14. UNA CHICA LOCA POR LA MIEL
En un mito del Chaco, recogido por Alfred Métraux, ella se llama Saqué y su padre es el señor de los espíritus acuáticos. Y tan chiflada está por la miel, tanto la mendiga que su madre le responde, harta: “¡Cásate!”. Para terminar, Saqué le echa el ojo al mejor descubridor de miel, el pájaro Pic, que, con su pico puntiagudo, perfora los troncos y jamás abandona su calabaza llena de agua: capaz de encontrar la miel y portador del agua para diluirla, Pic es acaso un novio poco lucido, pero para la miel, ¡incomparable! El Zorro perezoso, que también busca la miel, quiere hacerse pasar por el pájaro; pero Saqué no se deja engañar y se ofrece en matrimonio a Pic, que acepta con reticencia. Algún tiempo más tarde, el Zorro aprovecha la ausencia del marido para violar a Saqué, que huye. Tras haber tirado flechas mágicas, Pic encuentra a su esposa y se venga del Zorro; pero Saqué se venga de su propia madre y le niega la miel.
No es muy amable que digamos. En las estepas del Brasil central, la Chica-Loca-por-la-Miel pagará cara su descortesía. Esta vez se llama Kapakuei y se deja seducir al sacar agua de una charca por un héroe que acaba de matar unas águilas caníbales. El héroe Akreti y la bella Kapakuei se casan con gran alegría. Luego, un día que iban a buscar miel, Kapakuei hunde tan profundamente el brazo en el tronco que acaba de horadar su marido, que ya no puede retirarlo. De inmediato Akreti aprovecha para matarla, cortarla en pedazos, hacerla asar y ofrecer la carne de su esposa a sus aliados. Convicto por su crimen, Akreti es empujado a una hoguera, y asado a su vez. No podría comprenderse cómo este loco amor se convierte en odio mortífero, si otras variantes no indicaran que la joven esposa se arroja sobre la miel con frenesí a pesar de las protestas de su marido, que, harto, la mata. ¿Qué falta cometió?
Quiso consumir ahí mismo la miel reservada para ser distribuida. Por su lado, el marido que asa la carne de la esposa no vale mucho más que ella, porque la carne se deja enfriar antes de ser asada. Estas infracciones son tanto más graves cuanto que el consumo diferido de la miel en el curso de las fiestas rituales garantiza una buena caza para el año: por su conducta individualista —siempre castigada por el mito—, la Chica-Loca-por-la-Miel compromete la misma existencia del grupo, por eso ya no tiene derecho a la existencia humana.
En otra parte, no es ya una humana loca por la miel como uno lo está por su cuerpo, sino una divinidad bella como el sol. En Guayana se llama Maba, “la miel”, y su voz resuena quejumbrosamente cuando un indio perfora a hachazos cierto tronco: “¡Atención! ¡Me haces daño!”. Maba, el Espíritu de la Miel, aparece tan desnuda que el indio la envuelve en algodón y se casa con ella. Maba sólo pone una condición: no pronunciar nunca su nombre. Y esta Melusina guayanesa desaparece el día en que su marido, achispado, pronuncia por descuido el nombre querido, Maba. Ella levanta vuelo, transformada en abeja, y, desde ese día, la miel será difícil de encontrar. Con otro nombre, en una versión uarrau, le basta con mojar su dedo meñique en el agua para transformarla en jarabe azucarado, hasta el día en que el marido la regaña y ¡puf!, ella desaparece.
Como vemos, el gusto de la miel, experiencia sabrosa como pocas, no es disociable de la alianza matrimonial, esta misma inseparable de la distribución entre aliados. Aquí no hay nada sorprendente: los mitos siempre tratan acerca del gran asunto, la peligrosa unión entre el hombre y la mujer, cuyo mejor símbolo, en las Mitológicas, es la Piragua celeste.