1947

 

 

La existencia de los españoles capeaba las penurias, luchaba denodadamente contra el desánimo, haciendo horas extras y buscando evasión en los espectáculos, en el bélico-histórico cine nacional, en las competiciones futbolísticas que llenaban los campos de juego, domingo tras domingo, encendiendo pasiones que, por falta del ágora política, se desahogaban en las lides balompédicas, acuñando eternas rivalidades. Precisamente, este año se produciría la inauguración del nuevo estadio de Chamartín, del Real Madrid, en reconocimiento de que los terrenos de la anteguerra precisaban ensanchar el aforo para dar cabida a una nueva generación de espectadores.

Y estaba también la fiesta de los toros, que tenía un nuevo ídolo en la persona del matador cordobés Manuel Rodríguez Manolete, por quien la gente modesta era capaz de empeñar las mantas para poder verlo torear. Manolete fue la figura taurina de la posguerra, el lidiador que reunía la personalidad del artista con la seriedad del matador, revestidas ambas del pundonor y del sentido de la responsabilidad que sólo poseen los toreros de época. Ese mismo sentido de la responsabilidad es el que le llevaría a dejarse matar por un toro Miura, en la plaza de Linares, en este año 1947, a los treinta años de edad. Y toda España se vistió de luto para llorar la muerte de quien era un símbolo de la época de la posguerra.

 

Ausentes del Plan Marshall: limosnas no

 

En 1947, Estados Unidos, decidido a relanzar la economía mundial, encargó a su secretario de Estado, el general Marshall, la elaboración de un plan de ayuda a los países devastados por la guerra, a fin de acelerar su reconstrucción, librándolos del peligro comunista. La ayuda tenía un solo precio: que las naciones beneficiarías adoptaran regímenes democráticos en su estructura estatal de posguerra. Sería el momento en que emergerían dos grandes figuras europeas: Adenauer en Alemania y De Gasperi en Italia, para encarnar la incorporación de sus países a la nueva etapa histórica que se abría.

Nuestra reacción, desde el fondo de nuestra calamitosa situación, fue insólita. El comentario inmediato de Franco fue: «El interés en imponer regímenes demoliberales en Alemania, Italia y Japón es para que no se reconstruyan...»

Un jerarca declaró paladinamente: «España no necesita limosnas.» Y alguien más llegó a afirmar: «Es natural que España permanezca ajena al Plan Marshall, porque no necesita donativos de nadie.»

Con lo que queda dicho, nuestras penurias iban para largo.

 

La cautela de Franco. Una historieta

 

En esa coyuntura, circuló por Madrid una historia que tenía su escenario en un Consejo de Ministros, presidido por Franco, en el que se trataba de la angustiosa situación del país. Éste era su desarrollo:

En la reunión del Consejo, el ministro de Agricultura expuso la catastrófica situación de las cosechas, dañadas por las heladas, carentes de abonos y padeciendo la pertinaz sequía.

En su turno, el ministro de Industria puso de relieve la crisis del suministro eléctrico y la falta de materias primas para la industria por el déficit de las importaciones.

Por su parte, el ministro de Hacienda informó sobre el estado crítico de nuestra balanza de pagos, la angustiosa falta de divisas y la repercusión del aislamiento internacional.

Tras un momento de pausa intervino el ministro de Asuntos Exteriores que, dirigiéndose al jefe del Estado, insinuó:

—Excelencia, yo tengo un plan que podría resolver todos nuestros problemas.

Prodújose un breve silencio roto por Franco, quien inquirió:

—Diga usted de qué plan se trata.

—Pues mire, Excelencia —respondió el ministro—, se trata del siguiente: estamos viendo que los países que estuvieron en guerra con Estados Unidos están recibiendo dólares a manos llenas olvidándose de que fueron enemigos y ahora no carecen de nada y se están reconstruyendo a marchas forzadas. La conclusión es obvia: para salir del atasco en el que nos hallamos le declaramos la guerra a Estados Unidos. Éste nos derrota, como es natural, y así entramos de inmediato en los beneficios del Plan Marshall igual que Alemania e Italia.

Franco se quedó un momento pensativo ante la propuesta y tras meditarla exclamó:

—¿Y si la ganamos?

 

Pastoral del cardenal Segura contra la sequía

 

«Sevilla. Para pedir por los beneficios de la lluvia, el cardenal Segura ha ordenado se celebren rogativas en la basílica metropolitana, y ante los monumentos a los Corazones de Jesús y María, de la Sierra de San Juan de Aznalfarache. Consistirán en desfiles procesionales, con rezo de la letanía de los Santos. A esta orden se han sumado los obispos de Coria y de Guadix, invocándose la ayuda de los Santos Patronos de estas localidades.» (Agencia Cifra.)

 

Contra los espectadores inciviles, vulgo hinchas

 

«Madrid. La Dirección General de Seguridad se ve en la necesidad de reiterar sus advertencias sobre la actitud antideportiva del público que presencia los partidos de fútbol, con lamentables manifestaciones que la autoridad ha de reprimir con energía, como corresponde a la policía de costumbres. En la mayoría de los casos, los que incivilmente se producen, pretenden disculpar su inadmisible actitud con supuestas irregularidades en la actuación de los árbitros, pretendiendo presentar a éstos como responsales de la alteración del orden, olvidando que los defectos o errores, de carácter técnico, que el espectador cree observar, no es a él a quien compete enjuiciarlos, tarea que corresponde al delegado de la Federación, que debe aplicar una tabla rasa de sanciones, entre las que no figuran, naturalmente, ni el insulto soez ni la contusión por objetos arrojadizos. Los agentes de la autoridad procederán sin contemplaciones a la detención de quienes se excedan, realizando cualquier agresión de palabra o de hecho, para que, con criterio uniforme para toda España, se gradúe el tiempo de internamiento en un campo de concentración donde, en ambiente de disciplina y trabajo, tendrán tiempo y oportunidad de meditar sobre el respeto que a sí mismos se deben, y en el que ha de exigírseles que guarden a los demás, sin que el apasionamiento pueda servirles en lo sucesivo de pretexto para dar rienda suelta a sus instintos.» (Agencia Cifra.)

 

La Ley de Sucesión. España se convierte en reino... aplazado

 

Con arreglo al carácter de «Dictadura Constituyente», que al régimen de Franco atribuyó un experto en Derecho Político, el sistema fue elaborando un cuerpo legal, a través del Fuero del Trabajo, del de los Españoles y de la Ley de Cortes. La preparación de una Ley de Sucesión, que haría de España un reino, se justificaba «para ahuyentar cualquier idea de interinidad, entroncando el régimen con una corriente de la Historia de España que pueda coronar el pórtico nacional: explicación de cómo una médula vieja y nueva a la vez ha de informar un retorno, a fin de completar la indiscutible autoridad del Caudillaje».

 

El manifiesto de Don Juan de Borbón y su contundente réplica

 

El contenido de la Ley de Sucesión no gustó al conde de Barcelona, ya que, según él, «desvirtuaba las esencias de la Monarquía hereditaria», y, para que quedara clara su actitud, se hizo público un manifiesto suyo, fechado en Estoril, al que se adjuntó otro, emitido en Lausana en 1945, y cuya difusión no había sido autorizada. El día 15 de abril apareció en Arriba, bajo el epígrafe de «Algo que amenaza nuestra vida y la de nuestros hijos», el más virulento ataque a Don Juan. Éstos eran sus párrafos más significativos: «Entre la vergüenza de la nación entera —sin distinción de ideologías—, corre a verterse por el mundo la virulenta insensatez de un Príncipe español. ¿Qué fuerte venablo a la española no brotará de cada pecho al enfrentarse con semejante retahíla de torpezas? Bajo el aparatoso cortejo de concesiones a los enemigos de España, parece no latir más que un odioso gesto, frente al escueto problema de la lista civil... Desde la traición, a nuestro favor, del Condestable de Borbón a esta conspiración contra la Patria de un heredero de la estirpe, pocas veces las flores de lis se han mustiado tanto...»

 

El recuerdo del Dos de Mayo: de Valençay a Estoril

 

La celebración del Dos de Mayo fue aprovechada por el diario Arriba para exhumar un vergonzoso episodio de la dinastía borbónica: la correspondencia entre Carlos IV, la reina y el príncipe de Asturias Fernando (luego Fernando VII) con Napoleón Bona- parte. Síntesis de la ofensiva contra Don Juan fue esta otra glosa titulada «Contubernio», aparecida en el órgano del Movimiento: «En Estoril, quizás seducido por la tradición casinera, el quinto hijo de Alfonso XIII ha jugado un decisivo "doble o nada" mientras sus consejeros y secretarios apostaban con fichas prestadas. La consecuencia lógica es que Don Juan, instigado por su despecho y ambición, ha perdido, y sus consejeros y secretarios, hechos al juego de todos los paños sin arriesgar nada, siguen jugando, teniendo al príncipe como envite falso, como farol permanente.»

 

La autarquía estimula la inventiva, el desvarío y el disparate

 

A lo largo de los años cuarenta, caracterizados por la exaltación de la autarquía como panacea y estímulo para exprimirse el magín en busca de sucedáneos y hasta de invenciones originales, los periódicos se hacían eco de cualquier novedad tecnológica, las más de las veces sin una mínima autocrítica que pudiera catalogar la novedad como fruto de un insomnio febril. Entre las novedades que tuvieron su cabida en la prensa y su momento de popularidad, y de las cuales nunca más se supo, hay que reseñar, para que conste, el nombre de los beneméritos inventores, las siguientes:

Don Aurelio Abellán, de Sabadell, quien había aislado una fibra extraída de la retama y que, al parecer, iba a liberarnos de la importación del algodón.

Don Luis Fernando Arribas, a quien hay que atribuir la paternidad de un «amplificador telefónico, transmisor y receptor», que venía a revolucionar el mundo de la comunicación oral. De don Luis Fernando se daban, en la noticia del invento, los siguientes datos: «Es un estudiante de Bachillerato. A los 17 años habla cinco idiomas, ha construido 36 aparatos de radio, todos de su invención, y está perfeccionando la televisión en relieve. A los cinco años inventó, para su madre, una máquina para empanar filetes.» (Agencia Cifra.)

El Español, con el título de «Nueva fuerza motriz», daba la noticia siguiente: «Un investigador español —don Francisco Gascón, de Lérida— utiliza la cohesión molecular, y ofrece un motor de su invención movido simplemente por agua, sin otro aditamento, lo que supone una verdadera revolución en el campo de la ciencia, dando al traste con viejas ideas que rechazan las teorías del señor Gascón, que sustentan su descubrimiento... Este inventor español levanta el banderín de una nueva lucha científica: la conquista de las fuerzas de la capilaridad, o sea de la cohesión entre los cuerpos sólidos y los líquidos. Ya ha conseguido el movimiento circular de un cuerpo, con su motor embrionario, mediante la acción capilar del agua en reposo... Esta fuerza misteriosa, proporcional al radio multiplicado por el área de las magnitudes puestas en acción, factores estos que, con el agua, sólo dependen de nuestra voluntad.» Sin comentarios.

Para resolver el problema de los transportes, con tranvías atestados, metros donde se precisaba ser un gimnasta para colarse en los vagones, sin gasolina y con los coches de caballos convertidos en coches de punto, los inventores no se daban un momento de reposo y, tras el famoso Auto-Acedo del que dimos referencia, apareció el célebre Kapi, creado por el capitán Saldaña, mixto de motor y pedales, y el patentado por don Alfredo Alfonso, que alardeaba de fabricarse con materias primas «exclusivamente na-cionales».

La «pertinaz sequía» era obsesión que llevaba a la presencia de anuncios como éste: «Radio detector Bonamusa. Para hallar aguas, minerales y tesoros. Funciona día y noche por medio de las radiaciones del Sol, de la Luna y del Éter Cósmico. No gasta nada y dura toda la vida.»

La Vanguardia, en información muy completa, se hacía eco de un sistema, genuinamente hispánico, para provocar lluvia artificial, bienandanza que pondría fin a la era de secano que nos atormentaba. El invento era debido al ingeniero don Pedro Durán Farell, y consistía en el lanzamiento, a la atmósfera, de un cohete de aire líquido que, al estallar en auténtico zambombazo a una altura regulada, provocaría la licuefacción de los nubarrones, convirtiéndose el estallido en auténtico chaparrón.

En este capítulo hay que añadir otro aspecto estimulante: si en inventiva, por más disparatada que fuese, no podíamos tener queja, en disposición para aplicar novedades tampoco se nos podía tildar de remolones. En el caso que vamos a relatar se trataba de asimilar el uso de unos materiales que estaban revolucionando el mundo: los plásticos. He aquí la noticia que lo justificaba, fechada en julio de 1947: «Magnífica operación quirúrgica del doctor Muñoz Calero. Le ha colocado casi medio cráneo de Pessy-Glass [sic] a un enfermo de Murcia.» (Agencia Logos.)

 

Veladores de ultratumba aptos para el chámelo

 

Entre las infinitas carencias que nos atormentaban, el mármol de Carrara era sólo un recuerdo de antes de la guerra. Esta noticia, aparecida en Pueblo en junio de 1947, nos descubre de qué macabro modo se subsanó la tal ausencia: «Se ha suscitado nuevamente en la prensa el macabro hallazgo de los veladores de café, hechos con lápidas procedentes de cementerios... Quien deshace cementerios con harta facilidad puede vender las lápidas para que, sobre ellas, los clientes de los cafés merienden (o jueguen a la garrafiña). Ni los contratistas de estas ventas, ni los talleres de marmolistas, se toman el trabajo de borrar la inscripción. Si años ha, en el reverso de los veladores de un bar de la Glorieta de Quevedo, César González Ruano leyó melancólicos fragmentos de epitafio, no es de extrañar que los periodistas de Pueblo hayan dado con tan extraordinaria literatura, nada más que palpando en el reverso de una de estas planchas de mármol, sobre las que tomamos café y jugamos al dominó...»

 

Ante el referéndum

 

Establecido el referéndum nacional, como fórmula plebiscitaria en aval de las grandes decisiones históricas, se recurrió a él para buscar la aprobación de la Ley de Sucesión, por la cual España se convertiría en reino, quedando la designación del monarca para cuando Franco lo tuviera a bien. La consulta era disyuntiva: había que votar SÍ o votar NO, y aunque la propaganda en pro del voto afirmativo se hiciera arro- lladora, no se dejaba de hacer constar que fuera cual fuese el resultado, Franco seguiría indiscutido e imperturbable en su puesto de Caudillo de España. Esto dio lugar a que, en un diálogo entre amigos, en vísperas del 6 de julio, fecha fijada para la consulta, uno de ellos se mostró escéptico ante el sentido del NO, dada la asegurada continuidad de Franco, situada por encima del plebiscito. A las dudas expuestas por uno de los interlocutores, el otro le aclaró:

—Es que no has entendido bien el propósito verdadero de la consulta: el voto afirmativo significa que SÍ quieres que Franco continúe; el voto negativo quiere decir que NO quieres que Franco se vaya. ¿Entendido?

 

Un modelo de propaganda hacia el «SÍ quiero»

 

Las instancias hacia el voto afirmativo se hicieron desde todos los ángulos, moviendo todos los resortes y utilizando todos los argumentos. Hasta los más llamativos.

Véanse algunas muestras de la campaña que acaparó prensa y radio. Las notas aclaratorias despejaban las dudas sobre el sentido de la consulta, tal y como éstas, aparecidas en el diario Arriba: «La Ley de Sucesión confirma la permanencia de Franco en el poder. El truco, retórico y maligno, de los que afirman que votando SÍ se pone en peligro el caudillaje de Franco, no pasa de ser un pobre recurso de propaganda comunista o mendicantes adyacentes. El voto afirmativo garantiza y refuerza la continuidad del régimen de Franco. El voto afirmativo garantiza y refuerza nuestra paz, nuestra unidad y nuestro porvenir. Todo lo demás quedó lo suficientemente seguro con el triunfo en nuestra guerra. Votar SÍ, es votar Franco.»

La repulsa al NO se argumentaba así desde las páginas del mismo periódico: «Votando NO se forma junto a Napoleón Bidault, bajo las puercas banderas de Lange: se sienta plaza de imbécil, a la vera de lord Templewood, y se acuesta uno a la sombra del crimen comunista, junto a la dulzura leniniana de la Pasionaria. Votando NO se está con los enemigos de España, con uniforme de cafre y con un anillo en las narices.»

Las motivaciones en demanda del SÍ no rehusaban ni el recurso a lo macabro. De entrada, se exponía: «... Si Franco faltase sin dejar sucesión...», y todo un panorama de tragedias se remachaba exponiendo fotografías de momias de la Semana Trágica, de cadáveres desenterrados, de los rostros cadavéricos de los inmolados durante la barbarie roja, entre los que aparecían el del general Capaz, del doctor Albiñana, del padre Gafo y, también, los de personalidades republicanas como Melquíades Álvarez, Abad Conde, Rey Mora, sacrificados en el desmadre revolucionario. La moraleja resultante se sintetizaba en el dilema de: «O Franco o el caos...»

 

Más votantes que cuando el Frente Popular

 

Las apelaciones a todas las clases sociales para que fueran a votar se hicieron categóricas y, paralelamente, el aparato destinado a combatir el abstencionismo se hizo imponente. Grandes titulares exponían las sanciones en las que se podía incurrir por no votar, y la obligación en que se estaba, so pena de atenerse a las consecuencias.

Unas octavillas, lanzadas osadamente por el anarquista Sabater (Quico) desde un taxi por las calles de Barcelona, incitaban: «Si votas SÍ, votas por Franco. / Si votas NO, votas por Franco. / Si NO VOTAS, votarás por ti, / pero no obtendrán tu voto. / ¡NO VOTES! / CNT-FAI-FIJL.»

En estas circunstancias, la afluencia a los colegios electorales fue masiva. La reclamación de comprobantes de haber depositado el voto ponía de relieve el deseo de ponerse a cubierto de cualquier sanción, gracias al justificante. Muchos electores, acosados por temores fundados, se presentaban con la papeleta bien visible, a fin de que pudiera verse el SÍ que habían estampado.

Las primeras noticias ya auguraban una participación altísima y la mayoría afirmativa era aplastante. El ministro de la Gobernación, don Blas Pérez, recibió a los informadores y les anunció el gran éxito del referéndum, que daba un porcentaje de votantes sin precedentes en nuestra historia electoral. Y, ante un grupo de periodistas extranjeros, glosó la triunfal jornada de esta manera: «Contra lo que era costumbre en nuestro país, no se ha forzado la voluntad del cuerpo electoral en esta ocasión.»

La apertura de las urnas y la realización del escrutinio descubrió hasta dónde puede llegar la picaresca española, que no se para en barras ni ante una grave decisión histórica. Aparecieron votos a Manolete, al futbolista Zarra, al cantante Pepe Blanco... otras papeletas lucían ocurrencias impublicables. Un políglota votó en varios idiomas, escribiendo «Yes», «Oui», «Sí», y al llegar al alemán puso el adverbio repetido: «Ja, Ja.»

Hechos públicos los resultados oficiales, el 92,94 por ciento de los 15.219.563 de los votos emitidos habían sido afirmativos. El día 18 de julio, Arriba publicó unas declaraciones del jefe del Estado en las que, apostillando los resultados de la consulta, dijo: «Agradezco al pueblo español la prueba de confianza que me reitera con el referéndum, y correspondo entregándole lo que de mi vida reste...»

La designación del sucesor de Franco, «a título de Rey», se demoraría hasta tal punto, que tardaría tanto tiempo como el que tardó el hombre en llegar a la Luna. Ambos eventos tuvieron lugar en el año 1969.

 

El generoso socorro argentino y los estraperlistas de acecho

 

Aislada España en el lazareto al que la había condenado la ONU, en aquellos desdichados momentos una nación se acordó de la Madre Patria sufriente y del hambre que padecían sus súbditos. Fue la República Argentina que, por iniciativa de su presidente, el general Juan Domingo Perón, envió un socorro formado por 400.000 toneladas de trigo, 120.000 de maíz, 25.000 de carne congelada, 8.000 de aceite comestible, 11.000 de lentejas, 20.000 de alubias y 50.000 cajas de huevos. El gesto mereció el reconocimiento general, pero como en el país había una crisis de decencia imponente, el trigo argentino, convertido en harina blanca, daría lugar a uno de los más escandalosos casos de tráfico ilegal.