1941
A buen hambre... vale el algarrobo
Al iniciarse el año 1941, el espectro del hambre había hecho su siniestra aparición. Un invierno, abundante en heladas, había deteriorado las cosechas. El mercado negro florecía esplendorosamente, y sobrevivir empezaba a ser algo problemático. Hubo que buscar sucedáneos y, entre ellos, el maíz había hecho su irrupción en la dieta hispánica y el pan adquiría la densidad del plomo y la negrura amarillenta de las hojas en otoño. Las excelencias del cereal, que hasta entonces había sido pasto gallináceo, eran elogiadas en un artículo aparecido en La Vanguardia de Barcelona de este modo: «Lo que más caracteriza al espíritu del hombre es su facilidad de adaptación a las dificultades de la vida; por eso, la necesidad y la experiencia hacen volver los ojos a sustancias alimenticias, cuyo empleo para la nutrición humana había caído en desuso, no obstante su excelente calidad... Una de estas sustancias era el maíz...»
Más adelante, el autor del artículo cantaba sus virtudes citando los diversos nombres con que era ingerido en las distintas regiones de España: «En Galicia y Asturias, la borona es base de la alimentación del campesino, le da longevidad y salud. En Andalucía y Levante, las migas son alimento principal y a la vista está la naturaleza sana y resistente de los hombres del campo. En Canarias, el gofio ha dado al nativo de las islas robustez y fortaleza.» Y terminaba aconsejando la ingesta de farinetas, unas gachas de maíz horribles que eran alimento coyuntural, sin mengua de fuerza nutritiva.
El Sindicato Provincial de Ganadería de Santander elevó un escrito a la superioridad, propugnando que el algarrobo fuera considerado plato del día. Y argumentaba de esta manera: «Esta legumbre, utilizada hasta ahora sólo como pienso, tiene las mismas propiedades nutritivas y culinarias que las lentejas. Su producción anual es de cien mil toneladas, es decir cuatro veces mayor que la de las lentejas, y superior a la de los garbanzos. Ella vendrá a resolver buena parte del problema de la alimentación, sobre todo en las zonas menos pudientes de la sociedad... En un momento como éste, en el que España todavía sufre las consecuencias de las depredaciones cometidas por los rojos, es de vital importancia el poder contar con una mayor cuota de alimentos. Según los expertos, las propiedades nutritivas de la algarroba son excelentes...» (Alerta.)
Otro escrito, en propuesta de soluciones, apuntaba a las almortas como remedio a las carencias. Más tarde se supo que la ingesta inmoderada de ellas dejaba unas secuelas tales, que muchos pueblos registraron una epidemia de cojos, de resultas del «latirismo mediterráneo», enfermedad provocada por esta semilla. Cuando se descubrieron sus efectos era ya demasiado tarde para curar el daño producido por las almortas o guijas.
Como referencia anecdótica, a comienzos de 1941 la ración diaria de pan negruzco era de 175 gramos para las cartillas de tercera; 120 para las de segunda, y 80 para las de primera categoría. Y no era sorprendente que el racionamiento semanal, del cual se suponía que, teóricamente, debían vivir los españoles, se despachara con unos trozos de bacalao de penca de cola, unos garbanzos remojados y un trocito minúsculo de carne de membrillo como golosina. Ante este panorama, acertaba de pleno quien proclamaba: «¡Mientras haya estraperlo, sobreviviremos!»
Recuerdo una anécdota vivida por aquellas fechas de 1941, cuando pasaba yo por la calle Escudillers de Barcelona. En ella tenía su asiento el restaurante Los Caracoles, muy popular en la Ciudad Condal. Los Caracoles tenía, en una esquina de su fachada, un asador en el que un pollo espetado daba vueltas asándose al amor de las brasas. A mi altura pasaban dos hombres que deduje andaluces por el acento de su conversación, y a quienes vi pararse en seco al contemplar el espectáculo del pollo tostándose. Y acerté a oír esta exclamación, proferida por uno de ellos: «¡Chiquiyo! ¡Si esto lo ven en Málaga, así a la intemperie, no quedan ni las brasas!»
Cumplimiento de sentencias: a garrote vil y cortejo
La noticia, de agosto de 1941, da cuenta de la ejecución de tres atracadores, culpables de un robo seguido de asesinato, delito que conmocionó a la comarca donde tuvo lugar. Véase el texto: «Tarragona. Se ha cumplido la sentencia de pena de muerte, dictada por un Tribunal Militar, contra Ramón Lázaro, Joaquín Escoda y Juan Curto, el Cantagallos.
»A la una de la madrugada se ha constituido en la cárcel el juez instructor de la causa, el cual, con las formalidades de rigor, notificó a los procesados la sentencia recaída. Los reos firmaron el texto, a excepción de El Cantagallos, que no lo hizo por no saber leer ni escribir. Seguidamente fueron entrados en capilla.
»Les ha administrado los auxilios de la religión el capellán de la cárcel, el Rdo. Don Antonio Tomás.
»El Escoda ha escrito una carta a su madre y a su hermana, despidiéndose y pidiéndoles perdón. El Lázaro dictó una carta para su hermana, pidiéndole perdón. Los tres se hallaban muy abatidos y a menudo lloraban... Para hacerse cargo de los cadáveres, se constituyó en la cárcel una representación de la Real y Venerable Congregación de la Purísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, compuesta por diez cofrades.
»A las cinco en punto, el juez ha dado orden de que comenzaran las ejecuciones. El cadalso estaba situado en uno de los patios del edificio. Presenciaron el cumplimiento de las sentencias las personas que dispone la ley, más los representantes de la Purísima Sangre, los cuales, provistos de túnicas y capuchas y con gruesos hachones, daban luz a la imagen del Santo Cristo de la Congregación, del que eran portadores. Las sentencias, a garrote vil, han sido ejecutadas por el verdugo de Valladolid.» (Agencia Cifra.)
Castos a la fuerza que si no...
La reforma de las costumbres fue tarea emprendida con denuedo por las autoridades del Nuevo Estado. La campaña contra la blasfemia no era cosa baladí, como lo acredita esta noticia fechada en Murcia y que da cuenta de una sanción impuesta por la autoridad civil: «Un individuo ha sido obligado a pasear por las calles llevando colgado un letrero que decía: "He estado en la cárcel quince días por blasfemo."» (ABC.)
La coeducación, herencia de la nefasta Institución Libre de Enseñanza, era cosa altamente nociva. Este texto, emitido por la Inspección Provincial de Primera Enseñanza de Barcelona, advierte de su prohibición rigurosa con estas palabras: «Algunos inspectores han observado que, en algunas escuelas privadas, asisten niños y niñas simultáneamente y en el mismo local. En vista de ello y tomadas ya las necesarias providencias en los casos observados, se pone en conocimiento de cuantos se dediquen a la enseñanza la obligación ineludible de suprimir radicalmente toda coeducación... Y téngase en cuenta que la edad escolar para los párvulos termina a los seis años...»
Había que vigilar, celosamente, el estar de la gente en los lugares públicos. Esta circular de la Dirección General de Seguridad se proponía atajar cualquier desmán provocativo: «En la calle, en los paseos y en los lugares de esparcimiento, teatros, cines, cafés, etc., se advierte un relajamiento de nuestras costumbres, oyéndose frases obscenas y viéndose parejas de jóvenes que, sin recato alguno, mantienen actitudes, más que incorrectas, desvergonzadas. Dar sensación de energía en la corrección de tales licencias es deber primordial de la autoridad y, en tal aspecto, recomiendo a V. E. el mayor rigor en la imposición de multas, que estén en relación con la importancia de la falta cometida, publicando en la prensa los nombres de los corregidos. También importa sea inexorable en el cumplimiento de los horarios de cierre de los lugares que cultiven el género frívolo, imponiéndose a los contraventores fuertes sanciones.» (Agencia Cifra.)
La Iglesia, por su parte, daba un soporte decidido a esta labor de saneamiento y de decoro, con exhortaciones como la siguiente, debida al padre Avellanosa, orientador de jóvenes y celador de costumbres edificantes: «Las parejas no deben salir solas. Los riesgos de la tentación son muchos y el maligno no descansa en su empeño por pervertir las almas puras. Por eso, es bueno que los jóvenes vayan siempre acompañados por persona formal, con años y moralmente preparada, que sea para ellos como un escudo que les libre de las tentaciones. Esta sana precaución no debe abandonarse ni cuando la formalización de las relaciones asegure la proximidad del Santo Sacramento del Matrimonio. Antes al contrario: la cercanía del tálamo vuelve a los hombres más rijosos, y las mujeres más fáciles a la concesión de un anticipo. Por ello, ni las más firmes promesas deben eludir la vigilante compañía de un familiar o "carabina", que los haga mantenerse castos y puros hasta la hora en que, bendecida la unión, puedan entregarse a cumplir con los deberes estrictamente procreativos, para los que se fundó y santificó la unión matrimonial.»
Más tarde, las exhortaciones eclesiales, a veces apocalípticas, atacaron todos los aspectos que rozaban lo pecaminoso y, por tanto, ponían en peligro la castidad de los españoles, como las modas, el baile, el estar en las playas, las prácticas impuras, etc., etc.
¡Alístate para la Cruzada contra la barbarie rusa!
En junio de 1941 se produjo el choque bélico más grande de la Historia cuando Alemania atacó a la URSS. Ante este hecho capital, España no podía permanecer pasiva y, al grito de «¡Rusia es culpable!», surgieron los banderines de enganche para formar una unidad que combatiera, junto a los camaradas alemanes, en la Cruzada contra el comunismo. Así nació la División 250, llamada Azul por el tinte patriótico que se le quiso dar.
Frente a una burguesía añorante de fórmulas liberales y tan alejada ideológicamente del nacionalsocialismo alemán como del comunismo soviético, que celebró el choque sentenciando: «¡Ahora no se pierde un tiro!», unos miles de españoles se apuntaron para la gran aventura que suponía ir a luchar a las estepas rusas.
El anecdotario surgido de las peripecias de la División Azul es extraordinario. De entrada, y concentrados los divisionarios en el campamento de Grafenwóhr, en Baviera, como las dificultades en cuanto a medios de transporte para trasladarlos al frente fueron insuperables, el general Muñoz Grandes, que ostentaba el mando de la División, reaccionó de muy ibérica manera: si a los soldados no se les daban medios, irían por su propio pie. Así fue como se afrontó una larga marcha, de cuarenta y cinco días, para recorrer mil kilómetros, a razón de veintidós kilómetros diarios, bajo el sol y la lluvia a través de Alemania y Polonia. Unos 17.000 hombres, con sus acémilas, evocaron estampas bélicas más propias de las guerras napoleónicas y hasta de las guerras púnicas. La increíble caminata transcurrió entre el enfado y el cachondeo, acompañados de una copla que nació sobre la marcha, nunca mejor dicho, y que proclamaba: «Tenemos que recorrer / mil kilómetros andando / para luego demostrar / lo que llevamos colgando...»
Los divisionarios, valientes, mujeriegos y juerguistas, se hicieron notar, muy pronto, entre las severísimas rigideces disciplinarias de la Wehrmacht. En los territorios ocupados, nuestra carencia de reparos en cuanto a las características raciales o nacionales de la pareja buscada quedó sobradamente demostrada. Polacas y rusas quedaron fascinadas ante la capacidad amatoria de los españoles. Pero no siempre las cosas relativas al sexo fueron fáciles. Cuando no había campesinas disponibles, nuestros hombres reclamaban la entrada en los burdeles de campaña, que los alemanes tenían dispuestos con la frialdad de una oficina del catastro. En cierta ocasión, un grupo de divisionarios se encontró, a la entrada de un prostíbulo, con un sanitario alemán que, en una antesala, obligaba a los aspirantes a fornicadores a desnudarse y dejarse reconocer las partes genitales. Después, provisto de una espátula, procedía a embadurnar el pene con una pomada antivenérea. Nuestros compatriotas observaron atónitos a los alemanes que, en fila de a uno y con los calzones colgando, se prestaban dócilmente al manoseo y al barnizado. El jolgorio que se armó fue memorable, y al grito de «¡Este tío no nos toca las pelotas!», dejaron la mancebía armando una gran tremolina. Que los gestos de la División chocaron con las normas estrictas impuestas por la disciplina germánica, lo da el hecho de que, hasta el conde Ciano en su Diario, se hizo eco de una sonada protagonizada por nuestros combatientes cuyos follones, de ser tema de comandancias, pasó a serlo de embajadas y hasta de cancillerías. Como consta en las anotaciones de Ciano del día 27 de noviembre de 1941, la broma de los divisionarios se relata así: «Un episodio divertido. La División Azul de los españoles es buena pero indisciplinada e inquieta. Sufre el frío y quiere mujeres. A ellos, la píldora antierótica, tan eficaz para los alemanes, no les produce el menor efecto. Después de muchas protestas, el mando alemán les autorizó para ir a un burdel y entregó a cada uno un preservativo. Llegó más tarde una contraorden: nada de contacto con las mujeres polacas. Y los españoles, en señal de protesta, hincharon los preservativos y los ataron en lo alto de un fusil. Y así fue como un día, en los suburbios de Varsovia, se vieron desfilar diez mil preservativos hinchados llevados por los legionarios españoles.»
De esta manera reaccionaron unos machos ibéricos que, en cuanto a la aspiración falangista de ser «mitad monjes y mitad soldados», habían decidido situar la segunda mitad de cintura para abajo.
Los heridos y congelados eran evacuados a Riga, Vilna, Berlín o Konigsberg. Y en sus convalecencias también fueron autores de hechos memorables. Una noche, en Riga, un grupo de divisionarios, cargados de vodka, se hicieron los amos de la ciudad y entre sus ocurrencias se contó la de apoderarse de un tranvía y hacerlo circular lleno de voluntarios, dedicados a jalear al conductor. El hecho fue tan comentado que, tiempo después, en una recepción que dio el conde de Mayalde, embajador de España en Berlín, a un grupo de heridos, al poco de estar con ellos preguntó: «¿Quién fue el que una noche "robó" un tranvía en Riga?»
Pero, en el Vóljov y en el lago limen, darían después la medida de su coraje como combatientes, contra el frío y contra un enemigo que había transformado la invasión en «Gran Guerra Patria».
Agio y corrupción a manta
En nuestro vivir se había impuesto, como se decía en un periódico, «la inmoralidad como norma» y cuyos síntomas de corrupción se delataban en noticias que, de tarde en tarde, informaban: «Tres funcionarios de Abastecimientos detenidos por vender azúcar a precios abusivos.» «Teniente de alcalde destituido por traficar con alimentos racionados.» «Funcionarios separados de sus cargos por negociar influencias.» «Jefe del Servicio Nacional del Trigo enviado a un batallón de trabajadores.»
Se estimuló la persecución, tentando a la delación y ofreciendo el 40 por ciento del valor de lo decomisado al denunciante. Se clausuraron comercios, se impusieron multas cuantiosas, pero todo era en vano ante quienes cubrían el posible quebranto con elevadísimos márgenes en los que, con valor entendido, se incorporaban altos porcentajes en previsión del riesgo. Un conocido estraperlista definía con estupendo cinismo su manera de actuar: «Compro a diez, vendo a cien, y con este diez por ciento voy tirando.»
Incluso una autoridad como el celoso y puritano gobernador de Valencia, Planas de Tovar, no vaciló en aplicar la pena de escarnio. En cierta ocasión, hizo circular un día entero por las calles a un individuo encartelado, por delante y por detrás, con la siguiente inscripción: «Soy un sinvergüenza. He tratado de estraperlear a Auxilio Social 5.000 kilos de harina y 35.000 pesetas. No tengo vergüenza.»
A finales de 1941, la situación de los abastecimientos llegó a ser catastrófica. Tan fue así que, en noviembre, apareció la Ley contra la Ocultación y el Acaparamiento, en la que se amenazaba hasta con la pena de muerte al especulador. En manchetas, en carteles, en avisos, se destacaba vibrantemente: «¡Pena de muerte al especulador! ¡Guerra a los acaparadores!» Una oleada de pánico brotó al anuncio de la ley. En Zaragoza, un comerciante puso fin a su vida tirándose al Ebro ante el temor a que le encontraran los géneros ocultados. Otros se apresuraron a declarar lo acaparado; otros lo ofrecieron a precio de tasa.
No era para menos porque, el día 8 de noviembre, pudo leerse la siguiente noticia: «Ejemplar sanción en Alicante contra varios desalmados que traficaban con géneros sustraídos de Auxilio Social. Dos ejecutados y 28 inculpados más, condenados a penas entre 30 años y 6 meses.» (Agencia Cifra.)
Pero poco a poco y a la vista de las escasas aplicaciones de la ley en sus más punitivos límites, el pánico fue remitiendo. Las aguas volvieron a su estraperlístico cauce. El tráfico siguió y hasta se tomó a coña las amenazas. Los panaderos ofrecían el pan blanco de estraperlo diciendo: «¡Pan blanco de pena de muerte!»
Ejecuciones públicas
«Sevilla. Por la Capitanía General de la Región ha sido autorizada la siguiente nota: "El sábado día 19, a las 7 de la tarde, fueron ejecutados en la plaza pública de Espiel (Córdoba), Juan Fernández García y catorce más, condenados a la última pena por un Consejo de Guerra celebrado en aquella plaza, como autores de un delito de atraco, a mano armada, en un despoblado."»
Campaña a favor de la moral en las playas
«Por no presentarse en la playa en forma decorosa han sido denunciadas Ruperta Imola, María Dolores López, Elvira Martínez, Carlota González, así como Juan Gris, Francisco Arnau, Santiago García y Jaime Valenciano.» (De los periódicos.)
No pasar sin llevar la placa de Auxilio Social
«Se prohibirá la entrada en cafés y espectáculos a los que no lleven el emblema de Auxilio Social. La contribución es voluntaria, pero no es tolerable que los que la regatean tengan, al mismo tiempo, el cinismo de hacer ostentación pública de despreocupación.» (Agencia Cifra.)