8. Extraños en el Paraíso
Ernst Lubitsch empezó su carrera como payaso en películas alemanas del cine mudo. Gran nariz, ojos versátiles, boca asombrada. Graduado a la dirección, cambió de texto para ofrecer grandes y solemnes biografías fílmicas —Enrique VIII, Madame du Barry— con las estrellas alemanas del momento —Emil Jannings, Pola Negri— antes de cambiar, emigrado a Hollywood, de registro. El príncipe estudiante y La viuda alegre son las obras de este período inicial, en el que Maurice Chevalier y Jeanette Mac Donald proporcionan gestos menos elocuentes que “el toque” que por entonces consagra a Lubitsch. Las puertas se abren. Las puertas se cierran. ¿Qué ocurre? ¿Qué hay detrás de la puerta? Todo es imaginado a través de la cerradura. Lubitsch evade el puritanismo no-escrito de Hollywood y el Código Hays gracias a las puertas y a lo que ocurre detrás de las puertas en un ménage-a-trois, la delincuescente relación de dos mujeres y un hombre (Kay Francis, Miriam Hopkins y Herbert Marshall en Trouble in paradise), Gary Cooper, otra vez Miriam Hopkins y Fredric March en Design for living. Lubitsch trasladó la intriga amorosa del antiguo Imperio Austro-Húngaro al nuevo Imperio Anglo-Americano. Las orquestas, las ciudades, el aire mismo de estas comedias nada tienen que ver con el reciente poder de Estados Unidos, salvo la afable frivolidad de los actores, despojados —sobre todo Claudette Colbert— de afectaciones escénicas europeas. Sólo le quedaban a Lubitsch dos nuevos imperios y a ambos les dio una fuerte dosis de humor y ridículo, para escándalo de las buenas conciencias. En Ninotchka, Greta Garbo es una emisaria del Kremlin que sucumbe a los encantos de París (léase Melvin Douglas) y acepta ponerse los sombreritos y beber la champaña del capitalismo, todo ello bajo la mirada benévola de un Lenin que guiña un ojo —así es la publicidad: “Garbo Ríe”—. Más seria fue la invasión de Lubitsch en la Varsovia ocupada por los nazis. Ser o no ser es una comedia negra en la que un actor desmedido e insinuoso (Jack Benny) es transformado por los eventos —la ocupación alemana— en héroe a su pesar. Todo ello bajo la mirada irónica de su mujer y partenaire de escena, Carole Lombard. Como parábola de la resistencia al nazismo, Ser o no ser alcanza su hilaridad mayor cuando la tropa escénica de Benny-Lombard asume los papeles de los jerarcas nazis durante una visita del Führer, remedado por un actor que no tiene más remedio que levantar el brazo y saludarse a sí mismo con un “Heil me”.