su departamento en Dublín se diera cuenta de la extensión de las pérdidas. Yasuo Hamanaka de la oficina de Nueva York del Banco Sumitomo perdió varios miles de millones de dólares en el mercado del cobre. Cinco intermediarios del National Australia Bank en Sidney perdieron varios cientos de millones de dólares en el mercado de divisas.
Leeson, Rusnak y los australianos realizaron una serie amplia de apuestas perdedoras antes de que los descubrieran. Sus problemas llegaron a las portadas porque se quedaron sin dinero en efectivo para cubrir las apuestas perdedoras antes de realizar la apuesta ganadora.
Es alta —muy alta— la probabilidad de que hayan existido otros intermediarios deshonestos que empezaron como Leeson y Rusnak e incurrieron en pérdidas en dos o tres de cuatro de sus apuestas de «doble o nada» antes de volver a ganar. El capital del banco no se vio afectado y su comportamiento ilegal y fraudulento no fue detectado.
La perspectiva del fraude financiero en este capítulo es descriptiva y anecdótica. El Libro Guinness de los Récords no tiene aún un capítulo sobre la magnitud de las estafas y los fraudes financieros. Las argucias financieras ya tuvieron lugar en la expansión económica de los EE. UU. después de la Guerra Civil, y los fraudes se extendieron durante la Edad Dorada de la década de 1880. A finales de la década de 1920 unos cuantos banqueros siguieron vendiendo los bonos de numerosos países latinoamericanos después de que les hubieran informado que dichos países habían dejado de pagar los intereses.
El BCCI —el Bank of Credit and Commerce International— fue uno de los grandes beneficiarios de la crisis de los precios del petróleo en la década de 1970. El BCCI se había constituido en Pakistán; después la entidad estableció una red de filiales y subsidiarios por todo Oriente Medio y en Londres, y a partir de ahí en algunas de las principales capitales de Europa y África. El BCCI prosperó a raíz del aumento de los precios del petróleo en la década de 1970; Oriente Medio se inundó de dinero y una parte de sus primeros depositarios fueron jeques ricos del golfo Pérsico. El BCCI se orientó sutilmente hacia los depositarios musulmanes. El BCCI concedió préstamos grandes a los gobernantes por razones políticas, que facilitaron sus problemas con las regulaciones y ayudaron a su expansión.
Es posible que el BCCI haya sido uno de los esquemas Ponzi más grandes en la época anterior a Madoff. Los créditos fallidos fueron refinanciados, de hecho retrasando el reconocimiento de las pérdidas. Algunos de los créditos del BCCI a un magnate naviero quedaron impagados, y el banco utilizó una contabilidad fraudulenta para esconder las pérdidas; sobornaron a los auditores. El BCCI negociaba extensamente con opciones para cubrir las pérdidas de los créditos, y la entidad reconocía opciones «in the money» a su valor de mercado y valoraba a cero las opciones «out of the money», en las que tenía pérdidas. El BCCI se siguió expandiendo mientras pudo vender sus depósitos a su «clientela cautiva».
Cuando la burbuja implosionó en Japón a principios de la década de 1990, los grandes bancos con sede en Tokio y Osaka incurrieron en grandes pérdidas con sus créditos concedidos para financiar la compras inmobiliarias y bursátiles. Algunos de los bancos regionales en Japón habían incurrido en pérdidas aún más grandes en sus créditos. Muchos de sus préstamos para campos de golf, hoteles y parques de atracciones se concedieron para promocionar las economías locales. La tradición de que había que devolver los préstamos no estaba bien establecida en Japón; en su lugar la práctica era que los prestatarios utilizarían el dinero de nuevos préstamos para pagar los intereses de los créditos ya concedidos de manera que su deuda aumentaba al ritmo del tipo de interés. Esta práctica de «finanzas siempre verdes» fue segura mientras el ritmo de incremento del valor de las propiedades era más alto que el tipo de interés.
En cuanto los precios inmobiliarios empezaron a declinar se empezaron a conocer algunos de los tejemanejes del proceso de aprobación de los créditos. Una mujer que era propietaria de un pequeño restaurante en Osaka había pedido prestado en yenes el equivalente a varios miles de millones de dólares de la delegación local del Banco Sumitomo; tenía una «relación amistosa» con el banquero local. Algunos de los tasadores inmobiliarios del banco habían sido sobornados —o quizás asustados— por la yakuza, que había llegado a la conclusión que la forma menos arriesgada de robar un banco era conseguir préstamos basados en valoraciones altamente infladas de propiedades inmobiliarias que se presentaban como aval. Los altos ejecutivos de muchos de los grandes bancos regionales concedieron créditos a promotores inmobiliarios para que pudieran comprar terrenos que eran propiedad de los ejecutivos del banco. Algunos altos funcionarios del augusto Ministerio de Finanzas fueron entretenidos en un «restaurante shabu-shabu sin braguitas» que tenía un suelo de espejo; se sospecha que estos funcionarios proporcionaron información privilegiada a sus anfitriones sobre los cambios inmediatos en las regulaciones financieras.
Cuando las burbujas inmobiliarias en Tailandia, Malasia y otros países asiáticos cercanos implosionaron y los bancos incurrieron en grandes pérdidas, apareció de repente «el capitalismo de los amiguetes»: un trato de favor a ciertos prestatarios que de alguna manera no había sido evidente en los primeros años del crecimiento económico exuberante. Indonesia había sido un «negocio familiar de los Suharto» durante más de treinta años, y con un éxito remarcable si se mide por el aumento de su PIB. Cuando Indonesia iba bien, los bancos eran felices al conceder préstamos a las empresas de negocios encabezadas por los hijos del presidente Suharto; de hecho algunos de los bancos también estaban encabezados por sus hijos. Los bancos no estaban especialmente preocupados sobre si los proyectos que se iban a financiar con los créditos iban a ser rentables.
Uno de los titulares persistentes de las finanzas norteamericanas a principios de la década de 1980 fue el desastre financiero inmediato de las asociaciones americanas de ahorro y crédito y las cajas de ahorro mutualistas de los EE. UU.: instituciones de ahorro que se habían establecido para ayudar a los americanos con medios financieros limitados a comprar su primera residencia. Las instituciones de ahorro utilizaron los fondos obtenidos de la venta de depósitos con vencimientos a corto plazo para comprar hipotecas a interés fijo con vencimientos a largo plazo. Como los vencimientos no coincidían, las instituciones de ahorro adquirieron un «riesgo de transformación» (a veces llamado «riesgo de duración») de que los tipos de interés a corto plazo aumentarían en términos relativos frente a los tipos de interés a largo plazo, y el exceso de tipo de interés que ganarían en sus créditos estaría por encima del interés pagado a los depósitos, que declinaría, y que incluso podría llegar a ser negativo. Las instituciones de ahorro habían vivido con este riesgo durante cincuenta años porque los tipos de interés en los depósitos a corto plazo habían estado regulados por las agencias gubernamentales de los EE. UU. para limitar una competición de precios «excesiva» entre los bancos y las instituciones de ahorro para captar depósitos. Sin embargo, en la segunda mitad de la década de 1970, subieron los tipos de interés sobre los títulos en dólares americanos, y muchos particulares retiraron su dinero de las instituciones de crédito para comprar bonos del Tesoro de los EE. UU. y fondos del mercado de divisas que ofrecían tipos de interés más altos de los que se permitía pagar a las instituciones de ahorro.
El problema para las instituciones de ahorro era que si subían los tipos de interés sobre sus depósitos hasta los niveles que eran competitivos con los tipos de interés de los bonos del Tesoro de los EE. UU. (asumiendo que pudieran conseguir que los reguladores subiesen el techo de los tipos de interés), entonces sus pagos de intereses iban a ser más altos que los tipos de interés que estaban ganando con sus hipotecas y su capital se iría erosionando y al final desaparecería. Si por el contrario vendían hipotecas para reducir el exceso de sus pagos de intereses por encima de sus ingresos por intereses, incurrirían en pérdidas grandes e inmediatas porque los precios de venta de las hipotecas serían inferiores —probablemente muy inferiores— a los precios que habían pagado por ellas.
La mayoría de las instituciones de ahorro decidieron pagar tipos de interés más altos sobre los depósitos; era preferible una muerte lenta. Cada institución de crédito podría estimar la tasa mensual de reducción de su capital, y proyectar la fecha en que su capital se hubiera agotado por completo.
Cientos y después miles de estas instituciones de ahorro quebraron. Inicialmente las instituciones de ahorro quebradas pasaron a manos de la Federal Savings and Loans Insurance Corporation o la Federal Deposit Insurance Corporation, las agencias de garantías de depósito del gobierno de los EE. UU. Estas agencias gubernamentales venderían los préstamos buenos de las instituciones de ahorro quebradas y utilizarían el dinero de la venta de dichos créditos y sus reservas acumulados para pagar a los depositarios el cien por cien de cada dólar depositado.
Las reservas acumuladas y el capital del FLIC y el FDIC, que se habían acumulado a lo largo de casi cincuenta años, quedaron rápidamente exhaustos. Entonces las agencias de garantía de depósitos no pudieron seguir haciendo frente al cierre de estas instituciones de crédito con valor neto negativo porque no tenían suficiente dinero para hacer frente a sus garantías de depósito; necesitaban un subterfugio para permitir que las instituciones de ahorro quebradas siguieran abiertas. Descubrieron la política de «tolerancia», que permitía a estas instituciones de ahorro en bancarrota seguir en el negocio.
Inevitablemente las pérdidas del FSLIC y del FDIC se habrían tenido que cubrir, ya fuera mediante una transferencia de dinero de los contribuyentes desde el Tesoro de los EE. UU., o por el aumento en la prima del seguro de depósitos que se cargaba sobre los bancos e instituciones de ahorro supervivientes. Estos bancos e instituciones de ahorro se opusieron vehementemente a pagar primas más altas para cubrir las pérdidas de sus competidores quebrados.
Numerosos miembros del Congreso de los EE. UU. paralizaron los esfuerzos para obtener fondos del Tesoro de los EE. UU. para que el FSLIC y el FDIC pudieran compensar a los depositarios y cerrar las instituciones quebradas; estos cargos electos querían usar el desastre financiero para forzar una desregulación de la industria de los servicios financieros. Algunas de las instituciones de ahorro quebradas fueron «recapitalizadas» como «instituciones fénix»; una institución de ahorro quebrada compraba a otra y la parte de los activos del balance de la institución compradora se incrementaba con una gran aportación de «fondo de comercio» y se producía el aumento correspondiente en su capital. La idea —con mayor precisión, la esperanza— era que durante los siguientes veinte o treinta años los beneficios de las instituciones compradoras serían suficientes de manera que podrían amortizar el fondo de comercio y su valor neto negativo.
Algunos empresarios tuvieron la brillante idea de que la manera de salvar a las instituciones de ahorro quebradas era ayudarlas a aumentar rápidamente sus depósitos y créditos de manera que sus beneficios sobre las hipotecas y los préstamos nuevos serían mayores que sus pérdidas con las antiguas hipotecas a tipos de interés bajo. En 1982 el Congreso de los EE. UU. redujo las regulaciones aplicadas a las instituciones de ahorro, lo que significaba que se les permitiría comprar títulos de casi cualquier tipo. Al mismo tiempo el techo de los depósitos máximos garantizados que tuviera cualquier particular en una institución de ahorro concreta aumentó de los 40 000 a los 100 000 dólares. (Sin embargo, los particulares se podían saltar con facilidad este techo mediante la adquisición de depósitos bajo versiones ligeramente diferentes del mismo nombre; es posible que el señor Jones tuviera un depósito garantizado de 100 000 dólares, la señora Jones un depósito garantizado de 100 000 dólares, y el señor y la señora Jones juntos podían tener un tercer depósito garantizado de 100 000 dólares. Y la familia Jones podía comprar por separado depósitos garantizados para cada uno de sus hijos, al igual que una serie de depósitos en cuentas conjuntas de los niños).
Estas instituciones de ahorro quebradas estaban ansiosas por comprar cualquier préstamo o título que ofreciese tipos de interés relativamente altos, y así se convirtieron en uno de los «mercados naturales» para los bonos basura. Inicialmente el suministro de bonos basura se había limitado a estos «ángeles caídos»; eran bonos que habían perdido su grado de calificación de inversión porque las empresas que los habían emitido estaban pasando por un mal momento. La pérdida del grado de calificación de inversión significaba que algunas instituciones financieras no podían seguir manteniendo estos bonos, de manera que los tipos de interés aumentaron de forma acusada.
Michal Milken de Drexel Burnham Lambert desarrolló algunas innovaciones mercantiles que incrementaron enormemente tanto la demanda como el suministro de bonos basura. La bajada de los tipos de interés y el aumento en la tasa del crecimiento económico en la década de 1980 provocó un ambiente propicio para el crecimiento del mercado de bonos basura. El argumento de venta era que el exceso de los tipos de interés en los bonos basura por encima de los tipos de interés en los bonos con calificación de inversión era mucho más grande que las pérdidas en las que podían incurrir los propietarios de los bonos si quebraba uno de estos prestatarios.
Milken proporcionó financiación a algunos de sus amigos y asociados para conseguir el control de instituciones de ahorro, compañías de ahorro y otras firmas que podrían ser compradores «naturales» de los bonos basura. Milken proporcionaba «cartas de conformidad» a empresarios que estaban estudiando la toma del control de empresas establecidas, asegurándoles que Drexel podía conseguir todo el dinero que necesitasen. Una vez que sus amigos conseguían la propiedad de estas empresas industriales, las firmas emitirían bonos basuras que serían comercializados por Drexel, y Milken colocaría estos bonos en las instituciones de ahorro y compañías de seguros que estaban controladas por sus amigos. Drexel estableció sus propios fondos mutualistas que comprarían los bonos basura que había comercializado.
Milken tenía una máquina de fabricar dinero. Drexel se quedaba con los honorarios de intermediación cuando las firmas de sus clientes emitían nuevos bonos basura, honorarios para vender los bonos a los fondos mutualistas, honorarios de venta por colocar las acciones de los fondos mutualistas al público americano, y honorarios de gestión por administrar los fondos mutualistas.
Merril Lynch —el omnipresente Merril— empezó a intermediar depósitos para las instituciones de ahorro; las instituciones de ahorro en California y el sudoeste empezaron a ofrecer tipos de interés mucho más altos y el ejército de miles de intermediarios de Merril se convirtió en el canal para mover el dinero por el país hacia las instituciones de ahorro controladas por los amigos de Milken. Los depósitos que estaban vendiendo las instituciones de ahorro estaban garantizados por el Tesoro de los EE. UU., que era lo único que querían saber los compradores de estos depósitos.
Pocos de los piratas corporativos financiados por Milken tenían experiencia industrial. Utilizaron el dinero del Tío Sam —dinero obtenido de la venta de depósitos garantizados por el gobierno de los EE. UU—. para adquirir más de cincuenta empresas. Con frecuencia «pagaron de más» por esas empresas, pero pagaban con el dinero del Tío Sam.
Muchas de las empresas fueron incapaces de ganar lo suficiente para pagar el interés de los bonos basura emitidos. No había de qué preocuparse, estas empresas emitieron títulos nuevos que les aliviaron de la obligación de pagar el interés sobre sus bonos emitidos y las instituciones de ahorro amigas de Milken también compraron estos bonos. La máquina de fabricar dinero siguió funcionando mientras el mercado de bonos basura siguió en expansión. (¿Se trata de una reminiscencia de las finanzas de Ponzi?). Sin embargo, el mercado de los bonos basura se colapsó a finales de la década de 1980, después de que los reguladores federales cambiaran las reglas, de manera que las instituciones de ahorro no podían seguir comprando este tipo de bonos. Del mercado de los bonos basura desapareció la liquidez; los precios de estos bonos cayó con fuerza, y los detentadores de bonos tuvieron grandes pérdidas. La mayor parte de los bonos basura que llegaron al mercado en la década de 1980 estaban intermediados por Drexel, y casi la mitad de las emisiones de estos bonos basura quebraron. Drexel incurrió en grandes pérdidas en sus inversiones en estos bonos y quebró en 1992.
Al final, el desastre de las instituciones de ahorro costó al gobierno federal más de 100 mil millones de dólares. Si el Congreso de los EE. UU. hubiera suministrado a las agencias de garantías de depósito el dinero para cerrar las instituciones de ahorro quebradas a principios de la década de 1980, cuando desapareció su capital, el coste para el contribuyente americano se habría situado entre los 20 y los 30 mil millones de dólares. Gran parte del exceso del coste real sobre el coste probable en que habrían incurrido si las instituciones de ahorro quebradas se hubieran cerrado de manera adecuada y en su momento, fue consecuencia del coste de cerrar las instituciones de ahorro quebradas que se habían convertido en grandes compradoras de bonos basura.
Milken y su familia se convirtieron en multimillonarios y seguramente lo siguieron siendo después de pagar una multa o penalización de 550 millones de dólares y pasar treinta meses en un «club de campo» federal (prisión de mínima seguridad).
Hechos y leyendas sobre los bonos basura
Las adquisiciones corporativas y los bonos basura han dado lugar a una literatura interesante. Consideremos tanto los títulos de ficción como los de no ficción. La hoguera de las vanidades de Tom Wolfe es una descripción destacable de los valores de la élite financiera de Nueva York. Predator’s Ball de Connie Bruck es una descripción de una fiesta anual de compradores y vendedores de bonos basura. Nabisco: la caída de un imperio es una historia sobre la toma de control de RJR Nabisco; resulta difícil decidir quiénes son menos atractivos: los compradores potenciales o el objetivo a comprar. El título de James Stewart Den of Thieves ofrece las claves de la historia de Milken y sus amigos. A License to Steal de Ben Stein proporciona la crónica de las grandes quiebras corporativas en las décadas de 1980 y 1990, y la relación de los que tenían sus títulos intermediados por Drexel Burnham Lambert.
Fraudes y robos en la década de 1990
En la segunda mitad de la década de 1990 en los Estados Unidos se produjo una cosecha récord de chanchullos, estafas y fraudes. Como se ha esbozado antes, Enron se encontraba a la cabeza de esta lista de las empresas envueltas en el fraude y las argucias asociadas con el auge del mercado bursátil; la empresa había nacido de la fusión de dos gasoductos regulados. Enron tenía dos «brazos»: «Enron Heavy» realizaba grandes inversiones en plantas de generación de electricidad en la India y en sistemas de suministro de agua en Gran Bretaña y México. «Enron Light» inició una rápida expansión en la producción y comercialización de electricidad, gas natural, banda ancha y cualquier otra cosa con la que se pudiera comerciar en el mercado al por mayor; la prensa jaleó a Enron como la empresa más importante en el proceso de desregularización del mercado de la electricidad. La rápida expansión de los dos brazos de Enron requería grandes cantidades de dinero para invertir en plantas y equipos, para comerciar con títulos, y para software. Enron vendió un montón de bonos y proporcionó beneficios sustanciales a sus bancos de inversión primarios: Merril Lynch y Salomon Smith Barney. En su punto más alto, la capitalización bursátil de la empresa era de 250 mil millones de dólares, el valor de mercado de sus acciones a 100 dólares se encontraba por encima de los 200 mil millones y el valor de mercado de su cartera pública de bonos era de 40 mil millones de dólares.
Poco después de iniciarse la caída aguda de los precios bursátiles de los EE. UU. en el año 2000, Enron —en su momento presentada (por sus propias acciones de relaciones públicas) como la séptima empresa más grande en los Estados Unidos y descrita por la revista Fortune como una de las empresas más innovadoras del país— se declaró en bancarrota. El valor de mercado de las acciones era cero, y el valor de mercado de los bonos cayó en picado.
Un tema intrigante es en qué momento los principales ejecutivos de Enron llegaron al proverbial «desvío en el camino» e iniciaron su camino sinuoso hacia el chanchulleo financiero. Una gran parte de la compensación total de los altos ejecutivos de Enron vendría de la venta de las opciones sobre acciones que habían recibido de la compañía como incentivo. Cuanto más rápida la tasa de crecimiento de los beneficios de Enron, mayor el precio de las acciones de Enron; a mayor valor de las opciones, más ricos los propietarios de las opciones. Los altos ejecutivos de Enron tenían una razón muy poderosa para mantener el crecimiento de los beneficios, puesto que su riqueza personal se veía impulsada por el valor de las acciones.
Enron estaba respondiendo a los desafíos presentados por los analistas bursátiles en Wall Street. Trimestre a trimestre, los analistas predecían al céntimo los beneficios por acción. Había muchos ejemplos de empresas que habían fracasado en alcanzar las estimaciones de beneficios; el valor de sus acciones cayó de un 10 a un 20%. Los directivos financieros de Enron, así como los de otras empresas, tenían grandes incentivos para «homogeneizar» los beneficios para alcanzar las estimaciones de los analistas de Wall Street.
Enron había entrado en acuerdos de venta y leasing con Merrill Lynch y JP Morgan para algunas barcazas de generación eléctrica en Nigeria. Merrill y Morgan pagaron por encima de los precios de mercado por las barcazas de manera que Enron pudo obtener un beneficio con su venta, que contribuiría al beneficio declarado por Enron para ese año. Merrill y Morgan no son instituciones de beneficencia; como habían pagado por las barcazas por encima de los precios de mercado, los pagos anuales que les estaban cargando por el leasing eran correspondientemente más altos. Desde el punto de vista de Enron, el aumento de los beneficios en el año uno sería a costa de los beneficios de los años siguientes.
Enron estaba rebuscando para aumentar los beneficios de este año sin tener en cuenta el impacto negativo en los beneficios del año siguiente. El problema del aumento de los beneficios del año siguiente se podría resolver al año siguiente.
Enron había otorgado un valor muy alto en algunos esotéricos contratos futuros que estaban pensados para madurar en cinco o diez años y que no tenían precios de mercado inmediatos. Enron aumentó el valor otorgado a estos contratos de un año al siguiente, y el incremento en estos valores contribuyó al beneficio reconocido por Enron; un remedo de la década de 1990 de la exageración de Billie Sol Estes sobre el número de tanques de fertilizantes que había alquilado.
Los arreglos financieros de Enron provocaron un aumento en los beneficios reconocidos de más de mil millones de dólares en el momento en que la empresa estaba ocultando deudas sustanciales, que estaban escondidas fuera del balance, financiando participaciones en sociedades, los llamados vehículos o créditos de financiación especial (SFV, en sus siglas en inglés). Muchos bancos y empresas industriales utilizaban estos SFV para eliminar deuda de sus balances, de manera que tenían una posición más ventajosa para aumentar las cantidades que podían pedir prestadas. Las normas contables establecían que estas SFV se podían considerar entidades independientes siempre que el 3% del capital en estos SFV estuviera en mano de «particulares sin relación entre sí». Enron era propietario del 97% de las sociedades y algunos de los particulares propietarios del 3% restante eran empleados de alto nivel y algunos eran los banqueros de la empresa. Estos banqueros estaban ansiosos por prestar e invertir en estas sociedades porque Enron era una fuente de grandes ingresos asegurados. Estas sociedades tenían nombres derivados de La guerra de las galaxias: JEDI, Chewco y otros más. Las sociedades pedían prestado a los bancos y otros prestamistas como si fueran independientes de Enron y después invertían los fondos en Enron.
Enron utilizaba parte del dinero obtenido de los préstamos a los SFV para apoyar el precio de sus propias acciones. Esto es más o menos una estrategia Nick Leeson para quebrar; si caía el precio de las acciones, entonces el valor de las sociedades bajaría y se encontrarían «sumergidas». Pero esta era la práctica tradicional y la habían utilizado los ferrocarriles americanos en el siglo XIX.
El colapso de Enron provocó la desaparición de Arthur Andersen, que anteriormente había sido la más respetada de las grandes empresas de auditoría de los EE. UU., aunque en los años anteriores Andersen había sido denunciado por los acreedores del Baptist Hospital de Arizona, de Waste Management y de otros muchos clientes de la auditoría que habían tenido dificultades. Andersen fue acusado de destruir documentos después de que la SEC hubiera iniciado su investigación sobre las finanzas de Enron.
Andersen había estado vendiendo a Enron servicios de auditoría por valor de 2 millones de dólares y 25 millones en servicios de consultoría. La conclusión fue que el deseo de Andersen de retener los ingresos por consultoría ensombreció su juicio sobre la manera correcta de cómo debía medir Enron sus beneficios, y esto es una forma caritativa de decirlo. Andersen fue condenada por obstrucción a la justicia en junio de 2002; cientos de sus clientes no querían verse asociados con una empresa con una reputación manchada, y la empresa cerró. Andersen fue solo uno de los grupos exteriores que habían sido captados por Enron; su consejo de dirección presentaba múltiples conflictos de intereses porque algunos de sus miembros recibían ingresos de la empresa por labores de consultoría. Enron había establecido numerosos grupos de asesores, normalmente de los medios de comunicación, con una retribución de 25 000 dólares anuales por una reunión al año. El presidente de Enron, Kenneth Lay («Kenny boy» en algunos círculos políticos en Washington) era también el mayor contribuyente de ciertos políticos.
Se presentaron cargos criminales contra más de treinta ejecutivos de Enron. Se produjeron tres tipos principales de chanchullos financieros; el elemento general fue sobreestimar los ingresos y subestimar el crecimiento del endeudamiento. Algunos de los altos ejecutivos también subestimaron sus ingresos ante el Internal Revenue Service (la Agencia Tributaria de los EE. UU.). Kenneth Lay y otros fueron acusados de proporcionar información engañosa sobre la salud financiera de la empresa. Cuatro fueron declarados culpables después de sus juicios y uno fue absuelto; quince se declararon culpables.
Jeffrey Skilling, el número dos de Enron, fue acusado de treinta y cinco violaciones de la ley, incluyendo conspiración, fraude bursátil, fraude en las comunicaciones y tráfico de información privilegiada, y recibió una larga sentencia de cárcel (24 años y 4 meses) en 2006. Andrew Fastow, el director financiero, se declaró culpable de conspiración para cometer fraude bursátil y fue condenado a un mínimo de diez años sin posibilidad de libertad condicional; Leah Fastow, su esposa, se declaró culpable de fraude fiscal y fue encarcelada durante seis meses. Ben Glisan, el tesorero de la corporación, se declaró culpable de fraude bursátil y de las comunicaciones, y recibió una sentencia de cinco años. Michael Kopper, un ejecutivo financiero, se declaró culpable de fraude y blanqueo de dinero. Los antiguos directores de Enron aceptaron un acuerdo de 168 millones de dólares por una demanda presentada por los accionistas; 13 millones de dólares de dicha cantidad salió de sus bolsillos y el resto, de la liquidación de una póliza de seguro. Lehman Brothers pagó 222 millones de dólares como parte de este acuerdo y el Bank of America pagó 69 millones de dólares.
WorldCom había sido una de las empresas de telecomunicaciones de crecimiento más rápido en la década de 1990, con más de sesenta adquisiciones. Bernie Ebbers, de origen canadiense, antiguo profesor de gimnasia en el instituto y entrenador de baloncesto en Jackson, Mississippi, fue el genio de esta expansión rápida. Los ingresos por acción de WorldCom aumentaron a un ritmo tan rápido que la relación del precio de sus acciones respecto a sus beneficios era mayor que el valor de las acciones que se estaban adquiriendo. WorldCom pagó por sus adquisiciones mediante el intercambio de las acciones recién emitidas de WorldCom por las acciones de las empresas que estaban adquiriendo.
Los ingresos por acción de WorldCom estaban aumentando a un ritmo rápido porque estaba «comprando» los ingresos de las empresas que tenían un precio inferior de sus acciones. (WorldCom no se podía permitir la compra de una empresa con un valor de su acción más alto que el suyo porque esto conduciría a una caída en la tasa de crecimiento de sus ingresos). Ebbers estaba cabalgando sobre el tigre proverbial: para mantener alto el precio de las acciones de WorldCom, la empresa tenía que seguir comprando otras empresas que tenían menor valor bursátil. Como estas adquisiciones provocaron un aumento en el tamaño de WorldCom, la única forma para que pudiera mantener el crecimiento rápido de los ingresos era adquirir empresas cada vez más grandes. El problema —el problema genérico de los que incrementan sus ingresos por acción mediante adquisiciones— era que el número de empresas que seguían siendo objetivos atractivos se estaba reduciendo a medida que WorldCom se hacía más grande.
La última adquisición de WorldCom fue MCI, una de las empresas más innovadoras en la industria de las telecomunicaciones en los EE. UU.; a través del uso de sus torres de microondas había roto el monopolio de AT&T en los servicios de telefonía a larga distancia. MCI era tan grande que la empresa resultante fue rebautizada como MCIWorldCom. En el esfuerzo por mantener el crecimiento de sus ingresos, MCIWorldCom intentó una fusión con US Print, pero la propuesta fue bloqueada por las autoridades reguladoras de los EE. UU.
Poco después MCIWorldCom quebró, en aquel momento la bancarrota más grande en la historia de los EE. UU. Investigaciones posteriores revelaron que los directores financieros de la empresa habían sobreestimado los ingresos al declarar que 4800 millones de dólares de gastos diarios eran «inversiones», al final los números escamoteados ascendían a 10 mil millones de dólares. La razón principal para este fraude contable era mantener el crecimiento de los ingresos para apoyar el precio de las acciones. Dos de los altos ejecutivos de WorldCom fueron arrestados y acusados, se declararon culpables y acabaron en la cárcel.
Después se supo que MCI había prestado a Bernie Ebbers más de 400 millones de dólares en créditos que no figuraban en los libros. Ebbers había utilizado sus acciones de WorldCom como aval para el préstamo, y usó parte del dinero obtenido mediante el crédito para comprar más acciones de WorldCom. Ebbers se saltó la primera lección inversora: diversificar los activos.
Enron y WorldCom se convirtieron en víctimas de su propio éxito. Los analistas bursátiles en Wall Street han desarrollado la práctica de pronosticar los ingresos trimestrales de cada empresa. Si la empresa no alcanza los objetivos de ingresos, el valor de las acciones baja del 15 al 20%. Un golpe duro. Por eso los altos ejecutivos financieros empezaron a entrar en el juego, siguiendo dos caminos. Si los beneficios pronosticados iban a ser mucho más altos de lo anticipado, tenían un incentivo para adelantar gastos o retrasar facturas, es decir, posponer el reconocimiento de ingresos. La razón era que los analistas de Wall Street iban a elevar el nivel, y lo que podía ser un incremento puntual de los ingresos se podía convertir en un punto de referencia nuevo y más alto. Por el contrario si los ingresos comunicados por la empresa eran menores de los estimados, tenían un gran incentivo para «tomar prestados» ingresos del futuro al retrasar pagos o adelantar facturas. El problema se agudizaría al trimestre siguiente.
El juicio de Bernie Ebbers, acusado de engañar al público sobre la situación financiera de la empresa, se inició en enero de 2005. Sus abogados alegaron que fue engañado por Scott Sullivan, el director financiero de WorldCom, y Sullivan declaró que Ebbers dirigió el fraude para obtener una reducción en su condena. Diez de los antiguos directores de WorldCom aceptaron pagar 18 millones de dólares de su bolsillo como parte de un acuerdo de 54 millones de dólares con los accionistas. Ebbers fue condenado a 25 años de cárcel.
Dennis Kozlowski, presidente de Tyco, un conglomerado de 200 mil millones de dólares, y Mark Swartz, su director financiero, fueron acusados por el gobierno federal de saquear cientos de millones de dólares de Tyco de dos formas: se gratificaron con opciones para comprar acciones de Tyco sin la aprobación de los directores de Tyco, y cargaron sobre la tesorería de Tyco sus gastos personales. Los federales armaron mucho revuelo con la cortina de baño de 6000 dólares y la fiesta de cumpleaños de 2 millones de dólares de la segunda señora Kozlowski en Cerdeña; Tyco asumió el 50% del coste de la fiesta. La prensa informó que una de las estrellas de la fiesta fue una escultura de hielo del David de Miguel Ángel, que dispensaba vodka desde una parte vital de la parte inferior de su cuerpo.
Tyco había adquirido varios centenares de empresas de una gran variedad de industrias, que pagó en su mayor parte con acciones, pero de vez en cuando con dinero obtenido con la venta de bonos y préstamos de los bancos. Tyco manipuló los ingresos de estas empresas que estaba a punto de adquirir. Después de que hubieran aceptado la compra, sus ingresos serían drenados o reducidos temporalmente; después los ingresos aumentarían cuando se integrasen en la familia Tyco, con lo que contribuirían al rápido crecimiento de los ingresos de Tyco.
Tyco también estaba preocupado por sus costes y en especial por los impuestos; el cuartel general operativo de la empresa se encontraba en New Hampshire (un estado sin impuestos sobre la renta ni sobre el consumo) y su cuartel general legal se encontraba en las Bermudas, lo que permitía a la empresa evitar el impuesto de sociedades de los EE. UU. El Estado de Nueva York alegó que Kozlowski no había pagado el impuesto al consumo de un millón de dólares por pinturas que había comprado en la ciudad de Nueva York al declarar que las pinturas serían enviadas a New Hampshire; las cajas vacías que habían contenido las pinturas fueron enviadas allí después de que los cuadros acabasen en el apartamento neoyorquino de Kozlowski.
Kozlowski fue declarado culpable en un segundo juicio, porque el primero había acabado con un jurado incapaz de llegar a un veredicto. Tyco, a diferencia de Enron y MCIWorldCom, no quebró; el fraude fue personal, no corporativo.
La familia Rigas fue acusada por el gobierno federal de saquear 2300 millones de dólares de Adelphi Communications, el sexto sistema de cable más grande de los Estados Unidos; las transgresiones de la familia combinaron elementos de las malas conductas de Enron y WorldCom. La familia recogió más de 3 mil millones de dólares en préstamos fuera del balance; la compañía infló gastos de capital y escondió deudas. Adelphia había empezado como una pequeña empresa familiar; y en estas situaciones las fronteras entre las cuentas personales y las cuentas de la empresa son con frecuencia borrosas. Muchos de los préstamos pedidos por la empresa estaban avalados por la familia, y muchos de los créditos pedidos por la familia Rigas estaban garantizados por la empresa. La familia pedía prestado en su mayor parte para utilizar el dinero para apoyar las acciones de la empresa. El antiguo director financiero y al antiguo vicepresidente se declararon culpables. Dos de los miembros de la familia Rigas fueron condenados.
El fundador y presidente de HealthSouth, Richard Scrushy, fue acusado por un fraude contable de cerca de 3 mil millones de dólares; el juicio se inició en enero de 2005, en el que fue absuelto, aunque se reconoció que había cometido un fraude. Scrushy declaró que el fraude fue cometido por sus subordinados y éstos alegaron que él había ideado el fraude para reducir su condena. En el segundo juicio fue declarado culpable de una serie de cargos y encarcelado; más tarde, en un juicio civil, se le ordenó pagar una multa 2860 millones de dólares, quizá la más alta en la historia de los EE. UU., según la información del Wall Street Journal.
Sam Waksal, fundador y promotor de ImClone, acabó en una prisión federal después de declararse culpable de seis acusaciones federales. Waksal había indicado a su padre y a su hija que vendiesen sus acciones de la empresa porque al día siguiente la Food and Drug Administration iba a emitir un comunicado adverso, que iba a provocar una caída en el valor de las acciones.
Es posible que la estancia en una prisión federal durante cinco meses de Martha Stewart estuviera relacionada con la decisión de Sam Waksal de vender sus acciones en ImClone. Stewart vendió sus acciones pero negó que hubiera recibido información de Waksal. Una coincidencia interesante. El gobierno federal acusó a Stewart de «obstrucción a la justicia». Fue declarada culpable y acabó en la cárcel.
Richard Grasso, presidente y consejero delegado de la Bolsa de Nueva York (NYSE), acabó en los titulares con la noticia de que su plan de jubilación ascendía a 150 millones de dólares. La NYSE es propiedad de sus miembros, a los que proporciona un parqué de negocios y regula sus prácticas comerciales, al mismo tiempo que, formalmente, es una institución sin ánimo de lucro. La Bolsa es el árbitro de las prácticas comerciales permisibles. La mayor parte de los directores de la Bolsa son altos ejecutivos de las empresas que están reguladas por la Bolsa, o quizá con mayor precisión, se supone que están reguladas por la Bolsa. El plan de jubilación de Grasso parece alto —muy alto— en comparación con los beneficios de la Bolsa (un excedente de 28 millones de dólares el año anterior) y con los planes de jubilación de otros dirigentes de Wall Street. La sospecha era que Grasso era blando en el frente regulatorio porque no quería ofender a los directores que determinaban su salario y sus gratificaciones. Después del escándalo y la presión de los inversores en fondos de pensiones, Grasso dimitió. Después Grasso fue acusado por el fiscal general de Nueva York por su plan de pensiones.
Global Crossing intercambiaba capacidad de red con otros operadores para inflar sus ingresos. La compañía destruyó documentos y quebró, pero antes de hacerlo, su fundador y presidente Gary Winnick obtuvo 800 millones de dólares de la venta de sus acciones. Después pagó una compensación sustancial por una acusación popular presentada por los antiguos accionistas, pero no admitió que hubiera hecho nada malo.
Shell Oil aceptó pagar una multa de 150 millones de dólares a las autoridades reguladoras americanas y británicas por sobreestimar el volumen de crudo en las reservas de sus explotaciones. Resulta más difícil cuantificar las reservas de crudo subterráneas que contar los tanques de fertilizante de Billie Sol Estes. Muchos empleados de Shell fueron expulsados de la empresa, pero no fueron a la cárcel.
Los escándalos en fondos de inversión de 2003
En 2003, una serie de las grandes familias de fondos de inversión de los EE. UU. —quizás la mitad de las firmas más grandes que gestionaban fondos de inversión— fueron acusadas de proporcionar privilegios comerciales excepcionales a numerosos hedge funds, lo que les permitió conseguir grandes beneficios a costa de los otros propietarios de los fondos de inversión. Algunas de estas transacciones eran legales, la mayoría no lo eran y todas violaban el contrato implícito entre el fondo de inversión y sus accionistas de que todos los accionistas serían tratados por igual. Cada fondo de inversión de los EE. UU. está obligado a cerrar un contrato con la SEC (la Comisión del Mercado de Valores americana) que establece sus propias reglas para las transacciones: una descripción de lo que es un comportamiento permisible y lo que no lo es. Una característica de la mayor parte de estos contratos es que los inversores no están autorizados a realizar transacciones «dentro y fuera»: vender las acciones en el fondo un día o dos después de haberlas comprado. Por lo general, el contrato establece que si su inversor realiza una transacción dentro y fuera, se le cargará con un 1% adicional o se le puede pedir que retrase la compra. Otro artículo habitual en el acuerdo es que los ejecutivos del fondo no comprarán acciones de una empresa si el fondo está comprando acciones de la misma empresa, o si los ejecutivos compran acciones en la empresa, no tomarán «la delantera», es decir, comprar las acciones en la empresa para sus cuentas privadas antes de que el fondo de inversión compre las acciones de la misma compañía. Además, la práctica habitual de los fondos era publicar la información sobre los títulos de los que era propietario cada fondo solo al final del trimestre y no proporcionar ninguna información sobre las compras y las ventas de títulos individuales entre las fechas finales de trimestre.
Una serie de hedge funds se implicaron con los fondos de inversión en transacciones coordinadas en el mercado; los hedge funds comprarían las acciones en los fondos de inversión si creían posible que las noticias provocaran un aumento en los precios de las acciones que pertenecían a los fondos de inversión y así se incrementaría el valor neto de las acciones de los fondos. Los hedge funds actuarían con «precios cautivos», como disparar contra los peces en un barril; la oportunidad de negociar con precios cautivos surgió porque algunos de los fondos de inversión eran propietarios de títulos extranjeros, y los mercados en los que se negociaban estos títulos extranjeros cerraban antes de que cerrara el mercado de los EE. UU. Por ejemplo, el mercado japonés cerraba el martes antes de abrir el mercado americano ese mismo martes. Los fondos de inversión informarían a algunos de los hedge funds sobre las acciones que iban a comprar y vender durante el trimestre, pero no proporcionaban la misma información a otros accionistas. Algunos de los ejecutivos de los fondos de inversión negociarían las acciones de sus fondos sobre una base dentro y fuera; otros iban a adelantarse a las compras de los fondos de inversión.
¿Por qué quebrantaron los fondos de inversión el compromiso con sus accionistas?
Porque una gran parte de los negocios son quid pro quo, y los hedge funds podían comprar acciones de algunos fondos de inversión que eran propiedad de una de las compañías gestoras de fondos de inversión que necesitaban un poco de empuje.
Canary Capital, un hedge fund familiar, aceptó pagar una restitución de 20 millones de dólares a los fondos de inversión y una multa de 10 millones de dólares al SEC por sus transgresiones. Massachusetts Financial Service, el fondo de inversión más antiguo de los EE. UU., aceptó un acuerdo de 200 millones de dólares. Alliance Capital pagó una multa de 250 millones de dólares y recortó sus comisiones en 350 millones de dólares a lo largo de muchos años. El fundador y propietario principal de Strong Funds en Milwaukee dimitió de su cargo de gestión, vendió la propiedad y pagó una multa de decenas de millones. Morgan Stanley indicó a sus intermediarios que apoyaran sus fondos de inversión en lugar de los fondos en general en forma de soborno; los clientes de Morgan Stanley no eran conscientes de que el consejo de sus brokers no era imparcial.
El aumento en el número de estafas y la amplitud del comportamiento fraudulento ha atraído a los teóricos de la economía. Muchas de las estafas —con frecuencia las de baja estofa— implican «finanzas Ponzi», un patrón de transacciones financieras en que los pagos por intereses de una empresa son mayores que su cash flow operativo[2]. Otros teóricos han señalado que aquellos prestatarios que pueden colocar los tipos de interés en sus cuentas personales se implican en finanzas Ponzi y utilizan el dinero obtenido de préstamos nuevos para realizar pagos al servicio de la deuda en los créditos anteriores[3].
La mayor parte de los empresarios que establecen operaciones financieras a lo Ponzi parece que conocen y comprenden lo que están haciendo; viven a lo grande durante unos meses o años antes de que los detengan las autoridades. De vez en cuando se ve implicado un inocente que parece incapaz de comprender las pautas financieras.
Charlatanes, apostadores y ladrones
Si estás en carnaval, o en un circo o en una feria, sabes que los charlatanes de los espectáculos exagerarán sobre las atracciones que puedes ver si pagas las seis monedas de entrada. Si estás en las carreras, sabes que los apostadores que te quieren vender su lista de ganadores no van a superar el código de honor de los boy scouts cuando describen cuántos ganadores han acertado en los últimos días y en la última semana; de alguna manera tu intuición te sugiere que si tuvieran la mitad del éxito que pretenden tener, no estarían vendiendo su lista de aciertos. Pero ¿cómo interpretarías las afirmaciones de los apostadores de Merrill, Morgan Stanley y Crédit Suisse cuando indican sus objetivos de precio para las acciones de empresas concretas?
En un buen año a finales de la década de 1990, Henry Blodgett ganó 10 millones de dólares, Mary Meeker 15 millones y Jack Grubman 20 millones. Henry, Mary y Jack fueron los apóstoles de las puntocom y de las empresas de telecomunicaciones en los años de la burbuja de la década de 1990. Obtuvieron estos ingresos de estrellas de rock porque llevaron un montón de seguros y negocios bursátiles a sus jefes de Wall Street. No existe ninguna regla segura que relacione sus ingresos con los beneficios que generaron a sus jefes, pero es una apuesta segura que sus jefes calcularon que los beneficios que produjeron eran al menos de tres a cinco veces más grandes que sus salarios.
Henry Blodgett de Merrill Lynch adquirió fama por fijar objetivos de precio sobre las acciones de empresas puntocom concretas, y que se alcanzasen algunos de estos objetivos; en el caos del mercado de ganado estos logros se pueden ver como un testimonio de su éxito como analista, o como una profecía autocumplida. Henry obtuvo mucha atención porque en algunos correos electrónicos internos de Merrill estaba desdeñando el atractivo de algunas de las acciones que estaba promocionando entre el público americano. Henry aceptó abandonar el negocio de los títulos para no volver nunca más. Pero conservó el dinero.
Jack Grubman de Salomon Smith Barney, que entonces formaba parte de la familia de Citigroup, adquirió mala fama porque cambió su recomendación sobre las acciones de AT&T después de una petición cortés de su jefe Sandy Weill. El quid pro quo aparente era que Jack quería la ayuda de Sandy para conseguir que sus gemelas fueran admitidas en la guardería del YMHA de la calle 92. Casi al mismo tiempo Citigroup realizó una donación de un millón de dólares a la «92Y», Jack abandonó Salomon Smith Barney con un apretón de manos dorado de 20 millones de dólares. Jack pagó una multa de 20 millones de dólares y aceptó no volver a trabajar en el negocio de los títulos.
Parmalat (el nombre combina el de la ciudad de Parma, Italia, y latte, es decir, leche), la empresa alimenticia italiana con cuartel general en Parma, utilizó certificados de depósito falsificados para sobreestimar sus activos en 4 mil millones de dólares; los CD fraudulentos se prepararon mediante la superposición de un documento sobre otro en una fotocopiadora. Este fraude —un engaño a la investigación pública y a los bancos de inversión— se extendió durante más de diez años.
Los chiringuitos financieros son otro tipo de fraude. Robert Brennan de First Jersey Securities operó una serie de chiringuitos financieros de alto nivel. Los vendedores en estos chiringuitos se especializaron en realizar llamadas a puerta fría a particulares sobre una acción en concreto, digamos Shazam Rockets. El precio de las acciones de Shazam es habitualmente bajo, quizás entre 2 y 5 dólares la acción, e inicialmente gran parte de las acciones de Shazam están en manos de los de dentro, es decir, de los propietarios del chiringuito. Los que están en el negocio transaccionan entre ellos y consiguen incrementos en el precio de las acciones, digamos de 2 a 3 dólares por acción, y entonces empiezan a realizar sus llamadas a puerta fría, señalando el 50% de aumento del valor de las acciones de Shazam en las últimas seis semanas; han aprendido que los crédulos están más dispuestos a comprar una acción cuyo precio haya aumentado con rapidez. También saben que los inversores populares tienen preferencia por acciones de bajo precio.
Las estafas difieren del robo ordinario en que abusan de la confianza. Daniel Defoe pensaba que el estafador bursátil era 10 000 veces peor que el salteador de caminos porque el primero robaba a la gente que conocía —con frecuencia a sus amigos y familiares— y no corría ningún riesgo físico[4].
La estafa se debe diferenciar del soborno, tanto a funcionarios del gobierno como a empleados de una empresa por parte de otra. Estas transacciones ilegales y/o inmorales implican tanto una falsificación como la violación de la confianza explícita o implícita entre grupos particulares. ¿Arthur Andersen fue corrompido por las comisiones de consultoría de 25 millones de dólares anuales por parte de Enron? ¿Bernie Ebbers fue sobornado por Jack Grubman porque Jack permitió que Bernie comprase acciones en veinte o treinta empresas en los días previos a que se vendieran por primera vez al público estas acciones? En la euforia de la burbuja, las probabilidades son muy altas de que el precio de las acciones se duplique en los primeros días en el mercado. ¿Fue Bernie quien sobornó a Jack Grubman con la amenaza implícita de que al menos que le otorgase un trato de favor en la compra de acciones recién emitidas, se llevaría el negocio de los seguros de WorldCom al otro lado de la calle a Merrill Lynch o a Morgan Stanley? Las reglas de la bolsa y las normas del mercado de futuros son como «códigos de pureza» diseñados para dar confianza al pública de que se va a tratar a todo el mundo por igual, pero en realidad las normas están diseñadas para proteger a algunos de los miembros de los mercados de las consecuencias adversas de la industria si se reconoce que otros han hecho trampas.
La National Association of Security Dealers (NASD, la asociación nacional de intermediarios financieros de los EE. UU.) emprende acciones disciplinarias contra sus miembros que hayan violado las reglas. En años recientes, cientos de sus miembros se han encontrado en el extremo receptor de las acciones disciplinarias.
La corrupción ha sido analizada desde un punto de vista histórico por Jacob van Klavaren, que estaba especialmente interesado en la corrupción como una forma de transacción del mercado que facilitaba la realización de negocios que eran provechosos pero estaban prohibidos, como en los mercados negros, o simplemente eran deshonestos, como el saqueo de la India por Clive o Hastings[5]. Van Klavaren analizó también la malversación de la Royal African Company y la Compañía de las Indias Orientales por parte de directivos que escamotearon los beneficios destinados a los accionistas mediante contratos con empresas que controlaban. De una manera similar, el Crédit Mobilier en los Estados Unidos en 1873 desvió beneficios de los accionistas de la Union Pacific a un grupo dirigido por Oakes Ames, un congresista de Massachusetts, y sus compinches del Congreso y de los negocios. Drew, Fisk y Gould ordeñaron Erie Railroad con el mismo método[6].
Las estafas en los mercados financieros tienen muchas facetas: los consejeros estafan a los accionistas, los altos ejecutivos estafan a los consejeros, aseguradores de títulos estafan tanto a los propietarios de las empresas que están llevando al público como a los accionistas, los prestatarios estafan a sus prestamistas bancarios, y un grupo de empleados puede estafar a otro. Algunos estafadores emitieron letras de cambio fraudulentas a costa de los propietarios de dichas letras cuando se descubrió el fraude y que solo en ese momento descubrieron que tenían en sus manos títulos falsificados.
La línea que separa los actos morales de los inmorales es ahora mucho menos borrosa de lo que fue en otras épocas. Una de las características que diferencia la modernidad del atraso es la moralidad. En las fases iniciales del desarrollo económico, los códigos solo proporcionan honor y confianza dentro de la familia. El nepotismo era eficiente en esas circunstancias porque los extraños prácticamente tenían permiso para robar. En 1720 una empresa podía comprar el servicio de un hombre pero no su lealtad; convertirse en oficinista era una invitación para iniciar un negocio nuevo y competitivo en una época en que la malversación y la conversión fraudulenta no se consideraban un crimen[7]. Las líneas entre negocio y robo, comercio y piratería, no eran precisas[8]. Hammond señala que no fue hasta 1799 que se declaró definitivamente ilegal que los empleados de un banco tomaran prestado los fondos del mismo[9], aunque la investigación de la Cámara de los Comunes de 1720 sobre la Burbuja de South Sea sentenció que los directores de la South Sea Company, después de ser declarados culpables de romper la confianza al tomar prestado dinero de la compañía con el aval de sus acciones, debían utilizar su riqueza personal para resarcir las pérdidas de los inversores[10].
Un periodista financiero en un prefacio a una biografía novelada sobre Ponzi estableció un paralelismo entre las décadas de 1920 y 1970, y sugirió que las estafas eran un producto de la inflación; su punto de vista era que cuando el aumento en el coste de la vida recorta los presupuestos familiares, los cabezas de algunas familias corren riesgos adicionales para aumentar sus ingresos[11]. Una visión algo diferente sostiene que la especulación desestabilizadora en ausencia de «ignorancia evitable» es un juego de azar, que proporciona recursos a los participantes incluso cuando saben que es posible que pierdan, como si estuvieran participando en una lotería[12].
Que las estafas se deban incluir en la categoría de «ignorancia evitable» es un tema discutido. Es posible que los cínicos compartan la idea de W. C. Fields de que «No se puede engañar a un hombre honesto» y concluye que las víctimas de las estafas se tienen que echar la culpa principalmente a sí mismas. Mundus vult decipi, ergo decipitatur: «el mundo quiere que se le engañe, por tanto engáñalo»[13]. Algunos psiquiatras creen que el estafador y sus víctimas están unidos en una relación simbiótica de amor-odio que proporciona satisfacción a ambas partes.
El robo de información
En 2009, Raj Rajaratnam, fundador del grupo Galleon Fund, fue arrestado por el FBI y acusado por el SEC de utilizar «información privilegiada» —antes de que dicha información estuviera disponible para el público—. Su fondo negoció con esa información y consiguió beneficios excepcionales. Rajaratnam fue acusado de catorce delitos de fraude bursátil y se declaró no culpable; declaró que los beneficios eran consecuencia de sus investigaciones. El gobierno acusó a 26 personas de comportamiento ilegal; 21, incluidas muchas que operaban para Galleon, se declararon culpables. Una parte de la información privilegiada se refería a adquisiciones empresariales, otra parte hacía referencia a grandes cambios en los beneficios corporativos. El jurado seguía deliberando cuando esta edición entró en prensa.
Fraude y euforia
El comportamiento fraudulento aumenta durante los auges económicos. Las fortunas se labran durante el auge, los individuos están ávidos por obtener una parte de ese aumento de la riqueza y los estafadores dan un paso al frente para explotar esa avidez. El número de ovejas que esperan a que las esquilen aumenta durante los auges y en un número creciente se ofrecen en sacrificio a los estafadores. «Cada minuto nace un imbécil». En La pequeña Dorrit, Ferdinand Barnacle de la Oficina del Circunloquio explica a Arthur Clennam, que tenía la esperanza de que el descubrimiento de las estafas del señor Merdle iba a servir como advertencia a los crédulos «de que el próximo hombre que tenga una gran capacidad y una habilidad genuina para la estafa también puede triunfar».
La avaricia también induce a algunos aficionados a cometer fraudes, malversaciones, desfalcos y otras malas acciones similares. Overend, Gurney and Company, el bien establecido «Corner House», desapareció en 1866, después de la retirada de los socios originales y haber salido a la venta pública y ser comprada por un empleado de la empresa amante de la buena vida que contrató a alguien de fuera como consejero por 5000 libras al año, pagadas por adelantado y devueltas al empleador. D. W. Chapman, el de dentro, mantenía diez caballos y se divertía ocioso en Prince’s Gate, en Hyde Park. El consejero externo, Edward Watkins Edwards, un antiguo contable, recomendó que se añadieran nuevas actividades al negocio de descuento de pan con mantequilla: especulación en grano, producción de hierro, construcción naval, transporte marítimo, financiación de ferrocarriles. La empresa se convirtió en «socio de cualquier tipo de negocio especulativo y de riesgo» y Edwards se llevaba una comisión por cada uno de ellos. A finales de 1860 la empresa estaba perdiendo 500 000 libras al año aunque ganaba 200 000 libras al año con su negocio de descuento. La burbuja se pinchó a causa de la quiebra de una empresa no relacionada de contratistas ferroviarios: Watson, Overend and Company[14].
En el mundo de la ficción —en este caso, Melmoth reconciliado de Honoré de Balzac— la figura comparable con Chapman es Castanier, un cajero de banco, cuya amante, la señorita Aquilinia de la Garde, tiene gustos caros en plata, menaje, cristal y alfombras, pasiones que alimentan sus malas acciones. Durante un tiempo sobrevive emitiendo pagarés. En el punto de no retorno, cuando calcula finalmente sus deudas, le podría haber salvado abandonar a la señorita De la Garde, pero no la puede olvidar. Finalmente, a causa de la imposibilidad de continuar con sus maniobras financieras, debido al crecimiento de sus deudas y a los grandes pagos de interés, queda claro que está arruinado. Pero prefiere el fraude a la bancarrota honesta y mete mano en la caja del banco[15].
Las estafas aumentan en los auges económicos porque parece que la avaricia crece con más rapidez que la riqueza; es como si el aumento de la riqueza disparase un incremento de la avaricia. Dennis Kozlowski fue una de las personas más ricas en América; pero aun así el dinero para pagar la cortina de baño de 6000 dólares y para otros muebles en su apartamento salió de Tyco. Las estafas también aumentan en épocas de dificultades financieras como resultado de un sistema de crédito tensado que induce caídas en el valor de los activos; en esa fase el comportamiento fraudulento se emprende para evitar el desastre financiero. Ponzi resistió la sugerencia de sus socios de que debía coger el dinero y salir corriendo, y al final lo estafaron a él[16]. El banquero londinense Henry Fauntleroy falsificó traspasos de propiedades para utilizarlos como avales para préstamos. Estos hombres sirvieron como modelos para Augustus Melmotte, el estafador de The Way We Live Now de Trollope, que falsificó un traspaso y una herencia cuando bajó el precio de sus acciones del ferrocarril mexicano y no pudo seguir vendiendo acciones para conseguir dinero en efectivo[17]. John Blunt de la South Sea Company, Eugène Bontoux de la Union Générale, Jacob Wasserman del Darmstäderund Nationalbank (Danatbank), y los directores del Credit Anstalt compraron acciones de sus empresas en el mercado libre para apoyar sus precios con la esperanza que podrían vender más acciones en una fecha posterior. Un banco que compra sus acciones para mantener alto el precio reduce su liquidez porque la relación entre su disposición de efectivo con respecto a los depósitos baja al tener que pagar dinero para obtener las acciones. En 1720 el Banco de Inglaterra pidió prestado utilizando como aval sus propias acciones. Clapham señaló que el Banco de Inglaterra no penetró en las finanzas mucho más salvajes y «totalmente deshonestas» de la South Sea Company[18].
La revelación de una estafa o de un desfalco aumenta las tensiones que con frecuencia precipitan el crac y el pánico. En 1772 Alexander Fordyce se fugó de Londres al continente, dejando que sus socios se enfrentasen a las obligaciones de 550 000 libras, en su mayor parte pagarés dudosos del Ayr Bank, si es que podían, que no pudieron. Fordyce en persona se había quedado corto de acciones de las Indias Orientales, cuyo precio había subido lo suficiente para eliminarlo del juego[19]. El 24 de agosto de 1857 se hizo público que un cajero en la oficina de Nueva York de la Ohio Life Insurance and Trust Company había malversado casi todos los activos de esta empresa de gran reputación para cubrir sus transacciones en la bolsa; las noticias provocaron una serie de quiebras que tuvieron eco en Liverpool, Londres, París, Hamburgo y Estocolmo[20]. Una especie de versión de mediados del siglo XIX de Nick Leeson.
En septiembre de 1929 el imperio Hatry en Londres, una serie de fondos de inversión y compañías operativas en el sector de los complementos fotográficos, cámaras, máquinas expendedoras y pequeños préstamos, quebró. Clarence Hatry quería introducirse en el negocio del acero, pero lo atraparon utilizando un aval fraudulento en un intento por pedir prestado 8 millones de libras para comprar United Steel; su quiebra condujo a una reducción del mercado monetario británico, a una retirada de los préstamos a la vista del mercado de Nueva York, y la bolsa llegó a su punto álgido.
Burbujas y estafas
Algunas burbujas son estafas, otras no. La Burbuja del Mississippi no fue una estafa; la Burbuja de South Sea sí lo fue. Una burbuja se inicia por lo general con un propósito aparentemente legítimo o al menos legal. Lo que se convirtió en la Burbuja del Mississippi empezó con la Compagnie d’Occident, a la que el sistema de Law añadió la recaudación de los impuestos nacionales. John Law era propietario de alrededor de un tercio de la Place Vendôme y otras propiedades inmobiliarias en París y al menos una docena de magníficas propiedades rurales. Sus actividades no eran una estafa, pero su fracaso financiero reflejó un error que se basaba en dos falacias: (1) que las acciones y los bonos son dinero y (2) que emitir más dinero a medida que aumenta la demanda no era inflacionista[21].
En la Burbuja de South Sea, el monopolio comercial en el Atlántico sur fue puramente accidental[22]. Con gran rapidez la consolidación de la deuda del gobierno británico sobrepasó la faceta comercial en el Atlántico sur de la empresa, y poco después la negociación de las acciones sobrepasó la deuda gubernamental. John Blunt y sus socios intentaron beneficiarse de las acciones emitidas por ellos gracias a préstamos avalados por las acciones. Cuando realizaron los beneficios de capital por el incremento en el valor de las acciones, utilizaron el dinero para comprar propiedades inmobiliarias; Blunt tenía seis contratos para comprar propiedades en el momento del colapso y un hombre llamado Surman tenía cuatro contratos para comprar bienes inmobiliarios por los que debía 100 000 libras. Para conseguir el dinero para pagar los beneficios la South Sea Company necesitaba aumentar su capital y conseguir que el precio de las acciones aumentase continuamente. Y necesitaba ambos incrementos a un ritmo acelerado como en una cadena de cartas o en un esquema Ponzi[23].
La historia ha proporcionado menos inmortalidad a algunos precursores de Ponzi. La antigua actriz de Múnich Spitzeder pagó un interés anual del 20% por los fondos recibidos de los campesinos bávaros. Recibió de ellos 3 millones de gulden. Ella y sus ayudantes fueron sentenciados a largas penas de cárcel a finales de 1872. Placht, un funcionario en paro, prometió pagar un 40% al año y pidió prestados los peniques de 1600 viudas y huérfanos para conseguir el dinero para jugar en la bolsa. Su compra de acciones no obtuvo beneficios y pasó seis años en la cárcel[24].
A medida que progresa el auge económico, crece la avaricia y las excusas son cada vez más débiles, casi hasta convertirse en burbujas de rumores. En 1720 y de nuevo en 1847 (dos ocasiones en las que se compilaron listas), dichas estafas fueron numerosas, aunque han quedado mezclados con los engaños perpetrados por estos y otros historiadores posteriores[25]. En 1720, por ejemplo, se planteó una propuesta para iniciar una empresa muy ventajosa que solo sería revelada a su debido tiempo. El autor cargó dos guineas por acción y consiguió 2000 libras, manteniendo intacto su secreto al no asistir a una reunión con los inversores[26]. Otro esquema fue para el «nitvender», o la venta de nada[27]. En el auge bursátil de finales de la década de 1990, algunas empresas consiguieron dinero del público antes de tener ningún plan de negocio.
Un proyecto de modesto interés de actualidad ofrece un ejemplo prematuro de liberación de la mujer:
Una propuesta de numerosas damas y otros para realizar en Gran Bretaña algodón estampado y también telas tan finas como las holandesas a partir de lino británico… Se resolvió cuando un hombre [sic] admitió que nadie iba a suscribir acciones para llevar adelante semejante comercio[28].
En períodos posteriores, tanto historiadores como novelistas han señalado que las promociones de las acciones tienen poco que ver con la realidad. «Muchas compañías se fundaron sin ninguna previsión de operaciones, ferrocarriles sin derechos de paso o de tráfico»[29]. «Las empresas de construcción crecieron como setas. Muchas de esas compañías especularon con terrenos edificables más que dedicarse a la construcción»[30]. «Limehouse y Rotherhithe Bridge… Para ellos no era necesario que el puente se construyese nunca; posiblemente eso ni siquiera se planteaba… Pero si un comité de la Cámara de los Comunes podía llegar a decir que se debía construir, es posible que calculasen las posibilidades de vender para obtener un beneficio aún mayor»[31].
Las tensiones financieras conducen al fraude en un esfuerzo para cargar las pérdidas en los demás antes de que provoquen pérdidas aún mayores. Si el mercado se encamina con decisión en la dirección equivocada, por ejemplo, desaparecen los operadores de chiringuitos financieros. Cuando las nuevas suscripciones de dinero no alcanzaron para pagar los beneficios de los miembros avariciosos del grupito interior, Blunt pidió prestado el efectivo de la South Sea Company para su uso personal[32]; un avance de la historia de la familia Rigas y Adelphia. En 1861 Bleichröder describió a Bethel Henry Strousberg como «listo, pero su forma de emprender nuevos negocios con el objetivo de cubrir agujeros antiguos es peligrosa, y si se encuentra con un obstáculo [repentino] toda su estructura se puede colapsar y bajo sus ruinas enterrar a millones de accionistas crédulos»[33]. Bleichröder tenía razón. Otro financiero alemán, el banquero de Hamburgo Gustav Goddefroy, perdió mucho con acciones de ferrocarriles y minas en 1873 y después fusionó sus compañías comerciales de ultramar para apoyar su posición en la bolsa[34].
Estos optimistas incurables, que saben que van a ganar la primera vez, pero pierden, con frecuencia lo vuelven a intentar, a menudo doblando sus apuestas y aumentando sus riesgos con transacciones que son de moralidad dudosa o claramente ilegales. A finales de la década de 1920, cuando los bancos de los EE. UU. aún tenían permiso para colocar títulos (antes de la ley Mitchell-Steagall de 1932), Albert Wiggins del Chase Bank y Charles Mitchell del National City siguieron vendiendo bonos chilenos y peruanos a los precios antiguos aún después de saber por cables de dichos gobiernos que habían dejado de pagar los intereses[35]. Horace comprendió la posición, si Sprague lo cita y lo traduce con precisión: «Haz dinero; hazlo con honestidad si puedes; en cualquier caso, haz dinero»[36]. Igualmente cínico es Jonathan Swift sobre la Burbuja de South Sea:
Haz dinero, siempre dinero
Y después deja que siga la virtud, si quiere[37].
Sobre este tema, Balzac tiene la última palabra: «Los mercaderes más virtuosos expresan con el aire más cándido estas palabras de la inmoralidad más desenfrenada: “Uno sale como puede de un mal negocio”»[38].
Nobles apostadores
La literatura abunda en condenas de los nobles apostadores y con información interna, que se podía pensar que viesen sus obligaciones financieras como deudas de honor, pero que son mejores prometiendo que pagando sus deudas[39]. La nobleza austríaca era mucho peor que los Junkers, que al menos desdeñaban ostentosamente el dinero. Eduard Lasker sostiene que «cuando entran los diletantes, son aún peores que los estafadores profesionales»[40]. Daigremont en El dinero de Zola envía a Saccard al marqués de Bohain para apoyar el lanzamiento de su Banque Universelle: «Si gana, se lo embolsa; si pierde, no paga. Eso se sabe, la gente está resignada a ello»[41]. Tanto en las novelas como en la vida real, los nobles buscan asientos en los consejos de administración. Wirth enumera príncipes, langraves, condes, barones, Freiherren y otros nobles austríacos en los consejos de ferrocarriles, bancos y otras empresas industriales «para lo cual no tenían capacidad»[42]. Para controlar las cuentas del Banque Universelle, Saccard nombra a sieur Rousseau y a sieur Lavignière, el primero completamente sumiso al segundo, que es alto, rubio, muy educado, siempre aquiescente, devorado por la ambición de entrar en el consejo[43]. El dinero es un roman à clef basado en Eugène Bontoux y la Union Générale, cuyos accionistas incluían al pretendiente, realistas, notables y pequeños nobles rurales[44]. En Gran Bretaña The Economist en octubre de 1848 incluía a la nobleza y a la aristocracia a la cabeza de la lista del deshonor:
La postración y el desánimo actuales es [sic] una retribución necesaria de la locura, la avaricia, la arrogancia insufrible, las apuestas precipitadas, desesperadas y sin principios que han desgraciado a la nobleza y a la aristocracia, han manchado a los senadores y al senado, y a los comerciantes de todo tipo[45].
Rosenberg afirma que mientras la aristocracia austríaca y francesa dirigió a las otras clases en la persecución del becerro de oro, los burócratas de Berlín se opusieron con éxito a un movimiento similar en Prusia, destacando un intento fracasado de Mevissen para incorporar varios condes en el consejo de un banco de 50 millones de táleros. Admite que los Junkers especulaban con licores y productos agrícolas, pero se alejaron de los desarrollos urbanos[46]. Quizá fuera así en 1857. En la década siguiente, se debilitó la percepción del dinero como algo malo. Las finanzas de los ferrocarriles, tanto dentro de Alemania como en las maniobras de Strousberg en Rumanía, estaban teñidas de escándalo, que mancharon la cima de la aristocracia y prácticamente llegaron a la propia corte prusiana[47].
Periodismo venal
En general, la especulación recibió la ayuda de la prensa. Algunos miembros de la prensa estaban a la venta, algunos eran críticos, y otros eran ambas cosas. Daniel Defoe vilipendió a los corredores de bolsa en noviembre de 1719 cuando las acciones de South Sea se vendían a 120, pero se convirtió en su defensor cuando alcanzaron la cima de 1000 en agosto de 1720[48]. Expresó su «desprecio justo» por la gente que afirmaba que él escribía por la Royal African Company, afirmando que había vendido sus acciones; pero un crítico moderno llegó a la conclusión de que siguió manteniendo las acciones o fue contratado por la compañía para atacar a corredores individuales que competían con el monopolio[49]. La prensa se encontraba aún en una fase de desarrollo en Francia a principios del siglo XIX; en 1837 escribió un periodista: «Dame 30 000 francos en publicidad y asumiré la responsabilidad de colocar todas las acciones de la peor compañía posible que sea posible imaginar»[50]. Laffitte financió periódicos[51]. Charles Savary del Banque de Lyon et de la Loire tenía a 500 periodistas cantando alabanzas a sus operaciones, utilizando notas de prensa, por las que se les pagaba con largueza, como si fueran historias creadas por el equipo del periódico[52]. Los periódicos buscaban con frecuencia el favor de bancos, de la bolsa y del público animando la fiebre especulativa[53]. Bleichröder tuvo cuidado en evitar la especulación y el falseamiento evidente, pero era propietario de periódicos de información general y económicos, y utilizó a los periodistas para difundir sus intereses financieros. En 1890-1891 financió un viaje a México de Paul Lindau, que escribió treinta y cuatro artículos y un libro sobre el país sin mencionar su conexión con Bleichröder que en aquel momento estaba vendiendo bonos mexicanos en el mercado berlinés[54]. La prensa crítica se desarrolló con lentitud durante el siglo XIX en el continente.
Por otro lado, en la década de 1890 en los Estados Unidos, un financiero cercano al abismo fue perseguido por la prensa y vivió temiéndola; al menos esto es lo que se deduce de la biografía novelada de Theodore Dreiser sobre Charles Tyson Yerkes, el magnate de los tranvías de Chicago que operó a lo largo, y a veces al otro lado, del filo de la navaja que separa las transacciones legítimas de las ilegítimas. Yerkes necesitaba publicidad favorable para vender títulos, lo que consiguió mediante las donaciones a un observatorio de la recién fundada Universidad de Chicago. El regalo bien publicitado ayudó a restaurar su reputación y le permitió vender sus bonos de tranvías en Europa[55]. Pero después la prensa lo expulsó de Chicago[56].
Elogiar a los amigos antes de lanzar acciones al mundo en una columna de inversión puede ser un truco muy antiguo, pero en la actualidad se detecta con mayor rapidez, así como todas las compras y ventas de acciones que se basan en información privilegiada. El movimiento sospechoso en acciones y opciones para comprar y vender acciones antes de que se hagan públicas las noticias que afectan a sus precios, se analiza ahora mediante programas informáticos. La técnica condujo a la detención del columnista de inversión R. Foster Winans del Wall Street Journal, que avanzaba sus pronósticos a un amigo, y del antiguo subsecretario de Defensa Thayer, que le explicó a un amigo próximos acontecimientos en una empresa de la que era consejero. (El amigo de Thayer especuló sobre la base de dicha información; Winans capitalizó su experiencia al escribir Trading Secrets: Seduction and Scandal at the Wall Street Journal, St Martin’s Press, 1986). De forma similar, un joven corredor de Merrill Lynch en New London, Connecticut, compró información de los impresores locales del Business Week antes de la aparición de la revista en los quioscos. Desde que se conoce la facilidad para rastrear las operaciones basadas en información privilegiada, algunos bellacos con este tipo de información llamarán a un bróker, digamos que en Zúrich, en lugar de a su corredor local. El banco de Zúrich colocará una orden importante en Londres o Nueva York antes de que las agencias de bolsa de dichas ciudades recelen y retrasen un par de días su ejecución para ver si se producen órdenes más grandes basándose en noticias de alcance.
Más recientemente, Internet se ha convertido en vehículo para la manipulación de los precios de las acciones. Jonathan Lebeck, de diecisiete años, colgó «noticias» sobre acciones concretas con poco movimiento (de las que era propietario) en chats de Internet. El precio de las acciones subió y Jonathan vendió sus acciones. La SEC obligó a Jonathan a pagar una multa de 500 000 dólares.
MSNBC es un canal de televisión especializado en los negocios. Muchos de los comentaristas de los programas promocionan las acciones de las que son propietarios.
Prácticas dudosas
Existen muchas formas de delito financiero. Además de robar, malversar y mentir, otras prácticas dudosas incluyen el desvío de fondos de su destino declarado a otro diferente, pagar dividendos con el capital o con fondos que se han pedido prestados, comerciar con las acciones de la empresa basándose en información privilegiada, vender títulos sin publicar completamente los últimos datos relevantes, utilizar los fondos de la empresa para compras no competitivas o para préstamos en función de los intereses particulares, aceptar órdenes pero no ejecutarlas, y alterar los libros de la compañía.
George Hudson, que posiblemente sea la figura más grande de la historia del ferrocarril británico, practicó casi todas ellas al mismo tiempo durante la manía de los ferrocarriles en 1846. En un momento dado fue presidente de cuatro ferrocarriles, y creía sin lugar a dudas que se encontraba por encima de la ley que aplicaba a sus competidores menos poderosos. Sus cuentas eran confusas, y es posible que no fuera consciente de que tenía acciones o fondos que pertenecían a los ferrocarriles de York y North Midland. Como persona privada cerró contratos con diversas compañías de las que era directivo, en una violación clara de la Companies Clauses Consolidation Act. Elevó el dividendo del ferrocarril de los Condados Orientales del 2 al 6% justo antes de preparar los estados financieros y después alteró las cuentas para justificar los pagos. Los dividendos de York y North Midland se pagaron del capital. Defendió sus acciones contra acusaciones similares en el caso de Yorkshire, Newcastle y Berwick, señalando que personalmente había adelantado fondos al ferrocarril para extender su red. El riesgo era suyo, y estaba autorizado a beneficiarse de las ventajas que se habían conseguido a partir de la extensión del sistema ferroviario. Se embarcó, siguiendo su propio criterio, en transacciones que creía beneficiosas para la empresa, pero que aun así eran de legalidad dudosa. Incluso así, desarrolló una carrera brillante que benefició en gran manera la red ferroviaria británica[57].
Un personaje mucho menos interesante e imponente en los Estados Unidos en la década de 1850 fue Robert Schuyler, que fue presidente de los ferrocarriles de Nueva York y New Haven, de Nueva York y Harlem, y durante un tiempo del Illinois Central. Llamado el «estafador elegante» por uno de los autores, se fugó a Europa en 1854 con casi 2 millones de dólares obtenidos mediante la venta fraudulenta de acciones del Nueva York y New Haven, y quedándose con lo recaudado. Van Vleck sugiere que la crisis de 1857 en los Estados Unidos se vio precipitada por la retirada británica de fondos tras la publicación de la noticia del desfalco de Schuyler. Schuyler había dimitido de la presidencia del Illinois Central en 1853, pero el fraude perpetrado en el Nueva York y New Haven provocó una venta masiva de acciones y bonos de Illinois Central. Las acciones cayeron drásticamente, y los bonos bajaron a 62 desde 100 en agosto de 1855. Los inversores británicos habían estado esperando esta oportunidad y compraron grandes cantidades de estos bonos; en febrero de 1856 los bonos volvían a estar a 90. Los inversores europeos eran propietarios de más de 40 000 acciones del total y del 85% de los 12 millones de dólares en bonos[58]. Schuyler estuvo relacionado con el pánico en septiembre de 1854, pero no con el de 1857[59].
La década de 1920 en los Estados Unidos se ha calificado como «la época más grande de las altas finanzas deshonestas que ha conocido el mundo», pero eso fue antes de la década de 1990[60]. Entre los estafadores famosos del momento se encuentra Harold Russell Snyder, que robó para cubrir sus pérdidas en el crac bursátil (un precursor de la familia Rigas, pero a una escala más pequeña, incluso después de ajustar la inflación). Arthur H. Montgomery presentó sus respetos más sinceros a Ponzi a través de la organización de un esquema de inversión en bolsas extranjeras que prometía un retorno del 400 por ciento en sesenta días. Charles V. Bob buscó y obtuvo una publicidad favorable mediante una donación de 100 000 dólares a la Expedición Polar Antártica de Byrd y se ganó el derecho de llamar «Dick» al almirante, lo que presumiblemente ayudó a promocionar sus acciones en empresas aeronáuticas, que disfrutaron de un pequeño auge tras el vuelo de Lindbergh a París en 1927[61].
La década de 1930 produjo muchos ejemplos memorables de fraudes y supuestos fraudes, encabezados por las quiebras del Bank of the United States, de Ivar Kreuger, y de la empresa Middle West Utilities de Samuel Insull. En su relato fascinante de la Bolsa de Nueva York de 1929 a 1933, Barrie Wigmore observó que la reputación de Insull se vio dañada de forma irremediable cuando huyó de los Estados Unidos para escapar de los tribunales ante los que sería juzgado, según su opinión, por jurados enojados, de crímenes de los que después fue absuelto. Wigmore afirmaba que Insull era un gestor brillante de empresas operativas que se lanzó a la vorágine compradora, adquiriendo empresas mal dirigidas por varias veces su valor neto. Las compras de Insull lastraron su empresa matriz con una montaña de deudas, y los pagos de intereses por la deuda hicieron desaparecer el valor de aquellos que poseían las acciones comunes cuando las empresas empezaron a tener problemas durante la depresión de la década de 1930[62]. Wigmore trata con cautela el análisis de las prácticas mercantiles de los bancos de Nueva York y de sus filiales bursátiles. Albert Wiggins del Chase Bank tenía reputación de ser «el hombre más popular de Wall Street», pero su reputación quedó destruida cuando una investigación del Senado reveló una imagen de negocios en beneficio propio a expensas de su banco, sus filiales y sus clientes. Charles E. Mitchell, del National City Bank y su filial bursátil, la National City Company, también comercializó títulos con intensidad, aunque tenía la información privilegiada de que los beneficios de las empresas implicadas estaban cayendo con rapidez[63].
Corrupción en las décadas de 1990 y 2000
La cantidad de corrupción pareció mucho mayor en las décadas de 1980 y 1990 que en la de 1920. Una explicación es que se ha producido un declive en la aceptación de las normas morales. Una segunda es que se ha retorcido el equilibrio entre riesgo y recompensa; las opciones sobre acciones han proporcionado una recompensa mucho mayor por el éxito financiero. Las finanzas se han democratizado. Una tercera es el auge de las empresas de auditoría independientes, que se pueden rastrear hasta la legislación que condujo a la SEC de la década de 1930. El papel inicial de las empresas de auditoría fue proteger al público de las argucias financieras de los ejecutivos corporativos que podían tener la tendencia a sobreestimar el valor de los inventarios y de las facturas por cobrar. Se pagaba a los auditores para verificar o certificar los datos de la actuación financiera presentada por los gestores financieros de las empresas. Los auditores podían ser los guardianes del interés público pero eran los directores financieros quienes pagaban sus servicios. Algunas de las empresas auditadas se apoyaban en sus auditores; entonces las empresas auditoras se vieron forzadas a elegir entre aceptar las peticiones de las empresas o perder la cuenta.
La titulización fue una característica central de la burbuja inmobiliaria en los EE. UU. entre 2002 y 2007; los bancos de inversión emitieron bonos nuevos, que se apoyaban en los ingresos por los intereses y el capital de las hipotecas, las deudas en las tarjetas de crédito y los préstamos a estudiantes, que habían colocado en un fondo. Los nuevos bonos eran mucho más líquidos que los títulos individuales que se habían colocado en el fondo. Los bancos de inversión cobraban comisiones de la titulización; sus ingresos por comisiones se dispararon. Entonces emitieron títulos respaldados por activos (ABS, en sus siglas en inglés), que se referían a los ingresos por intereses y al capital de los segmentos del ABS que estaban depositados en el fondo. Los bancos de inversión ganaban una segunda ronda de comisión con la creación de estos instrumentos nuevos, que se basaban en «rebanar y recortar» los ABS en tres, cuatro o cinco tramos diferentes, que diferían por sus características de riesgo: una serie de fondos contenían los tramos que tenían el primer derecho sobre los ingresos por intereses de los ABS y por eso eran los menos arriesgados, mientras que otra serie de fondos agrupaban los tramos que tenían los últimos derechos sobre los ingresos por intereses de los ABS, y eran los más arriesgados.
Los bancos de inversión se apoyaron en las agencias de calificación de riesgo —Moody’s, Standard and Poor’s— para valorar los títulos que estaban produciendo los bancos de inversión. (Las agencias de calificación de riesgos, como las empresas auditoras, se establecieron para proporcionar información «objetiva». Las auditoras están pagadas por las empresas que auditan y los bancos de inversión que emitían bonos pagaban a las agencias de calificación de riesgo). Pero estas agencias se apoyaban en los «modelos» que les habían proporcionado los bancos de inversión. Los bancos de inversión habían indicado a las agencias de calificación de riesgo que si no podían otorgar valoraciones que les ayudasen a vender esos títulos, se llevarían su negocio a cualquier otra agencia que proporcionase calificaciones.
¿Esto era ilegal? Quién sabe. ¿Era corrupto? Puedes apostar algo. ¿Es posible que alguien de las agencias de calificación de riesgos vaya a la cárcel?… ¿Estás de broma?
Al final se produjo una especie de justicia salvaje, puesto que los bancos de inversión se vieron afectados por la caída en el valor de mercado de sus carteras de títulos respaldados por activos que no pudieron vender.
La tentación de los bancos
No existe ningún dato sólido que permita la comparación de las argucias financieras y el comportamiento fraudulento a lo largo de varios siglos. El desarrollo del periodismo como una profesión puede significar que en la actualidad es mucho más probable que se descubra cualquier actividad impropia (aunque es posible que las actividades en sí mismas no hayan cambiado). La publicidad indeseada es el lado arriesgado de la ecuación; la recompensa es que el aumento en riqueza puede ser mucho más grande. The Bankers de Martin Mayer no trata las salvaguardias contra los desfalcos de la misma forma que hacía James S. Gibbons en 1859: «Es posible que no exista ningún registro de un fraude bancario actual en el que el autor no fuera honrado ayer»[64]. Gibbons añadía, con énfasis: «Al lector se le puede ocurrir que existe una característica peculiar que recorre todo el sistema; y esa es el temor al fraude»[65].
Lo que dijo Gibbons en 1859 sigue siendo verdad. La tendencia es a creer que los bancos y los banqueros son «ejemplos de integridad» y quizás algunos de ellos lo son. Un gran número de bancos prestaron extensamente a Long-Term Capital Management en la década de 1990, en el momento en que creían que era uno de los hedge funds más innovadores. (La expresión «hedge funds» es un invento de Madison Avenue, puesto que pretende dar la impresión de que la firma ha formado su cartera para reducir riesgos, mientras que en realidad estas empresas se apoyan extensamente en fondos prestados para aumentar el retorno a sus accionistas e inversores). LTCM había sido muy rentable… al menos hasta su colapso. Los bancos estaban dispuestos a prestar a LTCM porque tenían la esperanza de imitar sus negocios y obtener beneficios acordes. En la primavera y el verano de 1998, LTCM se topó con dificultades financieras.
La torpe gestión de los derivados y los depósitos no reclamados por parte del Bankers Trust y el lavado de dinero para Rusia por parte del Bank of New York sugieren que los niveles no son en la actualidad mucho más altos de lo que eran en, digamos, la década de 1920.
En los años del auge en la segunda mitad de la década de 1990, todo el mundo —bueno, casi todo el mundo— se estaba enriqueciendo. Los grandes bancos de inversión tenían ingresos muy altos gracias a las comisiones asociadas a la colocación de nuevas emisiones de acciones y bonos, en especial de aquellas empresas asociadas con las tecnologías de la información y la biogenética. La «Muralla China» tradicional entre las actividades de banca de inversión de dichas firmas y sus actividades de gestión de activos se suponía que seguía en pie después de la derogación de la ley Glass-Steagall, que se había proclamado a principios de la década de 1930 para forzar la separación de las actividades tradicionales de la banca comercial de las firmas, de sus actividades de banca de inversión. La ley se había adoptado en respuesta a los abusos de la década de 1920. Las firmas «prometieron» que mantendrían esta Muralla China y que las afirmaciones de sus analistas bursátiles no estarían influidas por el deseo de sus banqueros de inversión de vender más títulos.
Pero consideremos el marcador de Merrill Lynch. La empresa estuvo ampliamente envuelta en los depósitos de intermediación de las instituciones de ahorro insolventes en la década de 1980. Henry Blodgett ofreció información que sabía que era falsa. Con casi total seguridad, los superiores de Blodgett sabían que estaba envuelto en un timo. Merrill ayudó a Enron a falsificar sus ingresos mediante el pago a un precio superior al mercado de las barcazas de Enron en Nigeria.
Consideremos el marcador de Citibank/Citigroup. Ya se ha destacado la historia de los chanchullos de Jack Grubman alrededor de las empresas de telecomunicaciones; Citibank/Citigroup llegó a un acuerdo de 150 millones de dólares. Citibank se vio obligado a cerrar sus actividades de banca privada en Tokio por la incapacidad de los empleados del banco de tratar con equidad a los clientes, a quienes compraban repetidamente títulos inapropiados para ellos, después de ignorar las advertencias de las autoridades japonesas para que acabaran con dichas prácticas. Muchos de los altos ejecutivos de Citibank «dimitieron»: un eufemismo de Park Avenue para designar un despido. Los intermediarios de Citibank en Londres dejaron caer en el mercado un montón de bonos gubernamentales alemanes y provocaron una caída de los precios; después recompraron esos bonos a precios mucho más bajos. Muchos de los ejecutivos de los fondos de inversión de Citibank cobraron de más basándose en los ingresos del banco más que en el valor de los fondos.
¿Qué ocurre cuando se descubre a un estafador? Charles Blunt, el hermano de John Blunt y él mismo miembro de la South Sea Company, a principios de septiembre de 1720 se cortó el cuello «por algún descontento», como lo dijeron los periódicos contemporáneos. Charles Bouchard, el director retirado de LeClerc, un pequeño banco ginebrino que perdió dinero en una inversión inmobiliaria no autorizada, fue encontrado muerto en el lago Léman, un suicidio aparente, en mayo de 1977. Los psiquiatras sostienen que en estas circunstancias el suicidio es consecuencia de una pérdida intolerable de autoestima, que surge al darse cuenta de la irracionalidad de un comportamiento pasado. La imagen de corredores de bolsa saltando de las ventanas de Wall Street en octubre de 1929 al enfrentarse a la bancarrota, en la actualidad se cree que es un mito[66]. Un aumento de los suicidios también forma parte de la leyenda del krach austríaco de 1873[67]. Aun así, esta respuesta ocurre de verdad: «Murió por su propia mano [tomando veneno en Hampton Heath], a la temprana edad de cuarenta y dos años, John Sadleir, uno de los más grandes, si no el más grande, y al mismo tiempo el estafador de más éxito que este país [Gran Bretaña] o cualquier otro país haya producido»[68]. (Grandeza y éxito parecen curiosos como características en estas circunstancias). Denfert-Rocherau en 1888 e Ivar Kreuger, el «rey de las cerillas» de la década de 1920, se suicidaron[69]. Clifford Baxter, uno de los altos ejecutivos de Enron, se quitó la vida. Pero es posible que el suicidio sea más habitual en la ficción. El señor Merdle se cortó el cuello en un lavabo público con una navaja de bolsillo con caparazón de tortuga en La pequeña Dorrit de Dickens, y Augustus Melmotte, en The Way We Live Now de Trollope, tomó ácido prúsico en su club.
La huida es un final menos definitivo que el suicidio. El caso paradigmático es el de Robert Knight, que manipuló los libros de la South Sea Company y después escapó al continente, donde amasó otra fortuna en París después de fugarse de una cárcel en Amberes[70]. Robert Vesco huyó a Costa Rica y después a Cuba con una fortuna producto de un desfalco. Charles Savary, que estafó al Banque de Lyon et de la Loire, murió en Canadá. Eugène Bontoux regresó a Francia después de cinco años de exilio autoimpuesto para aprovecharse de un hueco en la ley francesa que establecía que las penas de cárcel que no se hubieran empezado a cumplir durante los cinco años posteriores a la sentencia quedaban sobreseídas[71]. Un caso similar, casi un siglo antes, fue el de Arend Joseph, cuya quiebra en enero de 1763 inició las tensiones financieras que culminaron con la bancarrota de los hermanos DeNeufville el 25 de julio, desencadenando el pánico del mismo año. Arend Joseph abandonó Ámsterdam con 600 000 florines en una carreta tirada por seis caballos, en dirección a la ciudad libre de Kruilenburg, en Holanda, donde quedó impune de cualquier persecución. Dejó una deuda de un millón de florines en Ámsterdam[72].
Se pueden realizar comparaciones a lo largo de los ciclos respecto al número de personas que fueron acusadas y cuántas pasaron un tiempo en la cárcel. Consideremos varios episodios, de las décadas de 1920, de 1980, y de 1990. En la década de 1920, dos individuos fueron a la cárcel por promocionar la compra de títulos en un mercado que ya tenía una tendencia bajista. Ocho de los diez participantes en las transacciones con bonos basura en la década de 1980, incluidos Michael Milken, Ivan Boesky, Dennis Levine y Charles Keating, fueron encarcelados por cargos de información privilegiada, «aparcamiento» de títulos, y conspiración para defraudar; entre los que cumplieron condenas más largas se encontraban los responsables de las instituciones financieras que habían sido grandes compradoras de bonos basura. El número de los que van a cumplir sentencias de cárcel por sus transgresiones en la década de 1990 se sigue ampliando e incorpora a cinco individuos que habían recibido salarios de Enron y dos que habían estado involucrados con MCIWorldCom. La mayor parte de los empleados de Enron que fueron acusados acabaron en la cárcel. Muchas de las personas implicadas en HealthSouth han ido a la cárcel. Dos ejecutivos asociados con Rite-Aid fueron a prisión. Numerosos miembros de la familia Rigas acabaron en la cárcel. Sam Waksal y su buena amiga Martha Stewart han estado en la cárcel. Muy pocos de los banqueros de Wall Street han sido encarcelados. Frank Quattrone, uno de los banqueros de inversiones estrella de Crédit Suisse First Boston, fue declarado culpable en un segundo juicio por obstrucción a la justicia al destruir correos electrónicos, pero su apelación tuvo éxito. Uno de los socios de Arthur Andersen implicado en la cuenta de Enron pasó un tiempo en la cárcel.
Centenares de socios y antiguos socios de Andersen pagaron implícitamente grandes multas cuando la empresa se vio forzada a cerrar y el valor de su asociación y antigua asociación quedó en nada. (Miles de empleados de Enron perdieron sus pensiones y gran parte de su riqueza financiera, así como sus empleos, cuando quebró la empresa).
Probablemente la familia Milken tenía dos mil millones en el banco cuando Michael Milken salió de prisión. Resulta imposible descubrir qué parte de la fortuna ganaron legalmente con las innovaciones y qué parte procedía del comportamiento ilegal. Pero podemos asumir que la mitad de la fortuna familiar se podía remontar a transacciones que eran ilegales. Consideremos cómo podría responder Milken a la acusación: «Has estado en la cárcel durante 1000 días, te graduaste con mil millones de dólares, de manera que te han pagado 100 000 dólares por cada día en la cárcel».
Los economistas no son los más cualificados para analizar el castigo apropiado para el crimen de cuello blanco de la estafa. En el momento de la burbuja de South Sea, Molesworth, en aquel momento miembro de la Cámara de los Comunes, sugirió que el parlamento debería declarar a los directores de la South Sea Company culpables de parricidio y someterlos al antiguo castigo romano por dicho crimen: meterlos a cada uno en un saco, con un mono y una serpiente, y ahogarlos en un río[73]. Esta sugerencia tiene su eco en la novela The Titan de Dreiser. «Aquí el castigo era estrangularlos primero, después meterlos en un saco, sin compañía, y después lanzarlos al Bósforo, un castigo reservado a novias infieles»[74]. En House of All Nations de Christina Stead, escrita un cuarto de siglo más tarde, un personaje sugiere que los antiguos sultanes solían castigar a las esposas infieles metiéndolas en un saco con dos gatos salvajes y hundiendo el caso en el Bósforo[75]. Estos castigos sugeridos parecen excesivamente duros. Aun así, los que cometen delitos de cuello blanco parece que se escapan con facilidad, y muchos conservan sus fortunas mal ganadas. Las multas pagadas por las firmas de Wall Street son un impuesto a la riqueza de sus accionistas y no una carga real sobre los malhechores, excepto en el caso de que también sean accionistas.
Ya sea que los estafadores acaben castigados o vivan hasta el final de sus días en un lujo ocioso, se trata de un tema más apropiado para la gobernanza corporativa y la ética de los negocios que para la historia financiera. El descubrimiento de estafas, fraudes y desfalcos, y la detención y castigo que aquellos que violaron la confianza son señales importantes de que la euforia económica ha alcanzado un punto demasiado alto y de que se van a producir consecuencias sociales significativas.