1950
A los once años del término de la guerra civil, la situación de España era patética. El problema de la falta de fluido eléctrico gravitaba penosamente sobre una colectividad que, en 1950, atravesó períodos de cinco días sin luz ni fuerza. Este mismo año, en el mes de julio, Barcelona tuvo graves problemas en el suministro de agua. Las ciudades reflejaban un abandono perceptible en el estado lamentable de las vías urbanas. En un momento dado llegó a escribirse sobre las calles de Madrid lo siguiente: «Madrid ofrece el aspecto del más lamentable abandono con piedras hendidas, zanjas por todas partes, bocas de riego desfondadas, adoquines levantados...»
Las restricciones eléctricas, unidas al mal estado del alumbrado público, hacían de las noches algo lúgubre, siniestro. Una estadística, hecha en 1950, revelaba que, sobre los 2.008 puntos de iluminación existentes en el distrito de Universidad, 1.245 estaban inutilizados. Sobre el estado general del suelo de la capital habla este delicioso comentario, debido al gran humorista Mingote, aparecido en la revista Semana: «Entre las noticias de la semana pasada hay una, por demás optimista y alentadora, que no dudamos en reproducir, tal como viene, para satisfacción de nuestros lectores. Dice así:
»"En la Casa de Socorro de Fuencarral fue asistida Paulina Gallego Agai, de sesenta y cinco años, que presentaba alarmantes síntomas de asfixia a causa de haberse atragantado con un trozo de carne, que se le alojó en la tráquea.
» "Cuando era trasladada al Hospital Provincial en una ambulancia, el movimiento del vehículo motivó que el obstáculo fuera expulsado, con la consiguiente mejoría de la enferma.
»"Esto muestra, una vez más, que la sabia Naturaleza sabe muy bien lo que se hace. Las calles de la Villa, donde los agentes atmosféricos y mecánicos dejan huella 'natural' de baches, agujeros e irregularidades diversas, provocaron un 'natural' traqueteo en la ambulancia donde iba la señora, asfixiándose con un trozo de carne que fue, 'naturalmente', expulsado. Donde esté la Naturaleza, que se quite todo. De haber vivido en una de esas ciudades artificiosas, con las calles lisas y bien pavimentadas, otro gallo le hubiera cantado a doña Paulina."
«Coincidiendo con esta noticia, algunos lectores nos han escrito cartas contándonos sus casos particulares, todos los cuales demuestran la suerte que tenemos viviendo en esta villa privilegiada.»
Los tranvías, tema de coplas
El estado de los transportes urbanos, centrado en los tranvías, único medio, era ya tema de coñas. Una comedia musical de entonces, La Blanca Doble, alcanzó un gran éxito, en gran parte debido a una copla que se repetía hasta la saciedad en cada representación, y que decía: «En un carro de basura / me he subido el otro día, /que por sucio y por cansino / me creí que era un tranvía. / Estribillo: / ¡Ay que tío! / ¡Ay qué tío! / ¡Qué puyazo le ha metió!»
La Renfe y sus desdichas
En 1941, los ferrocarriles se convirtieron en empresa pública. Así nació la Renfe, Red Nacional de los Ferrocarriles Españoles, y, al poco tiempo, hablar de Renfe era sinónimo de calamidad.
Si tenemos en cuenta que, al término de la guerra, el material ferroviario inutilizado por las circunstancias bélicas ascendía a un 41,6 por ciento de las locomotoras, un 71,2 por ciento de los vagones para el transporte de viajeros y un 40,3 por ciento de los vagones de mercancías, nos explicaremos las razones del precario y arriesgado estado de nuestros caminos de hierro, y tanto más cuanto la reposición del material destruido tropezaba con carencias de toda índole.
Con estos antecedentes, viajar era una pura aventura. A partir de 1945, la vetustez del material y las deficiencias infraestructurales encadenaron una serie de accidentes de los cuales dejaron huella el sucedido en 1946, que fue la catástrofe de Cinco Casas, producida al embestir el expreso Madrid-Algeciras a un mercancías, con el resultado de 24 muertos y más de cien heridos. Ese mismo año se produjo un choque entre tres trenes en la zanja de la calle de Aragón en Barcelona. En 1947, por haber socavado una riada los estribos de un puente en la línea Soria-Calatayud, hubo doce muertos y cuarenta heridos. En el mismo año, en Villamayor de la Sierra, un choque reporta doce fallecidos y sesenta heridos. Posteriormente, en 1949, un descarrilamiento en Espeluy ocasiona siete víctimas mortales, y otro en Pozuelo, cuatro víctimas más.
Esta serie de desastres, unidos a otros siniestros de menor cuantía, crearon una psicosis de temor ante la eventualidad de un viaje en la Renfe, en el que si preocupaba el estado del material rodante, no era menor el recelo ante el precario estado de las vías, que obligaba a establecer límites a la velocidad. Tal vez por esta sucesión de siniestros, que hacían considerar los accidentes ferroviarios como algo habitual, el maquis decidió perpetrar una de sus más siniestras acciones, provocando el descarrilamiento del expreso Barcelona-Madrid, el 12 de febrero de 1949, entre las estaciones de Mora la Nueva y Guiamets, posiblemente presumiendo que el atentado quedaría impune, dada la frecuencia de los accidentes. Desde el primer momento se admitió la hipótesis de un sabotaje, lo que tuvo confirmación al observarse un desplazamiento de los carriles, por haberse extraído los tirafondos que los sujetaban. El criminal atentado dio un balance de cuarenta muertos y más de sesenta heridos.
El servicio que pudiera considerarse «normal», es decir sin catástrofe que reseñar, se caracterizó por la pesadilla de los retrasos y por las chanzas que bautizaban a los trenes con nombres tan pomposos como el Shanghai o el Transiberiano, debido a la eternidad de su recorrido. En la misma obra ya citada, La Blanca Doble, la letanía del «¡Ay qué tío!» también tenía una dedicatoria a la Renfe en el siguiente cantable: «Los viajes en la Renfe / sólo tienen una pega. / Que se sabe cuando sales / pero nunca cuando llegas. / ¡Ay qué tío!...»
Y siguen los prodigios
Si de los hechos presuntamente milagrosos, apariciones, curaciones, etc., nos trasladamos a lo sorprendente, tampoco podemos tildar a los años de la posguerra de aburridos. El diario Informaciones del 6 de julio de 1946 daba la siguiente noticia: «En Santander ha "hablado" un gato. Al menos, ha emitido sonidos en los que se pudieron percibir claramente los vocablos "¡Callad!", "¡Dejadme!", repetidamente. No puede suponerse que se trate de una broma, ni de un experimento de esa habilidad vulgar e impropiamente llamada "ventriloquia". El momento en el que el fenómeno se produjo no era muy apropiado. Se produjo durante un duelo.»
Hemos de saltar a 1950 para que se registre otro prodigio zoológico: el de la «gata con alas», que no fue una sino varias. La primera aparición fue en Madrid, y la gata en cuestión se llamaba Angolina, era blanca y tenía dos apéndices alados como los ángeles. Esto no fue más que el comienzo; al poco se reclamó la presencia de otro felino volador en Huelva. Éste era un gato de raza persa, del que su propietario juraba que unas protuberancias bien visibles eran alas. Y por último, Granada también presentó a Lo- bito, un gato de angora que batía sus alas con gran soltura.
Si de la teratología pasamos a la alquimia, la mítica aspiración de sintetizar el oro tuvo también su resonancia periodística y su resalte, como no podía ser menos, dada la condición de su protagonista. Una noticia de la Agencia Cifra de junio de 1950 decía textualmente: «El sacerdote don Miguel Quetglás afirma poder "fabricar" oro mediante procedimientos eléctricos a partir de elementos no auríferos. Sin embargo, don Miguel asegura que fabricar un miligramo de oro le cuesta lo mismo que una libra de pan. No ha dado a conocer detalles de su procedimiento, que afirma querer entregar solamente al Estado.»
El conocimiento divulgado de que la penicilina extraía sus virtudes curativas de un hongo causó verdaderos estragos entre lo más inculto de este país, que se dedicó al cultivo de una seta de repugnante apariencia, atribuyendo la fuerza inmunizadora en momentos en los que la gripe tenía caracteres epidémicos. La propagación del mito fue tal que hubo gente que hasta en los puestos de trabajo tenía la seta en maceración, confiando en que la bebida de su repelente jugo tendría virtudes curativas.
No fue menor la exaltación que produjo el atribuir a la jalea real el secreto de la eterna juventud. La noticia de que Su Santidad Pío XII debía su envidiable conservación a la toma de la prodigiosa pócima, según recomendación de su médico de cabecera el doctor Galeazzi-Lissi —que resultó ser un pájaro de cuenta—, hizo que los preparados a base de jalea real se vendieran como rosquillas, esperando de su ingesta un mágico triunfo sobre los alifafes propios de la senectud.
Días de exaltación: habla Millán Astray
Para la España de la posguerra, los años iban transcurriendo entre restricciones, racionamientos y penalidades, pero también, y tal vez como compensación, quedaba espacio para la exaltación. No había fecha que, presas del más abnegado entusiasmo, no la dedicáramos a una finalidad noble. Así nacieron el Día de la Madre, el del Padre, el Día del Valor, el Día de Gibraltar, el Día de las Misiones, el Día del Papel, el Día del Mar y, por supuesto, el Día del Caudillo. Su versión canora fue el Día de la Canción, fecha en la que los muchachos del Frente de Juventudes se lanzaban a entonar sus cantos como Prietas las filas, Montañas nevadas, En marcha las centurias, Yo tenía un camarada, etc. La campaña en pro del Día de la Canción se hizo mediante una encuesta a cargo del Frente de Juventudes. Los falangistas solicitaron a las más notorias personalidades de la vida española su opinión sobre «el valor de la canción como aliento y estímulo en el combate». La contestación del general Millán Astray, como uno de los encuestados, tuvo caracteres delirantes. Ésta fue su respuesta: «Me pedís, muchachos, que os cuente lo que sepa de la canción como aliento en el combate. Pues sé mucho: porque he cantado muchas veces en el combate, porque soy legionario y mi lema de guerra es "Legionarios a luchar, legionarios a morir". Y cuando los legionarios luchamos, y cuando vemos de cerca a la muerte, cantamos el Himno de la Legión, y cuando estamos alegres y contentos también lo cantamos, porque en el Himno de la Legión están las esencias más puras de nuestra alma: no sólo en la letra sino en la música, en el cante de los compases y en las vibrantes notas de las cornetas. Por eso, cuando en los hospitales me hacían curas dolorosas de las heridas, en la habitación de al lado ponían un piano, y un legionario tocaba el Himno de la Legión y El Novio de la Muerte, para no sentir el dolor. Otra vez, cuando acababan de amputarme un brazo, los legionarios heridos que estaban en el hospital se tiraban de sus camas, lo mismo los que podían andar como los que no, y —éstos arrastrándose— vinieron a mi cuarto a cantarme el Himno de la Legión: yo también me tiré de la cama, y puesto firme, rígido, canté con ellos. Otra vez, cuando me trasladaron en una camilla de un hospital a otro, herido de cruel balazo que me atravesó la sien, al pasar por Riffien, que es el cuartel de la Legión, salieron todos a cantar el Himno de Guerra, y me tiré de la camilla y canté con ellos también; y cuando enterramos a un legionario, cantamos, y cuando vencemos, cantamos, y cuando desafiamos al enemigo, cantamos, porque el cántico —en ciertos momentos— es un reto y un desafío. Y cuando la situación en el combate es de máximo peligro y se acerca más la muerte, la Legión, antes de morir —pues jamás se rinde—, canta... Ésa es la canción que nos sirve de aliento en el combate.
»Para vosotros, muchachos, los que estáis en los primeros peldaños de la escala de la grandeza de España, con mi gorro legionario en alto, canto para vosotros, como aliento para el combate con el que vais a llevar a España a la cumbre de su grandeza, el Himno de la Legión.
»Recibid el corazón de vuestro Millán Astray.»
El gol de Zarra, reivindicación histórica
Sucedió en los Campeonatos Mundiales de Fútbol celebrados en Brasil. En la eliminatoria de cuartos de final tocó a nuestro equipo nacional enfrentarse a la selección de Inglaterra. Y nuestra épica deportiva registró su momento estelar gracias al tanto marcado, en el Estadio de Maracaná, por Telmo Zarraonaindía, por el cual nuestra selección obtuvo el triunfo. La narración radial del histórico gol corrió a cargo del gran locutor Matías Prats, cantor de nuestras glorias deportivas y, en este caso concreto, su relato alcanzó tonos memorables. Ante el éxito salieron a relucir todos nuestros agravios históricos. El presidente de la Federación Española de Fútbol, el doctor Muñoz Calero, no pudo contenerse y celebró la victoria sobre la «pérfida Albión» provocando una queja diplomática de los aludidos. El Generalísimo envió un telegrama a los vencedores felicitándolos «por su brillante defensa de nuestros valores». Después de semejante gesta, no importó que Brasil nos goleara en las semifinales. El triunfo sobre los ingleses tenía carácter de revancha histórica, que vengaba a la Armada Invencible, a Trafalgar, a siglos de política británica que, desde Cromwell a Disraeli, no había tenido más objetivo en su proyección exterior que minar nuestro poderío en el mundo.
La votación de la ONU: otra reivindicación
La oposición entre los dos bloques en que se había escindido el planeta había entrado en lo que se llamó «la guerra fría», que aquel año se calentó en tierras de Corea. En este contexto, el régimen de Franco, convertido, según frase de un jerarca, en «Hirsuto baluarte antisoviético», merecía una reparación. Y el 5 de noviembre de 1950, la Asamblea General de las Naciones Unidas propuso la derogación del acuerdo de 1946, que implicaba la ruptura de relaciones diplomáticas con la España de Franco. La Asamblea puso fin al aislamiento por 38 votos a favor, 10 en contra y 12 abstenciones. Los que votaron en contra fueron: Bielorrusia, Checoslovaquia, Guatemala, Israel, Méjico, Rusia Soviética, Ucrania, Uruguay, Polonia y Yugoslavia. Los comentarios patrios resaltaban que el éxito hispano en la votación era un triunfo en toda línea contra la «conjura judeo-masónica» enemiga del régimen español. La bomba atómica rusa, la sovietización de Checoslovaquia, el bloqueo de Berlín y el triunfo de Mao perfilaban una amenaza comunista ante la cual no podía olvidarse un país como España, cuya adhesión a la causa occidental llegaba hasta el punto de ofrecer a Estados Unidos un contingente de tropas para luchar en Corea.
Se alza una voz
Los perfiles consolidados que ofrecía la España franquista fueron definidos, con bastante acierto, por un senador americano como «una dictadura suavizada por la corrupción», gracias a lo cual habían medrado un tropel de logreros. Frente a este estado de cosas y rompiendo el silencio colectivo, se alzó la voz del general Yagüe, cuya vehemencia le impidió silenciar lo que saltaba a la vista. Y sus palabras resonaron fuertemente, en un acto cuya presidencia ostentaba como capitán general de la II Región, en Burgos. Ésta fue su queja: «... ahora que estamos viendo cómo al lado de hombres sólidamente preparados, que son honrados y que tienen que luchar a brazo partido con la dureza de la vida, hay otros, incultos, ineducados, sin más bagaje que su habilidad para comprar conciencias, que se enriquecen rápidamente y, además, hacen alarde de su desvergüenza; otros son encumbrados a puestos distinguidos, sin que nadie sepa cuál es la mano negra que los eleva y los mantiene; otros, sin méritos de ninguna clase, ocupan cargos para los que no están preparados. Y cuando vemos todo esto, es cuando nos preguntamos hasta cuándo va a durar nuestra paciencia, hasta cuándo querrá Dios que suframos a estos individuos...»
La Iglesia y los espectáculos: orientaciones
Documento orientador de la Iglesia, a periodistas y escritores, en cuanto al tratamiento que deben dar a las obras artísticas y literarias. «Carta Pastoral de los Metropolitanos »:
«1º Enseñen a sus lectores, al hacer la crítica de libros reprobables, dónde se encubre el veneno, los errores y los peligros para la moral.
»2.° Abstenerse, incluso, de elogiar la parte puramente literaria o artística, pues esto constituye una tentación para el espectador o lector.
»3.° La impugnación de autores, obras o películas no debe hacerse en tal forma que redunde en propaganda, contribuyendo, indirectamente, a aumentar su prestigio y nombradía.
»4.° Tras el anuncio de la cartelera de espectáculos, que se podrá insertar por su carácter de servicio público, la Prensa católica debe poner, a continuación, la censura moral de la Iglesia en cada uno de los espectáculos anunciados.
»5.° La Prensa católica ha de prescindir de anunciar lo que no sea moral, aun a costa de sacrificios pecuniarios.» (Agencia Cifra.)
España insólita: el tío Lobero
El día 4 de abril de 1950 apareció la siguiente noticia distribuida por la Agencia Cifra:
«Cazorla. En el sitio conocido por Guadahornillos, a 1.500 metros sobre el nivel del mar, en plena maleza del corazón de la sierra, ha vivido durante ochenta años en cuevas, un pastor llamado Antonio y apodado el tío Lobero.
»Este pastor troglodita debe su seudónimo al hecho de que, de joven, disputó a una pareja de lobos la posesión de sus cachorros y de la cueva donde tenían su guarida.
«Siempre ha vivido en cuevas o cavernas naturales, y vestía las pieles que él mismo se curtía, pertenecientes a una pequeña cantidad de ganado de su propiedad. Comía el típico pan de pastor, y su vocabulario se reducía a un limitado número de palabras.»
Voz de alarma municipal sobre la leche
Una nota de la Alcaldía de Madrid daba la voz de alarma acerca del descomunal fraude de que era objeto el consumo lácteo de la capital. Según la nota, comprobadas las entradas de leche con destino al consumo de la población, se llegaba a una cifra de 230.000 litros diarios. Pues bien, el consumo real que hacían los madrileños ascendía a 480.000 litros. La diferencia era proporcionada por el agua del Lozoya, que se añadía para hacer el gran negocio a costa de la salud pública, como una práctica más de las maniobras fraudulentas de los sin conciencia.
1951
España no hace concesiones políticas.
Martín Artajo
Ya en 1950 se había empezado a registrar un fenómeno inhabitual en nuestro suelo: la presencia de extranjeros con etiqueta turística. El fenómeno chocó, porque aquella gente vestía con descuido y hasta con indecencia según los cánones en vigor. En nuestra tierra, que se proclamaba «reserva espiritual de Occidente», y en la que al llegar la estación estival se nos recordaba machaconamente por la Dirección General de Seguridad las normas de decoro para estar en las playas, la gente no salía de su asombro al contemplar la naturalidad con la que los varones foráneos circulaban en shorts por la vía pública, y ellas ofrecían brazos y hombros desnudos y piernas sin medias, sentadas en los cafés.
En guardia frente al turismo
La afluencia fue módica —se calculó en 600.000 el número de extranjeros que en 1950 cruzaron nuestra frontera— pero su presencia fue bien ostensible en tierras catalanas, dada la vecindad con Francia y ser de este país la mayoría de visitantes, que en sus utilitarios se hacían visibles en la ciudad de Barcelona o en las playas de la Costa Brava. Debido a esta causa, nada tiene de extraño que la primera voz de alarma partiera del obispo de Barcelona, doctor Modrego Casaus, de origen aragonés, y que a mayor abundamiento era vicario general castrense. De él partió esta admonición: «Ante la aparición de modas exóticas e inmorales, traídas por extranjeros con indumentaria que no osamos describir porque no hallaríamos manera de hacerlo sin ofender vuestra modestia, vuestro prelado se ve en la obligación de poner a los feligreses en guardia frente a personas cuya conducta es doquiera gravemente pecaminosa, a juicio de cualquier moralista por laxo que sea y, entre nosotros, además, pecado de escándalo y ofensa e insulto al pudor cristiano de nuestro pueblo...»
Y la corriente siguió: en 1951 se habló de que el número de turistas pasaría del millón. Como así fue.
El relevo, en cuanto a la consternación sentida, surgió del periodista Luis de Galinsoga que, asumiendo el papel de hidalgo español, arremetió contra la presencia exótica, no sólo en nombre de la moral sino como portaestandarte de la indiferencia que debía mostrar la colectividad hispana ante el señuelo materialista que podía reportar, en forma de divisas, la venida de aquellos turbadores estrafalarios. Ésta fue su enérgica diatriba: «No nos alegra, ni nos conturba, esta invasión estrambótica de turistas extranjeros que se ha producido desde hace unos meses y, singularmente, en los del verano, en nuestra Patria. Más claro: no nos da ni frío ni calor. Respetamos todo otro criterio, más o menos entusiasta, respecto a las ventajas de semejante inmigración eventual. Desde luego, nos explicamos que quienes hacen su agosto y su septiembre... a cuenta de los excursionistas de marras no estén conformes con nuestra indiferencia... Nosotros tenemos el deber de examinar estos fenómenos migratorios a la luz de un criterio que nada tiene que ver con los libros de caja, ni con los saldos a precio de baratillo. Y, sobre todo, nos incumbe la misión de refrenar una porción de lugares comunes y de vanas ilusiones engañosas que ya están circulando por ahí, como moneda tópica en la ilusa congratulación incondicional, ante este "descubrimiento de España"...»
Pese a consideraciones morales y a hidalgos desintereses, el fenómeno no hizo más que crecer. A Galinsoga todavía le quedaba un bombazo antiturístico que lanzar.
Los tranvías, el gobernador Baeza y la de Lirio
El invierno 1950-1951 había sido muy crudo. La gripe, muy maligna, se había llevado a muchos ancianos. Aunque en el panorama exterior se vislumbraban signos de amanecida, por el cambio de actitud de las grandes potencias, el interior seguía sombrío. A las carencias endémicas era preciso añadir el descontento provocado por el bajo nivel de los salarios, siempre a la zaga de una inflación que repercutía en el coste de la vida, pesadilla que gravitaba mayormente sobre las clases trabajadoras. Éstas sentían sobre sus costillas el cansancio y la hartura acumulados en una década de privaciones. Alguien susurraba que el aguante de los españoles llegaba a lo sobrehumano, porque el férreo orden público no permitía ni la más leve protesta colectiva. Tal vez faltaba esa gota capaz de hacer rebosar el vaso. Y la gota llegó en forma de un aumento en la tarifa de los tranvías de la ciudad de Barcelona.
Una subida de veinte céntimos en la tarifa económica provocó una reacción abstencionista entre los usuarios del tranvía, que fue tomando cuerpo hasta convertirse, en el espacio de una semana, en una huelga general de viajeros. El espectáculo de ver circular los tranvías vacíos era impresionante. La gente, en un movimiento de admirable solidaridad, se desplazaba a pie desafiando las distancias y los madrugones a que se veía obligada para llegar puntualmente a los lugares de trabajo. Unas octavillas clandestinas ayudaron a crear una unidad de acción ejemplar. Decían: «Barcelonés: Si eres un buen ciudadano, a partir del 1 de marzo y hasta que no se igualen las tarifas de la Compañía de Tranvías con las de la capital de España [0,40, según puede leerse en La Vanguardia del 28-1-1951, p. 3, «Crónica de Madrid»].
«Trasládate a pie a tus ocupaciones habituales.
»En tu propio beneficio y lo más rápidamente posible, haz cuatro copias de esta cadena y envíalas a cuatro amigos diferentes.
»Si quieres ser un ciudadano de honor, haz ocho copias más.
«¿España, una? Pues para todos igual.»
Ante la abstención, la autoridad no sabía qué decisión adoptar. El acompañar los coches con una pareja de la policía armada, para proteger a los pocos que osaban subirse, hizo que los propios agentes desaconsejaran a los intrépidos y, para acabar de persuadir, vino el lanzamiento de piedras a los tranvías con estrépito de cristales rotos.
La protesta encontró eco hasta en los periódicos. He aquí el texto de un suelto aparecido en La Prensa: «¿Subida? De acuerdo. Pero a cambio de este nuevo desembolso ¿qué? ¿Los mismos tranvías viejos —los nuevos son una excepción—, destartalados, con las ventanas desencajadas, con los estribos medio desprendidos y con los techos por los que se filtra la lluvia? ¿Los mismos conductores y cobradores malhumorados por un jornal escaso y que tratan al público como a un enemigo?...
»¿Las mismas nubes de humo interior de los vehículos e idénticos racimos de viajeros suicidas, colgados hasta del trole?»
Una nota del gobernador civil quería poner coto —inútilmente— a la protesta, expresándose en estos términos: «En los últimos días se han producido en nuestra ciudad pequeños pero muy desagradables incidentes motivados, según parece, por la última elevación de tarifas en los servicios de la Compañía de Tranvías. Quiero advertir a los protagonistas de estos hechos tan inadmisibles, tan alejados de nuestras actuales formas ciudadanas, que estoy dispuesto a impedir que esto vuelva a repetirse y que he dado órdenes, categóricas y precisas, con tal de que nadie, bajo ningún pretexto, altere el orden público mantenido durante todos estos años.»
El empeño era estéril ante la envergadura de la protesta. El día 4 de marzo la abstención llegó al 99,9 por ciento. Ante la magnitud de la pérdida económica que estaba produciéndose, la Compañía de Tranvías, con fecha de 4 de marzo, tuvo que dejar sin efecto la subida. La protesta ciudadana había triunfado en toda línea.
Este éxito alcanzado, que era la constatación del poder de una acción unánime y colectiva, animó a mayores empresas. Una consigna, hábilmente explotada como de procedencia sindical y posiblemente amparada por algún jerarca opuesto al gobernador, convocó para una huelga general, incitando a un paro que se fue extendiendo por fábricas, talleres y comercios.
El pueblo, recrecido, la tomó con el gobernador Baeza Alegría, al que algunos, malintencionadamente y sin fundamento alguno, atribuyeron una relación con la vedette Carmen de Lirio, la que había encalabrinado a las plateas cantando: «En mi noche de bodas / que haya en mi cama / colcha de seda, / colcha de seda...»
La extensión de los sucesos y el producirse un choque entre huelguistas y la fuerza pública, forzó al gobierno a tomar medidas drásticas. La Guardia Civil ocupó prácticamente la ciudad y, por si esto fuera poco, fondearon en el puerto de Barcelona unidades de la Marina. Y la normalidad se fue imponiendo. Los tranvías volvieron a llenarse pero con las tarifas inalteradas.
Descubrimiento de una red de tráfico de estupefacientes
Perdida entre las noticias que daban cuenta de la marcha del conflicto tranviario apareció, fechada en Barcelona, esta preocupante información que denotaba la persistencia de unos hábitos fraudulentos y especulativos tan afincados que no se detenían ni ante hacer peligrar la salud pública: «Por agentes de la Jefatura Superior de Policía ha sido descubierto un importante caso de tráfico de estupefacientes. En él aparecen implicados cuatro médicos de esta ciudad, los cuales extendían recetas falsas por cuya mediación se han manipulado unas 30.000 ampollas de narcóticos. Una sola persona había retirado 3.000 ampollas de cloruro mórfico en un año. Los principales inculpados han sido detenidos, obrando en poder de esta Jefatura las pruebas correspondientes.» (La Vanguardia.)
Otra red de tráfico de... habanos falsos
Menos dañino para la ciudadanía pero sí para los fumadores de vegueros fue el descubrimiento de una gigantesca falsificación de cigarros puros. La noticia daba el detalle siguiente: «Por funcionarios del Cuerpo de Policía ha sido descubierta una banda que se dedicaba a falsificar cigarros puros, mediante una hábil manipulación de las vitolas, de las más importantes marcas de La Habana como Gener, Uppman, María Guerrero, etc. La banda había anillado y vendido como legítimos habanos lo que eran puros canarios de modesta categoría. Los implicados, junto con la maquinaria impresora de las falsificaciones, han sido completamente descubiertos.» (Diario de Barcelona.)
Detención de instigadores de la huelga de tranvías
A raíz de la conmoción experimentada por la insólita y trascendental huelga de tranvías, la Agencia Cifra hizo pública la detención de veintisiete personas, presuntos miembros del Partido Socialista Unificado de Cataluña, interviniéndose la imprenta en la que se editaba clandestinamente Treball y se tenía en preparación la publicación de Mundo Obrero. La noticia daba los siguientes detalles: «... El principal detenido es Gregorio López Raimundo, afiliado al antiguo Partido Comunista quien, como tal, después de actividades clandestinas en Francia, se trasladó para proseguirlas en Cuba y Méjico. De la cautela que en sus actividades ilegales empleaba, dicen bastante estas dos anécdotas: después de regresar de América, permaneció dos años en Barcelona hasta su detención. Residiendo en Barcelona, los padres de López Raimundo no recibieron una sola visita de su hijo durante estos dos años. Al ser detenido se negó terminantemente a dar la dirección de la casa en la que vivía. Sin embargo, como se le ocupase la llave de un portal, fue facilitada a los serenos de Barcelona, uno de los cuales identificó la casa a la que la llave pertenecía. Personada la policía en la vivienda, el portero se sorprendió de que Raimundo fuera detenido, ya que hacía constantes y encendidos alardes de adhesión al actual régimen de España.»
Otra vez el diablo
En la revista Semana, en uno de los números del mes de enero del año que nos ocupa, pudo leerse la siguiente noticia:
«Toledo. El sacerdote don Ángel Barrio, de 82 años de edad, fue víctima de una aparición que dejó al anciano padre alteradísimo. Según sus propias manifestaciones, dijo que había visto, la noche anterior, a una joven poseída por el demonio subir hasta el techo de su habitación y bajar de cabeza. El hecho está siendo comentadísimo.»
Normas a la prensa: contra el «juego subterráneo»
A raíz de unos graves incidentes ocurridos en el campo de Les Corts, en un encuentro Barcelona-Real Madrid, los directores de periódicos recibieron un comunicado de los delegados de Información, en el que se les notificaba lo siguiente: «A partir de esta fecha y a los efectos de informaciones y crónicas deportivas, fundamentalmente futbolísticas, este periódico habrá de observar, necesariamente, las siguientes instrucciones dictadas por la superioridad: no se podrá publicar más material que la denominada "película del partido" y el comentario a su desarrollo. Quedan prohibidas las incidencias que pudieran ocurrir ajenas al juego, y dentro de éste, todo lo que haya podido resultar antideportivo y aun dentro de las reglas del mismo, suprimiendo las tan usadas frases de "patadas alevosas", "juego subterráneo", agresiones entre jugadores, actos de gamberrismo entre el público, etcétera, y en general todo aquello que pueda enconar o exacerbar las pasiones entre las distintas regiones españolas.»
Nada de concesiones políticas
Frente a los rumores circulados, según los cuales el presidente norteamericano Truman habría insinuado que un cambio político, en sentido liberalizador, podría atraer una mejor consideración del régimen español ante el mundo occidental, el ministro de Asuntos Exteriores, señor Martín Artajo, salió al paso en unas declaraciones publicadas en el diario Arriba el 21 de julio. En ellas, el ministro afirmaba tajantemente: «España no hace concesiones políticas. Nosotros entendemos que el Pacto Atlántico obedece a razones más precisas que la defensa del sufragio universal y el régimen de partidos. Un convenio directo con Norteamérica nos satisface más que cualesquiera otros compromisos más generales.»
Poco después, un primer empréstito norteamericano le dio la razón.
Contubernio intolerable
Los sucesos de Barcelona cuando el boicot a los tranvías, unidos a unos conatos huelguísticos acaecidos en las Vascongadas, merecieron este editorial de Arriba: «Los españoles conocen, desde ayer, unos con la consiguiente sorpresa, otros sin sorpresa alguna porque ya nos lo esperábamos, las noticias del sucio contubernio entre socialistas, comunistas, separatistas y algunos seudocatólicos para realizar, mediante huelgas dirigidas aparentemente a protestar contra la vida cara, un nuevo y serio intento de perturbar la vida española y volver a las nunca olvidadas infamias del triste período entre 1934 y 1936. Los actores son los mismos; pero se da el hecho importante de que, en la hora actual, han variado las circunstancias, y que un Régimen absolutamente a la altura de su deber está dispuesto a cortar por lo sano toda nueva tentativa de crear en España un clima propicio a la guerra civil y a la beligerancia entre españoles. Probablemente no tardaremos mucho en saber todo lo ocurrido en Barcelona y en las otras provincias donde se produjeron disturbios. En Álava lo sabemos ya. En torno a los majaderos de siempre, nacionalistas de salón o seudocatólicos, más o menos inconscientes, aparece la turba confusa de los anarquistas de la CNT, los marxistas de la UGT y los comunistas, de no sabemos qué inicial. Todos, con los galantes y emperifollados adornos de una improcedente y desacertada adhesión de la HOAC, y la triste presencia de un jovencito de la Acción Católica.»
Un espacio para la anécdota
Dos primeras actrices de aquellos años mantenían una enconada rivalidad: María Fernanda Ladrón de Guevara e Irene López Heredia. Actuaban ambas en Madrid, la primera en el Teatro Beatriz y la segunda en el Teatro Alcázar. En un entreacto, amigos de María Fernanda, sabedores de la rivalidad, le sacaron a colación la temporada que estaba haciendo la López Heredia comentándole que, al parecer, la afluencia de público a las representaciones de la obra de doña Irene no era muy abundante y, al oír esto María Fernanda, saltó de inmediato:
—Ésa va a conseguir lo de Moscardó. ¡Que no entre nadie en el Alcázar!
Llegan los yanquis
De acontecimiento hubo de calificarse la arribada al puerto de Barcelona de unidades de la VI Flota de Estados Unidos. El opulento despliegue de medios, entre los que la mayor curiosidad la inspiraban los jeeps, desconocidos hasta entonces, hizo que en los muelles se apiñara una multitud curiosa, entre la que descollaba una chiquillería que perseguía a los marineros en espera del regalo de chicles o chocolatinas. La imaginación popular vislumbró en aquella presencia de representantes del país más rico del mundo una derrama de dólares unida al mítico mister Marshall. La derrama se produjo, pero los mayores beneficiarios fueron las tascas y los burdeles del Distrito V. Frente a los excesos, unos mozos fornidos, con un brazal en el que aparecían las letras «M.P.», encargados de las labores de policía, eran los destinados a recoger o reducir a los que, por tener mal vino, acababan pendencieros o derrumbados. Para los bares de la parte baja de la Rambla, aquella visita fue como maná del cielo. Todos los establecimientos de bebidas se apresuraron a decorar sus escaparates con letreros de English Spoken o de «Se entiende el americano». Un restaurante se llevó la palma del gracejo hispánico, al anunciar en su cristalera: «Wellcome... y calla.»
Crónica escandalosa
En los últimos años del decenio de 1940 y principios del siguiente, una guerrilla urbana de signo libertario operó en la ciudad de Barcelona actuando en atracos a empresas, atentados contra medios informativos y hasta asaltos en domicilios particulares. Periódicamente aparecían noticias dando cuenta de la represión de estas actividades delictivas, que estaba a cargo de la Brigada Político-Social. Así, un día nos informábamos de que César Saborit y José Sabater Llopart habían muerto en un tiroteo al hacer frente a la fuerza pública, o que Saturnino Culebras, Plácido Ortiz, Simón Gracia y Manuel Sabater (hermano del otro Sabater) habían terminado sus días ejecutados en el Campo de la Bota.
Por las fechas que mencionamos se empezó a hablar mucho de José Lluís Facerías, que traía en jaque a la policía barcelonesa por la audacia de sus golpes y su facilidad para escapar al cerco policial. Uno de los lugares donde los libertarios empezaron a actuar con mayor impunidad fue en los meublés —el Magoria, el Pedralbes, el Radio—, donde, dado lo discreto de su montaje y las circunstancias de íntima coyunda en que se hallaban las parejas ocupantes de las habitaciones, generalmente de alto nivel social, los golpes tenían gran eficacia. A mayor abundamiento, el tapadillo con el que se ocultaban los frecuentadores de aquellos nidos de amor dificultaba los caminos para esclarecer los hechos. Y los asaltos se prodigaron, con pánico de los asaltados y éxito para los forajidos.
La práctica solía ser siempre la misma: hacer salir al pasillo a los varones en paños menores y, entretanto, despojar a las damas en las habitaciones de todo cuanto de valor llevaran.
En cierta ocasión, uno de los atracados, al tener que entregar cadena, reloj y anillos, imploró al atracador que no se le llevaran la alianza matrimonial, arguyendo:
—¿Cómo se lo voy a justificar a mi mujer?
A lo que el pistolero le contestó, dándole una lección:
—¡Eso hay que pensarlo antes de venir aquí con una furcia!
Lo cierto es que una gran parte de las acompañantes femeninas que eran sorprendidas en pleno fornicio no eran furcias, sino algunas señoras que tenían mucho que perder, como lo demostró lo ocurrido, en octubre de 1951, en el meublé Pedralbes.
Por estas fechas, Facerías, por las peripecias a las que le obligaba su existencia en la clandestinidad, se vio forzado a montar un atraco en el meublé citado. Al proceder al desvalijamiento habitual de los ocupantes se tropezaron con un señor, importante en el ramo de la construcción, que estaba encamado con una sobrina suya, menor de edad, y que para colmar el detalle de lo escabroso iba a contraer matrimonio en breves días. El constructor, casado y con hijos mayores, era hombre corpulento y valentón, y quiso resistirse al expolio forcejeando con uno de los atracadores. En la lucha se escapó un tiro que dio muerte al atracado, sumiendo a la muchacha en un tremendo apuro. Los atracadores, comprendiéndolo, la ayudaron a huir, aunque la trascendencia del hecho y el haber un muerto por medio no pudo eludir la investigación correspondiente que, dada la personalidad del finado y las comprometidas circunstancias en que se produjo el crimen, se revistió del máximo sigilo.
Sólo los contados que estaban al corriente de lo acaecido identificaron al difunto por la esquela aparecida en la prensa barcelonesa, esquela en la que se podía leer, sorprendentemente: «Ha fallecido cristianamente.»
Facerías, junto con Vila Capdevila Caraquemada, y Francisco Sabater Quico —con dos hermanos muertos en la lucha— escribieron las últimas páginas de una guerrilla urbana, a la que dos destacados funcionarios del Cuerpo de Policía, los comisarios Quíntela y Polo Borreguero, persiguieron denodadamente.