15. LA PIRAGUA CELESTE Y EL HUMO DE LAS CHOZAS
El arte de la piragua es un clásico de la imaginería indígena; la habilidad con que los amerindios maniobran ese esquife no requiere ser demostrada. Pero un viaje en piragua interviene en un mito, ya sea para mantener a un héroe a distancia de una mujer peligrosamente cercana con quien podría cometer incesto o para acercarlo a otra mucho más lejana. Cuantiosos son los mitos y los ritos que intentan conjurar un combate mortal cercano, el del Sol y la Luna, particularmente manifiesto durante los eclipses: entonces, entre los arauak de Guayana (pero también en muchos países musulmanes…), se lanzan gritos terribles para separarlos. En Amazonia se cree que Sol y Luna querían casarse, pero que eso fue imposible, porque el amor del Sol abrasaría a la Tierra, mientras que las lágrimas de la Luna la inundarían. Casados, y cerca, Sol y Luna producirían o un mundo quemado o un mundo podrido; pero demasiado alejados producirían o una noche interminable o un día eterno. Entonces se suben a la Piragua, uno en la proa, la otra en la popa.
Este magnífico relato sugiere a Lévi-Strauss una comparación inesperada: lo que hace la Piragua manteniendo a distancia a Luna y Sol, noche y día, sería el equivalente en el tiempo de lo que hace el hogar doméstico en el espacio de la choza doméstica; o la casa de los hombres en el centro del pueblo bororo. El hogar, centro de la cocción, en efecto une la Tierra con el Sol evitando cuidadosamente el incendio de la choza. Esta analogía se verifica en las culturas donde a los clanes se los llama “los barcos”, donde el clan posee en forma exclusiva una gran choza y una gran canoa (Nueva Guinea), donde la unidad de base de la sociedad lleva el nombre de “barcada” (chuchkee de Siberia). Pero hay algo más: los indios que se embarcan en piragua siempre llevan algunos tizones en una calabaza.
El fuego de cocina relaciona según un eje vertical dos términos cuya separación o acercamiento serían mortales para la humanidad: demasiado cerca, el Sol quemaría la Tierra; demasiado lejos, ésta se pudriría. Pero si el fuego de cocina se embarca en la Piragua celeste en forma de tizones, Sol y Luna pueden quedarse cada uno en una punta de la embarcación, mientras que un tercer término, por ejemplo un piragüero, puede instalarse en el medio para mantener ese hogar portátil. “El espacio medido de la piragua y las reglas muy estrictas de la navegación conspiran para mantenerlos a buena distancia, juntos y separados a la vez, como deben estar el Sol y la Luna para que un exceso de día o un exceso de noche no queme ni pudra la Tierra”. Más allá de lo seco y lo húmedo, lo quemado y lo podrido, la Piragua celeste permite evitar, por la disposición misma de sus pasajeros, el celibato (matrimonio imposible) y el incesto (matrimonio prohibido).
Esta mitología de la distancia conveniente corresponde a una opción ética para evitar las guerras. Paralelamente, Lévi-Strauss se ocupa de una penosa historia. Surgidos de la misma familia lingüística, la lengua siuán, los mandans y los hidatsas, indios de América del Norte, no eran para nada homogéneos cuando, a fines del genocidio de los indios por los blancos de América, fueron autoritariamente reagrupados en la reserva de Fort Berthold. En 1932-1933, sus diferencias se habían organizado en sistema, como para preservar un saludable antagonismo. Dicho lo cual, los dos grupos cazaban el bisonte de la misma manera: en verano, persiguiéndolos lejos de los pueblos, y en invierno, atrayéndolos a los pueblos nevados. Solamente difieren los ritos y los mitos.
Los mandans, por ejemplo, en la época de la caza de verano, no celebraban la famosa Danza del Sol como los hidatsas. Los dos grupos, en cambio, celebraban de la misma manera el ritual de la caza de invierno, la ceremonia del Bastón rojo: los jóvenes ceden sus esposas desnudas, envueltas en una piel, a los ancianos que encarnan los bisontes: al copular con las mujeres jóvenes, los ancianos transmitían a sus maridos sus poderes sobrenaturales. Pero si el rito es el mismo, los mitos difieren grandemente. Aquí tenemos, en la escena de los mitos, a dos heroínas fundadoras: Seda de Maíz, persona joven y audaz que trae el hambre de un viaje lejano, y la Bisonte, mujer sagaz, que trae al pueblo los bisontes que calmarán el hambre. Las dos jóvenes son las esposas del Señor de la Caza: la Bisonte es morocha, viene del Norte y trae carne seca, mientras que Seda de Maíz es rubia, viene del Sur y sabe confeccionar bolitas de harina de maíz. Las dos esposas se pelean, la Bisonte parte, pero Seda de Maíz pide a su marido que vaya a buscarla, cosa que él logra con mucho trabajo. Tal es la trama que vale tanto para los mandans como para los hidatsas.
Pero no totalmente. Cada una de las dos tribus atribuye alternativamente buenas y malas funciones a cada una de las dos mujeres. Los mandans y los hidatsas se avinieron de la mejor manera posible a su cohabitación forzada: ciertos mitos se acomodaron, el del Pequeño Halcón que explica el origen de la infidelidad; el del Búho de las Nieves, el origen de los celos; debiendo servir de ajuste en su totalidad para neutralizar los celos de los jóvenes obligados a ofrecer sus esposas a los ancianos, durante el ritual del Bastón rojo. Sin duda, la larga coexistencia anterior de los mandans con los hidatsas explica el armonioso éxito de esta cohabitación que ellos no habían deseado.
En efecto, los mandans dicen que, al final de la prehistoria, un grupo hidatsa quiso establecerse cerca de ellos para aprender el cultivo del maíz. Una vez terminado el aprendizaje, los mandans alejaron a los hidatsas con una elegancia muy filosófica:
Sería más conveniente —les dijeron— que ustedes remonten la corriente y construyan su propio pueblo, porque nuestras costumbres son un poco diferentes de las vuestras. Al no conocerlas, los jóvenes podrían tener diferendos y habría guerras. No vayan demasiado lejos, porque la gente que vive demasiado lejos son como extraños y las guerras estallan entre ellos. Viajen hacia el Norte sólo hasta el punto donde ya no puedan ver el humo de nuestras chozas y construyan allí su pueblo. Entonces estaremos bastante cerca para ser amigos y no lo bastante lejos para ser enemigos (1973: 299).