Capítulo 23

 

Noah había pasado la mayor parte del día llamando a restaurantes de Davis. Aunque se encontraba cerca del área metropolitana de Sacramento, era una ciudad pequeña, una ciudad universitaria, y la lista de restaurantes no era tan larga como para que no pudiera revisarla en un tiempo razonable. No sabía por qué no se le había ocurrido realizar la búsqueda antes. Se había estado fiando del jefe Stacy para realizar su trabajo mientras él lidiaba con sus propios problemas. Pero después de haber encontrado aquella nota en el coche de Addy, estaba decidido a llegar hasta el fondo de lo que estaba sucediendo, porque ciertamente parecía que nadie más iba a hacerlo.

Había empezado con los restaurantes más selectos, del tipo de los que contrataban a auténticos «chefs». No tardó mucho en encontrar a alguien que reconoció el nombre de Adelaide. Era un restaurante llamado Tsumani, «famoso» por su «cocina californiana». La persona que respondió le dijo que Adelaide Davies ya no trabajaba allí. Así que Noah pidió hablar con el director, que por lo que le había contado ella la noche en la que la rescató de la mina, debía ser su exmarido, y le dijeron que Clyde Kingsdale se encontraba ausente.

Noah dejó su nombre y su número pero ningún mensaje. Pensó en llamar más tarde si no recibía noticias de Clyde. O quizá sería más inteligente ir al restaurante y hablar con él en persona…

Cuánto más pensaba sobre ello, más se convencía de que eso era lo mejor. Simplemente necesitaba averiguar qué horario de trabajo tenía el tipo, y otra llamada al Tsunami se lo diría.

–Hey –dijo cuando ella le abrió la puerta.

Addy se volvió para mirar detrás de ella, aparentemente distraída.

–Hey –se hizo a un lado–. Entra.

Por lo que podía ver, los moratones de la cara habían desaparecido del todo y se había cortado el pelo a capas. Mirándola, Noah sintió que el corazón le latía un poco más rápido. Ella le hacía algo que nadie más le hacía; no sabía por qué. Y eso que había conocido a un montón de chicas bonitas con los años.

–Estás fantástica.

Ella sonrió tímida.

–Gracias. Me gustaría presentarte a mi madre, Helen Simpson.

Una mujer casi tan alta como Addy, y atractiva por lo mucho que parecía cuidarse, le tendió la mano.

–Helen Kim –corrigió a su hija.

Addy se ruborizó por haber equivocado el apellido de su madre, pero no se disculpó. Señaló una silla.

–La cena está casi lista. ¿Te apetece una copa de vino para empezar?

–Estupendo. Gracias.

Addy fue a la cocina mientras Helen se sentaba frente a él y se ponían a charlar. Helen le preguntó por su trabajo y por su familia. Noah, a su vez, le preguntó donde estaba viviendo y cuánto tiempo iba a quedarse. Ella le contó que vivía en Salt Lake City con su marido, su hijastro ya adulto y dos chihuahuas. El hijastro, que, según ella, era un poco «rarito» y no se había casado, se ocupaba de los perros cuando su marido y ella se ausentaban de la ciudad.

Le extrañaba que Addy hubiera equivocado el apellido de su madre, pero por lo que Eve y Olivia le habían contado sobre Helen, no era difícil adivinarlo.

–Addy me comentó que habías viajado mucho –le dijo–. Y que una vez viviste en Alemania.

–Cuando estuve casada con Frank. Fue una gran época.

Podía oír a Addy hablando con la abuela en la cocina.

–Debió de ser una buena oportunidad para conocer mundo.

–Lo fue. Yo nunca pierdo una oportunidad –le guiñó el ojo. Se inclinó hacia delante–. ¿Desde cuándo conoces a Addy?

–Desde el instituto –respondió–. No nos relacionábamos mucho entonces, pero… nos conocíamos.

–Y luego la rescataste de aquella mina.

–Tuve suerte de estar en el momento y el lugar adecuados –dijo él.

–Es una gran chica, pero no sabe ir a por lo que quiere –lo dijo como diciendo «qué lástima», y se echó a reír–. Probablemente pensarás que a quien no quiere es a mí. Aun así… es especial.

Noah se preguntó si Addy sería consciente de lo que su madre pensaba de ella.

–Desde luego.

Addy volvió con su copa de vino.

–Aquí tienes.

–Vosotros dos hacéis una pareja tan guapa… –comentó Helen.

–Basta, mamá.

–¿Qué pasa? Solo estoy constatando un hecho. Él tiene que ser consciente de que es guapísimo.

Addy lanzó a Helen otra mirada de advertencia.

–Mamá, por favor. Si no puedes controlarte, vete y déjanos aquí con la abuela.

Noah no pudo evitar sonreírse. Tomando a Addy de la mano, la sentó sobre su regazo.

–Addy es guapísima también. Y me gusta este vestido.

 

 

Noah manejó a Helen como un profesional. Dijera lo que dijera ella, él lo desviaba, lo endulzaba con su humor o cambiaba de tema. Addy se sintió agradecida de que no pareciera en absoluto desalentado. Se había puesto nerviosa al principio, furiosa consigo misma por no haber pospuesto la cena desde el momento en que se enteró de que Helen estaba en el pueblo. Pero conforme se fue desarrollando la cena, empezó lentamente a relajarse. Su madre era su madre. No podía cambiarla ni controlarla. Y Noah parecía entender la situación, pese a haber crecido en un entorno ideal, con padres que eran iconos de la comunidad y que sabían la diferencia entre que la gente se riera de uno a que se riera con uno.

Cuando la cena acabó y la abuela se dispuso a recoger la mesa, Addy esperó que su madre diera un paso adelante y se ofreciera a hacerlo ella. Detestaba que la abuela tuviera tantas dificultades para moverse. Pero su madre nunca se molestaba en ayudar con las tareas domésticas. Helen ya estaba inventándose excusas, diciendo que estaba cansada y que necesitaba tumbarse.

Addy le pidió a la abuela que dejara de fregar los platos, que ya se encargaría ella después. Pero la anciana no quiso ni oír hablar de ello.

–Yo me encargo –señaló el salón y la puerta del fondo–. Vosotros dos salid al porche a disfrutar del aire otoñal.

Pero Helen los siguió al porche en lugar de tumbarse. Cuando empezó a hablar de un hombre que se le había insinuado en una gasolinera cuando se dirigía hacia allí… «¿os lo podéis creer? ¡Pensaba que solo tenía treinta y cinco años!»… Addy comprendió que tendrían que irse mucho más lejos.

Toleró la intrusión de Helen durante unos minutos, pero cuando Noah le tomó la mano, ella se la apretó, esperando que él comprendiera su desesperación. No mucho después, él mencionó que quería enseñarle a Addy su tienda de bicicletas. Se las arregló para escabullirse con ella de la casa con tanta habilidad, que Addy llegó a preguntarse si no lo habría planeado desde el principio. En cualquier caso fue como un nuevo rescate, y se sintió agradecida por eso también.

–Siento lo de mi madre –le dijo mientras caminaban. La camioneta de Noah estaba en su casa, pero hacía buen tiempo y ella le dijo que prefería acercarse a pie hasta la tienda.

–No tienes nada de qué disculparte.

Temerosa de que alguien en el pueblo pudiera verlos juntos y empezar a murmurar, evitó que le tomara la mano. Ignoraba como reaccionarían Kevin y los demás si la veían con Noah. Ellos temían que pudiera hablar con las autoridades.

–Déjate de cortesías. Mi madre puede llegar a ser… insoportable.

–Er… Las dos sois muy diferentes, eso es seguro.

–Muy diplomático. Pero no es de extrañar que yo sea tan diferente. Ella no ha tenido mucha influencia en mi vida.

Él sonrió como si estuviera pensando: «quizá deberías sentirte agradecida por ello», pero no dijo nada.

–¿Echas de menos vivir en Davis? –le preguntó.

De repente se dio cuenta de que no lo había echado de menos en absoluto. Apenas había pensado en su antiguo hogar. Había estado demasiado preocupada navegando por las aguas infestadas de tiburones de Whiskey Creek.

–No demasiado.

La confusión dibujó dos arrugas en el entrecejo de Noah.

–¿Por qué entonces tienes tantas ganas de volver?

Debió haberle respondido que sí, que echaba de menos Davis. Eso habría sido más sencillo.

–No lo sé. Es… todo lo que tiene de familiar el pueblo para mí.

Él le lanzó una seductora sonrisa mientras sacaba la llave y abría la puerta de la tienda.

–¿Qué tiene de malo este pueblo?

Nada… excepto lo que había sucedido quince años atrás. La tragedia. Amaba Whiskey Creek. Pero no debería estar allí. De no haber sido por su abuela, no estaría en aquel momento.

–Hay demasiada historia.

–Te marchaste cuando tenías dieciocho años. ¿Cuánta historia podía haber entonces?

Ella se encogió de hombros mientras él le sostenía la puerta y entró.

–A veces es mejor volver a empezar de cero.

Sabía que sus respuestas no le habían dejado satisfecho, pero ahora que se encontraban en la tienda, Noah se distrajo con las ganas que tenía de enseñársela.

–Estoy pensando en asociarme con Brandon Lucero y ampliar la tienda para incluir trineos de nieve, esquís, ese tipo de cosas –explicó mientras encendía las luces–. Si me retiro pronto, eso será lo que haré.

Brandon se había hecho un nombre en el esquí extremo. Addy se había quedado impresionada cuando había visto algunos videos suyos. Especialmente uno en el que se descolgaba hasta la cumbre de una montaña desde un helicóptero para descender luego por las laderas más empinadas, todas vírgenes.

–¿Entonces él ya se ha retirado formalmente?

–Nunca volvió después de aquella horrible caída en la que se rompió la pierna de tan mala forma.

Addy también había visto aquel video. La caída había sido proyectada en todos los canales de noticias, y Gold Country Gazette había informado de las heridas de Brandon y de su recuperación.

–El periódico dijo que volvería a esquiar en cuanto se curara.

–Brandon sigue manteniendo sus cartas pegadas al pecho.

–¿Así que la lesión le obligó a dejar el deporte? –estaba empezando a entender por qué Noah estaba pensando en dejar las carreras. Se hacía mayor. ¿Para qué esperar a que un trágico accidente le convenciera de que había llegado su momento?

–Quizá todavía hubiera podido aguantar unos pocos años más. Pero entonces conoció a Olivia, y eso cambió sus prioridades.

–Ya. Las mujeres debilitan las piernas. He visto Rocky… ¡misógino!

–Me siento ofendido –dijo cuando ella le empujó–. Simplemente estaba diciendo que se necesita mucho para hacer que un hombre deje a la mujer que ama… –descolgó una camiseta rosa del perchero–. ¿Haces bici de montaña?

–He hecho alguna vez. Pero me gusta más correr.

–Porque no has experimentado todas las posibilidades. Deberías hacer una salida conmigo.

Ella puso los ojos en blanco.

–Iría seguramente a diez kilómetros por hora, sobre todo si no es por carretera. Y si tropezase con una piedra o en un bache, me caería y tendría que seguir a pie. Te aburrirías mortalmente.

–Lo dudo –bajó los ojos a su nuevo vestido–. Estarías genial con licras.

–Pero no creo que el casco me favoreciera mucho –repuso con una carcajada.

–Te conseguiremos uno bien chulo –empezó a recoger artículos–. Necesitarás también zapatillas y culotes almohadillados. No querrás lastimarte el trasero. Porque entonces no me dejarías tocártelo…

Ella le dio un golpe en el brazo, de broma.

–Para.

–¿Qué te parece esto? –le mostró un impermeable ajustado con bolsillos de diversas formas en la espalda–. Te vendrá bien cuando haga frío.

–¡Noah, si ni siquiera tengo bicicleta!

–Ya llegaremos a eso.

Addy miró las filas de caras bicicletas alineadas en la zona de exposición.

–No, ni hablar.

–Claro que sí. Quiero llevarte a montar mañana.

Ella alcanzó a leer el precio en la etiqueta del casco que él había elegido. Los equipos de ciclismo eran muy caros.

–Pero no puedo permitirme esto. No ahora mismo.

–Tienes mucho con lo que comprar –dejó lo que había estado seleccionando sobre un estante y la acorraló contra la caja registradora–. ¿Quieres pagar ahora? –le mordisqueó la boca–. ¿O después?

No pudo resistirse a su lasciva sonrisa. Noah la tentaba a ser tan despreocupada, tan feliz. Con él se sentía satisfecha de una manera que nunca se había sentido antes, y eso la asustaba. Porque sabía que su… conexión, o lo que fuera que fuese, no podría durar.

Evitando deliberadamente todo pensamiento sobre el final que inevitablemente vendría, batió las pestañas.

–Eso depende de lo que incluya el pago…

La besó, lenta y suavemente.

–Definitivamente incluye que te quites la ropa interior.

Ella le echó los brazos al cuello y le atrajo para besarlo a su vez, solo que su beso no fue tan dulce y persuasivo como el que él le había dado. Fue crudo y sexy. Exigente. Proyectó todo lo que tenía en él porque no podía compartir sus sentimientos de otra manera… y porque estaba desesperada por disfrutar de Noah mientras pudiera.

–¿Y si no llevo?

Toda diversión desapareció del rostro de Noah mientras bajaba una mano para levantarle el vestido.

–Suerte que yo llevo un preservativo en la cartera.

 

 

Para cuando estuvieron listos para abandonar la tienda, Noah se sentía aturdido. En el dorso de las manos tenía quemaduras por el rozamiento de la alfombra, de cuando había agarrado a Addy de las nalgas mientras hacía el amor con ella en la sala de descanso, pero no habría hecho nada para cambiar la experiencia. Nunca se había sentido tan posesivo con ninguna mujer, tan reacio a dejarla escapar. Antes, después de practicar sexo, nunca había tenido problema alguno en seguir con su vida. Había preferido ser capaz de seguir adelante con su vida sin sentir ninguna obligación, razón por la cual probablemente se había sentido tan a la defensiva cada vez que sus amigos le habían tomado el pelo. Lo que ellos solían decirle al respecto era, en buena medida, cierto.

Pero con Addy la cosa era distinta, lo que hacía que cada minuto en su compañía fuera muchísimo mejor. Y el sexo también era mejor. De hecho, era increíble.

Se sentía como drogado de pasión y de hormonas. Quería besarla y no parar nunca, tanto si era capaz de volver a hacerle el amor como si no. Pero no encontraba inquietante aquel descubrimiento. Se alegraba de saber que su corazón no estaba defectuoso, que era lo que había temido. No le importaba que ella siguiera recordándole, de maneras sutiles, que acabaría marchándose del pueblo. Ya haría frente a eso cuando llegara el momento. En aquel instante, le parecía una posibilidad muy remota. Ella solo llevaba dos semanas en casa; ciertamente no era tiempo todavía de empezar a hacer las maletas. Y él había encontrado una manera de localizar a su exmarido. Al final llegaría hasta el fondo de aquel incidente de la mina, descubriría si era realmente Clyde Kingsdale quien la estaba acosando. Y cuando agarrara a quienquiera que la hubiera herido, se aseguraría de que el canalla no volviera a tocarla en la vida.

–Hay un cajero automático de videos en la gasolinera –le dijo él–, podemos alquilar una película y verla en mi casa.

Ella se estaba alisando el vestido.

–De acuerdo, pero… vayamos andando.

–¿No tendrás demasiado frío?

–Eso sería mejor que volver a casa mientras mi madre todavía esté levantada –repuso con una carcajada de tristeza.

Él se acercó a su casa a buscarle una cazadora, se la echó sobre los hombros y la tomó de la mano, pero ella se soltó una vez que estuvieron en la calle. Medio esperó que le devolviera también la cazadora.

–¿Por qué tienes tanto miedo de que la gente descubra que salimos juntos? –le preguntó.

–¿Te refieres a que nos estamos acostando?

Él dejó de caminar.

–¿No estamos haciendo ambas cosas? ¿Salir juntos y acostarnos?

Ella no hizo ningún comentario. Simplemente le tiró del brazo para que siguiera andando.

–Ya te lo dije. No es asunto suyo.

¿Realmente era eso… o había algo más? ¿Algo que tenía que ver con la nota que había encontrado en su vehículo?

–Terminarán acostumbrándose a la idea.

–Yo… preferiría quedar fuera de foco.

–¿Era tu ex una persona celosa?

–Realmente no lo sé –dijo ella, como si la respuesta la sorprendiera tanto como a él.

La miró.

–¿Qué quieres decir con que no lo sabes?

–Creo que estaba más pendiente de hacerme sentir celos a mí.

–¿Por qué crees que querría hacer eso?

–Para demostrar que yo le quería, supongo.

–¿Fue por eso por lo que te engañó?

–En su cabeza, todo empezó allí. Al menos, así fue como él intentó explicármelo. Me dijo que si yo hubiera podido quererle más, se habría quedado satisfecho. Pero… ¿quién sabe? No creo que llegara nunca a conocerle realmente.

–¿Entonces por qué te casaste con él?

–Yo creía que le amaba, y él estaba perfectamente convencido de que seríamos felices juntos. Esperaba que eso fuera suficiente. Pero… dudo que él me conociera realmente a mí, tampoco.

Noah estaba pensando efectivamente que Addy era una persona difícil de conocer cuando ella cambió de tema.

–¿Has estado alguna vez enamorado?

Se había hecho tantas veces esa misma pregunta antes para, tristemente, llegar a la misma conclusión.

–Ha habido algunas mujeres que me han gustado más que otras, pero… ¿perder la cabeza por ellas? No.

Ella le lanzó una sonrisa de ánimo.

–Seguro que terminarás encontrando a la persona adecuada.

¿Cómo sabía Addy que ella no era la persona adecuada? ¿No quería serlo?

Algunas veces se comportaba así. En la tienda, se había conducido como si él fuera el único hombre sobre la tierra. Pero siempre se retraía.

–¿Por qué te empeñas en mantener las distancias? –le preguntó.

–No quiero que sufras –respondió ella.

Noah había esperado que le recordara su récord casi estelar de conquistas, los rumores que circulaban en el pueblo sobre sus «problemas para comprometerse», que le dijera que no confiaba en él después de la manera en que la había ignorado en el instituto. Pero aquello sí que no se lo había esperado. Había oído cosas similares antes. Pero Addy no estaba haciéndose la difícil, no estaba utilizando esa declaración para ganarle la mano. Era sincera en su preocupación, lo que le provocó la extraña sensación que había tenido desde el principio: la de que quizá había conocido a la única mujer capaz de romperle el corazón.

–¿No crees que puedas llegar a amarme alguna vez? –le preguntó.

Ella pareció esforzarse por buscar la respuesta adecuada, pero antes de que pudiera decir algo, un coche viró de golpe y estuvo a punto de atropellarlos. Noah protegió en seguida a Adelaide con su cuerpo, suponiendo que se trataba de algún tipo de agresión relacionada con su secuestro. Pero entonces reconoció el vehículo. Era el de Eve.

–¡Noah!

Por la manera que tuvo de tambalearse cuando bajó del coche, lo primero que pensó fue que Eve estaba bebida, pero la alarma de su voz le indicó que no era el alcohol el culpable de su estado, sino la emoción.

–¿Qué pasa? –preguntó.

–Yo… llevo todo el tiempo buscándote. Baxter, él… –se derrumbó. Ni siquiera fue capaz de hablar, tan fuertes eran sus sollozos.

Un frío terror recorrió la espalda de Noah.

–¿Qué ha pasado? –inquirió de nuevo.

–Está en el hospital.

Noah dio un paso adelante, impaciente.

–¿Qué le ha sucedido a Baxter?

Eve miró a Addy, pero Noah tuvo la impresión de que no la veía realmente.

–Ha tomado una sobredosis.

La fuerza abandonó sus piernas. Se alegró de que Eve se lanzara a sus brazos, porque eso le dio algo a lo que agarrarse.

–¿De qué? Baxter no toma drogas…

–Pastillas para dormir. No tengo todos los detalles, pero los médicos piensan que tomó unos dos gramos de Ambien, y había estado bebiendo, lo que por supuesto empeora las cosas. Están haciendo lo que pueden. Mientras tanto, hemos estado intentando localizarte.

–¿Por qué no me llamasteis?

–¡Lo hicimos! ¡Un montón de veces!

Se palpó los bolsillos antes de recordar que se había dejado el teléfono en la camioneta cuando fue a cenar. En aquel momento nada le había importado más que pasar una tarde agradable con Adelaide.

–No se va a morir… –no quería preguntar por miedo a la respuesta. Ni siquiera reconocía su propia voz. De repente, aquel beso en la cabaña, la orientación sexual de Baxter, los cambios que su condición de gay operarían en su relación… todo eso le pareció pequeño, manejable, comparado con una despedida final. Seguro que Baxter no se habría quitado la vida por lo que había sucedido aquel último fin de semana. Y seguro que su reacción no se había sumado a la desesperación de Baxter…

Para su alivio, Eve negó con la cabeza, pero él pudo sentir la humedad de sus lágrimas a través de la tela de su camisa.

–No lo creo. Tuvimos… suerte de que su vecino se acercara a su casa. Necesitaba un… un abrebotellas. ¿Te lo puedes creer? –rio, pero en seguida se esforzó por contener un sollozo–. Si su vecino no hubiera necesitado el maldito abrebotellas… habría sido demasiado tarde. Aun así, su corazón apenas latía cuando llegó la ambulancia. Están haciendo todo lo posible por revivirlo, pero todavía no está claro si Bax conseguirá salir adelante.

A Noah se le cerró la garganta.

–¿A dónde se le llevaron?

–Al hospital Mark Twain, en San Andreas.

–Vamos –decidido a llegar al hospital lo antes posible, le pasó a Addy un brazo por los hombros y se dirigió hacia el coche–. Dejaremos a Adelaide de camino.

Pero Addy se apartó.

–No, está bien. Volveré andando. Poneos los dos en camino.

–Solo será un segundo –insistió–. No quiero que camines sola de noche.

–Está bien. ¿Pero qué pasa con tu camioneta? –le preguntó ella cuando subían al vehículo de Eve–. Si me das las llaves, te la llevaré a tu casa y así la tendrás allí cuando vuelvas.

–No hay necesidad. La recogeré a la vuelta –pensó brevemente en la nota que había encontrado en el parabrisas de su coche. Dejar su camioneta en la casa de Addy sería definitivamente una declaración de intenciones.

Pero no estaba dispuesto a dejar que alguien le dijera que no podía verla.