7. BRICOLAJE Y MITOLOGÍA

El pensamiento salvaje, que apareció en 1962, tuvo un gran éxito, precisamente cuando su objeto, árido, consiste en el análisis de los sistemas de clasificación. Claro, pero a partir de la página 26, Lévi-Strauss pone en escena una de las lunas oscuras en el firmamento de la razón: el bricolaje, resto diurno, en el hombre moderno, de una forma de actividad “primaria”, heredada de una prehistoria caduca.

¿Por qué un etnólogo consagrado se ocuparía de una actividad en suma menor, y que persiste en sociedades que no tienen nada de arcaicas? Precisamente porque en el corazón de las sociedades más “modernas” —digamos: las más industrializadas—, las huellas ínfimas de las razones superadas jamás desaparecen por completo. Si a nosotros, que las vivimos sin pensar en ellas, nos resulta difícil identificarlas, el etnólogo, de regreso en el país, las verá en una primera ojeada. Finalmente, y sobre todo, lo propio de Lévi-Strauss es sentir primero, analizar luego: no solamente “ver” o “distinguir” sino tocar, respirar, husmear, saborear, probar, acariciar; en suma, el punto de partida es la sensualidad. Por eso se leerán con deleite las páginas sobre los aromas mezclados del tabaco y la miel en el segundo volumen de las Mitológicas: de la miel a las cenizas. Esto ocurre con el bricolaje, tan sensual como intelectual.

¿Quieren otros ejemplos de esta sensualidad etnológica? Las comidas de fiesta en nuestro mundo a mediados del siglo XX. Cuando se “recibe”, no solamente se da de comer, también se socializa el alimento.

Cuando se “da” de cenar, no se sirve el menú cotidiano, y la literatura evocó copiosamente el salmón a la mayonesa, el rodaballo con salsa holandesa, las gelatinas de foie gras, todo ese folclor de los banquetes […] Son platos que nadie compraría y consumiría solo, sin un vago sentimiento de culpabilidad. El grupo, en efecto, juzga con singular dureza al que “come y no convida” (1949: 67).

Y luego lo encadena con un sainete observado en los restaurantes económicos del sur de Francia, referido al reparto comunitario de la botella de vino puesta frente al cliente: si la botella del vecino no estaba lo suficientemente llena, el cliente de al lado protestaba y el patrón del restaurante experimentaba el oprobio general. ¿Dónde se encuentra ese orgulloso análisis de los hábitos vitícolas del sur de Francia? ¿En Roland Barthes? No. En la tesis de Claude Lévi-Strauss, Las estructuras elementales del parentesco.

En cuanto a las Mitológicas, suma de cuatro volúmenes, extraen su sentido de un gesto que atraviesa las edades: encender el fuego. El hecho de que la electricidad haya disimulado la chispa bajo los botones eléctricos cambia poco la significación del primer fuego encendido por la humanidad: el gesto no ha desaparecido. Permanece tal y como lo sueña Lévi-Strauss: en plena noche, unas manos extienden una pavesa a un montoncito de ramitas y unen el cielo y la tierra sin destruir ni a uno ni a otro. Lévi-Strauss, que maneja la abstracción como nadie, jamás la deja tomar todo el poder: la atrapa con un dedo de terciopelo y la vuelve a la realidad sensible.

Entre el saber y el mito: la botánica, cuyo vocabulario, por meticuloso que sea, no está desprovisto de leyendas. La sobrecubierta del libro representa dos ramitas de violeta tricolor, que sostienen ocho flores y una yema. La Viola tricolor, el pensamiento salvaje, llamada también flor de la Trinidad, exhala todo un ramillete de mitos alemanes y rusos que sus pétalos interpretan. El grueso pétalo inferior representa a la madrastra, segunda esposa del padre; los dos pétalos adyacentes, más bien repletos, representan a los hijos del segundo matrimonio, mientras que los dos superiores, muy esfumados, a los del primer matrimonio. Para castigar la arrogancia de la madrastra, empero, Dios la fuerza a bajar el copete hacia el suelo, mientras que los pétalos superiores, vueltos hacia lo alto, expresan la redención de los humillados. Por lo tanto, éste es el pensamiento salvaje, secreto de Cenicientas aplastadas por un pétalo obeso.

Al hablar sobre el bricolaje, Lévi-Strauss acerca a su lector occidental a mundos profundamente lejanos, haciéndole el honor de integrarlo al rango de los pueblos autóctonos, que son capaces de tener un pensamiento salvaje. El que hace bricolaje el domingo no es un ingeniero competente, no dispone de un saber; se contenta con los recursos que tiene a mano, a menudo heteróclitos, cada elemento conservado, porque “siempre puede servir”, podrá ser destinado a funciones múltiples, reinventadas a la buena de Dios, pero también en virtud de una imaginación singular. Esto ocurre con el mito, tesoro de imágenes y de conceptos siempre “aptos para el servicio” y en el que abreva el narrador.

Compuestos de “grandes unidades constitutivas” (mitemas), los mitos ponen en movimiento esos paquetes de relaciones sobre el modelo de una partitura orquestal en la música occidental clásica. Un mito debe leerse como una partitura, de dos maneras al mismo tiempo: diacrónicamente para seguir su línea metódica, sincrónicamente para descifrar su armonía.

Si se nos permite una imagen arriesgada, el mito es un ser verbal que, en el campo de la palabra, ocupa un sitio comparable al que le corresponde al cristal en el mundo de la materia física. Frente a la lengua, por un lado, y a la palabra, por el otro, su posición, en efecto, sería análoga a la del cristal: objeto intermediario entre un conglomerado estadístico de moléculas y la propia estructura molecular (1958: 254).

Aquí se dibujan dos fuentes de inspiración que ya no se desmentirán: la inspiración biológica y física —la estructura molecular, por ejemplo— y, con el modelo de la partitura orquestal, la inspiración musical, en la juntura del acto de pensamiento y de la metáfora. Con el modelo de la partitura, y como quien no quiere la cosa, en 1958 Lévi-Strauss nos hizo entrar en la era del estructuralismo.