1954

 

 

 

La fundación de la Sociedad Española de Automóviles de Turismo (SEAT), plasmada en la aparición del primer coche digno de tal nombre —el modelo 1400—, fue demostración de que en España «empezaba a amanecer». En Madrid se había construido el primer rascacielos de la era moderna —el Edificio España—, al que llamaron la casa «del Taco», por la palabrota que se escapaba ante la visión del gigante arquitectónico. Todavía quedaba mucho camino por recorrer hasta alcanzar la normalidad y el nivel de vida de los países de nuestro entorno, nosotros con los salarios siempre a la zaga del coste de la vida, con un comercio exterior que debía salir del marasmo autárquico. Ya se vaticinaba que nuestra salvación económica vendría traída por el aluvión turístico que, en 1953, había registrado la presencia de 1.700.000 forasteros, y los augurios para 1954 señalaban que la progresión era ya indetenible.

 

Elecciones saneadas

 

La convocatoria de elecciones municipales que siguió a las sindicales, acogidas con el mayor escepticismo, marcó el límite del recurso al sufragio tolerado por el sistema, que no era otro que el nivel municipal. Tras años de haber condenado el sufragio inorgánico como un fraude consabido, hubo que improvisar un elogio de los comicios. El Diario de Barcelona publicó este texto aclaratorio, destinado a convencer de que las elecciones de «ahora» nada tenían que ver con las de tiempos pasados, alfonsinos o republicanos, marcadas por el pucherazo y la farsa. Éste era el texto aparecido en el veterano rotativo barcelonés: «¿De qué sirven las elecciones? De nada, es cierto, cuando los órganos de gobierno se confunden con "una arena donde luche la ambición y demás pasiones o, cuando más, en un liceo donde ostentan sus talentos y saber algunos oradores ilustres sin que, de tanto aparato, descienda hasta los pueblos una gota de provecho". Y de ludibrio colectivo, añadiremos por nuestra cuenta, cuando los cargos públicos se aprovechan por quienes los ostentan, habiendo sorprendido la buena fe de los electores, para su medro personal y lucro particular.

»Pero las elecciones sirven de mucho y bueno, cuando los candidatos ofrecen un mínimo de garantías de prestigio personal que permite confiar que se establecerá una comunicación franca y suave entre el Gobierno y los pueblos, en que no se malversarán los caudales públicos ni se antepondrán los intereses privados a los colectivos, ni se resolverán los negocios arduos sin oír, sobre el particular, el parecer de los gobernados.

»A votar, pues, eligiendo: éste es el imperativo categórico del día de las elecciones. En conciencia, nadie puede dejar de hacerlo. Pero cabe que, algunos, muy pocos habrán de ser, tengan tan endurecida o tal vez desviada su sensibilidad, que prefieran sumergirse en las turbias aguas del indiferentismo. Contra éstos, la ley establece adecuadas sanciones y la autoridad gubernativa ha hecho pública una voluntad indeclinable de aplicarlas sin contemplaciones. No lo olviden, pues, los reacios y los irreductibles.»

 

Retorno de la URSS

 

La muerte de Stalin trajo «el Deshielo», el aflojamiento del yugo que mantenía el hombre, cuya manía persecutoria tantísimas víctimas había causado. Esta suavización permitió la repatriación de un grupo de españoles, prisioneros de guerra pertenecientes a la División Azul, tras doce años de cautiverio. La llegada al puerto de Barcelona del vapor Semíramis, en el que viajaban los repatriados, proporcionó momentos de indescriptible emoción. Tanto fue así, que un famoso fotógrafo de prensa barcelonés —Pérez Rozas—, tras cumplir hasta el último momento con su misión de informador gráfico, incapaz de resistir la emoción cayó fulminado por un infarto.

Una gran multitud se aglomeró en los muelles propugnando por el reencuentro y el abrazo, tanto tiempo demorado. Entre las situaciones encontradas hubo de todo. Muchos de los que llegaban habían sido dados por muertos y alguno se enteró por un familiar de que su esposa, creyéndose viuda, había contraído nuevas nupcias. El general Muñoz Grandes, antiguo jefe de la División Azul, encabezaba la representación estatal, encargada de dar la bienvenida a los repatriados. Entre las jerarquías se hallaba el gobernador civil de Barcelona, el general Acedo Colunga, ya citado en otras páginas, quien fue protagonista de un chusco incidente. El hombre, impetuoso y vehemente, iba de acá para allá repartiendo abrazos por doquier. Al ver a un muchacho con cara de hambre y vestimenta raída, le espetó:

—Y tú, ¿qué tal, muchacho? ¿Has pasado mucho?

—Pues ya se puede usted imaginar; hambre toda la que quiera.

—Dime. ¿Cómo era vuestra vida?

—Pues fatal. Quitando a los enchufados del partido y a los mandamases del Sindicato, los demás teníamos que dedicarnos al estraperlo para vivir.

—Así me gusta. Esto debes contárselo a todo el mundo, para que se enteren de lo que es el paraíso soviético.

—Perdone usted, señor; pero yo creo que usted se equivoca. Yo no soy un repatriado. Yo vivo en el pueblo de Almería y he venido a esperar a un hermano mío que se fue a la División Azul porque aquí no tenía trabajo.

 

Operación C-2

 

Los síntomas de reactivación de nuestro comercio se hacían visibles en la puesta en marcha de operaciones de exportación, en las que agrupaciones sectoriales o gremiales —conserveros, metalúrgicos o químicos— se asociaban para promover y tramitar exportaciones. Así nacieron las operaciones M-l, S-2 o Q-4, cuya inicial identificaba a metalúrgicos, sederos o químicos. Como los hábitos intervencionistas todavía no habían sido desterrados, el papeleo era abrumador y las tramitaciones, laboriosas, pasaban por los ministerios de Industria, Comercio, Exteriores y hasta la Presidencia de Gobierno. Esta fronda inspiró un relato titulado Operación C-2, cuyo contenido críticamente bufo sufrió los rigores de la censura. La autoría se atribuyó al diplomático y escritor Enrique Llovet, de cuyo ingenio podía esperarse un modelo de humor como el desplegado en el tema de la Operación C-2. La C mayúscula anunciaba el nombre completo: Conejos-2.

El protagonista era un criador de conejos que tramitaba la exportación de una partida de animalitos, procediendo al llenado de impresos, y a la cumplimentación de los trámites burocráticos requeridos por la legislación exportadora. Ultimados los papeles tras complicadas gestiones, reparó en que la facilidad reproductora de los roedores le había jugado una mala pasada: el número de bestezuelas registrado en licencias, permisos, etc., etc., se había multiplicado vertiginosamente durante el tiempo empleado en las tramitaciones. Ello le obligaba a rehacer toda la documentación y a emprender un nuevo y agotador recorrido burocrático. Pero mientras el exportador consumía su tiempo de negociado en negociado rectificando cifras, una nueva carnada se encargaba de invalidar todos los trámites. Perdido en su peregrinar de ventanilla en ventanilla rehaciendo formularios, el protagonista acababa como un personaje de Kafka, en tanto los lepóridos seguían aumentando y aumentando... Como queda dicho, la obra, por su sarcástico contenido, no obtuvo el beneplácito de la censura.

 

El autodominio de Franco

 

El día 24 de diciembre tuvo lugar el esperado encuentro entre el Generalísimo y Don Juan de Borbón, quienes no se habían visto desde 1948, cuando su reunión en el Azor, en aguas del Cantábrico. Suspicacias y desconfianzas habían demorado este encuentro, muy ansiado por los monárquicos colaboracionistas, por más que la pactada educación en España del Príncipe Juan Carlos mantuviera un ligamen entre las dos personalidades. La entrevista tuvo lugar en la finca extremeña «Las Cabezas», propiedad del conde de Ruiseñada, una de las más significadas figuras entre los partidarios de la armonía entre Franco y el pretendiente.

Tras los saludos de rigor, reuniéronse los dos protagonistas a solas y el coloquio se alargó durante horas. Cuando al fin se produjo una pausa, salió Don Juan disparado hacia el mingitorio, mientras que Franco no parecía sentir necesidad fisiológica alguna. Al salir Don Juan del urinario, preguntóle sobre la marcha del encuentro una de las personas de su séquito. A lo que Don Juan hubo de responderle:

—¡Qué se puede esperar de un hombre que ni bebe, ni fuma... ni mea!

 

«Felicitadme. ¡Soy madre!»

 

El día 9 de diciembre, el Caudillo tuvo su primer nieto varón. El día 15 había sesión plenaria de las Cortes, y en ella el presidente de las mismas, don Esteban Bilbao, leyó una carta del conde de Argillo, abuelo paterno del recién nacido, en la que textualmente manifestaba «su deseo de interesar de los poderes públicos para que, previos los trámites legales a que hubiera lugar, se autorizase el que dicho vástago y su descendencia masculina llevaran el nombre de Francisco Franco, en recuerdo de su ilustre ascendiente, nuestro invicto Caudillo».

El presidente de las Cortes, terminada la lectura del pintoresco escrito del conde de Argillo, se dirigió a los señores procuradores y, después de ensalzar la obra de Franco, sometió a la consideración de la Cámara el siguiente acuerdo: «¿Acuerda la Cámara, solidarizándose con los deseos del excelentísimo señor conde de Argillo, que son también los de los padres del recién nacido, y como homenaje de las Cortes al Jefe del Estado, que su primer nieto varón pueda, previa trasposición de sus dos primeros apellidos, ostentar en vida y para su descendencia el nombre de Francisco de Asís Franco y Martínez y, en consecuencia, dirigirse al excelentísimo señor ministro de Justicia, a fin de que por éste se dicten las disposiciones necesarias al mejor y más exacto cumplimiento de este deseo de las Cortes españolas? [Aclamación general.]

»Así se acuerda por aclamación.

«¡Francisco Franco, primer nieto varón de Francisco Franco, Caudillo de España! [Grandes y prolongados aplausos.]»

Se dijo que el marqués de Villaverde, padre del niño, a quien no faltaba sentido del humor, puso un telegrama a sus íntimos con el siguiente texto:. «Felicitadme. ¡Soy madre!»

El tema propiciaba el chiste, y uno de los más celebrados fue aquel que aseguraba que «el neonato sería incapaz de sentarse, porque le habían puesto lo de delante atrás».

 

Elecciones con candidatura imprevista e incómoda

 

En el año que repasamos se convocaron elecciones municipales en Madrid. De atenernos al saneamiento que se había divulgado, en reivindicación del acto electoral como incitación al ejercicio del voto, era de suponer que las candidaturas que pudieran presentarse gozaran de crédito y dispusieran de una igualdad de oportunidades, dado que todas estarían en «la línea del Movimiento Nacional». Pues bien, un grupo de personalidades integrado por Juan Manuel Fanjul, Torcuato Luca de Tena, Joaquín Satrústegui y Joaquín Calvo Sotelo decidieron presentarse juntos en una candidatura, bajo la etiqueta de «monárquicos», cosa nada chocante ya que España era oficialmente un «Reino» desde el referéndum de 1947.

Hubiera sido imposible encontrar nombres tan ligados a la causa del Movimiento como los que ostentaban los candidatos que se titulaban monárquicos. Se presentaba otra candidatura, la «oficial», patrocinada por el partido único, de la que formaban parte José Antonio Elola-Olaso, Felipe Gómez-Acebo, Manuel Pombo y Vicente Salgado. La diferencia entre la prosapia de unos y de otros era flagrante.

Pero la presencia de la candidatura imprevista hizo cundir el pánico. El recuerdo del 12 de abril de 1931, cuando unas sencillas elecciones a concejales provocaron un cambio de régimen, se impuso con alarma.

Y la campaña electoral de los monárquicos se vio obstaculizada por coacciones, impedimentos y trabas. Pese a todo, en vísperas de la consulta, unos sondeos daban por segura la victoria del cartel «no oficial».

El día antes de los comicios, curándose en salud, un comentarista político —José Ramón Alonso—, hablando por Radio Nacional sostuvo que «el resultado electoral era absolutamente intrascendente, y que por nada cambiaría, fuere cual fuere el resultado de las urnas, porque el Régimen no se apoyaba en las urnas: el Régimen se apoyaba en las trincheras».

Ante la amenaza de la derrota de los candidatos oficiales, se impuso la práctica del «pucherazo», al más puro estilo caciquil. Y así se hizo. Quedó demostrado que elecciones sí; pero para que las ganen los previstos por el mando.

La victoria de la candidatura encabezada por Elola-Olaso fue abrumadora. El colofón lo puso el diario Arriba que, comentando el resultado y saliendo al paso de la «intrusión» de los monárquicos, se expresó de esta manera: «Rechazando los propósitos de maniobra política, los madrileños se volcaron en las urnas, votando la candidatura encabezada por el camarada Elola-Olaso. El pueblo ha llegado a una madurez extraordinaria en lo político, y no cae ya en el juego al viejo estilo dejándose prender por torpes propagandas facilonas.»

 

Polémica a vueltas con la censura. Habla Ecclesia

 

En mayo de 1954, don Jesús Iribarren, director de la revista Ecclesia, después de haber asistido al VI Congreso Internacional de la Prensa Católica celebrado en París, escribió un artículo en la revista, al que pertenecen los siguientes párrafos: «...La censura sistemática rebaja el nivel profesional del periodista y el colectivo de la prensa; el de aquél, porque se siente desestimado y sospechoso, irritado como un colegial que sólo puede ir a la escuela de la mano protectora de la "chacha"; porque pierde estímulo para la información y valor para el comentario, y termina abdicando del poder cuyo cetro era la pluma estilográfica, por esperar las órdenes que le llegaban por el telegrama circular; el de ésta —de la prensa—, porque pierde la fe del público, se uniformiza y hace gris, vive en ambiente de atonía y temor, colabora a paso de marcha, le quita gusto y alegría a una colaboración que, de otra forma, sería sincera y fresca, aunque a veces fuera crítica...

«Desde un ángulo puramente periodístico, la censura tiene muchos más inconvenientes que ventajas. Por lo pronto, por muy bueno y hasta devoto que un periódico sea, nada tiene que agradecer a la censura si ésta le impide su función esencial de periódico: informar. Sólo después de la información, o simultáneamente con ella, viene el deber de opinar y enjuiciar los hechos o las doctrinas correctamente. Pero si, llenos de encíclicas y pastorales, los periódicos de un país no sirven para que, de aquí a un siglo, el historiador pueda reconstruir "toda" la vida pública de estos quince años [desde el final de la guerra civil], a base de hojear los volúmenes de una hemeroteca, porque todo un enorme caudal de información política, religiosa, económica, social, científica se filtró por las arenas del rumor de la tertulia, de la carta multicopiada, de la prensa y radio extranjeras, del boletín confidencial, pero no llegó a la prensa, ésta ha traicionado su esencia misma. ¿Cómo puede ser ideal un régimen de prensa según el cual lo periodístico haya que buscarlo fuera de los periódicos?»

 

La polémica: responde Arias Salgado

 

En el número 289 de El Español, el ministro de Información y Turismo, señor Arias Salgado, contestaba así al escrito de Iribarren: «Al parecer, para el señor Iribarren todo puede ser material legítimamente noticiable; es decir, que los criterios a los que se ha de ajustar el periodista en su actividad no han de entrar en juego para discriminar si es o no moral, correcto, conveniente, justo y oportuno dar cabida a una determinada información o, a lo sumo, han de entrar simultáneamente con la noticia...

»A nuestro entender, esto sería sencillamente arriesgarse a conceder los mismos derechos y poner al mismo nivel todas las religiones y todas las doctrinas más opuestas a la verdad y a la falsedad, al bien y al mal. Para el mal, para lo que pueda dañar la salud espiritual, moral, política o material de los individuos, de las familias y de la comunidad no puede ni debe permitirse que sean utilizados los medios de difusión y, mucho menos, medios de tan largo alcance como la prensa que, una vez en la calle, no reconoce límites de edades, ni fronteras de preparación, ni distingue entre niveles culturales y religiosos.

»Que el Estado cumpla esta misión, de tutela y defensa de la comunidad frente al mal, nada tiene que ver con la mayoría de edad de un país. Es, nada menos, que una obligación contenida, según explican los teólogos juristas en el Derecho Natural, máxime cuando se trata de un Estado católico, y del Gobierno de un país íntegramente católico.

»¿Pero es que de verdad existe un enorme caudal de información política, religiosa, económica, social, científica que no llegó a la prensa en lo que tiene de constructivo y aceptable y, en cambio, se filtra en el rumor de la tertulia, la carta multicopiada o la prensa y radio extranjeras? ¿Es que el pueblo español no ha estado perfectamente informado durante estos últimos quince años de todo lo verdadero, útil y conveniente?

»¿Es que, a raíz de una guerra larga y apasionada y en medio de un mundo hostil, se podían abrir las columnas de los diarios españoles a todos los chismes, calumnias, rumores, insidias, medias verdades, omisiones, falsedades y rescoldos rojos y separatistas, armas siempre útiles, siempre manejadas por enemigos exteriores e interiores de la unidad, la libertad y la recuperación de España?

»En el caso que nos ocupa, pudo y debió prever el señor Iribarren las repercusiones de su artículo, cosa que no quiso tener o, por lo menos, no tuvo en cuenta y a lo que la responsabilidad de su cargo le obligaba muy seriamente.»

 

Utilidad de la prensa en la era Arias

 

El padre del que sería ilustre magistrado, vilmente asesinado por ETA, Francisco Tomás y Valiente, aleccionaba así a su hijo adolescente sobre la utilidad de los periódicos en la época de la censura:

—Hijo: en estos tiempos la lectura de los periódicos sólo sirve para estas tres cosas: enterarte de los resultados de los partidos de fútbol a efectos de las quinielas, consultar la cartelera de espectáculos y saber cuáles son las farmacias de guardia.

 

En la muerte de Eugenio d'Ors

 

El 25 de setiembre de 1954 falleció en Villanueva y Geltrú el escritor, filósofo y esteta Eugenio d'Ors y Rovira, uno de los más destacados representantes de la generación de 1914. En la hora de su muerte se recordaron múltiples anécdotas debidas a su agudo ingenio. En cierta ocasión leyó un artículo suyo recién escrito a una persona de su confianza y le preguntó:

—¿Está claro?

—¡Clarísimo, maestro! —le respondió. Y como a D'Ors le gustaba que su prosa tuviera profundidad estilística y densidad conceptual, replicó:

—Pues ¡oscurezcámoslo!

El mismo D'Ors explicaba, con fino humor a costa propia, una anécdota protagonizada por dos franceses, muy interesados en la literatura hispánica y, en conversación, uno de ellos preguntaba al otro:

—Connaissez vous l'oeuvre D'Ors?

A lo que obtuvo esta réplica:

—Pas du tout: maisje connais bien les «Hors d'Oeuvre».

 

Crónica macabra

 

En enero de 1954, la policía madrileña tuvo unas confidencias acerca de unos hechos sospechosos de delito, ocurridos en una casa residencial, sita en la calle de la Princesa. La casa era habitada por doña Margarita Ruiz de Lihory, baronesa de Alcahali que, en tiempos, había merecido la atención de la prensa —se recuerda especialmente un reportaje aparecido en el semanario Estampa— por haber sido una de las primeras mujeres, con Victoria Kent, Clara Campoamor y Matilde Huici, que obtuvieron la licenciatura en Derecho y constituyeron la vanguardia del feminismo hispánico. Personada la policía en la casa en cuestión, se enteraron del reciente fallecimiento de Margot, hija de la propietaria, y al practicar el registro correspondiente hallaron restos humanos sumergidos en frascos con alcohol, entre ellos, una mano cortada.

La intervención del juez autorizó la exhumación del cadáver de la hija, a la que le faltaba la mano hallada, los ojos y otras partes del cuerpo que habían sido amputadas. La noticia adquirió caracteres sensacionalistas. Se descubrió que doña Margarita tenía un caserón en la calle Mayor de Albacete, en el que estaba instalado un laboratorio donde se manipulaban restos humanos, mechones de vello púbico y otros despojos igualmente macabros. Se habló de ritos satánicos, de ceremonias dedicadas al culto de la transmigración de las almas...

El hecho de que doña Margarita fuera persona con historia hizo que el suceso trascendiera y, al propio tiempo, se silenciaran muchos de sus aspectos más comprometedores. Ella había sido pareja extraconyugal de un famoso periodista que, tras múltiples avatares ideológicos, ocupaba una posición tan preponderante como la de embajador en el régimen de Franco. Y entre los episodios más notorios de la relación estaba una escapada a Cuba, país en el que el periodista llegó a director del Diario de la Marina.

El caso de «la mano cortada» hizo revivir los antañones tiempos de la literatura de cordel, cuando los crímenes y demás sucesos de la crónica negra se cantaban en aleluyas. La dedicada a doña Margarita decía: «En la calle de la Princesa / vive una vieja baronesa / que diseca con gran maña / toda clase de alimañas. / A su bella hija Margot / la mano le cortó. / Moraleja: / Esconde la mano que viene la vieja.»