46
Finalmente había llegado el día que tanto temía Beverly Burgess: Otis Quinn, el autor de Butterfly al desnudo, estaba a punto de llegar a Star's.
Ya era hora de que dejara de engañarse, pensó. El periodista acudía a su establecimiento porque sospechaba que ella era Beverly Highland, la que había destruido a Danny Mackay; no podía haber ninguna otra explicación. Ya se imaginaba la escena: él la acusaría de ser Highland y después la desafiaría a que demostrara lo contrario. Cualquier cosa que ocurriera, ganaría él. Vendería la información a la prensa sensacionalista y ella no tendría defensa. Bastaba ver lo que le había pasado al señor Smith.
Después de tantos años, toda su vida empleada en vengarse de Danny Mackay, sus cuidadosos planes, su paciencia, las complicadas trampas que le había tendido, la organización de su propia muerte y el placer que le había deparado el hecho de que Danny se ahorcara en la cárcel, todo corría peligro de quedar al descubierto, de ser pasto de la prensa y convertirse en un tema frívolo. La obra de su vida estaba a punto de caer al nivel de los periodicuchos de supermercado.
Se apartó de la ventana y miró a Simon Jung, el cual le había hecho una pregunta y estaba esperando su respuesta. Qué hombre tan maravilloso, pensó Beverly, tan pulcro y refinado y, al mismo tiempo, tan sensible y afectuoso, sin la menor traza de arrogancia. ¿Por qué no le habría conocido años atrás, en otro momento más seguro de su vida? Más de una vez, Beverly había abrigado la esperanza de que, con el tiempo, pudiera mantener una relación más íntima con Simon. Ansiaba volverse a enamorar… y ser amada.
Pero Otis Quinn iba a acabar con aquel sueño; Beverly lo intuía y presentía la cercanía de la tormenta. El periodista había llegado en el funicular de la mañana y había sido acompañado a su chalet. Por eso Simon estaba allí, en el despacho de Beverly… con la lista de los nuevos huéspedes. Estaba el grupo de Philippa Roberts de Australia, el cual ocupaba el bungalow cuya reserva había anulado el premio Nobel Ricardo Cadiz: estaba la habitual colección de famosos nombres de Hollywood; y, finalmente, el periodista free lance Otis Quinn. De un momento a otro, empezaría a insistir en que ella le concediera una entrevista.
¿Cuántas cosas sabría acerca de su pasado? Sin duda todo, la casa de putas de Hazel en San Antonio donde Beverly había trabajado cuando contaba catorce años; el aborto a que Danny Mackay la había obligado a someterse a los dieciséis años; las revistas pornográficas y el burdel de señoras de Rodeo Drive cuya propiedad había logrado endosarle al reverendo Danny Mackay por medio de triquiñuelas. Aunque ella no confirmara nada de todo aquello e incluso lo negara, Quinn vendería la información de todos modos.
Y ella perdería para siempre sus posibilidades con Simon.
- ¿Se encuentra bien, Beverly? -preguntó Simon en voz baja, acercándose tanto a ella que Beverly aspiró el leve perfume de su colonia Bijan -. ¿Ocurre algo?
Beverly intuía que él sentía por ella lo mismo que ella por él, pero ahora jamás podría comprobarlo. Tal vez, si le hubiera dicho la verdad cuando ambos se conocieron dos años y medio atrás, hubiera habido alguna posibilidad. Pero ahora ya era demasiado tarde.
Antes de que Beverly pudiera contestar, entró su secretaria diciendo:
- Señorita Burgess, Andrea Bachman quiere hablar con usted. No tiene concertada ninguna cita.
- Muy bien, Marie -dijo Beverly alargando la mano hacia sus gafas ahumadas mientras pensaba que probablemente ya no las necesitaría después de aquella noche cuando Quinn proclamara ante el mundo quien era ella realmente-. Por favor, hágala pasar.
- Estaré en el salón de baile si me necesita -dijo Jung, deteniéndose como si estuviera a punto de añadir algo más.
Pero dio media vuelta y se retiró. Andrea se cruzó con él en la puerta.
- Hola, señorita Bachman -dijo Beverly, volviéndose justo en el momento en que se estaba poniendo las gafas-. La estaba esperando.
- Sí, claro -dijo Andrea-, usted sabía que yo imaginaría que Marion aún estaba con vida.
- Pensé en esa posibilidad. ¿Cómo se le ocurrió?
- Por la forma en que está escrito el diario. No da la impresión de que se hubiera escrito poco después de que ocurrieran los acontecimientos, sino muchos años después, con la percepción propia de la edad, tal vez.
- Muy astuta -dijo Beverly sonriendo-. Usted también escribe, ¿verdad?
- ¿Dónde está Marion ahora? ¿Y qué fue de su hija?
- Está aquí. Deseando conocerla.
- ¿Cuál de ellas? ¿Marion o Lavinia?
- Ella misma se lo dirá.
Andrea sabía exactamente lo que podía esperar: una mujer de ochenta y seis años que vivía en el pasado como Norma Desmond, vestida con modelos de muchachita descocada de los años veinte adornados con deslustradas lentejuelas, rodeada de recuerdos y de viejos álbumes de recortes, en medio de pesados cortinajes de terciopelo para impedir la entrada del sol, esperando que Cecil B. deMille dirigiera la película de su reaparición.
Por consiguiente, se extrañó de que la acompañaran a un soleado salón decorado en alegres tonos primaverales. La anciana, que caminaba con la ayuda de un bastón y vestía un elegante traje de lana a la medida con un pañuelo prendido a su hombro por medio de un broche, no era una talludita nena de la era del jazz anclada en un lejano pasado, sino una gran señora que caminaba todo lo erguida que le permitía su edad y que llevaba el cabello de un blanco purísimo recogido hacia atrás con unas peinetas de concha. Cuando le estrechó la mano, Andrea notó una fría y suave piel con nudos artríticos debajo.
- Estaba deseando conocerla -dijo la mujer-. Soy Marion Star.
Andrea se quedó momentáneamente sin habla. Se había pasado los últimos cuatro días leyendo el diario de aquella mujer, los detalles más íntimos y privados de su vida… ¿qué podía decirle?
- ¡Yo la he visto en el vestíbulo, señorita Star! -exclamó con asombro-. Siempre se sienta en aquella silla tan curiosa al pie de la escalinata.
Marion se rió y acompañó a sus visitantes hasta la chimenea donde un servicio de té de plata había sido colocado sobre un baúl de barco que hacía las veces de mesita de centro. El sol que penetraba a través de los altos ventanales se derramaba por toda la estancia confiriéndole un aire estival.
- ¡Ah, sí, la silla! -dijo Marion-. Procede del decorado de mi película Robin Hood. ¡El gobernador de Nottingham administraba su perversa justicia sentado en ella! Me gusta sentarme en el vestíbulo principal y contemplar a los huéspedes de mi casa. Me gusta hacerlo con carácter anónimo porque nadie se fija en una vieja -la actriz guiñó un ojo-. Pero usted sí se fijó, mi querida muchacha. Siéntese, por favor. Espero que le guste el té de hierbas. Mi médico me ha prohibido la cafeína.
Andrea observó con asombro cómo Marion vertía el té desde la tetera: le faltaban cuatro años para cumplir los noventa, y sus manos parecían fuertes y vigorosas.
- Y aquella escalinata -añadió Marion mientras les ofrecía las tazas de té a Andrea y Beverly-. Jamás olvidaré la noche en que John Barrymore se emborrachó y decidió deslizarse por la enorme barandilla. ¡Aterrizó en mi regazo al pie de la escalinata y ambos caímos rodando! O sea que usted ha leído mi libro -dijo mirando con sus vivos y oscuros ojos a Andrea-. Y adivinó que no lo había escrito en 1932.
Sentada a su lado en el sofá en medio de tanta luz, Andrea observó que Marion apenas llevaba maquillaje. No se parecía demasiado a la ardiente vampiresa cuyas fotografías colgaban en el vestíbulo principal de abajo, pero sus ojos seguían siendo muy sensuales.
Andrea miró a su alrededor y se extrañó de que no hubiera la menor huella de aquella época. En una vitrina antigua se exhibían piezas de cerámica popular y objetos de madera tallada. Las paredes estaban decoradas con siluetas enmarcadas y guirnaldas de ramas. Había jarrones con flores naturales en casi todas las superficies disponibles, y en una pequeña mesa de madera de sauce se veía una colección de soldados antiguos de juguete. Pero no había ninguna fotografía de Marion ni de Ramsey ni de ningún otro personaje de aquellos tiempos; ningún cartel cinematográfico de La perversión y ningún recuerdo de La reina del Nilo.
- No soy lo que usted esperaba, ¿verdad? -dijo Marion, esbozando una divertida sonrisa-. A lo mejor, incluso se pregunta si soy realmente Marion Star.
A Andrea no se le había ocurrido aquella posibilidad, pero ahora se preguntó qué pruebas tenía.
- Mi verdadero nombre es Gertrude Winkler -añadió Marion-, que es el que tenía antes de conocer a Ramsey. El me puso este ridículo apellido de Star. Casi todos nos cambiábamos el nombre por aquel entonces. Theda Bara se llamaba en realidad Theodosia Goodman. Y el nombre completo del pobre Rudy era Rodolfo Alfonso Raffaele Guglielmi. Se te llenaba toda la boca pronunciándolo. Yo adoraba a aquel hombre -dijo Marion en tono nostálgico-. Pero adoraba todavía más a Dexter Bryant Ramsey -la actriz ofreció una bandeja de pequeños emparedados untados con mantequilla a Beverly y Andrea-. Sí, yo soy Marion Star -prosiguió diciendo-. Y podría demostrarlo si alguien me lo exigiera. Pero ¿quién iba a hacerlo? Además, no me apetece volver a la luz pública, tal como ahora se dice. Me conformo con ser Gertrude Winkler y con permitir que esta casa sea un monumento a una mujer desaparecida -miró con una sonrisa a Andrea y tomó un sorbo de té-. ¡Ahora supongo que tendrá usted un millar de preguntas que hacerme, señorita Bachman!
- La verdad es que no sé ni por dónde empezar.
- Sin duda lo primero que querrá saber es si yo maté a Dexter tal como dijo la policía. Sí, yo lo maté. Yo asesiné a mi amado Dexter. Lo sorprendí aquella noche en la cama con otra mujer. En nuestra cama, estando nuestra hija en la habitación de al lado. ¿Sabe usted cómo reaccionó cuando yo los sorprendí? Se echó a reír. Directamente en mi cara. Yo tenía una pistola en mi mesilla de noche por motivos de seguridad. Cuando la saqué, la chica, que por cierto no sé quién era, huyó despavorida de la estancia. Pero Dexter siguió riéndose y me desafió a que apretara el gatillo. Siempre le había gustado el espectáculo. Se levantó de la cama y se alejó de mí. Recuerdo sus últimas palabras:
- No te importa que haga un pis antes de que me mates, ¿verdad?
«Le seguí al cuarto de baño y le pegué un tiro. Hubiera tenido usted que ver la cara de sorpresa que puso -añadió Marion tras una pausa».
Andrea miró a Beverly y después de nuevo a Marion. No sabía cómo formular la siguiente pregunta, pero Marion volvió a adelantarse a sus palabras.
- Quiere saber la verdad sobre la castración. Yo no lo hice. Al ver que había matado a Dexter, tiré el arma, corrí al cuarto de la niña, envolví a Lavinia en una manta y salí corriendo en la noche. Conseguí llegar hasta uno de los automóviles, no sé de quién era, y bajé de la montaña. No recuerdo cómo lo hice ni cómo me dirigí a Fresno, donde vivía mi hermana. Más tarde me enteré de que el arma había desaparecido y de que alguien había mutilado con un cuchillo a Dexter, pero yo no tuve nada que ver con eso. Tal vez alguien quiso protegerme ocultando el arma. Y quizá alguien más quiso vengarse a su manera de él cuando se descubrió el cuerpo. Dexter tenía muchos enemigos. Supongo que lo que ocurrió en aquel cuarto de baño después de mi huida siempre será un misterio.
- ¿Qué sucedió cuando se fue usted a casa de su hermana?
- Me volví loca… pero de verdad. Mi hermana nos cuidó a mí y a la niña. Se desprendió del automóvil y, cuando llegó la policía para preguntarle si me había visto o sabía algo de mí, contestó que no tenía ni idea de dónde estaba yo. Pero yo estaba muy mal y ella no podía conmigo. Al parecer, desvariaba y decía muchas tonterías. Dos veces intenté matarme y ella se pegó un susto de muerte. Al final, decidió encerrarme en un centro. Ingresé con nombre falso y me pasé varios años en dos infiernos… uno en el cual tenía pesadillas y soñaba constantemente con la muerte de Dexter y otro en el cual fui maltratada tanto por los demás enfermos como por el personal, me violaron varias veces y estuve sometida durante muchos meses a unos tratamientos de shock con insulina que estuvieron a punto de matarme. Cuando mi hermana se enteró de lo que pasaba, me llevó a casa y contrató a una fornida enfermera para que me cuidara.
Marion se detuvo para tomar un sorbo de té. Cuando posó la taza, ésta chirrió levemente en el platito.
- Una mañana me desperté y vi un gorrión posado en una rama al otro lado de mi ventana -dijo en voz baja, contemplando el azucarero de plata-. El sol primaveral llenaba la estancia y yo tenía mucho apetito… de barquillos, recuerdo. Había estado ocho años enferma, Europa estaba en guerra y el mundo se había olvidado de Marion Star. Pero yo me había curado.
- ¿Qué fue de Lavinia?
- Murió en 1943 de poliomielitis. Era una niña preciosa.
- ¿Y después?
- Tardé bastante en recuperar fuerzas, pero, durante mi convalecencia, tomé varias decisiones importantes. La primera de ellas fue dejar que Marion Star siguiera en ignorado paradero. La segunda fue no regresar jamás a Hollywood. De todos modos, el cine había cambiado; todo había cambiado. La tercera decisión fue dejar esta casa intacta. No sabía si algún día regresaría y la recuperaría. Legalmente la había heredado mi hermana y ella envió a alguien para que viniera a cerrarla; mandamos que la vigilaran para que los gamberros no la estropearan. Y, finalmente, mi cuarta decisión fue dedicarme a los negocios.
«Cuando ganaba millones en el cine, yo le enviaba regularmente dinero a mi hermana, la cual lo depositaba todo en el banco, hasta el último céntimo. En cuanto me restablecí, disponía de suficiente capital para dedicarme a los negocios… inmobiliarios, sobre todo. A medida que pasaba el tiempo y mis heridas cicatrizaban, Gertrude Winkler se fue convirtiendo en una persona extremadamente rica y próspera. Mi hermana murió hace unos años en un campo de golf de Florida. La víspera se había acostado con un hombre al que doblaba la edad».
- ¿Fue entonces cuando decidió poner a la venta el Star's Haven?
- Sí, decidí que ya era hora de desprenderme de la mansión.
Pero no se la quise vender a cualquiera. La señorita Burgess y yo mantuvimos largas conversaciones antes de ponernos de acuerdo. Marion miró con una sonrisa a Beverly y añadió más animada-: Bueno pues, hábleme de ese japonés que está tan loco por mí y quiere invertir dinero en una película sobre mi persona.
Mientras le hablaba a Marion del señor Yamato, el cual tenía previsto llegar al día siguiente, a Andrea se le ocurrió de pronto una idea tan extraordinaria que apenas podía estarse quieta en el asiento. Iba a escribir dos guiones. El de Yamato giraría en torno a la joven diosa de la pantalla Marion Star, pero el segundo comenzaría con su huida de la casa la noche del asesinato y sería una crónica de su lucha contra la locura y de su posterior recuperación y victoria definitiva sobre los años de malos tratos y explotación.
Serían dos películas tan sensacionales, que Andrea ya estaba deseando empezarlas.