EXORDIO

 

 

 

El día 1 de abril de 1939, el parte oficial de guerra del Cuartel General del Generalísimo proclamó: «Cautivo y desarmado el Ejército Rojo, las tropas nacionales han alcanzado sus últimos objetivos militares.» Con esta declaración podía darse la guerra civil por terminada, con el alivio que es de suponer. Pero creer que el cese de las hostilidades iba a significar la paz era muy aventurado. Por de pronto, el país había quedado dividido en vencedores y vencidos, sin asomo de reconciliación. Y además, porque los ganadores tenían un concepto de la paz muy beligerante, como lo acredita la consigna que empezó a emitir Radio Nacional todas las noches a la hora que antes ocupaba el parte de guerra. La consigna decía así: «Españoles, alerta. La paz no es un reposo cómodo y cobarde frente a la Historia. La sangre de los que cayeron por la Patria no consiente el olvido, la esterilidad ni la traición. España sigue en pie de guerra, contra todo enemigo del interior o del exterior.»

Al referirse a los enemigos del interior, jamás se había hecho una aseveración tan justa. Porque los españoles, herederos de la guerra —vencedores y vencidos—, atravesaron un larguísimo período en el que, para sobrevivir, tuvieron que luchar contra un cúmulo de enemigos interiores, surgidos de la excepcionalidad de las circunstancias, que fueron: la inmoralidad, la incompetencia, la corrupción, la especulación.. . Muchos españoles no superaron esta confabulación.

Este libro es una recopilación documental de aquella época. En este sentido, se reconoce deudor de otros libros del autor, concretamente de Por el Imperio hacia Dios (1978) y de La vida cotidiana en la España de Franco (1984), que incluyen pormenores del acontecer político de la época, lo que me exime de insistir en ello, toda vez que mi propósito es más sociológico que político y éste es tema, además, asazmente tratado por las numerosísimas obras dedicadas al estudio del franquismo. Tal vez alguien me recuerde que los españoles, cuyas peripecias narro a base, principalmente, de documentos de la época, también disponían de tiempo y de humor para frecuentar espectáculos, asistir a corridas de toros y llenar campos de fútbol, como signo de vitalidad y de empeño en poner buena cara al mal tiempo. Les doy la razón, pero no me ha parecido correcto llenar páginas repitiendo lo que yo mismo y otros autores han recogido de manera exhaustiva en sus obras todo lo concerniente a los aspectos lúdicos de la posguerra española.

Este libro abarca los avatares, tan anecdóticos como significativos de la existencia hispana, acaecidos entre 1939 y 1957, fecha en la que el viraje económico marcó el fin de una etapa muy característica.

Estoy seguro de que, muchos de los sucesos que en esta obra aparecen como anécdota, el lector avisado sabrá elevarlos al rango de categoría.

 

Rafael Abella