INTRODUCCIÓN
¿Quién fue Abraham «Bram» Stoker? Resulta paradójico que uno de los escritores que más fama ha alcanzado, que ha trascendido la nebulosa barrera entre la alta y la baja cultura, sea en el terreno biográfico prácticamente un desconocido. Sabemos que nació un ocho de noviembre de 1847 en Clontarf, un área residencial de Dublín. Fue el tercero de siete hermanos, hijos de Abraham Stoker Senior y Charlotte Thornley, de una familia perteneciente a la nueva clase media acomodada de la Irlanda de mediados del siglo XIX.
El joven Bram, tal y como quería ser llamado, pasó la mayor parte de su infancia en la cama aquejado de una extraña enfermedad. ¿Algún trauma psicológico lo mantuvo postrado? ¿Alguna patología le impidió moverse? Lo cierto es que tenemos poca información al respecto. Siendo adulto apenas hizo comentarios sobre este episodio que duró más de siete años. Sus diarios no mencionan nada, pero no cabe duda de que esta experiencia fue crucial para forjar una personalidad introvertida. Durante esta etapa fue su madre quien ejerció de tutora, enseñando al joven Bram a leer y escribir, así como las nociones básicas de latín, matemáticas y lengua. La providencial figura materna será esencial en el devenir de su hijo.
Charlotte Thornley nació en el pequeño condado de Sligo, una de las regiones con mitología y literatura popular más ricas del país. No es de extrañar que muchos de los cuentos que Charlotte leía a su hijo Bram tuvieran que ver con duendes, gnomos, trolls y otros seres que impregnan el imaginario irlandés. Sligo fue también el epicentro de uno de los episodios más oscuros y terribles de la historia reciente irlandesa. En 1832 estalló un brote de cólera que diezmó a gran parte de la población del condado. Los relatos que nos han llegado son dignos del mejor cuentista de terror: familias infectadas fueron encerradas en sus casas por sus propios vecinos para evitar el contagio o se desplazaron huyendo de la muerte; personas que fueron enterradas aún vivas; innumerables saqueos y asesinatos diarios causaron miles de víctimas en muy poco tiempo. Charlotte, con tan solo catorce años, llegó a cortar el brazo de un intruso que trataba de entrar a su casa, donde su familia enferma y escondida procuraba evitar la epidemia. El recuerdo de aquella agonía de un extraño mientras se desangraba en la puerta de su hogar forjó un fuerte carácter que sería recordado por todos sus hijos y por los nietos que la describieron como la verdadera cabeza de la familia Stoker. Años después, ella escribiría un encendido relato sobre lo sucedido en Sligo, episodio que se considera crucial en el contexto de los antecedentes de la Gran Hambruna Irlandesa de 1845.
Y de repente echó a andar. El joven enclenque, incapaz de moverse, creció, se convirtió en un hombre. Su temprano interés por el deporte y su afición al atletismo en la universidad ponen de manifiesto el origen psicológico de la postración que había padecido durante su infancia. En 1864 ingresó en el Trinity College de Dublín, una de sus principales instituciones académicas. Es en esta época cuando tiene acceso a su famosa biblioteca, cuando lee las primeras novelas y cuentos de Wilkie Collins, Edgar Allan Poe o Sheridan Le Fanu y empieza a leer los poemas de Walt Whitman en una selección inglesa de 1868 de Hojas de hierba. Whitman se convertirá desde la distancia en uno de sus más fieles compañeros.
Los primeros años universitarios fueron, según los registros conservados, lamentables. Fue mal estudiante y apenas se pasó por las aulas. Debido a ello, en 1866 se presentó a un puesto de funcionario en el Castillo de Dublín donde su padre trabajaba. Consiguió el empleo y trató de compaginarlo con sus nuevos cargos de auditor del Colegio de la Sociedad Histórica y como presidente de la Sociedad Filosófica, reputadas instituciones del Trinity College de debate y discusión académicos. Es allí donde conoció a los padres de Oscar Wilde, William y Jane Wilde, importantes personajes de la aristocracia dublinesa.
Durante los siguientes años frecuentó cada vez más el teatro, pasión cultivada desde la infancia por su madre, quien le llevaba a las representaciones de pantomimas navideñas. Una de las obras que pudo admirar en agosto de 1867 fue The Rivals, de Richard Brindsley Sheridan, interpretada en el Teatro Real de Dublín por una compañía londinense. El protagonista no era otro que John Henry Brodribb, cuyo nombre artístico sería Henry Irving. Bram Stoker experimentó en ese instante un sentimiento cercano a la epifanía. La interpretación del entonces joven actor lo dejó tan cautivado que acabaría por convertirse en una obsesión que marcaría el resto de su vida.
Mientras tanto, esta pasión por el octavo arte lo llevó a interesarse profesionalmente por la crítica teatral, estatus que le permitió entrar de manera gratuita a las funciones estrenadas en la ciudad. El sueldo de funcionario no era tan elevado como para vivir con holgura. A pesar de su enorme actividad como crítico, atleta, presidente de asociaciones estudiantiles y habitual asistente a reuniones y charlas de la sociedad dublinesa, logró terminar sus estudios.
Los primeros años de la década de los setenta destacan por la publicación en 1872 del primer texto de Bram Stoker, firmado como Abraham Stoker y titulado «The Crystal Cup». Seguía conciliando su afición por el teatro con la crítica periodística. A finales de 1873 le ofrecieron un puesto de redactor jefe en The Irish Echo, que compaginó con su trabajo como funcionario en el Castillo de Dublín.
La etapa más larga e intensa en la vida de Stoker comenzó bajo la tutela de Henry Irving. En 1877 viajan a Londres con la intención de comprar un teatro donde representar las obras que Irving tiene en mente. Stoker es el mejor acompañante que pueda tener: joven, leal, meticuloso y una respetada autoridad en el teatro anglosajón del momento. Tras varios intentos en los que nada se decide, Irving se queda en la ciudad y Stoker regresa a su ciudad. Su vida vuelve al monótono papeleo del funcionario en el Castillo de Dublín. Sigue escribiendo, reseñando y asistiendo a obras en los teatros locales.
A principios de 1878 ya había conocido a la que luego será su futura esposa, Florence Balcombe. Seguramente su amistad se remontaba a los años universitarios, cuando una joven y bella Florence era pretendida por Oscar Wilde. Han quedado escasas referencias, notas o menciones en los diarios de Bram Stoker sobre su mujer o sobre su amistad con Wilde. Este vacío biográfico, a modo de damnatio memoriae, obedece a una cuidada selección de aquellas cartas y pasajes biográficos que Bram Stoker, por distintos motivos, no quiso que quedaran registrados. En diciembre de ese mismo año Bram recibe una carta de Henry Irving anunciando la compra del teatro Lyceum y lo invita a acompañarlo en su nueva aventura. Quiere que sea su nuevo secretario personal y su mano derecha en la gestión del teatro. A los pocos días, Stoker se casa de manera precipitada con Florence, abandona su casa y su trabajo y se instala en Londres.
Durante los próximos veintisiete años llevará a cabo una inmensa y agotadora labor al frente del Lyceum. Entregado por completo a la tarea de organizar el teatro, ayudará a encumbrar hasta el mito la figura de Henry Irving. No obstante, pese a su ocupación y constantes mudanzas, tendrá tiempo de cumplir algunos sueños de juventud. Entre finales de 1883 y principios de 1884 organizará una gira con la compañía teatral por Estados Unidos, un país que fascinó a otros muchos de sus contemporáneos. Cuando quedaban unas pocas semanas para emprender el viaje de vuelta, el 20 de marzo de 1884 tuvo la ocasión de encontrase con un anciano Walt Whitman en Filadelfia. El encuentro, destacado en sus diarios, proporciona una imagen de un Whitman tranquilo y un Stoker contenido en el afecto y la admiración que sentía hacia quien consideraba uno de sus mayores maestros. Dos años más tarde volvería a verlo en otra visita en Estados Unidos, notablemente desmejorado y casi incapaz de incorporarse de una silla. El poeta recordaba al joven irlandés que había conocido años atrás y le mostró su gratitud y respeto por su labor teatral.
A finales de la década de los años ochenta y principios de los noventa publica una serie de cuentos a la vez que intensifica su trabajo al frente de la compañía. Es también el Londres de Jack el Destripador, quien en 1888 cometió su primer asesinato, desatando una auténtica ola de pánico entre la población. Y es entonces cuando hallamos las primeras notas que posteriormente alimentarán su obra más famosa. Drácula se publicó en 1897 y está dedicada a Hall Caine, uno de los escritores más famosos y leídos por la sociedad victoriana y uno de sus mayores amigos durante el final de su vida.
De pocas novelas se han hecho tantos estudios, interpretaciones e intentos de descifrar las influencias que Bram Stoker pudo recibir a la hora escribir Drácula. Lo que sabemos con seguridad es que leyó la obra de Emily Gerald Transylvanian Superstitions que le sirvió como punto de partida en la historia. En cuanto al trasfondo gótico y de terror, Drácula es un compendio de historias de fantasmas que recuerdan a las pantomimas infantiles que veía con sus padres en Dublín, a las lecturas de Carmilla de Sheridan Le Fanu o el Libro de los hombres lobo de Sabine Baring-Gould. Se ha tratado de buscar innumerables referencias para una obra que ha trascendido al imaginario popular a lo largo de generaciones, pero se debe constatar que durante todo el siglo XIX se gestó un ambiente literario propicio a partir del romanticismo inglés y al que distintos autores fueron aportando ideas. Bram Stoker, consciente de ello, no fue el primero en hablar de vampiros, de posesiones demoníacas, de castillos encantados o de no-muertos resucitados. Con su publicación no albergaba más esperanza que el entretenimiento de un público ávido de historias de folletín y, con suerte, el ingreso extra de un dinero que necesitaba.
Sin embargo, parece ser que Bram Stoker fue maldecido en las postrimerías del siglo XIX. El 18 de febrero de 1898 alguien entró en su vivienda al grito de ¡fuego! El almacén del teatro Lyceum estaba en llamas. En medio de la noche, cuando Bram llegó a la escena solo pudo comprobar cómo las llamas devoraban todo el trabajo, la ilusión y la inversión que habían realizado durante décadas.
El último periodo de la vida de Bram Stoker arranca con el ocaso de Henry Irving, que falleció en 1905. Si bien lo acompañó hasta el final, se desligó de los escenarios tras el incendio del almacén del Lyceum. Con el inicio de la década de 1900 tuvo lugar una de sus fases más productivas en su carrera como escritor en la que persiguió aumentar unos ingresos que habían menguado en los últimos años. Aunque Drácula era la obra que más beneficios le estaba aportando, estaba lejos de convertirse en el best seller que sería tras su muerte. En 1898 publica Miss Betty, novela romántica que nada tenía que ver, ni en tema ni en registro, con la anterior, y que el público no encajó del todo bien. En 1902 ve la luz The Mystery of the Sea, donde retoma el misterio y la intriga por consejo de su editor y de amigos íntimos. De este modo, Stoker busca acercarse de nuevo a los lectores de Drácula, afán que repetirá en The Jewel of Seven Stars en 1903. En 1906 había publicado su ensayo en dos volúmenes Personal Reminiscences of Henry Irving, memoria biográfica que fue recibida por la crítica con escepticismo. En 1908 llegó a las librerías Snowbound, su segundo libro de cuentos que recogía las experiencias y aventuras vividas junto a la compañía teatral de Henry Irving.
Sin embargo, esta escritura fértil se vio comprometida por un progresivo debilitamiento de su salud. Desde 1907 se hace patente en su correspondencia la necesidad de una renta que le permitiera retirarse. Escribe a su hermano Thornley Stoker, prestigioso médico, para solicitarle ayuda de manera sutil sin resultado alguno. Finalmente el escritor Hall Caine realizó una serie de donativos a Stoker que no evitaron una situación económica cada vez más desesperada. El 20 de febrero de 1911 Florence Balcombe escribió a amigos y conocidos y les fue concedida una ayuda benéfica de la Royal Literary Fund.
El 20 de abril de 1912 moría a la edad de sesenta y cuatro años. Las causas de la muerte de Bram Stoker no están del todo claras. En 1975 el sobrino nieto de Bram, Daniel Farson dejó intuir en su libro The Man Who Wrote «Dracula» que realmente había muerto de sífilis. Esta afirmación acarreó una batalla con el resto de la familia Stoker, ya que abría la puerta a posibles infidelidades con otros hombres o mujeres.
La muerte del escritor no trajo la muerte de su obra. Como si de una nueva profecía se tratara, su obra fue ganando cada vez más adeptos. Florence, ahora viuda y albacea literaria, cuidó con esmero el legado de su marido. Fue ella quien se encargó de recopilar y publicar su último libro de cuentos Dracula’s Guest and Other Weird Stories en 1914. Vigiló, así lo sabemos por la nutrida correspondencia, los adelantos, las reimpresiones y las adaptaciones de toda su obra, con especial atención de Drácula. El acontecimiento más sonado de estos años fue el juicio contra la película Nosferatu de Friedrich Wilhelm Murnau estrenada en 1922. Murnau se había basado en la historia del conde Drácula y la novela de Stoker para crear la que posteriormente sería una de las películas referentes del expresionismo alemán. Sin embargo, Florence no había autorizado la adaptación cinematográfica e impulsó una serie de litigios contra el cineasta alemán. Ganado el juicio, se ordenó destruir todas las copias existentes de la película, pero una pequeña cantidad de las mismas ha sobrevivido hasta nuestros días.
¿Quién fue realmente Bram Stoker? Como decíamos al principio de estas páginas, de pocos autores tan recientes y notorios se tiene tan poca información. Fue él mismo quien destruyó gran parte de su correspondencia, quien se orilló y fue sepultado por el peso de su idolatrado Henry Irving. Solo tras la muerte del actor tomó verdadera conciencia de su propia faceta de escritor. La mayoría de sus biografías recogen especulaciones sobre muchos aspectos de su vida y la omisión deliberada de algunas amistades, profundizan en interpretaciones sobre las influencias literarias, culturales o históricas que pudieron tener cierta relevancia en su obra. La personalidad del escritor ha quedado eclipsada por el personaje, por el mito pop del terror del siglo XX. Una ya es indistinta a la otra y no se explican por separado. La mejor —y tal vez la única— manera que tenemos de acercarnos a la persona que hay detrás de la leyenda es a través de sus textos. Su literatura, sus cuentos y novelas, nos hablan más de él que toda su correspondencia, sus textos más personales. Nuestra es la tarea de resolver el misterio.
ANTONIO SANZ EGEA