Sábado por la noche
Cuando Sjöberg y Sandén entraron relajados por la puerta un cuarto de hora tarde, los demás ya estaban sentados a la mesa.
—¡Eh, Conny, te he guardado un sitio aquí! —canturreó Lotten.
Eso zanjaba la distribución y a Sandén le tocó el único sitio que quedaba, enfrente de Sjöberg, a la derecha de Petra Westman.
—Sé buena con el jefe, que ha discutido con su mujer —le dijo Sandén a Lotten.
Sjöberg lo fulminó con la mirada, pero su colega, sin importarle lo más mínimo, le soltó algo sobre criadillas e hígado crudo a Hamad, que estaba en la otra punta de la mesa.
—¿Algo serio? —preguntó Lotten en el mismo tono en que se habla con un niño pequeño.
Incluso Petra sentía curiosidad por la respuesta de Sjöberg.
—Había olvidado que hoy teníamos la cena de Navidad, pero el bocazas ese me lo ha recordado —dijo Sjöberg ruborizado y señalando a Sandén con la cabeza—. Ahora mismo no soy el chico más popular de mi casa, pero mañana será otro día. Salud.
Cataron el delicioso vino tinto, que era libanés.
Hamad hizo sonar su copa con un tenedor y acto seguido les dio la bienvenida a todos.
—Lamento decepcionar a algunos, pero el cocinero me ha informado de que esta noche no tienen criadillas, aunque le están preparando un poco de hígado crudo a Jens.
Todos aplaudieron mientras Sandén disfrutaba de ser el centro de atención.
—Para los que no les guste, traerán diferentes platos por tandas. Para empezar, platos fríos: pan, verduras y salsas libanesas para untar. Después, ensaladas y platos de carne fríos, queso asado, carne picada cruda, lengua de buey y otras cosas. Eso sólo para ti, Sandén. Luego traerán carne asada y, cuando todo el mundo esté satisfecho, los postres. Habrá para todos los gustos, os lo aseguro. ¡Feliz Navidad!
Todos brindaron, y el volumen de las voces fue en aumento a medida que avanzaba la noche. La mesa se fue llenando de sabrosa comida, y Sandén se comió su hígado crudo bajo las miradas entusiastas de todos sus compañeros. Lotten no tardó mucho en cansarse de flirtear con Sjöberg y se puso a hablar sobre perros con Micke, el conserje, al que tenía en diagonal. Petra, que estaba frente a Lotten y al lado de Micke, intentó interesarse al principio por la conversación, pero de inmediato se aburrió. Probó mejor suerte con la de Sandén y Sjöberg, pero sin mucho éxito, dado que se había incorporado tarde.
Hadar Rosén estaba solo en la cabecera de la mesa, para tener así más sitio para sus largas piernas. Tenía a Einar Eriksson a un lado y a Hamad al otro. Eriksson no dijo gran cosa al comienzo de la noche, pero Hamad intercambió algunas palabras con él y le pareció que se sentía a gusto, comía con apetito y se tomaba unas cuantas copas de vino, aunque no por ello se lanzó a hablar. Hamad se percató de que de vez en cuando Petra lanzaba una mirada hacia su lado de la mesa, pero no habría sabido decir si lo estaba mirando a él o a Rosén. Tras algunas copas, intentó tantear el terreno con el fiscal.
—Oí que le echaste un rapapolvo a Westman —dijo en voz baja.
—¿Ah, sí? —respondió Rosén sin mostrar interés.
—¿De qué se trataba? —inquirió Hamad, pero el fiscal era implacable.
—Ya te lo contará ella si le parece oportuno.
Después, el fiscal inició una conversación con Eriksson, con quien de repente parecía tener muchas cosas en común. Hamad no se inmutó y se volvió hacia Bella Hansson, a quien tenía al otro lado. Antes, cuando él le daba la espalda, había sido espectadora de la interminable conversación sobre perros de Lotten y Micke, tratando de mostrar interés. Sin embargo, ahora que Hamad le daba conversación se le iluminó el rostro. Por lo que Petra pudo ver, su charla se prolongó durante la mayor parte de la noche.
A las once menos cuarto, Sjöberg recibió un mensaje de Asa: «Perdona que me haya puesto así. Espero que disfrutes de la fiesta. La cena estaba excelente. Te quiero más que a nada en el mundo.» Sjöberg le respondió de inmediato: «Ha sido culpa mía. Soy un imbécil. Volveré pronto a casa. Besos.» Eriksson manifestó que para él era hora de retirarse y Rosén aprovechó también para dar las gracias por la velada. Petra se levantó y murmuró algo acerca de que tenía que ir al baño, aunque nadie lo oyó. Sin embargo, Hamad se dio cuenta de que se levantaba de la mesa al tiempo que el fiscal se retiraba.
Petra siguió a Rosén por la escalera, se armó de valor y se le acercó cuando estaba en el guardarropa poniéndose el abrigo.
—Me gustaría hablar contigo, Hadar —le dijo tratando de no parecer aterrada.
Einar Eriksson, que también andaba por allí, le dirigió una rápida mirada mientras se ponía la bufanda.
—¿Ahora? —dijo Rosén mirando su reloj.
Petra no pudo discernir si era en tono irónico o no, pero asintió persuasiva con la cabeza.
—Buenas noches —dijo Eriksson, disponiéndose a salir.
Ambos le respondieron a su despedida y Petra propuso que se sentaran un momento en la barra, lo que a Rosén le pareció una buena idea.
—Esta conversación debe quedar entre nosotros —dijo Petra—. Haz lo que quieras conmigo, pero no se lo cuentes a nadie.
Rosén la miró desconfiado y le expuso que eso lo decidiría cuando hubiese oído lo que tenía que decirle. Petra estaba dispuesta a correr el riesgo y contó por segunda vez su historia sobre lo que le había sucedido una semana antes. Rosén la escuchó con atención sin interrumpirla. Al cabo de diez minutos se quitó el abrigo y se lo colocó en el regazo. Cinco minutos después, ella había terminado.
Petra levantó la mirada cuando Hamad y Bella Hansson aparecieron bajando por la escalera. Hamad tenía la mano sobre el hombro de Bella, pero la apartó cuando se cruzó con la mirada de Petra. Al pasar por su lado, él le guiñó el ojo y luego salieron del restaurante sin sus abrigos.
—Esto es lo que sé -le dijo Petra a Rosén—. Ese hombre no es un violador cualquiera, sino un ciudadano en plenas facultades físicas y mentales que, tras una impecable fachada, oculta a un astuto delincuente sexual. Viola a las mujeres en su propia casa y, cuando se despiertan, creen que han tenido una noche loca por culpa del alcohol. Y esto es lo que creo: ha cometido violaciones a lo largo de toda su vida adulta. Creo que incluso su hija fue fruto de una violación, pero entonces ya era lo bastante listo como para ocultarlo mediante el matrimonio, de modo que no hubiera pruebas. No tiene ningún interés en el amor, lo suyo es la violencia. Una mujer que lo aborde no despierta ningún interés en él, lo que lo atrae es la agresión. Y ¿qué mejor contexto para las violaciones que una guerra? Así que se hace legionario. De esa manera puede causar estragos libremente durante años sin que nadie se extrañe. Cuando después se cansa de la vida militar vuelve a casa y debe continuar de alguna manera, así que refina sus métodos. Además, es médico, o sea que no tiene ninguna dificultad para conseguir drogas. ¿Comprendes? Pidiere mujeres inconscientes antes que mujeres predispuestas.
—Y ¿qué quieres que haga yo? —preguntó el fiscal, que no había pronunciado palabra hasta ese momento.
—Para empezar, quiero que hagas la vista gorda con mis búsquedas ilícitas de datos. Deja que desaparezcan en el caso de asesinato. Sólo lo sabemos tú y yo, nadie saldrá perjudicado.
Rosén la estudiaba con atención por encima de las gafas.
—En segundo lugar, quiero que te encargues de encerrar a Peder Fryhk.
—¿Con qué cargos? No tenemos ninguna denuncia, ni tampoco pruebas porque tú quieres mantenerte al margen.
—Por una violación en Malmö en 1997 y otra en Gotemburgo en 2002 —dijo Petra.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque mandé extraer el ADN del esperma que cogí de mi violación. Y coincide con el del autor de dichas violaciones.
Rosén permaneció pensativo durante un rato. Petra vio por una ventana que Hamad estaba inclinado hacia adelante en una postura que indicaba que se apoyaba con las manos contra la pared, y sacó la conclusión de que Hansson estaba entre él y la pared que había a su espalda.
—Si no pones una denuncia no podemos utilizar el esperma de tu violación como prueba —señaló el fiscal—. Además, es dudoso que pudiéramos hacerlo aunque pusieras esa denuncia, dado que no has seguido del todo las reglas.
—No pienso poner una denuncia, y soy consciente de que esa prueba de ADN no sirve en un juicio. Pero ahora sabemos que él es el que ha cometido las violaciones. Detenlo como sospechoso, extráele una muestra y luego haz la comparación de ADN siguiendo todas las reglas.
—Y ¿con qué argumentos vamos a detenerlo?
—Un soplo o lo que quieras. Enséñales una foto suya a las víctimas y deja que ellas lo acusen. Eso tendrás que resolverlo tú.
—¿Porqué te asusta tanto poner una denuncia?-le preguntó Rosén.
Petra tuvo que pensarlo unos segundos antes de responder.
—Soy policía. No quiero ser objeto de una investigación llevada a cabo por mis compañeros. No quiero que se enteren de todo esto. ¿Me entiendes?
Hadar Rosén asintió pensativo.
—Si, contrariamente a lo esperado, no lo declararan culpable por esos delitos, me sentiría amenazada —continuó Petra.
—¿Por qué?
—Porque soy policía y porque lo cogerían poco después de que yo haya pasado por su casa.
—¿Él sabe que eres policía?
—No lo creo. Llevo la placa detrás del carnet de conducir, en el monedero. Pero no estoy segura, puede que la encontrara si registró mis cosas.
—¿Eres consciente de que lo soltarían al cabo de unos años? Si es que lo meten en la cárcel...
Petra asintió con la cabeza.
—¿Cuántos años crees que le caerán? —preguntó.
—La pena máxima son seis. Podrá salir a los...
—Da igual —dijo Petra—. Cada cosa a su debido tiempo. Además, a partir de entonces como mínimo le tendrán echado el ojo.
El fiscal se la quedó mirando un rato en silencio. Petra estaba más tranquila ahora que había contado toda la historia, pero siempre se sentía muy incómoda cuando se sabía observada.
—¿Qué dices? —le preguntó al fiscal sin poder ocultar una leve inseguridad.
—Veré qué puedo hacer —respondió Rosén—. Pero que Dios te ayude si estás equivocada.
—Y la reunión del lunes... —empezó Petra.
—...la tendremos igualmente —gruñó el fiscal—. Pero de momento no hace falta que me entregues ningún informe por escrito.
Un atisbo de sonrisa se reflejó en su rostro.
Al tiempo que el fiscal abandonaba el restaurante, entraron Hamad y Hansson. Petra subió con ellos por la escalera y Hamad le apoyó la mano en el hombro cuando le pidió que se sentara con ellos. Durante el tiempo que ella había estado ausente, Sandén y Sjöberg habían cogido sus copas de vino y se habían sentado en los lugares que habían dejado libres Eriksson y Rosén, así que Petra cogió una silla y se sentó en la esquina de la mesa, entre Hamad y Sjöberg. Micke y Lotten, incansables, seguían hablando de sus perros.
—¿Qué te ha dicho? —le susurró Hamad al oído.
—¿Quién? —susurró Petra.
—Hadar.
—¿Sobre qué? —lo chinchó ella.
—Sobre la venganza.
—¿La venganza?
—Ya sabes a qué me refiero.
A pesar de la tenue iluminación, sus ojos se veían brillar de curiosidad.
—Me ha dicho que puedo seguir trabajando aquí.
—¡Vamos, cuéntamelo! ¡No seas tan enigmática!
Le revolvió un poco el pelo y la hizo sentirse pequeña.
—De todos modos, pareces ocupado —replicó Petra escuetamente.
—¿Cuántas esposas os dejan tener a vosotros? —dijo Sandén en voz alta para que lo oyeran todos.
Hamad lo miró desde el lado opuesto de la mesa y negó cansado con la cabeza. Petra sintió una punzada de irritación y miró a Sjöberg, que parecía ausente. Bella Hansson fingía interesarse por saber con qué frecuencia había que llevar a la peluquería a los caniches.
—Una en casa y otras dos en el bar —soltó Sandén.
—¿Te importaría dejarlo de una vez? —le espetó Petra—. Para ya con esas chorradas racistas. Seguro que ahora nos sales con algo relacionado con camellos.
Sandén se tapó la boca con la mano y fingió estar avergonzado, aunque Sjöberg sabía que realmente era así como se sentía. Le dio un golpe en el antebrazo con la mano.
—Para tu información, estoy en proceso de divorcio —respondió Hamad mirando seriamente a Sandén.
—Joder —dijo Sandén—. No lo sabía... Lo siento.
Petra y Sjöberg miraron estupefactos a Hamad.
—Pero, Jamal, ¿por qué no has dicho nada? —le preguntó Petra poniéndole la mano en el brazo.
—Bueno, no es de la clase de cosas que cuentas cuando llegas al trabajo por la mañana.
—Pero...
—Se hizo oficial el fin de semana pasado. Es triste, pero es así. Salud.
La copa de Petra se había quedado en su antiguo sitio, pero Sjöberg le pasó la de Hadar Rosén, que seguía medio llena, y así ella también pudo brindar.
Minutos más tarde, Sandén había logrado hacer reír a carcajadas a toda la mesa, incluso a Lotten y a Micke, que ya no podían oír lo que se decían el uno al otro. Con Sandén como moderador, los temas de conversación se fueron sucediendo, y todos parecían estar disfrutando. El ambiente se había vuelto de lo más distendido, y no salieron del restaurante hasta que les pidieron de manera amable pero decidida que se marcharan. A esas alturas ya hacía mucho rato que eran los únicos clientes del local, y el reloj marcaba la una y media de la madrugada.