36
- ¿Eres Christine Singleton?
- Sí, ¿Cómo lo sabe?
- Soy tu hermana, Beverly Burgess. Antes me llamaba Beverly Highland, pero primero fui Rachel Dwyer. Tu apellido también es Dwyer. Samos gemelas. Llevo mucho tiempo buscándote. No puedo creer que finalmente te haya encontrado.
- Yo también te he buscado. ¿No te parece maravilloso? Volvemos a estar juntas después de tantos años.
- Pero hay un peligro.
- ¿Un peligro? ¿Por qué?
- No lo sé. Pero lo presiento… muy cerca. En otros tiempos estuve relacionada con un hombre terrible, Christine, un hombre llamado Danny Mackay. Ahora ha muerto, pero su recuerdo me sigue persiguiendo. Me salvé, pero ahora temo que mi pasado me vuelva a atrapar en cierto modo. Y que nos destruya a las dos. Tienes que irte, Christine. Tienes que alejarte de mí y no regresar jamás.
- ¡No! Si acabamos de encontrarnos…
Beverly se despertó sobresaltada.
Tendida en la cama en medio del silencio del castillo, se preguntó por qué habría soñado con su hermana después de tantos años. Tiempo atrás, cuando todavía tenía esperanzas de encontrar a su hermana gemela, Beverly soñaba casi cada noche con el encuentro. Pero después, al desaparecer la esperanza, los sueños también se esfumaron. Hasta aquel momento. Beverly se había sobresaltado por el contenido del sueño, por su realismo y por la intensidad de su emoción.
Se levantó, se envolvió en una bata y se acercó a la ventana desde la cual se veía el nevado pinar y las rocas de granito que rodeaban el edificio; abajo estaba empezando a amanecer sobre el desierto.
¿Qué significaba la pesadilla que acababa de sufrir? ¿Por qué había soñado con su hermana? ¿Y por qué, ahora que estaba despierta, seguía experimentando la horrible sensación de temor que la había atenazado durante el sueño? Sabiendo que no podría volver a dormirse, tomó el teléfono, llamó al servicio de habitaciones y pidió que le subieran un té con tostadas.
Mientras se ponía las zapatillas y se dirigía al saloncito adyacente, donde encendió las lámparas para disipar la persistente angustia de la pesadilla, consideró la posibilidad de llamar al apartamento de Simon Jung para ver si éste estaba despierto y le apetecía desayunar con ella. Pero no lo hizo, recordando una vez más que no le convenía intimar demasiado con su director general. No quería correr el riesgo de perder su amistad. ¿Cómo podía contarle de qué tenía miedo sin revelarle su pasado? Y, si se lo revelara, ¿cuál sería su reacción? Estaba en deuda con él. No hubiera podido convertir Star's en lo que era sin el toque especial de Simon; muchas de las ideas más originales e innovadoras se le habían ocurrido a él, por ejemplo, la de ofrecer a los clientes toallas heladas junto a la piscina en verano. Pero Simon significaba para ella mucho más que eso; era algo más que el hombre que dirigía el hotel.
Mientras aguardaba el desayuno, Beverly empezó a pasear por el saloncito cómodamente amueblado con mullidos sillones y almohadas de terciopelo; en las paredes colgaban tranquilas escenas campestres. Hubo un tiempo no lejano en que sus paredes estaban cubiertas de cartas de famosos y de premios y certificados enmarcados, cuando era la célebre Beverly Hills, patrocinadora de numerosas obras de caridad y acontecimientos benéficos. Ahora, en cambio, los recuerdos de las paredes pertenecían a Beverly Burgess, nacida hacia apenas tres años y medio. No había gran cosa, pero su recuerdo más preciado era un menú enmarcado de Amanha, un popular restaurante de la Rua Baráo da Torre de Río de Janeiro donde había conocido a Simon Jung. Aquellas semanas en Brasil en que paseaban a la luz de la luna por las playas de Ipanema y Copacabana discutiendo los planes de su nuevo establecimiento hotelero, figuraban entre los recuerdos más queridos de Beverly.
Al lado del menú había una fotografía en la que ella y Simon habían posado en la cumbre del Pan de Azúcar con una impresionante vista de Río al fondo. Sonreían y se les veía muy relajados, pero se interponía entre ambos un significativo espacio y su postura era un poco afectada.
Beverly le había mentido a Simon. Le había descrito un pasado inventado, le había facilitado una explicación falsa de su riqueza y había aducido falsos pretextos para justificar el que jamás se hubiera casado. Pero ahora temía que Simon averiguara quién era ella realmente. Otis Quinn, el periodista especializado en reportajes sensacionalistas, tenía anunciada su llegada a Star's al día siguiente. ¿Pondría al descubierto sus mentiras? ¿Significaría eso el final de sus relaciones de trabajo con Simon? ¿La juzgaría Simon antes de que ella pudiera explicarle la razón de la existencia de un lugar llamado Butterfly donde las mujeres pagaban para acostarse con hombres, y pudiera hablarle de un hombre llamado Danny Mackay a quien ella había empujado al suicidio?
Beverly se dirigió a su cuarto de baño privado, todo en mármol negro y con grifería de oro. Abrió el grifo de la bañera, se quitó la bata de raso y se vio reflejada en uno de los espejos. Poseía una figura preciosa y procuraba conservarla haciendo ejercicio y vigilando lo que comía. Pero tenía un defecto: una pequeña cicatriz en la parte interior del muslo derecho justo por debajo del vello del pubis, única señal de un tatuaje que se había quitado… el tatuaje de una mariposa.
Mientras la humeante agua llenaba la bañera, Beverly pensó de nuevo en Simon.
¿Le interesaba alguna mujer en particular? Beverly sólo podía hacer conjeturas, pues durante los dos años y medio que llevaban juntos jamás habían hablado de sus vidas privadas. La persona que Simon recibiera en su apartamento o que él visitara en su habitación no era asunto de la incumbencia de Beverly. Sin embargo, ésta había visto cómo le miraban algunas huéspedes del hotel y las atenciones que él les prodigaba a cambio.
Mientras introducía cautelosamente un dedo en el agua caliente, Beverly notó que empezaba a relajarse. El amanecer estaba iluminando las montañas y disipando las sombras de su pesadilla. Si alguien la amenazara, si amenazara Star's, lucharía a brazo partido. A lo mejor, pensó contemplando el nuevo día más allá de su ventana, el inesperado sueño sobre su hermana había sido un buen presagio. Una señal de que siempre había una razón para la esperanza.
Philippa salió al balcón de su suite del Marriott Desert Springs y contempló el lento amanecer del nuevo día sobre el desierto. Poco antes había sido testigo de un fenómeno asombroso: en el momento en que el sol había surgido a su espalda, el monte San Jacinto, que se elevaba directamente delante de ella, se había teñido de rojo, como si sus laderas estuvieran ardiendo. El incendio duró unos treinta segundos en medio de unos cegadores destellos carmesí; después, el fuego se apagó y el monte volvió a ser una montaña nevada como cualquier otra.
El aire del desierto era muy frío y cortante, pero tan transparente como debía de ser la atmósfera de la luna, siempre y cuando en la luna hubiera aire. Philippa se iba sintiendo progresivamente más viva a cada bocanada de aire que aspiraba, como si se le estuvieran llenando los pulmones de oxígeno puro, refrigerado por las nevadas montañas que rodeaban el desierto. Aunque Starlite estuviera amenazada, pensó, ella afrontaría el reto con toda su energía y determinación. Cualquiera que fuera la estrategia que utilizara su desconocido adversario, la persona que se ocultaba detrás de Gaspar Enriques, Philippa había estado desarrollando unas cuantas estrategias secretas por su cuenta.
La primera de ellas era una táctica llamada la píldora del veneno destinada a convertir Starlite en un objeto menos apetecible para cualquiera que tuviera intención de llevar a cabo una compra hostil. La segunda estrategia, en caso de que fuera necesaria, consistiría en sacarse un as de la manga, un amigo de Starlite que comprara un gran paquete de acciones, impidiendo con ello que Miranda se hiciera con el control de la empresa. Ralph Murdock, el abogado de Starlite, ya tenía preparadas tres empresas de estas características por si acaso. Quienquiera que se ocultara detrás de Enriques y de Miranda, no lo tendría fácil para quedarse con Starlite.
Philippa se estremeció en el interior de su bata. La mañana era fría, pero ella temblaba más por los efectos del extraño sueño que había tenido que por la temperatura invernal.
No podía recordar en qué había consistido el sueño, simplemente recordaba que la había asustado. Se despertó bruscamente con el corazón desbocado. Su primer impulso fue el de levantarse de un salto de la cama de matrimonio que ocupaba y dirigirse al otro extremo de la suite donde Ricky dormía en un dormitorio idéntico, separado de ella por un espacioso salón, y acurrucarse a su lado, buscando calor y fuerza. Pero entonces contempló a Charmie, dormida en la otra cama de matrimonio, y comprendió que no hubiera estado bien. Ella y Ricky ya no estaban solos en la intimidad de su villa de Perth.
En aquel momento Ricky salió al balcón con unos papeles y una taza de café del carrito de servicio de habitaciones. Llevaba una desteñida camiseta, recuerdo de cuando era tripulante, con la reproducción de un velero del siglo XVII; en la pechera lucía una imagen del barco, el Halcón del Mar, y en la parte de atrás ostentaba una frase que decía: «Trabajar en el patio no siempre significa ser jardinero».
- Lo he arreglado casi todo, Philippa -dijo, entregándole los papeles-. Pero he señalado un par de cosas que quizá le interese ver -el joven había aprovechado el viaje en automóvil de la víspera para repasar los fax recogidos en el despacho antes de abandonar Los Ángeles. Casi todos eran cartas de gente que se había enterado del regreso de Philippa a los Estados Unidos y le enviaba peticiones de donativos, invitaciones a actos benéficos y solicitudes para que diera alguna conferencia. Ricky había despachado casi toda la correspondencia por su cuenta, pero había dejado a la consideración personal de Philippa algunas cosas especiales como, por ejemplo, la petición de Oprah Winfrey de que Philippa interviniera en su espectáculo junto con Jenny Craig y Richard Simmons.
Philippa tomó las cartas y le entregó el cuaderno de apuntes que siempre tenía en su mesilla de noche; contenía algunas anotaciones para su libro El plan Starlite de adelgazamiento y belleza en 99 puntos.
Los dedos de ambos se rozaron y los ojos del joven se cruzaron con los suyos.
Después, Ricky volvió a entrar y leyó las notas: «Punto Sesenta: Picar engorda. Punto Sesenta Uno: Respire entre cada bocado. Punto Sesenta y Dos: Espere veinte minutos antes de tomar un segundo plato. Punto Sesenta y Tres: Utilice el lavabo antes de pesarse».
Ricky se volvió a mirar a Philippa y se preguntó si ella seguiría las mismas normas para mantener aquella figura tan fabulosa. Observó que ella le seguía mirando. Santo cielo, cuánto la deseaba… con aquella bata de raso que se abría a la altura de la rodilla dejando al descubierto una morena y suave pantorrilla, el escote abierto entre los pechos, casi desafiándole a acercarse y apartar la tela para deslizar las manos hacia el interior, el alborotado cabello cobrizo y el aire adormilado de sus ojos a primera hora de la mañana…
Al notar que se estaba excitando, Ricky apartó aquellos pensamientos de su mente y se dispuso a trabajar.
Mientras le observaba sentado frente a su máquina de escribir electrónica colocada sobre la mesa del comedor, Philippa vio que no se había afeitado y que una ligera barba le cubría la mandíbula. Aunque el joven llevaba el largo cabello pulcramente recogido hacia atrás con un elástico, todo en él tenía un descuidado aire deliberadamente sensual… los vaqueros remendados, la vieja camiseta de muchos veranos.
¿De veras había transcurrido sólo un mes desde la primera vez que sintiera sus labios sobre los suyos y la fuerza de aquellos jóvenes brazos a su alrededor? Se sorprendió al recordar con cuánta facilidad habían desaparecido todas sus inhibiciones. Tras varios meses de trato formal, bastó un solo beso de Ricky para que se desvanecieran todos los recelos. Recordó cómo le había hecho el amor bajo el sol estival que inundaba el salón mientras sus duras manos encallecidas por los años de navegación le exploraban suavemente el cuerpo y su lengua la acariciaba hasta que, al final, la penetró con una fuerza impresionante, levantándole las caderas del suelo a medida que ella lo atraía cada vez más adentro. Philippa lo contempló sentado delante de la máquina de escribir y, mientras sus ojos se posaban en los duros bíceps de sus brazos, se sintió repentinamente invadida por una oleada de deseo y recordó que, tras haber hecho apasionadamente el amor sobre la alfombra, ambos se habían abrazado con pasión y, estando todavía tendidos totalmente exhaustos, ella le había sentido crecer de nuevo en su interior. La segunda vez fue todavía más sorprendente que la primera.
Philippa lo miró con intenso deseo, y después respiró hondo, llenándose los pulmones con la claridad del desierto mientras recordaba el propósito de su presencia allí. Más adelante, cuando terminara su trabajo, exploraría sus nuevas relaciones con Ricky, pero en aquellos momentos tenía demasiadas cosas que hacer y no podía perder el tiempo con fantasías. Ivan Hendricks llegaría de un momento a otro con su informe sobre Beverly Burgess.
Charmie también estaba pensando casualmente en Ivan. Vestida con un caftán de rayón modelo Ruth Roman en tonos rojos, dorados y negros con pulseras rojas, negras y doradas a juego, Charmie estaba tratando de cepillarse el cabello encrespado como una rubia nube alrededor de los hombros a causa de la sequedad de la atmósfera que lo levantaba y lo hacía crujir a cada pasada de cepillo. Quería estar guapa para Ivan. ¡Estaría al llegar!
El solo hecho de pensar en él le había impedido descansar; Ivan la había visitado en el transcurso de unos eróticos sueños de los que había despertado presa de un febril frenesí. Creía haberle olvidado después de tanto tiempo sin verle. El hombre con quien llevaba un año saliendo, un acaudalado corredor de bolsa de Pacific Palisades era tan atractivo y seductor (el viaje al sur de España el verano anterior había sido idea de Sam) que ella apenas había tenido tiempo de pensar en Ivan Hendricks.
¡Y, de pronto, le volvió a ver en Perth! Al verle entrar en el salón de Philippa cuatro días atrás, el corazón le dio un vuelco en el pecho. Después, Ivan le estrechó la mano y ella evocó un recuerdo con tal precisión de detalles que se quedó sin respiración… el recuerdo de una increíble mañana en que estaba preparando unos bizcochos de chocolate y mantequilla y se llevó la mayor sorpresa de su vida.
Charmie acababa de colocar en el horno una bandeja de bizcochitos y estaba lamiendo los restos adheridos a la espátula cuando oyó el rumor de un automóvil en la calzada particular de su casa.
Al acercarse a la ventana de la cocina para mirar, se sorprendió al ver bajar a Ivan Hendricks del automóvil, sosteniendo un plano y alargado paquete en la mano. Jamás había estado en su casa y ni siquiera pensaba que él supiera dónde vivía. Le vio subir por la calzada mirando a derecha e izquierda y dejar después el paquete en su puerta; estaba a punto de retirarse cuando Charmie abrió la puerta y le pegó un susto.
- ¡Señorita Charmer! -dijo Ivan-. ¡No sabía que estuviera usted en casa! Llamé y tenía puesto el contestador. La grabación decía que estaba usted fuera.
- Siempre pongo el contestador cuando estoy en la cocina -le explicó Charmie con una sonrisa, mostrándole las enharinadas manos- De esta manera, evitas que te den la tabarra por teléfono -añadió, riéndose azorada ante aquella inesperada visita-. Las ventajas de la tecnología moderna. Pase, por favor -dijo.
Ivan vaciló un instante.
- La he interrumpido -dijo.
- Por favor.
Ivan le ofreció el paquete.
- Esto es para usted -dijo con cierta timidez.
Mientras retiraba la cinta y el papel de color marrón, procurando no ensuciar de harina lo que hubiera dentro, Charmie se dio cuenta de que Ivan la estaba estudiando detenidamente. Era un caluroso día estival y él llevaba una camisa hawaiana metida en unos pantalones deportivos de color blanco. Los primeros botones de la camisa estaban desabrochados y permitían ver el oscuro vello de su pecho.
Cuando el papel cayó al suelo, Charmie se quedó boquiabierta de asombro. Contempló la litografía enmarcada y después miró a Ivan.
- ¿Cómo lo supo? -preguntó.
Ivan se ruborizó hasta la raíz del pelo cortado casi al rape, a lo militar.
- Le oí comentar con la señorita Roberts que le gustaba este artista y que coleccionaba obras suyas porque el estilo hace juego con su nueva casa. Mencionó en particular esta litografía. Cuando la vi el otro día, decidí comprarla para usted.
- No sé qué decir… es… ¡es preciosa! Muchas gracias -dijo Charmie en un susurro.
Ambos se miraron fijamente.
- Bueno, será mejor que me vaya.
- Por favor, pase y tome un café -dijo Charmie, alejándose a toda prisa hacia la cocina para que él no pudiera decirle que no-. He puesto los bizcochitos en el horno hace un rato -añadió-. Estarán listos dentro de unos diez minutos.
- Bueno pues -dijo Ivan, entrando en la cocina-, ¿qué tal esta su hijo?
Miró a su alrededor como diciendo: «¿Dónde está su hijo?». Charmie se volvió con deseos de preguntarle: «¿Y usted, Ivan? ¿Tiene hijos… o esposa?». En su lugar, contestó:
- Nathan pasa el verano con su padre. Ron fue un marido pésimo para mí, pero es muy buen padre para nuestro hijo. Cuando nos divorciamos, dejó el trabajo y se fue a Oregón, donde puso una tienda de cebos junto al rio Rogue. Cada verano, él y Nathan pasan unas cuantas semanas juntos pescando en el río. Es bueno para los dos.
Ivan asintió con la cabeza como si supiera por experiencia lo que era aquello. Pero no dijo más… no explicó lo que sabía sobre los hijos y las ex mujeres.
- Estos bizcochitos huelen de maravilla -dijo al cabo de un rato mientras aceptaba una taza de café y le echaba un poco de crema de leche. Permanecía de pie a pesar de que Charmie le había invitado a sentarse.
- ¡Pues si! -dijo Charrnie abriendo el horno para comprobar la cocción de los bizcochos-. ¡Eso no está autorizado en el programa Starlite, desde luego! Nunca he podido seguir una dieta. Creo que estoy condenada a estar permanentemente gorda.
Percibió que él se le acercaba.
- Por favor, no diga eso. Es usted una mujer muy guapa. Está bien tal como está.
- ¡Bueno! -Charmie se secó nerviosamente las manos en el delantal que llevaba sobre el caftán, uno de los que Hannah importaba de Marruecos confeccionado en algodón de trama suelta en tonos beige y vino tinto. En lugar de botones tenía en la parte delantera unos bastoncitos de madera con presillas-. Me ha pillado usted por sorpresa. ¡Es la última persona que esperaba encontrar en mi cocina!
Ivan estaba lo suficientemente cerca de ella como para que el perfume de su colonia se mezclara seductoramente con los aromas de la mantequilla y el chocolate. De pronto, en la cocina se empezó a notar mucho calor.
- Me alegro de haberla encontrado en casa -dijo Ivan en voz baja- Iba a dejar el cuadro y marcharme -hizo una pausa y sus ojos le recorrieron el caftán casi como si fueran sus manos las que la estuvieran explorando-. Creo que usted y yo nunca habíamos estado a solas.
«De eso no tengo la culpa yo», pensó Charmie.
- Es usted siempre tan profesional -dijo, apoyándose en la mesa de la cocina. Notaba una extraña sensación de debilidad en las piernas-. Se presenta con puntualidad matemática, le entrega su informe a Philippa y desaparece -añadió sonriendo-. Como el Llanero Solitario.
Ivan se acercó un poco más a Charmie y vio una expresión algo confusa en sus ojos, como si estuviera tratando de llegar a una decisión.
- Los bizcochitos huelen muy bien.
- Es una receta de mi invención -dijo Charmie con un hilillo de voz-. Les añado mantequilla batida con azúcar.
- ¿Puedo probarla?
- Si, por supuesto… -contestó Charmie, pero, mientras alargaba la mano hacia la escudilla en la que había batido la mezcla, Ivan la sujetó repentinamente por los hombros y le lamió la comisura de la boca.
Charmie se quedó petrificada. No sabía que tenía unos restos de mantequilla en los labios.
Era lo más emocionante que jamás le hubiera hecho un hombre.
Inmediatamente Ivan empezó a besarla en la boca. Charmie le rodeó el cuello con sus brazos y él la atrajo con fuerza hacia sí.
- Te deseo desde hace tanto tiempo -le dijo, tratando de besarla simultáneamente por todas partes mientras le hundía las manos en el cabello.
- Oh, Ivan -contesto Charmie casi sin aliento.
Le parecía delicioso. Tenía una boca que besaba con ansia sensual, tal como ella siempre había imaginado. Le recorrió el cuerpo con las manos, deteniéndose en los músculos que tanto anhelaba sentir.
Por su parte, él le exploro los pechos, tratando torpemente de desabrocharle las varillas de madera del caftán e introduciéndole la mano en el sujetador. Charmie lanzo un grito, pero él se lo ahogó con su boca.
Charmie le desabrochó rápidamente la camisa y se la abrió, tirando de ella hacia afuera para sacar los faldones. A continuación, acercó los labios a su pecho y fue bajando hacia el duro y liso estómago.
Después, él deslizó la mano hacia su espalda y le desabrochó el sujetador mientras ella gemía, bajaba la mano y emitía un jadeo. La tenía tan grande, que su mano no podía rodearla por entero.
Ivan sacó sus pechos de las copas de encaje y los comprimió contra su tórax desnudo. Había en la mesa un cuenco de mantequilla azucarada. Introduciendo los dedos en él, Ivan le untó los pechos y se los lamió.
Cayeron contra la mesa provocando la caída al suelo de algunos cacharros mientras su pasión crecía por momentos y sus besos se hacían cada vez más urgentes en su afán de descubrirse el uno al otro de inmediato. Estaban tan enfrascados en la tarea que, mientras Ivan le subía apresuradamente el caftán por encima de los muslos y ella le desabrochaba la hebilla del cinturón, no se percataron de que el teléfono estaba sonando.
Cuando se oyó una sonora voz procedente del contestador «¡Hola, Charmie! Soy Sam. ¡Quería decirte simplemente que anoche estuviste fantástica!», Charmie se apartó de Ivan y salió a toda prisa al pasillo diciendo:
- ¡Oh, Dios mío!
Antes de que pudiera pulsar el botón de desconexión, Sam consiguió añadir: «¿Qué tal si tú y yo nos vamos a pasar el próximo fin de semana en San Francisco? Alquilaremos una habitación en el St. Francis y no saldremos de allí para nada. Nos pasaremos todo el fin de semana…»
Al regresar a la cocina, vio que Ivan se había abrochado la camisa y se la estaba remetiendo en el pantalón.
- Los inconvenientes de la tecnología moderna -dijo, cerrándose modestamente el caftán sobre el pecho-. Oh, Ivan… lo siento muchísimo.
El la miró como si acabara de recibir la peor noticia de su vida. Después, se acercó a ella y le tomó el rostro entre sus manos.
- No es por eso por lo que vine aquí -dijo en un susurro-. Pensé sinceramente que no estabas en casa. Esto no está hecho para nosotros. No puedo decirte por qué y no volveré a esta casa. Pero créeme si te digo que eres una mujer muy guapa y que te he deseado desde la primera vez que te vi. Eres una mujer auténtica, Charmie, y abarcas toda la vida. Nunca me han gustado las mujeres delgadas; parecen tan frágiles que temo que se rompan. No me gusta notar costillas, huesos de la cadera o clavículas cuando hago el amor. Cuando abrazo a una mujer, no quiero estrechar un esqueleto. Quiero sentir carne y sustancia. Te deseo -esbozó una sonrisa y le acarició el cabello-. Y te prometo que siempre lo recordaré -añadió, besándole la comisura de la boca donde antes había unos restos de crema de mantequilla.
Charmie acababa de cepillarse el cabello cuando Ivan llegó a la suite.
- Póngase cómodo -le dijo Philippa-. ¿Le apetece una taza de café? Lo toma con crema, ¿verdad?
- Gracias -contestó Ivan, mirando a Charmie-. Hola -añadió en un susurro.
Él también estaba recordando aquella mañana en la cocina; apenas había pensado en otra cosa desde que volviera a ver a Charmie en Perth.
- Lo siento, señorita Roberts -añadió mientras Philippa le ofrecía una taza de café-. No he podido obtener ninguna nueva información sobre Beverly Burgess. Nadie sabe absolutamente nada de ella y, cuando intenté verla, se interpuso ese perro de guarda que tiene, llamado Simon Jung. Beverly Burgess es un secreto mejor guardado que la edad de Zsa Zsa Gabor.
- ¿Ha vuelto a subir a Star's?
- Anoche cené allí. Un sitio muy elegante, pero menos mal que tengo una cuenta de gastos. Fuera hace tanto frío que poco faltó para que se me congelaran los lóbulos de las orejas. Hice algunas preguntas por allí como el que no quiere la cosa, pero no averigüé casi nada. Esperé hasta la salida del último funicular de bajada, pero la señorita Burgess no apareció.
- Esperaba poder verla antes de ponerme en contacto con ella a propósito del anuncio -dijo Philippa tras reflexionar un instante-. Si no es mi hermana, creo que lo presentiría. Me fastidia tener que llamar y decir: «Hola, soy Christine Singleton. En su anuncio dice usted que me busca». Por lo menos hasta que sepa quién es y por qué se interesa por mí.
- Bueno -dijo Ivan-, casualmente se va a celebrar un gran baile de Navidad mañana por la noche y supongo que la señorita Burgess no tendrá más remedio que estar presente, tratándose de la anfitriona. Puede que entonces tenga ocasión de verla.
Philippa se acercó a la vidriera y contempló el cielo, cada vez más claro. Alrededor de la piscina había incluso algunos huéspedes desayunando.
- Ivan -dijo-. ¿dónde está exactamente Star's?
El investigador salió con ella al balcón mientras el viento del desierto les alborotaba el cabello y les atravesaba la ropa.
- Allí -contestó, señalando directamente hacia delante-. La cumbre más alta es el San Jacinto. ¿Ve usted aquellos dos picos más pequeños justo debajo? ¿Y el paso que hay entre ellos? Allí se encuentra Star's. Incrustado en aquel paso.
Philippa contempló la franja de nieve que separaba ambos picachos. No se veía la menor señal de que allí hubiera un fabuloso establecimiento hotelero; sólo se veía nieve.
- Pensar que en estos momentos podría estar mirando a mi hermana… -dijo.
Al oír el esperanzado tono de su voz, Ivan tuvo que reprimir un impulso. En momentos como aquél, siempre corría el peligro de decirle lo que realmente sabía… la verdad. Pero había prometido guardar silencio, e Ivan Hendricks cumplía siempre sus promesas.
- En cuanto a la Caanan Corporation -añadió Ivan, entrando de nuevo en la estancia y mirando a Charmie antes de servirse una rodaja de piña de la bandeja que había en el carrito- la dirección es falsa, no es más que una tienda vacía. He puesto a un hombre para que la vigile, pero dudo de que aparezca nuestro amigo. Lo más probable es que quienquiera que se oculte detrás de esa falsa Caanan ya sepa que estamos tras su pista. ¿Cuándo celebrará la reunión del consejo de administración?
- Pasado mañana.
- Seguramente entonces tendrá las respuestas.
Unas respuestas que temía escuchar, pensó Philippa.
- Ivan -dijo Philippa-, necesito cierta información sobre una empresa radicada en Brasil. ¿Se podría usted encargar de eso? Es muy importante.
- Quiere que vaya a Suramérica -dijo Ivan.
- ¿Podría hacerlo?
- No pide usted nada, señorita Roberts -contestó Ivan sonriendo-. De acuerdo -aludió, encogiéndose de hombros-. ¿Cómo se llama esta empresa?
- Miranda International. Están intentando comprar Starlite. Tengo que encontrar el medio de impedírselo.
- Ha dicho usted en Brasil, ¿verdad? -dijo Ivan, mirando a Charmie a pesar de que ésta no había dicho nada-. Muy bien, iré. ¿Cuándo quiere que salga?
Mientras entraba apresuradamente en su despacho, Hannah tuvo la sensación de que el bolso le pesaba más que de costumbre. Pero serían figuraciones suyas… El peso añadido de la diminuta llave de una caja de seguridad era insignificante.
Aun así, ella lo sentía tirando de su brazo cual un chiquillo molesto, como si le estuviera diciendo que olvidara su locura, regresara al banco, sacara de allí los certificados de las acciones y los volviera a guardar en la caja fuerte de la pared de su dormitorio, que era el lugar que les correspondía. Pero Hannah sabía que ya no podía volverse atrás. Al día siguiente a aquella hora, ella ya no sería propietaria de un cinco por ciento de las acciones de Starlite. Su parte iba a pertenecer a la persona que finalmente la había llamado por teléfono, una persona que había aceptado su oferta y que recogería las participaciones en un lugar de encuentro previamente acordado.
Y después, ¿qué? Habrá que decirle la verdad a Philippa, pensó, entrando en su despacho. Le diré a Philippa lo que he hecho y presentaré mi dimisión.
- Señora Scadudo -le dijo su secretaria-, acaba de llamar el secretario de la señorita Roberts desde Palm Springs. La reunión del consejo se ha trasladado a un lugar llamado Star's.
Hannah contempló el papel de la nota. La reunión se tenía que celebrar pasado mañana, pero los certificados de las acciones se transferirían a tiempo y ella ya habría cobrado casi un millón de dólares en efectivo por ellos. De momento, sólo esperaba que, cuando Alan regresara de Río, no abriera la caja fuerte de la pared para sacar algo y descubriera que los certificados ya no estaban allí.
- Y la señorita Lind ha regresado de Singapur -añadió la secretaria antes de retirarse a toda prisa.
Ingrid salió de la sala de diseño fabulosamente vestida con un modelo azul marino, una blusa de seda blanca y zapatos planos. Llevaba el cabello cuidadosamente recogido hacia atrás en un moño sobre la nuca y lucía un gran lazo azul marino que enmarcaba las fuertes líneas de su cuello y su mandíbula.
- ¡Bienvenida a casa! -dijo Hannah, acogiendo a su amiga con un abrazo-. ¿Qué tal ha ido el viaje?
- ¡Agotador y vigorizante! -contestó Ingrid, soltando una carcajada. Era mucho más alta que Hannah y que casi todo el mundo-. Mira, te he traído esto. No es tu regalo de Navidad sino un simple recuerdo de Singapur.
Hannah emitió una exclamación de asombro al abrir el estuche del regalo y ver una exquisita cadena de oro con cierre de jaspe.
- ¡Ingrid, no hubieras tenido que hacerlo!
- Te aseguro que eso mismo pensé yo cuando la compré -dijo Ingrid, sacando una cajetilla de Gauloises de su bolso y encendiendo un cigarrillo-. La compré en Poh Meng, donde los precios se calculan con un ábaco y se basan en el peso del collar y en el precio predominante del oro. Después vino el regateo. ¡Tardé una hora en pagarla!
Hannah volvió a abrazar a su amiga y le dijo:
- Eres un auténtico encanto. Muchas gracias.
- ¿Qué te parece la seda de Cachemira que he enviado esta vez? -preguntó Ingrid mientras ambas entraban en la ruidosa sala de diseño donde la gente trabajaba en las mesas de dibujo y con los maniquíes de modista.
- En mi vida había visto unos colores semejantes -contestó Hannah, tomando a Ingrid del brazo-. ¡El verde mar es increíble! Ya tengo a todo el mundo trabajando en él. Estamos pensando en algo de estilo veraniego… complementos de trajes de baño, chales para vestidos de fiesta, cosa de este tipo.
Hannah hablaba atropelladamente para disimular su inquietud. Antes de que transcurrieran cuarenta y ocho horas dejaría de colaborar con Ingrid. Y lo más probable era que ambas dejaran de ser amigas.
Ingrid expulsó una bocanada de humo mientras algunos diseñadores la miraban por el rabillo del ojo.
- Háblame de esta reunión del consejo al que he sido convocada. Alan parecía molesto por teléfono.
- Estaba molesto porque Philippa lo había enviado a Río y a él no le apetecía ir.
- Pues no sé de qué se queja. Río es el lugar de Suramérica donde se come el mejor marisco de todo el continente y no hay nada que supere las amatistas del Brasil.
Ingrid no mencionó a los hombres, por los cuales Río también era famosa.
- ¡Me temo que Alan no ve las cosas de la misma manera!
Hannah pensó que ojalá Alan e Ingrid no se tuvieran tanta ojeriza. La instantánea y mutua antipatía que había surgido entre ambos cuando Ingrid inició su actividad en la empresa siete años atrás no había desaparecido. Hannah le comentó a Ingrid la amenaza de compra por parte de Miranda International y le explicó que Philippa había decidido realizar una auditoría interna de todos los departamentos.
- ¿Una auditoría interna? ¿Para qué?
Hannah apartó la mirada.
- Parece ser que ha descubierto ciertas discrepancias en las cifras.
- Ah -dijo Ingrid, deteniéndose para contemplar por encima de los hombros de un dibujante una ilustración de un atuendo de noche colocada sobre la tabla de dibujo-. ¿Has dicho Palm Springs? Me parece muy bien. El desierto es un lugar estupendo para encontrar buenas joyas de plata, turquesas y piedras semipreciosas.
- Yo no sé lo que hay exactamente en el desierto. Nos reuniremos en la montaña, en un lugar llamado Star's.
El rostro de Ingrid se iluminó.
- ¡En Star's! Vaya, vaya. Me parece que la interrupción de mis vacaciones en Singapur habrá merecido la pena -le intrigaba la perspectiva de lo que pudiera ofrecer Star's en cuanto a comida. Y a hombres-. Creo -añadió tras una pausa- que va a ser una reunión francamente interesante.