1943
Cortes Españolas hechas a medida
En el transcurso de un año, entre 1942 y 1943, la guerra mundial había dado un giro de 180 grados. Los anglosajones habían desembarcado en el norte de África, Rommel había sido derrotado en El Alamein. Y la Wehrmacht había experimentado el desastre de Stalingrado. La nueva configuración de fuerzas en el Mediterráneo auguraba un desembarco en Italia, dada la debilidad del ejército italiano, en un país que empezaba a estar harto de guerra.
En el Pacífico, desde la batalla de Midway, los japoneses empezaron a darse cuenta de la temeridad que había sido desafiar al enorme potencial yanqui.
Estos cambios habían propiciado un arreglo o maquillaje en la estructura del Estado salido de la guerra civil. En marzo de 1943 se había procedido a la solemne inauguración de las Cortes Españolas, cámara corporativa elegida por sufragio orgánico, que acogería, con la categoría de «procuradores», a los representantes de la familia, el municipio, el sindicato, las entidades representativas, los colegios profesionales, etcétera, lo que permitió para definir el régimen enarbolar el concepto de «Democracia Orgánica», ahuyentador de cualquier sambenito totalitario o fascista al régimen.
Creadas las Cortes por decreto, los medios informativos se apresuraron a explicar su funcionamiento y, algo muy importante: cómo debían vestir los señores procuradores. He aquí el detalle: «Hoy han sido cursadas ya las citaciones a los señores procuradores para la sesión de apertura. En ellas se establece el traje con el que han de hacer su presentación, que será de levita, chaqué, uniforme de diario o traje negro... Para aquellas sesiones especiales que establezca la presidencia será obligado el frac o traje de gala... Para una mayor efectividad, el trabajo de las Cortes será por Comisiones. También se celebrarán sesiones plenarias, las que no serán públicas, a no ser que así se acuerde por el presidente de las Cortes con el Gobierno... La Prensa no tendrá acceso más que a las sesiones de carácter público, y para permanecer en el local del Palacio se exigirá una tarjeta especial, que se facilitará a periódicos y agencias informativas.» (Agencia Cifra.)
Franco, en el discurso que pronunció en el acto de la inauguración de las Cortes, se refirió a la estructuración orgánica con estas palabras: «Hemos de hacernos el traje a nuestra medida, español y castizo; que si el régimen liberal y de partidos puede servir al complejo de otras naciones, para los españoles ha demostrado ser el más demoledor de los sistemas, incompatible con la unidad, la autoridad y la jerarquía...»
En alusión al curso de la guerra mundial, Franco sostuvo esta extraña apreciación: «En la gran contienda universal, se ha llegado a lo que pudiéramos llamar uno de esos "puntos muertos" en la lucha, pese a los optimismos que preceden a todo gran esfuerzo. Ninguno de los dos beligerantes tiene fuerza para destruir a su adversario. Juzgo insensato retrasar la paz...»
Masonería, sinónimo de traición: «¡Españoles, recordad!»
Con este llamativo toque de atención publicaba El Español este resumen de agravios históricos, tras los que se ocultaba la acción siniestra de la secta. Éste era el texto:
«1. La Masonería ha sido siempre el mayor enemigo de España. Ha buscado su ruina, en beneficio del extranjero.
»2. La Masonería constituyó el elemento propulsor de los desastres nacionales contemporáneos.
»En Cuba y Filipinas minó la moral de las poblaciones y creó la red de traidores que mantuvieron la rebeldía.
«Simultáneamente, extendió por España sus tentáculos, "trabajando" el Parlamento que hizo posible la gran traición.
»La Masonería internacional colaboró en París en la protocolización de nuestro despojo.
»3. La Masonería creó, en Barcelona, la agitación contra el embarque de nuestros soldados para Marruecos, dando lugar a la tristemente famosa "semana trágica catalana", al servicio del colonialismo galo.
»4. La Masonería minó los cimientos de nuestra Monarquía, adueñándose de los partidos políticos liberales, a través de sus jefes y principales dirigentes.
»5. La Dictadura cayó bajo el impulso ruin del trabajo de las logias y de los agentes de las mismas, hábilmente manejados desde el extranjero.
»6. La República se bautizó a sí misma como la más masónica que hubiera podido crearse. Masones fueron la casi totalidad de los ministros, subsecretarios y directores generales, y más del 60 por ciento de los diputados a Cortes.
»7. Entre los grupos rebeldes que luchan en las montañas yugoslavas figura el comunista que, bajo la obediencia del Komintern, prepara, intentando rebasar al coronel Mihailovitch, la implantación de la República soviética yugoslava.
»8. Un millón y medio de polacos han desaparecido sin dejar rastro durante la ocupación por los soviets de la Polonia oriental.»
El escrito de los procuradores: «¡Qué impertinentes!»
Un grupo de personalidades, designadas para ostentar el cargo de procuradores en las Cortes recién constituidas, tuvo a bien dirigir, con el debido respeto, un escrito a Franco en el que planteaban su preocupación ante el futuro, y sugerían la conveniencia de coronar el Nuevo Estado restaurando la Monarquía.
Franco, en discurso pronunciado el 18 de julio ante el Consejo Nacional, desechó la pretensión de los firmantes, sin más. Véase de qué modo Luis de Galinsoga comentó la osadía de los procuradores: «No han faltado en el discurso del Caudillo ante el Consejo Nacional, como no podían faltar tratándose de una pieza dialéctica política, las alusiones claras y estrictas, enérgicas e inexorables, a aquellos tripulantes de nuestra nave que, quebrantando un juramento prestado alegremente en pago precario a representaciones y plumajes políticos generosamente otorgados, han intentado sembrar la desconfianza en el piloto. ¡Y sobre qué materia, justos cielos! Sobre materia que se refiere a la regulación de la posición española ante el curso de los acontecimientos internacionales. Es decir, en aquella área en la que —siendo en todas acertada, prudente y fecunda su labor de gobernante y estadista— tiene el Caudillo acreditada especialmente la sabiduría, el tacto y la eficacia más operante que jamás desplegó hombre alguno de Gobierno, y a través de la Historia. Sólo un prurito de impertinencias, en el más venial de los casos, cuando no una complicidad con la traición, puede intentar el desatino de guiarle los pulsos serenos, dignos y gallardos al Caudillo de la Paz...» (La Vanguardia.)
Las tentaciones pecaminosas de la estación estival
El tema de la decencia pública tenía su caballo de batalla al aproximarse los meses de verano. Los padres de la Iglesia habían sido taxativos en su condena al espectáculo playero. Así, el padre Quintín Sariego, de la orden capuchina, lo calificaba de este modo: «Es muy verosímil que el espectáculo más inverecundo e inmoral, legalizado en la sociedad moderna, sea el que ofrece la playa... No hay pues, en la conducta social de la mujer, una acción más grave, más excitante al pecado feo que la que realiza, tranquilamente, en sus baños públicos en la playa. Son ocasiones próximas de pecado mortal...»
Por su parte, el padre Laburu, sabio jesuita que en la anteguerra adquirió justa fama de orador sacro, analizaba en su opúsculo «Las playas en su aspecto moral», el deleite del hombre normal ante las carnes femeninas, expuestas, sin rubor alguno, en el más sucinto de los atuendos. Éstas eran sus palabras referidas al desnudo femenino: «...la exhibición impúdica hace que las pasiones se desborden en lujuriante actividad y violen, por tanto, procazmente los altos fines de la Divina Providencia...»
Ante estas condenatorias definiciones de orden moral, la Dirección General de Seguridad tenía dispuesta una circular que se divulgaba siempre al aproximarse la estación estival. Y a fin de que la moralidad pública no saliera malparada, daba las siguientes órdenes, tras el introito correspondiente: «Al acercarse la estación estival y en defensa de la moralidad pública, esta Dirección General hace públicas las siguientes disposiciones, habiéndose cursado a las autoridades competentes instrucciones en el sentido de imponer sanciones a cuantos las infrinjan:
»1. Queda prohibido el uso de prendas de baño indecorosas, exigiendo que cubran el pecho y espalda debidamente, además de que lleven falda para las mujeres, y pantalón de deporte para los hombres.
»2. Queda prohibida la permanencia en las playas, clubes, bares, etc., bailes y excursiones en general, fuera del agua, en traje de baño, ya que éste tiene su empleo adecuado y no puede consentirse más allá de su verdadero destino.
»3. Queda prohibido que hombres y mujeres se desnuden y vistan en la playa, fuera de la caseta cerrada.
»4. Queda prohibida cualquier manifestación de desnudismo o de incorrección, en el mismo aspecto, que pugne con la honestidad y el buen gusto, tradicionales entre los españoles.
»5. Quedan prohibidos los baños de sol sin albornoz, con excepción de los tomados en solarios tapados al exterior.
»6. Por la autoridad gubernativa se procederá a castigar a los infractores, haciéndose público el nombre de los corregidos.» (Agencia Cifra.)
El baile, diversión nefanda remedo de la fornicación
El baile agarrao, como se decía castizamente, era objeto de anatemas, empezando por unos carteles en los que aparecía un demonio como pareja de baile, y la recomendación de «¡Joven, diviértete de otra manera!». El padre Avellanosa, ya citado en sus desvelos en pro de la moralidad, analizaba con notable perspicacia y sobrada malicia cuáles eran los efectos eróticos de la danza. Ésta es su descripción: «El contacto prolongado de caras, pechos, cinturas y vientres encierra enorme capacidad de las más graves excitaciones sexuales, cuyo fin lujurioso conduce al placer de la fornicación, completo e incompleto. El baile es el ejercicio público de la lascivia...»
En este mismo orden condenatorio apareció, algún tiempo después, una pastoral del cardenal Segura, el íntegro arzobispo de Sevilla, cuyo título era: «Sobre los bailes, la moral católica y la ascética cristiana.»
En ella, el prelado hispalense sacaba a colación una vieja condena que databa del siglo XVIII, debida al jesuita padre Calatayud, quien condenaba el baile en estos impresionantes términos: «El baile es gavilla de demonios, estrago de la inocencia, solemnidad del infierno, tiniebla de varones, infamia de doncellas, alegría del diablo y tristeza de los ángeles...»
Perfil del gran estraperlista «ricachísimo»
En la configuración social de la España de 1942 había ya adquirido carta de naturaleza, con ribetes ostentosos y tolerancias sospechosas, la figura del gran beneficiario del mercado negro, o sea, del gran estraperlista. Éste era un hombre que iba delatando una opulencia que contrastaba con la miseria ambiente. Era el personaje que tenía siempre mesa reservada en las salas de fiesta de mayor lujo —la Rosaleda, el Cortijo o la Parrilla del Ritz en Barcelona, o en Pasapoga en Casablanca y Jhay en Madrid— y frecuentaba las barras más de moda de los bares de alterne, con las más despampanantes y más caras señoras, de aquellas que cantaban: «La honra la perdí / pero vivo superior...»
Y estos bares eran Pidoux, Aquarium y Chicote en Madrid, y Marfil, Guinea o Clásico en Barcelona. Para ellos no existían prohibiciones ni carencias. Se los veía en los toros, en el fútbol, en los estrenos de Celia Gámez o aplaudiendo a Trudi Bora, vedette de la que se decía: «Si eres persona decente, / líbrate de Trudi Bora / como de una serpiente.»
Sus posibilidades llegaban hasta el punto de tener coche de importación, a los que se llamó el haiga, porque a un nuevo rico, tan rico como inculto, se les escapaba el decir haiga; y que la cosa era frecuente entre iletrados lo demuestra que, a otro de la cofradía a quien le contaron el dicho, confesó ingenuamente: «Pues no creo ser yo quien lo haiga dicho.»
La figura de la querida se había impuesto como signo externo de opulencia y atributo del estraperlista y hasta las esposas aceptaban su presencia como elemento indispensable del estatus de su marido. Se cuenta que en una representación de ópera, en el Liceo de Barcelona, se produjo el siguiente diálogo entre una pareja, él estraperlista de alto copete. Le dice el marido a su esposa:
—¿Ves aquella chica que está en la butaca del pasillo de la fila tres?, pues es la querida de Roura.
Y ella, tras examinarla con mirada competente, le contesta:
—Me gusta más la «nuestra».
El rey del estraperlo: el que en su casa se comía a la carta
La figura del auténtico rey del estraperlo se encarnó en la persona de Julio Muñoz Ramonet, empresario del textil cuyas andanzas en aquellos años, de tan geniales, llegaron a ser del dominio público. Hombre dotado de un gran sentido económico, expertísimo en la especulación y carente de escrúpulos, tenía que moverse como pez en el agua en aquellas turbias circunstancias. Hombre espléndido, que sabía gratificar con influencias en el mundo de la política y con un concepto muy peculiar de la ética de los negocios, su carrera había de ser espectacular. La inflación reinante, la seguridad de que el simple paso del tiempo revaloriza los bienes y aumenta los precios, inducían a un audaz como Muñoz a maniobrar siempre con dinero procedente de créditos. De aquí las peticiones crediticias que se solían hacer, con la garantía de una solvente disponibilidad de materias primas, valor más seguro que el dinero o unos inmovilizados de maquinaria vetustos y obsoletos.
En cierta ocasión, Muñoz aguardaba la visita de una inspección bancaria, destinada a informar sobre el activo de sus empresas, informe del que dependería la concesión del crédito que había solicitado. El día anunciado, los peritos bancarios iniciaron su visita por una de las factorías; recorrieron los almacenes y comprobaron que rebosaban de balas de algodón. Después revisaron la contabilidad y vieron que todo estaba en orden. El horario de la visita estaba cuidadosamente calculado para hacer coincidir su terminación con la hora de la comida. Los inspectores fueron invitados por Muñoz a un opíparo ágape en su casa que se prolongó en larga sobremesa. Hay que aclarar que, en su casa, se comía siempre a la carta. Mientras tenía lugar el festín, una flota de camiones cargaba aceleradamente las existencias del almacén visitado y las trasladaba al almacén de la factoría que debía ser inspeccionada por la tarde. La inspección vespertina permitió a los enviados bancarios verificar que el estado de los stocks de la segunda factoría era tan satisfactorio como el de la visitada con anterioridad. Por la noche, a la hora de la cena, repitióse la mudanza a un tercer almacén que debía ser recorrido al día siguiente. Ni que decir tiene que Muñoz obtuvo el ansiado crédito. En otra ocasión materializó una operación de exportación para la que gozaba del correspondiente crédito y que no era más que un gigantesco fraude, descubierto de la más aparatosa manera. Al estar cargando en el muelle las cajas con el marbete de «Producto Manufacturado para la exportación» desprendióse una de ellas del aparejo que la sostenía, pendiente de una grúa, estrellándose y reventándose contra el suelo con gran estrépito y ante las mismas narices del personal de aduanas y carabineros, quienes quedaron atónitos al descubrir que el contenido de las cajas era grava. El representante de Muñoz que supervisaba el embarque partió despavorido a informar a su patrón de la catástrofe sobrevenida. Pero Muñoz no era hombre propicio a perder la calma. Su personalidad había llegado a lo imponente, a considerarse por encima de toda sospecha. Y después de pedir al cajero un grueso fajo de billetes, se personó en el muelle, hizo un generoso donativo a los testigos presenciales, y la exportación de grava, declarada en el manifiesto de embarque como «Producto Manufacturado», siguió su curso, como si allí no hubiera pasado nada. Muñoz, convertido en hombre omnipotente, extendió sus posesiones con grandes almacenes y coronó su carrera casándose con la hija de Villalonga, que era como casarse con el Banco Central.
Después, los tiempos cambiaron; su aptitud para medrar en circunstancias propicias a la especulación más desmedida dejó de ser operante. Su estrella declinó, y el resto de su existencia se vio envuelta en litigios y querellas, rastro de unos tiempos turbios.
Recogida de niños abandonados y mendicantes
La Alcaldía de Madrid ha hecho pública la siguiente nota: «Incrementada últimamente la mendicidad callejera y habiéndose notado, también, que un número de niños viajan en los topes de los tranvías, esta Alcaldía, velando por los intereses de los madrileños, con el propósito de evitar molestias y peligros, dispuso que se intensificara la recogida de mendigos y que a aquellas personas que viajaran en los topes de los tranvías se les impusiera una multa de cinco pesetas. En la actualidad, por haber infringido esta disposición municipal, se hallan retenidos diez y seis niños, de los cuales cinco son mendigos profesionales y cuatro lo son a requerimiento de sus propios padres, para ver si corrigen su conducta, y el resto se encuentra en espera de que, por sus familiares, se abone la cantidad correspondiente a la sanción impuesta.» (ABC.)
¡Albricias! Novedad en el racionamiento
Al anunciarse el reparto que tocaba en la semana 22 de 1943, los españoles pudieron leer lo siguiente:
«Reparto de Queso: Mañana lunes se hará un reparto en las tiendas acostumbradas, de cien gramos por ración, de queso contra entrega del cupón número 34 de "Varios", a las cartillas familiares que tengan ocho o más raciones. Los precios que regirán serán los siguientes:
»Queso "bola" semiduro, 16,45; queso estilo Gruyere, 20,15 pesetas.
»E1 público podrá elegir entre las variedades de queso señaladas dentro de las existencias de cada tienda, si bien con la obligación de adquirir de una misma clase la totalidad de las raciones que, según su libreta, le correspondan.» (De los periódicos.)