41
Danny le dejó el Jaguar a un empleado del parking del hotel y entró en el exótico vestíbulo del Marriott. Había probado en otros catorce hoteles más después de matar a la camarerita que le había visto un parecido con su primo Al. Su urgencia era cada vez mayor.
¿En qué lugar de aquel maldito desierto se encontraba la muy bruja?
Se acercó al mostrador de la entrada, sacó sus credenciales de prensa y dijo:
- Hola, tengo una cita con Philippa Roberts. ¿Tiene usted la bondad de comunicarle que estoy aquí?
Danny había descubierto que aquel sistema era mucho más rápido que el hecho de preguntar si ella se alojaba en el hotel. No preguntes; actúa como si supieras que está ahí.
- Un momento, por favor.
Permaneció de pie, tamborileando nerviosamente con los dedos sobre el mostrador mientras dos loros posados en unos palos sobre el estanque gritaban a cual más fuerte.
Al final, la joven regresó diciendo:
- Puede recibir la llamada en aquella cabina de allí. Danny la miró fijamente.
¡Hurra!
Tomó el blanco teléfono y dijo:
- ¿Señorita Roberts?
Le contestó un joven con acento australiano. Sin duda el tipo que había visto con Philippa. Danny se preguntó si sería uno de los chicos que trabajaban en su burdel Butterfly, causa por la que él había sido detenido, humillado y destruido.
- ¿Puedo preguntar de qué se trata? -preguntó el tipo-. Me temo que la señorita Roberts no tiene ninguna cita con usted.
Danny echó mano del modesto encanto que tantas puertas solía abrirle en otros tiempos.
- Bueno, ja, ja, eso ha sido un truco de los míos. Verá, soy periodista y tendría mucho interés en entrevistar a la señorita Roberts para un artículo que estoy preparando. No sé si ella me podría dedicar un poco de tiempo.
- Lo siento, pero es que la señorita Roberts está muy ocupada.
- ¿Qué tal mañana?
- Lo siento, tendrá usted que solicitar la entrevista a través de su despacho de Los Ángeles.
- Mire, es que tengo que cumplir un plazo. No la entretendré mucho, se lo prometo.
- Lo siento -dijo el australiano, colgando.
Mientras colgaba a su vez, pensando: «Tú también tendrás tu merecido, mamarracho», Danny trató de decidir lo que debería hacer a continuación.
Probablemente no le resultaría demasiado difícil averiguar en qué habitación se alojaba, pero entonces, ¿qué? ¿Subir allí en seguida y darle a Beverly la mayor sorpresa de su vida? Tal cosa lo hubiera privado de buena parte del placer. Además, las acciones tipo comando no eran propias de él; Danny Mackay tenía clase y estilo. Cuando finalmente llegara hasta Beverly, quería hacerlo con cierta elegancia y tomárselo con calma para saborearlo mejor. Regresando a la entrada de automóviles donde unos jóvenes vestidos con camisa blanca y bermudas estaban ayudando a los huéspedes a sacar el equipaje, Danny se detuvo y contempló la noche de diciembre. Se estaba preguntando qué iba a hacer a continuación cuando vio de pronto una limusina blanca aparcada en la zona de estacionamiento provisional reservada a las visitas, justo al lado del parking subterráneo. Un chófer uniformado, con las manos en las caderas, estaba examinando los desperfectos de la pintura.
Era el automóvil de Beverly.
Danny se acercó diciendo:
- Hola, veo que se vio usted atrapado en la misma tormenta de arena que yo. Al mío le arrancó casi toda la pintura.
- Si -dijo el chófer, rascándose la cabeza-, el desierto trata muy mal a los automóviles. No me gusta conducirlo con este aspecto. Es malo para la imagen de la empresa.
- ¿La empresa?
- Starlite -contestó el hombre, señalando la matrícula con las letras STRLT2.
Danny sacó una cajetilla y le ofreció un cigarrillo.
- Gracias -dijo el chófer, encendiendo el cigarrillo con el mechero de oro de Danny-. Estoy deseando regresar a Los Ángeles. Está fatal, ¿verdad? No me gusta conducirlo así.
- Pues, ¿por qué no lo lleva en seguida a Los Ángeles?
- No puedo. Mi jefa necesita el automóvil mañana -el chófer miró a Danny a través de la nube conjunta de los dos cigarrillos-. No conocerá usted por casualidad algún taller de por aquí que trabaje bien, ¿verdad? Tendré que quedarme en Palm Springs unos cuantos días.
- ¿No ha dicho que su jefa necesitaría el vehículo?
El hombre acarició con la mano el deslustrado brillo del automóvil e hizo una mueca como si le doliera.
- Sólo para mañana. Después se irá a pasar unos días a Star's. Eso me dará tiempo para arreglarlo.
¿Star's?
¿De qué le sonaría?, se preguntó Danny.
- Lo siento -dijo Danny-, no conozco muy bien esta zona. De todas maneras, le deseo suerte.
Pidiendo rápidamente su automóvil, bajó velozmente por la calzada, regresó al Country Club y se dirigió a un tramo de carretera donde el desierto formaba unas dunas de un blanco purísimo a escasos metros de la lujuriante y verde vegetación. Detuvo el vehículo y examinó el billetero de Quinn, encontrando entre los billetes una nota que el propio Quinn había escrito de puño y letra: «Reserva de habitación, funicular matinal de Star's. Llevaba la fecha del día siguiente.
Danny no podía dar crédito a su suerte. O sea que el pobre Otis tenía previsto subir a Star's, ¿eh? Y ella también estaría allí. Menuda casualidad.
Pero no, pensó Danny cayendo en la cuenta. No era una casualidad en absoluto. Quinn debía saber que ella subiría allí; a lo mejor, había decidido presentarse a ella en Star's y darle una sorpresa con todo lo que sabía.
Bueno, pues, aunque Quinn no pudiera darle la sorpresa, Beverly se la llevaría de todos modos.