¡Me abuuurrooo!

Es un hecho que todos navegamos en el mismo barco buscando exactamente lo mismo: AMOR. Así, con mayúsculas. En buena medida, nos guste reconocerlo o no, es lo que la mayoría de las veces nos mueve a ejecutar ciertos movimientos que tienen que ver con ese subconjunto poblacional que nos atrae (ergo, nos pone pinochos, hablando en plata). Entonces propiciamos un acercamiento con la esperanza (o tal vez no, allá cada cual) de que suene la flauta y podamos tener algo (que varía entre un casquete rápido y una casa en las afueras con jardín y cuatro churumbeles jugando con un perro labrador). Y esto, de por sí, no es malo, que digo yo que relacionarse está bien, hablar con la gente, conocer, aprender… Lo que ocurre es que se ha instaurado una especie de «rasca y gana» al antiguo uso de las estampitas de los Bollicaos y reina una filosofía de «folla mucho hasta que encuentres al amor de tu vida», esa gran excusa para meterla en caliente cada vez que se nos presenta la ocasión y que parezca políticamente correcto.

Por eso, en más de una ocasión, más de uno y más de una se encuentra con la papeleta de haber empezado algo indefinido con una persona con la que se ha restregado unas pocas de veces y descubrir que no les apetece en absoluto. Y entonces surge la gran duda de nuestros tiempos «¿cómo coño me deshago de él?». Pues bien, algún desaprensivo inventó un día el maravilloso y fantástico Manual de las excusas inverosímiles para mandar a paseo a tu acompañante de turno, y debieron distribuirlo un día que yo falté al instituto, porque yo no he tenido ni puta idea de su existencia hasta que no me han dado palos hasta en el cielo de la boca.

Pero como no quiero caer en la autocompasión y que mis lectores piensen que estoy resentido (no, por Dios, que quiera castrar al 90 por ciento de los hombres no quiere decir nada), vayamos directamente a una lista cuidadosamente elaborada de las formas más chachi pirulis de dejar o que te dejen. Si eres de los que dejan, siempre puedes ampliar horizontes y aprender algunas nuevas excusas con el objetivo de no parecer un disco rayado y si eres de los que son dejados te encantará porque podrás ver con humor algunos instantes que en su momento se te antojaron de lo más melodramáticos.

Grupo 1: No sos vos, soy yo.

En este caso, el individuo pretende cargar con toda la culpa de la ruptura, de forma que el otro se deshaga de las posibles inseguridades que el rechazo le puede generar. La pauta se desarrolla tal que así:

—Mira, cari, tenemos que dejarlo. ¿Por qué? Pues… mira, es que resulta que no estoy bien contigo. Pero no, no, por favor, no llores, no pongas esa cara. No es por ti. Es por mí. Tú eres una persona maravillosa, fantástica, genial, megachachi, perita, divertida, guapa, me pones un taco, me la chupas de escándalo y hasta veo circulitos de colores cuando me encuentro tu nombre parpadeando en la pantalla de mi móvil. No eres tú. Es que yo… No sé…

Y es en este punto cuando tenemos, por supuesto, varios tipos:

a. Estoy en un momento complicado de mi vida. Porque mira, yo soy una cabra loca, no quiero estar con nadie, mis últimas relaciones me han dejado fatal, sigo pensando en mi ex y, definitivamente, necesito reorganizar mi vida marchándome un año a Australia para encontrarme a mí mismo. Tú no entras en mis planes y no podría darte lo que tú necesitas.

Este tipo de discurso está muy bien, es muy respetable, pero dejará de serlo cuando al cabo de cuatro meses te enteres de que el mismo que muy serio alegaba que no estaba preparado para una relación y manifestaba un terror supremo hacia el compromiso está a punto de casarse y tiene el piso comprado. Y no con un amor tórrido del pasado que ha resurgido sino, simple y llanamente, con el primero que se encontró cuando dejasteis de hablar el día de la ruptura.

b. Eres demasiado bueno para mí y, mira, es que yo no puedo darte lo que tú mereces. En estos instantes la lluvia arrecia contra la ventana y la música de Lo que el viento se llevó o La loba herida (según el presupuesto) suena. Por supuesto, si eres tan maravilloso, fantástico y estupendo, el susodicho se refugia en que se siente una mierda a tu lado y profesando un complejo de inferioridad que, ingenuamente, cree que te situará en las alturas y en los pedestales de la plaza más cercana inmortalizado en estatua de semidios (cuando en realidad sólo quieres ahogarle la cabeza en el váter más próximo para que deje de hablar) te manda a paseo con una facilidad asombrosa.

Clarostá, él se merece a alguien muchísimo inferior a ti, cómo has estado tan ciego, si tú eres lo más de lo más. Y, además, él sabe perfectamente que no puede darte lo que buscas… A todo esto, ¿es que alguien sabe realmente lo que busca? Porque de ser así, estoy seguro de que las cosas serían mucho más sencillas. Tú te has pasado media vida concretando lo que buscas y ahora viene uno que te conoce de tres muerdos y ya lo sabe. Nos ha jodido.

c. Yo es que tengo mucho amor dentro de mí y necesito repartirlo a lo largo y ancho de esta vasta tierra que es el mundo. Que sí, que parece un caballero andante, pero no nos engañemos, lo que te está diciendo es que tiene unas ganas inmensas de tirarse a todo lo que tenga cabeza y, jopetas, tú le estás pidiendo una relación en la que haya fidelidad (es que tú también… mira que eres retorcido, coartando la libertad de tus semejantes… Hitler a tu lado era un mero aficionado). Es decir, te deja porque quiere follar con todo Cristo y tú estás muy bien, pero para dentro de veinte años, cuando el señor haya decidido que la tiene arrugada de tanto meneo y necesite sentar la cabeza.

Grupo 2: no me gustas un carajo.

Yo creía que sí, pero no. Yo soy lo más y deseo algo mejor. No eres bastante para mí. En este caso, el sujeto centra la causa de la ruptura en ti y se trata de hacer que pienses que se trata de algo que no has sabido hacer, decir o dar mientras él se considera la panacea del universo. La cosa sería tal que así:

—Mira, cari, tenemos que dejarlo. Porque resulta que yo no estoy bien, no me encuentro a gusto contigo. No me haces ver circulitos de colores cuando me llamas y aunque me lo paso muy bien contigo no eres lo que busco.

Tenemos así…:

a. Eres un kinder sorpresa sin sorpresa. De las mejores. Está claro. No me haces vibrar, no me haces sentir, no me haces flipar en colores por las mañanas… Eso sí, esto lo dice ahora, hace una semana era él el que se desvivía por hacerte reír y por prepararte la cena y el que te ponía doscientos ochenta y siete mensajes cada día sólo para decirte que pensaba en ti. Pero, de repente, te has convertido en una golosina chocolateada sin relleno. Vale. Tiene toda la lógica del mundo, sí señor. Si sigue así, la sorpresa la descubrirá, claro, es lo que pasa cuando uno tiene esa manera de romper los huevos (sean kinders o no).

b. Vas demasiado rápido para mí y no estoy preparado para mantener una relación. Claro, tía, él puede llamarte quince veces al día y decirte que te quiere al oído cuando se corre, pero si tú osas ponerle un mensaje confesándole que te gusta estar con él, es que te quieres casar y tener veintiocho hijos de cada sexo, y hasta tienes el ramo de la novia preparado en la mesa de casa, junto al vestido y la lista de invitados. Claro, coño, si es que la culpa es tuya, que agobias a los tíos una barbaridad, se asustan y salen corriendo a llorar en las faldas de su mamaita:

—Mamáaaaaa, que un tío me ha dicho que le gustooooooooooooooooo… Qué fuerte, si yo quería que me tratara mal o algo para tener una típica historia de chulo de discoteca…

—Paco, trae el cianuro, que yo ya no puedo más, que es la tercera vez este mes.

c. Eres un cactus que morirás solo en el desierto. Así de duro. Las cosas iban aparentemente bien. Os estabais conociendo. Quedabais de cuando en cuando y os mirabais con ojitos de perrillas que se gustan. Pero, repentinamente, plof, eres lo peor. Porque mira, además de dejarte porque no le hayas dado lo que se suponía que le debías dar (que, a todo esto, nadie sabe todavía qué coño era), la mala persona eres tú. El problema está en que no has sido lo suficientemente cariñoso con el sujeto; vamos, que te has comportado como una persona normal y no has dibujado su nombre en un corazón en la primera pared que te encontraste. Si en el anterior caso te pasaste, en este te has quedado corto o, al menos, es lo que te hace entender. «Es que yo quiero más pasión». Nos ha jodido. Y yo un radar antigilipollas para que no me vuelva a pasar esto.

El problema… A ver cómo lo digo… el problema de todas estas situaciones es que las cosas no se dicen claras desde el principio. Si lo que querías era echar un polvo, ¡haberlo dicho y santas pascuas! Aunque, tal vez, el mayor problema sea que, al fin y al cabo, vivimos en una sociedad llena de peterpanes que no saben lo que quieren (y que tampoco saben lo que no quieren y por eso ni te cogen ni te sueltan) y para los que el hecho de tener una relación, sea de la índole que sea, o algo con vistas a, les queda demasiado grande.

Enorme.

Todas estas excusas me aburren una barbaridad. Me aaaaaaabuuuuuurrrroooooooo.

Es lo que pasa cuando pides peras a quienes han querido convertirse en olmos…

Sobre todo cuando tú no dejas de ofrecer peras y nunca te dejas el corazón en casa, en la mesilla de noche, justo donde debería estar.