Juegos de seducción
Llega el momento en la vida de toda persona (esto parece que va a ser serio, pero no, no te asustes) en el que uno se ve en la tesitura de extraer de sí mismo su lado más sibilino y más calientap…, que diga put…, que diga seductor; sí, ésa es la palabra. En la vida de toda persona uno debe hacer un alto en el camino de reflexiones existenciales del tipo «¿cuál será mi lado bueno? ¿Y qué color de sombra de ojos me realza más el culo?» y dedicarse a llevarse al huerto a alguien. Porque sí, porque la sangre se altera y no sólo en primavera, porque es sano echar un casquete de vez en cuando (venga, va, sabemos que puedes hacerlo, esfuérzate) y, quizás sea este el motivo más importante, porque uno debe dejar de parecer una cuarentona frígida, divorciada y sin ninguna intención de darle un meneo al cuerpo. Así pues, a todos aquellos que os encontréis en una situación en la que podéis pillar cacho (yo como tengo una todos los días pues tampoco le doy importancia… Tjo, tjo, tjo, ays, que me atraganto con mis delirios) dedico este humilde artículo en el que me dispongo a describir las múltiples y variadas técnicas de seducción correctamente estudiadas en la Universidad de Melocomotó, donde todo el mundo sonríe porque todo el mundo folla una barbaridad (quiero decir, que hacen el amor y eso, así en plan romántico y tal).
En primer lugar, querida amiga, debes elegir un objetivo. Venga, todo el mundo a elegir un objetivo. Bueno, pero no me elijáis todos a mí y eso, que luego es muy incómodo tener que abrirte camino por la calle empujando cuerpos sudorosos y esquivando calzoncillos voladores para ir al trabajo. Vale, bien, delirios paranoides aparte y una vez que me he tomado la medicación, con el objetivo ya delimitado (y muy importante, no coincide con los objetivos de tu ex, de tu amigo o de tu vecino de al lado —las peleas entre vecinos pueden ser muy cruentas) pasemos a describir los pasos que hay que seguir para llevarte al huerto a alguien y mojar:
1. Acercarte al objetivo. Tanto si se trata de un compañero de clase o de trabajo como si es el panadero que todas las mañanas te pone la barra de viena con un gesto obsceno, es de vital importancia que exista un acercamiento mediante el que justificar cierto roce. No vale que llegues y le digas «oye, mira, que es que te quiero echar un polvo». Eso, aunque sea la más cruda realidad, no está bonito y es necesario que parezca que no estás desesperado (muy importante, así que límpiate el rastro de baba de la comisura de la boca).
Así pues se aceptan numeritos tales como los tropiezos con los patinadores («Ay, perdona, que es que no me he dado cuenta y te he metido un poco de mano. Ya que estamos… ¿seguimos?»); el que acudas a un comercio a adquirir algo y luego lo quieras cambiar («Mira, es que compré este mondalonganizas ayer y se ha roto. ¿Como que me devuelven el dinero? No, no, yo quiero una indemnización por daños. Pero mira, me has caído bien, si me la chupas te perdono y todo»); el «me suena tu cara de algo». («Sí, claro, ya sé de qué me suena. Te he visto en mis sueños. Y en mis sueños yo te pedía el número y tú terminabas en mi casa cantándome lo del devórame otra vez»); y el «Hola, creo que tú y yo deberíamos hablar, así que dame tu puto número de teléfono que no se me ocurre nada mejor para abordarte» (sí, parecerás desesperado, pero lo mismo cuela y todo).
2. Sonreír todo el tiempo, como si fueras tonta. Esto es esencial. Una vez que te hayas cubierto de gloria con el espectáculo para conseguir el número de teléfono del chico (si no lo has conseguido vale elegir un número al azar en el listín telefónico. De tu ciudad, idiota, de tu ciudad), tienes que hacerle sentir como si fuera la persona más ingeniosa y maravillosa del mundo. ¿Cómo? ¿Que esto no te parece ético? A ver, cariño, ¿no eres tú el que quiere echar un polvo? Pues hale, a callar y a sonreír.
Esto es muy importante: es preciso que rías a carcajadas sonoras cualquier chiste intencionado y que de vez en cuando sueltes una risita a lo «ji, ji, ji» en plan preorgásmica, para que vaya teniendo claro, además de que eres un facilón (pero eso ya lo sabemos todos) que estás más salido que el pico de una plancha y que le bastará con mover un dedo para tenerte semidesnudo y de rodillas. Y no me vengas de digna a decirme que no sabes para qué quiere tenerte de rodillas…
3. Ser superficial. A los hombres no les gusta en absoluto que seas inteligente y, por descontado, odian que alguien venga a restregarles que es más inteligente que ellos. Como esto de ser más listo que algunos integrantes del sexo masculino es algo bastante fácil, tendrás que evitar cualquier tema de conversación que esté relacionado con reflexiones profundas. Así, deja a un lado el tema de las emociones y los sentimientos, las relaciones, el arte, la literatura, el cine, la política, el hambre en el tercer mundo y la crisis económica. Y si no sabes de qué hablar, insisto, limítate a sonreír, poner la boca en forma de O de vez en cuando y jugar con una patata mojada en mahonesa a lo conejita calentorra.
4. Bailes, poses y restregamientos varios. En el método del cortejo hay que provocar un poco y para ello nada mejor que demostrar los contorsionismos que puedes hacer con el cuerpo. Si estás en una playa no te quites las gafas de sol bajo ningún concepto (ya te preocuparás en otra vida de la marca que te dejarán) y estar tumbado en la toalla se convertirá en una hazaña de resistencia y contorsionismo. Mírate al espejo y trata de encontrar la pose exacta en la que se te marque algo (da igual, si no tienes músculos que se te marque otra cosa, qué le vamos a hacer). Flexionar el brazo en el ángulo perfecto para que se te marque el bíceps o beber agua poniendo morritos son poses aceptadas. Algunos de los gestos más importantes son humedecerse los labios continuamente, como si te hubieras comido un polo de fresa (y si te lo comes como si de ello dependiera tu vida mejor que mejor); morderte el labio inferior (no te confundas y muerdas el de arriba si no quieres parecer un bulldog, ni te vayas a morder demasiado fuerte, no vaya a ser que termines en Urgencias por idiota); andar como si llevaras un triquini puesto (como las bailarinas buenorras de los videoclips); rugir cuando la ocasión lo merezca (es decir, a la mínima oportunidad); hablar en susurros a lo Najwa Nimri; y poner mirada de animadora violentamente cachonda. Se recomienda, además, si existe la posibilidad de marcarse un baile, que uno ponga rostro de devorahombres mientras contonea su cuerpo y haga el numerito de «se me ha caído un euro» para agacharse descaradamente frente al desconocido, en la posición perfecta para que le mire el culo[1].
5. Emborrachar como una perra al sujeto. Esta es una de las técnicas más difundidas. De esta manera, generarás un estado de confusión en el individuo proclive a que no oponga resistencia si le comes la boca sin piedad. Se dejará llevar por los efluvios del alcohol[2].
Esta opción puede resultar más o menos cara dependiendo del aguante del sujeto. Cuidado, que los hay que son auténticas esponjas. Si cenáis juntos, propón un vegetariano, bien ligerito (que no hables de la crisis económica no quiere decir que no seas consciente de ella).
6. Ropa y complementos para la ocasión. Si consigues llevarte el individuo a casa, es muy importante la indumentaria. De forma que para cuando te quites la ropa con cualquier excusa (me gusta cenar en cueros, me encanta parecer una zorra o adoro hacer la colada en ropa interior), es necesario que haya un complemento que te ayude a resaltar esas partes de tu cuerpo mediante las que pretendes subir la libido del sujeto.
Así, son la mar de útiles calzoncillos bóxers apretados (sin pasarse, que luego vienen los disgustos), tangas, ligueros y picardías, así como esos tacones de aguja que nunca usas y que no sabes por qué te regalaron tus amigos en tu último cumpleaños. Por supuesto, si tienes una fusta y una careta (quiero decir, una máscara, la careta de Spiderman no vale; o sí, váyase usted a saber las inclinaciones y perversiones de cada uno) quedarás como una reina, incluso si el sujeto sale espantado creyendo que Madonna se ha escapado de su videoclip de Erótica para tomar café con pastas en tu casa (¿tú sabes lo que sube el caché decir que la Reina del Pop estaba en tu casa un sábado por la noche? Todos los mariquitusos de la zona querrán pasar una noche contigo en cuanto se corra la voz).
7. Engáñalo para que se desnude. Pon la calefacción a tope, derrámale un bote de leche condensada por encima, dile que quieres ver su tatuaje, explícale que eres médico y que quieres hacerle un reconocimiento, dile que tiene una espinilla en la espalda y se la quieres reventar porque eres primo hermano del inventor del Clearasil, cuéntale una trola acerca de que eres nudista y, como tal, en tu casa todo el mundo debe andar en bolas. ¡Lo que sea! Todo vale. Usa tu imaginación. Sí, ya sabemos que lo de engañar está mal, pero no estamos para elevadísimos principios morales en estos momentos.
8. No des el primer paso. Bueno, a estas alturas podrías pensar, con toda la razón, que ya te has hinchado de andar. Sin embargo, lo que quiero decir es que no seas tú el que se le tira encima y le besa; hazle sufrir un poco. Cuando crea que te tiene en bandeja, compórtate como un calientap…, esto… un seductor nato, y hazle saber que si quiere pillar cacho se lo tiene que currar un poquito.
Tampoco te pases, a ver si al final te vas a quedar a dos velas porque el tío decide que tiene mejores cosas que hacer que presenciar cómo te haces la estrecha después de haber zorreado como nadie.
Hasta aquí un artículo más sobre el ligoteo. Debería estar recibiendo ya ofertas de la Super Pop y la Nueva Vale, no sé qué diablos está ocurriendo…