11. CUANDO LOS PADRES MALOS VAN AL AGUA

… algunas mujeres que fueron al bosque a recoger palmas para fabricar los estuches peneanos, destinados a la iniciación de los jóvenes. Un muchacho, Geriguiguiatugo, siguió a su madre y la violó. Cuando ella estuvo de regreso, el marido vio en su cintura unas plumas semejantes a las de los iniciados. Para desenmascarar al amante de su esposa gracias a los adornos de plumas, hace danzar a los jóvenes y se percata, horrorizado, de que el culpable es su propio hijo. Para vengarse, el padre lo envía al “nido” de las almas, en las aguas, para que le traiga un gran sonajero de danza. Prudente, el hijo consulta a su abuela, que le aconseja pedir ayuda al pájaro mosca para seguir vivo. En efecto, las almas lanzan flechas sobre aquellos que se quieren apoderar del gran sonajero. Gracias al pájaro mosca, el héroe trae el objeto a su padre.

La aventura se reproduce con el pequeño sonajero, logrado con ayuda de una paloma; luego con los cencerros, con ayuda del gran saltamontes. Furioso por sus fracasos, el padre lleva a su hijo a buscar guacamayos encaramados al flanco de los acantilados. Consultada, a la abuela no se le ocurre otro objeto que lo pueda ayudar más que un bastón mágico. Y lo que ocurre es que, apenas alza la vara para alcanzar los nidos de guacamayos, el padre ordena al hijo que suba: por supuesto, para derribar mejor la vara y abandonar al héroe aferrado al bastón mágico, que apenas tuvo tiempo de plantar en una grieta. Utilizando una liana, el joven se alza sobre el acantilado y, para alimentarse, caza lagartijas en cantidad. Para guardarlas, engancha sus provisiones de lagartijas a su cinturón y sus fajas, pero el olor de los reptiles descompuestos es tan terrible que se desvanece. Los buitres se desploman sobre él, devoran las lagartijas y luego hacen lo mismo con sus nalgas. El sufrimiento hace volver en sí al héroe, y entonces los buitres, repletos, lo levantan del pico por sus fajas y su cinturón y lo depositan suavemente al pie del acantilado.

Pero el héroe ya no tiene más trasero, y no puede conservar los alimentos. Se acuerda de un cuento de su abuela y se confecciona unas asentaderas con una pasta de tubérculos aplastados. Luego busca a los suyos, porque su pueblo está abandonado. Finalmente, oculto bajo la apariencia de una lagartija, encuentra a su abuela y, la noche siguiente al día en que lo reconocen, estalla una tempestad que apaga todos los fuegos del pueblo, salvo el de la abuela. Los vecinos vienen a pedir brasas, entre ellos, la segunda mujer del padre, que reconoce al joven y corre a prevenir a su marido. El padre recibe a su hijo como si nada hubiera ocurrido. Pero el hijo, en cambio, no olvida nada. Con la complicidad de su hermano menor, transformado en un pequeño roedor espía, se atavía con un par de falsas cornamentas fabricadas con una rama de árbol y, en el curso de una caza colectiva, carga contra su padre mientras éste se encuentra al acecho, lo ensarta y lo precipita a un lago. El padre es devorado por las pirañas; únicamente sobrenadan sus huesos y sus pulmones en forma de plantas acuáticas. De regreso en el pueblo, el héroe se venga de las dos esposas de su padre, una de las cuales es la madre que él violó.[7]

M1, mito de referencia, no tiene un privilegio cronológico respecto de todos aquellos que seguirán; no es su origen, no es su centro. Para avanzar, se debe esclarecer su contexto etnográfico bororo. a) Un rápido estudio de los nombres propios (Geriguiguiatugo para el hijo, Bokuadorireu para el padre, Korogo para la madre violada) permite atribuir a la madre y al hijo la pertenencia Tugaré, de manera que, según las reglas del pueblo bororo, el padre es, por fuerza, Cera. b) Los ritos de iniciación agotan a los iniciados, que vuelven al pueblo totalmente cubiertos de hojarasca, bajo la cual sus madres deben reconocerlos para limpiarlos totalmente. Esa hojarasca no son las hojuelas de palmas que constituirán el estuche peneano de la edad adulta, aquellos que las mujeres van a buscar ritualmente al bosque. c) Por otra parte, sabemos que los hombres bororos se adornan con plumas de guacamayo, mientras que las mujeres jamás las llevan: por lo tanto, el marido verá fácilmente las plumas que quedan en la cintura de su esposa, pruebas de un acoplamiento. d) Por último, el trasero rehecho con un tubérculo entra dentro de un “motivo” muy conocido, en inglés anus stopper. Y ya estamos listos para las variaciones.

La primera concierne a la insignificancia del incesto, ya que únicamente será condenado y castigado el padre culpable de venganza, y no el hijo que violó a su madre. M2, siempre bororo, narra “el origen del agua, de los adornos y los ritos fúnebres”.

En ese tiempo, los dos jefes del pueblo eran Tugaré; el jefe principal, Birimoddo, se apodaba Baitogogo. Su mujer —que era Cera— se fue al bosque, seguida a hurtadillas por su joven hijo. Oculto, vio que su madre era violada por un bororo también Cera y del mismo clan; por lo tanto, en terminología bororo, su “hermano”. El hijo previene a su padre Baitogogo, que atraviesa con flechas a su rival en diferentes partes del cuerpo y lo mata hiriéndolo en el flanco; luego estrangula a su esposa con la cuerda de un arco. Por último, ayudado por unos tatús, entierra a su mujer en una fosa cavada bajo la cama, cubriendo las huellas con una estera.

El niño busca a su madre. Baitogogo lo extravía y lo hace padecer hambre. Baitogogo pasea con su segunda mujer cuando el niño se transforma en pájaro y suelta su excremento sobre el hombro de su padre. El excremento se transforma en árbol jatoba que germina y crece sobre Baitogogo, quien huye, agobiado por el pesado árbol, pero cada vez que se detiene aparecen lagos y ríos, porque el agua todavía no existía sobre la tierra. Y cada vez que aparece el agua, el árbol jatoba decrece y termina por desaparecer. Baitogogo ya no tiene ganas de volver al pueblo sin agua, pronto seguido por su segundo jefe: al mismo tiempo, la doble autoridad recae en la mitad Cera. Los exjefes Tugaré, entre los cuales está Baitogogo, ya no volverán más que para ofrecer sus adornos a sus conciudadanos pueblerinos. La primera vez son sus padres Cera quienes los reciben, pero uno de ellos, Akario Bokodori, exige todos los adornos y diezma a los compañeros de los dos exjefes que sólo ofrecen muy pocos.

No hay mayor dificultad en la distribución de los poderes entre Tugaré y Cera: los Tugaré —que son “fuertes”— son creadores de las aguas y los adornos, mientras que los Cera —que son “débiles”— son gestores del orden. Pero aquí tenemos un paralelismo entre M1 y M2: dos héroes Tugaré (Geriguiguiatugo y Baitogogo) crean aguas nuevas: una, creada por Geriguiguiatugo, tiene un origen celestial (la tempestad) luego que el héroe se alzó hacia lo alto; la otra, creada por Baitogogo, es terrenal (lagos y ríos), mientras es empujado hacia lo bajo por el peso del árbol injertado sobre su hombro. En cambio, el episodio de la matanza final requiere un complemento mítico, M3, “Luego del diluvio”, que permitirá encontrar a Akario Bokodori, el último personaje de M2, bajo un nombre levemente modificado.

La tierra estaba tan poblada que Meri, el sol, trató de reducir la cantidad de hombres. Para lograrlo, exhorta a toda la población del pueblo a que atraviese un gran río pasando por un puente muy frágil, un tronco de árbol. El puente se rompió y todos se ahogaron, salvo Akario Bokodori que, como cojeaba, se había demorado en el camino. Acompañándose con el tambor los resucitó a todos, y vieron que los que se habían ahogado en torbellinos tenían el pelo ondulado, mientras que los que se habían ahogado en aguas calmas tenían el pelo fino y liso. Resucitó a todos los de los clanes, pero mató a flechazos a aquellos cuyos regalos no apreciaba. Recibió el apodo de “Matador”, o “Provoca-muerte”.

Dos Cera diezman a “resucitados” portadores de regalos demasiado modestos: en efecto, los adornos y ornamentos son los símbolos distintivos de los clanes “ricos” y “pobres”, e introduce desviaciones en el corazón del grupo bororo. Pero M3 suma además otras desviaciones diferenciales físicas, entre cabellera ondulada y lisa, visibles solamente cuando el exceso de población haya sido reducido. Encontramos este sistema de obtención de desviaciones diferenciales por sustracción en una serie en otros grupos lingüísticos amerindios: entre los ojibua (América del Norte), que disponen de cinco clanes, hay que echar a uno de los seis dioses para que queden cinco; en otra parte, entre los tikopia, cuatro plantas totémicas son las que quedan luego de que un dios extranjero roba la comida de fiesta. Pero en todos estos casos los “sustractores”, o los promotores de sustracción, tienen la particularidad de ser inválidos: los dioses ojibua se ciegan voluntariamente con una venda, levantada por uno solo, el que será castigado por ello; el dios extranjero ladrón simula la cojera y Akario Bokodori es contrahecho. Este “motivo” del rengo, muy frecuente (piénsese en Hefestos), no es una privación de ser, sino un “menos-ser” necesario, “porque es la única forma concebible del pasaje entre los estados plenos” (1964: 63).

No terminamos la lectura de M2, el de Baitogogo, cuyo nombre significa “confinado”.

En apariencia, nada acerca a Geriguiguiatugo, de M1, al “confinado” de M2: el primer héroe se niega a pasar a la edad adulta, sigue a su madre al bosque cuando está prohibido —en suma, se niega a separarse de ella—, mientras que el “confinado” es un adulto que pasó la iniciación, está casado y es padre. Pero siente demasiado intensamente el incesto, y comete una grave falta al enterrar en secreto a su mujer: ella no podrá aprovechar los dobles funerales rituales propios de los bororos. Según la exigencia del ritual, el cadáver es enterrado primero en la plaza del pueblo, y luego, tras completa descomposición, la osamenta descarnada es pintada, adornada de plumas, reunida en un canasto y sumergida en el “nido” de las almas, el agua de un lago o un río; ésa es la condición de su supervivencia, hasta de su reencarnación en forma de guacamayo. Baitogogo el confinado abusa de su mujer privándola de su supervivencia y privando a un hijo de su madre. Los dos héroes de M1 y M2 se niegan a tomar la distancia necesaria con el universo femenino.

Siguen historias de agua. El universo vegetal según los bororos implica, en su orden de aparición en la tierra, las lianas, el árbol jatoba y las plantas de los pantanos, que corresponden a los tres elementos: el aire, la tierra y el agua. En M2, el niño se hace celestial volviéndose pájaro, y atribuye la función “tierra” a su padre al cargarlo con el árbol jatoba; con mucha lógica, Baitogogo será el creador del agua, mediadora entre cielo y tierra.

Al término de la primera variación, el mito M2 se resume de este modo: un abuso de alianza aumentado de un sacrilegio desune el cielo y la tierra. El responsable restablece la mediación del agua y, habiéndose instalado por propia iniciativa en la morada acuática de las almas muertas, reanuda el contacto entre los vivos y los muertos trayendo los ornamentos y adornos a los vivos.