Capítulo 14
Kevin Colbert se hallaba de pie detrás de la barra que había hecho que Riley Stinson le construyera en el sótano. Aquella parte de la casa pertenecía a sus dominios. Era una zona que su mujer rara vez visitaba, salvo para limpiar. A sus hijos les gustaba bajar al sótano. Y también a sus jugadores de rugby, porque tenía una mesa de billar y una pantalla de televisión con los canales deportivos más caros, los últimos videojuegos del mercado y asientos muy cómodos. Era el refugio ideal para un hombre. Pero en ese momento era tarde, incluso para tratarse de un sábado por la noche. Sus hijos estaban en la cama. Su mujer sabía que sus amigos se habían ido. Ella estaba arriba, leyendo otro libro. Era capaz de leer cuatro o cinco libros a la semana. Y a sus jugadores no les había invitado. Aquella noche había pedido a Stephen Selby, a Tom Gibby y a Derek Rodríguez que pasaran un momento por su casa, y ellos habían aceptado, aunque con desgana.
–¿Habéis visto esto?
Les había mostrado el ejemplar del Gold Country Gazette empujándolo por encima de la barra del bar. En la primera página aparecía la historia de Adelaide.
Derek dobló el periódico y lo apartó.
–Mira, todos sabemos por qué nos has pedido que vengamos. Así que ve directamente al grano y acaba con esto de una vez por todas para que podamos irnos a casa. No me gusta reunirme con vosotros, y menos todavía después de las doce. Cualquiera podría ver los coches en la puerta de tu casa y llegar a alguna conclusión, como, por ejemplo, que estamos todos muertos de miedo y confabulando para protegernos.
Stephen le dirigió una mirada con la que parecía querer decirle que había perdido el contacto con la realidad.
–Hace años que no nos vemos, Kevin. Dejamos de vernos desde que empezaste a pensar que eras demasiado importante para nosotros.
Él era el que más éxito había tenido de los cuatro. Aunque Tom tenía una familia y un trabajo respetable, no tenía la imagen pública de Kevin. Además, era un hombre débil, dejaba que su mujer le dominara. Kevin ya no tenía ningún interés por sus antiguos amigos pero, por culpa del pasado, continuaba atado a ellos, le gustara o no.
–¿De qué estás hablando? –le preguntó–. Yo lo único que he hecho ha sido vivir mi vida, como tú la tuya. Tampoco puede decirse que tú me hayas extendido muchas invitaciones durante los últimos diez años.
–Nadie ha extendido ninguna invitación a nadie –Tom removió el hielo de su vaso–. ¿Por qué íbamos a hacerlo? Vernos juntos solo servía para recordar lo que hicimos y lo que tendremos que perder en el caso de que salga a la luz. Por lo menos, eso es lo que yo pienso.
Stephen se echó a reír como si a él no le importara.
–Sí, bueno, algunos de nosotros tienen más que perder que otros.
–¿Eso te parece gracioso? –preguntó Kevin.
Mantenía la voz baja. Definitivamente, no quería llamar la atención de su esposa. Podía ser una mujer despistada, pero eso no significaba que estuviera sorda.
–A lo mejor no entiendes que todos podríamos terminar perdiendo nuestra libertad.
–Me parece muy poco probable –se burló Stephen–. Es posible que a ti te cueste tu trabajo y tu matrimonio, y que le ocurra lo mismo a Tom. Pero dudo que fuéramos a prisión. Antes tendrían que demostrar que fuimos nosotros.
–Preferiría no verme en esa situación.
Kevin estaba tan nervioso desde que se había enterado de que Abby había vuelto al pueblo que apenas era capaz de hacer nada, y aquella reunión solo estaba sirviendo para aumentar su ansiedad.
–He estado investigando sobre el tema. En California, el delito de violación en grupo no prescribe.
Stephen sorbió la espuma de su cerveza.
–¿Por eso te entró pánico y la secuestraste? Porque todos sabemos que no fue Aaron quien la llevó a la mina.
Kevin negó con la cabeza.
–No fui yo. Por eso he convocado esta reunión, para asegurarme de que todos comprendamos que no puede volver a pasar algo así.
–¿Por qué no? –quiso saber Derek–. Yo, por mi parte, lo agradezco. A lo mejor ahora esa zorra mantiene la boca cerrada –se rio suavemente–. Yo hice que Noelle le enviara un mensaje en el mismo sentido. Me gustaría haber visto su cara cuando se enteró de que la cadena que llevaba al cuello venía de mi parte. Era una gargantilla con la palabra «coraje». Sabía que se lo tragaría. Os habría encantado.
–Parece que no lo entiendes –repuso Kevin–. Si a cualquiera de nosotros le pillan haciendo una estupidez así, todos los demás estaríamos en peligro. Hacerle a ella daño solo servirá para empeorar la situación.
–Querrás decir volver a hacerle daño –dijo Tom.
–Muy bien, volver a hacerle daño –no disimuló su impaciencia–. Pero incluso a ti te gustará lo que voy a decir ahora –le dijo a Tom–. A partir de ahora, vamos a dejarla en paz. Si dice algo sobre lo que ocurrió en la mina, lo negaremos. Así de simple. Somos cuatro contra una. Entre todos tenemos muchos más amigos que ella. Sus acusaciones no irán a ninguna parte.
–No quiero empeorar lo que hicimos acusándola de ser una mentirosa –replicó Tom.
Una oleada de enfado, y de desesperación, estuvo a punto de hacer que Kevin perdiera el control.
–¿Y prefieres ir a la cárcel? –preguntó con un precipitado susurro.
–Por supuesto que no. Es solo que… me siento muy mal.
–Peor te sentirías si tu mujer tuviera que vivir con la vergüenza y la humillación de saber lo que hiciste, o si tuviera que criar a tus hijos sin ti. Tu mujer no ha hecho nada malo, al igual que la mía.
Cuando Tom se frotó la frente pero no contestó, Derek lanzó a Kevin una mirada que confirmaba que estaba tan preocupado por el estado mental de su antiguo amigo como él. Tenían que permanecer todos unidos. Si Tom se hundía…
–Es posible que evitemos ser condenados por violación si lo negamos –reflexionó Derek–. Pero incluso el mero hecho de ser acusados creará dudas y sospechas que podrían perseguirnos durante años.
–Eso no tenemos forma de evitarlo –contestó Kevin–. Pero la gente que verdaderamente importa nos creerá.
Por lo menos, rezaba para que así fuera. Jamás había hecho nada que pudiera hacer pensar a su esposa que era capaz de violar a una mujer. Pero si Addy hablaba, temía que Tom terminara confesando. O a lo mejor otros que habían asistido a aquella fiesta comenzaran a recordar detalles como fragmentos de conversación, o recordaran haberlos visto llevando a Addy a la otra parte de la mina. Hasta entonces, nadie había presentado denuncia, pero también era cierto que no se había levantado sospecha alguna. ¿Quién sabía lo que podía llegar a ocurrir en el caso de que alguien lo hiciera?
Stephen terminó la cerveza de varios tragos rápidos.
–¿Estás seguro de que la mejor opción es el silencio?
Sonó un crujido en el techo. Kevin esperó a estar seguro de que no era su mujer acercándose a las escaleras que bajaban al sótano. Cuando comprobó que ella no iba a llamarle, continuó:
–Por lo menos, yo así lo veo. Piensa en ello. Nadie quiere que esto salga a la luz. Ni siquiera el maldito alcalde.
Derek asintió.
–Rackham piensa que su hijo era un santo –confirmó–. Ya viste el homenaje que le hicieron a Cody anoche. Lo último que querría el alcalde es enterarse de que su hijo fue el instigador de una violación en grupo. No se lo creería ni aunque se lo dijeran.
–Exactamente.
Kevin recuperó el periódico que Derek había dejado a un lado y volvió a abrirlo frente a ellos.
–Esto no puede volver a pasar. Tenemos que acordar no volver a tocarla.
–Me cuesta creer que no fuiste tú quien la llevó a la mina –musitó Tom, mirando a Kevin fijamente.
Para Kevin no fue una sorpresa que Tom fuera el único en decirlo. Su conciencia culpable estaba comenzando a sacarle de sus casillas. Tom era tan peligroso como Addy.
–Ya te he dicho que no fui yo.
Tom le miró con el ceño fruncido.
–Pues alguien lo hizo.
Todos ellos se miraron, pero nadie confesó.
–Muy bien –Kevin hizo un gesto de desprecio–. Comprendo los motivos por los que nadie quiere asumir la responsabilidad. En cualquier caso, tampoco es necesario que lo haga. Ya está todo dicho. Ahora, esperemos que Stacy continúe concentrado en Aaron Amos. Pero incluso en el caso de que no sea así, es preciso conservar la calma. No tenemos que reaccionar. Si lo hacemos, podríamos llegar a tener problemas.
–¿Kevin, cariño?
Kevin contuvo la respiración. Su mujer estaba al final de la escalera.
–¿Qué quieres?
–¿Has terminado ya?
–¡Ahora mismo subo! –contestó.
–Mi mujer también debe de estar preguntándose dónde estoy –Tom se bajó de su taburete–. Tengo que irme.
–¿Entonces tú qué piensas? –Kevin le interceptó antes de que llegara a las escaleras–. ¿Estamos todos en el mismo barco? No vas a confesar, ¿verdad? No quieres que tus hijas vivan el resto de sus vidas sabiendo que su padre era un violador. No quieres que tu esposa te abandone.
–Por supuesto que no quiero eso –Tom parecía cansado mientras se frotaba la cara–. ¿Pero sabes qué es lo que me más me duele? ¿Además del hecho de que nunca podremos escapar a lo que hicimos?
Kevin fingió interés, pero no quería escucharlo. ¿Por qué sufrir por algo de lo que él ni siquiera se molestaría en arrepentirse si no existiera el peligro de que le agarraran? Habían cometido una estupidez en aquella fiesta de graduación. ¿Y qué?
–Te escucho.
–Que no recuerdo haber disfrutado del sexo. Fue algo brutal y degradante… para ella y para nosotros.
–Puedes darle las gracias a Stephen de que nos metiera en aquella –intervino Derek–. Si no recuerdo mal, fue idea suya.
Stephen dejó con fuerza su vaso sobre la mesa.
–¡No te atrevas a culparme a mí!
–La idea fue tuya –dijo Tom con tono hosco.
Él también se bajó del taburete.
–Cody era el único que la quería, pero ella no consintió que la tocara.
–Así que tú le dijiste que la violara –dijo Tom–. Le dijiste que se lo merecía. Que ella le había estado provocando durante toda la noche.
–¡Calla! –A Kevin no le gustaba el rumbo que estaba tomando aquello–. No quiero seguir hablando de eso.
Hubo unos segundos de tenso silencio. Todos ellos arrastraban una cierta dosis de miedo. Pero no había elección; tenían que controlarlo.
Finalmente, Derek recogió las llaves.
–¿Por qué diablos no se lo contó a nadie en aquel entonces?
–Porque ella tampoco quiere que se sepa –dijo Kevin–. ¿Os dais cuenta? Si no llamamos la atención, todo saldrá bien.
–A veces pienso que habría preferido morir aplastado en aquella mina en lugar de Cody –dijo Tom.
Sorprendido por la vehemencia que acechaba detrás de aquellas palabras, Kevin le agarró del brazo.
–Mira, tienes que perdonarte a ti mismo y dejar aquello atrás.
–Tú tienes una hija –replicó Tom–. ¿Es que no piensas en lo que harías con el culpable si algo así le sucediera a ella?
–No.
–¿Por qué?
Kevin se negaba a acariciar esa posibilidad.
–Porque mi hija nunca será una zorra pija, ¿de acuerdo?
Noah no sabía muy bien por qué había terminado yendo a casa de Milly. Tenía un montón de amigos a los que recurrir… solo que también eran amigos de Baxter, y sentía que no podía hablar con ellos. Que Baxter decidiera o no salir del armario era cosa suya. Noah no podía sacarlo a la fuerza: aquello era algo que no podía hacerle a su amigo de toda la vida. Además, no quería que nadie supiera lo que había sucedido en la cabaña. Se sentía humillado por ello… y sin embargo necesitaba hablar con alguien. Estaba condenadamente seguro de que en aquel momento no quería estar solo.
«Maricón…».
Jamás en su vida le habían llamado así. Se estremeció solo de pensar en lo que tendría que soportar Baxter si admitía abiertamente que se sentía sexualmente atraído por otros hombres. Imaginar las repercusiones era algo que ponía furioso a Noah… furioso con aquellos que se sentían lo suficientemente superiores como para mirarlo por encima del hombro y, quizás de manera ilógica, furioso también con Baxter por sentirse vulnerable en primer lugar. ¿Y cómo podía Baxter haberse enamorado de él?
Ciertamente, él no había hecho nada para solicitar esa clase de interés.
Bebió otro trago de la botella y se quedó mirando fijamente la casa de Adelaide. Ella no quería saber nada de él. Entonces… ¿por qué había ido allí?
Porque estaba lo suficientemente borracho como para ignorar su buen juicio. Se había despejado para poder hacer el viaje desde la cabaña, pero tan pronto como llegó a su casa y empezó a pensar en Baxter besándolo como un amante, había decidido que no podía seguir con la cabeza despejada. Había ido directamente a la licorería del final de la calle y había estado vagando por el pueblo desde entonces, intentando aliviar la inquietud que seguía revolviéndole la mente y el estómago.
Cuando se tambaleó y estuvo a punto de caerse, comprendió que necesitaba volver a casa a dormir. Eran las doce y media, demasiado tarde para hacer una visita a Addy. La asustaría aporreando su puerta en mitad de la noche.
Pero su casa estaba empezando a sentirla como un lugar de lo más solitario. Temía ya la mañana. Por mucho que bebiera, la realidad de lo que había hecho Baxter, lo que le había revelado, seguía golpeándolo con fuerza.
–Mierda –empezó a andar. Su casa estaba solamente a unas manzanas de distancia. Cuando llegó a la esquina, dio media vuelta y volvió sobre sus pasos. En vez de aporrear, bien podía llamar a la puerta. Addy tenía su propia puerta que daba a la calle. Ella no tenía por qué abrirle si así no lo quería.
Tropezó cuando subía los escalones del porche, se agarró a la barandilla y soltó la botella. Afortunadamente cayó en los arbustos del jardín y no se rompió, pero maldijo mientras se recuperaba.
El ruido debió de haberla despertado, porque se encendió la luz.
–Soy yo –dijo cuando la vio asomarse a la ventana.
La puerta se abrió, lo que le dio alguna esperanza, pero ella se quedó en el estrecho umbral, observándolo indecisa.
–¿Qué estás haciendo aquí, Noah?
El porche parecía dar vueltas. Se apoyó en el marco de la puerta para sujetarse.
–Yo… –buscó algo que decir para que aquel momento pareciera natural, pero no se le ocurrió una sola razón que explicara por qué estaba en aquel momento en el porche.
La había sacado de la cama por ningún motivo aparente. Ni siquiera se conocían el uno al otro lo bastante.
De alguna manera, aquello le había parecido una buena idea hacía apenas unos segundos. Pero ya no.
–No lo sé. Venir aquí ha sido un error. Lo siento.
Se volvió para marcharse, pero ella salió detrás de él.
–Has estado bebiendo.
–Sí.
Ella le miró como divertida de que lo hubiera admitido con tanta facilidad.
–¿Te emborrachas muy a menudo?
No se acordaba de la última vez que lo había hecho.
–Casi nunca –le gustaba demasiado montar en bicicleta para sentirse incluso tentado por la idea–. Pero esta noche… –silbó por lo bajo–, esta noche no se me ocurrió una respuesta mejor.
Ella se recogió el cabello detrás de las orejas.
–¿Una respuesta a qué?
Instintivamente, se pasó una mano por la boca como si quisiera borrar el recuerdo del beso de Baxter. Pero fue inútil. Era imposible olvidarlo.
–Yo… yo no puedo hablar de ello.
–¿Por qué no?
–Por lealtad, supongo –se sentía demasiado expuesto. Al igual que se había sentido cuando se subió al estrado la tarde anterior. Había sentido la misma elocuente opresión en el pecho y en la garganta. Si la debacle de la celebración de los antiguos alumnos le había enseñado algo, era que quería evitar tanta emoción.
–¿A quién? –le preguntó ella.
–No importa. No he debido haberte molestado.
–Dime lo que te pasa –parecía verdaderamente preocupada.
–Nada –había estropeado aquella noche, primero llevándose a Baxter a su cita con aquellas chicas y luego presentándose allí borracho, haciendo que Addy pensara que tenía un problema con la bebida.
Decidido a alejarse de ella todo lo posible, empezó a marcharse. ¿Qué diablos le pasaba? Necesitaba arreglárselas solo. Pero cuando ella trotó tras él y le agarró la mano, le entraron muchas más ganas de quedarse que de irse.
–Hey –tiró de él, haciéndole detenerse–. ¿Estás bien?
Le entró pánico cuando sintió que sus ojos empezaban a humedecerse, así que evitó deliberadamente la sagaz expresión que vio en su rostro y bajó la mirada.
–Me gusta tu pijama.
–Llevo una camiseta y un pantalón de deporte.
–De acuerdo, no es una vestimenta muy reveladora. Pero, después de la otra noche, sé lo que puedo encontrar debajo –esperaba que el carácter sexual de aquel comentario la distraería, o le sugeriría una razón por la que se había presentado en su casa, dado que en realidad no tenía ninguna. Era más fácil intentar ligar con ella que confesarle que acababa de perder a su mejor amigo.
Pensó que aquello pondría un decisivo punto final a su visita, pero ella no le despidió, no le dijo que era un frívolo imbécil, que era lo que se merecía. Le acunó el rostro entre las manos, obligándolo a mirarlo a los ojos.
–¿Por qué has venido realmente?
Parte de él quería confesarse con ella. Decirle que se sentía confuso, desgarrado, furioso incluso. Pero no sabía cómo decírselo sin mencionar a Baxter, y cuando las lágrimas de frustración acudieron antes que las palabras, hizo lo que tenía que hacer para distraerla antes de que ella pudiera darse cuenta de que se encontraba al borde de un abismo emocional.
–Porque te deseo –susurró, y supo que ella tendría que creerle porque, a pesar de todo lo demás, eso era definitivamente cierto.
Addy no sabía qué era lo que le estaba pasando a Noah, pero aquello no tenía nada que ver con el sexo. Al menos, no completamente. Puestos a adivinarlo, el alcohol no había logrado anestesiar el dolor de lo que fuera que le estaba preocupando. ¿Podría ser la muerte de Cody, después de tantos años? Por eso había intentado otra cosa.
Se dijo que debía apartarse de él. No podía dejarse enredar. Pero él parecía tan vulnerable… Y ella había soñado tantas veces con besarlo durante todos esos años… en el instituto e incluso desde que volvió al pueblo… que no pudo evitar acercarse. Cuando él bajó la cabeza, ella se quedó donde estaba, bajo el aire otoñal, con los pies aparentemente fundidos con el suelo de cemento. Entonces sus labios se encontraron y ella experimentó una reacción tan visceral que no pudo menos que dejarse llevar.
Aquel era el chico al que siempre había deseado. Y besaba todavía mejor de lo que había imaginado.
–Ya estoy más contento –murmuró él, deslizando los brazos por su cintura y atrayéndola hacia su pecho.
Dado que había levantado la cabeza para hablar, aquel era el momento perfecto para romper el abrazo. En lugar de ello, Addy cerró los dedos sobre su pelo y reclamó de nuevo sus labios, besándolo con toda la pasión que había acumulado en su interior durante una década y media. Muy pronto ambos estaban jadeando y abrazándose como tentados de meterse cada uno en la piel del otro.
–Guau –dijo él–. ¿Lo ves? Te gusto. No sé por qué te empeñabas en hacerme sentir que no. Eso no estuvo nada bien.
Ella casi sonrió ante su engreimiento. Que le gustaba nunca había sido el problema. En aquel instante, envuelta por la oscuridad y el silencio, con todo Whiskey Creek dormido y ajeno a lo que estaba sucediendo, resultaba fácil olvidarse de que había un problema. Todo lo que había sucedido antes, y todo lo que podría suceder después, no parecía importante. Sobre todo desde que sabía que aquel breve interludio no cambiaría nada… excepto quizá para mejor. Si quería que Noah se olvidara de ella, lo único que tenía que hacer era darle lo que quería, convertirse en una más de las numerosas mujeres que habían desfilado por su vida. Una vez que él conquistara el desafío que ella tan estúpidamente le había proporcionado, pasaría de largo. Tom ya se lo había dicho.
–Hace frío aquí –dijo él–. Vamos a mi casa para que pueda hacer que entres en calor.
Ella estaba temblando, pero el frío no tenía nada que ver con ello. Al contrario, estaba ardiendo por dentro, sintiendo más deseo de lo que había creído posible en alguien que había pasado por lo que había pasado ella. ¿Cómo podía ser que deseara todavía a Noah? ¿Que lo que había sentido por él en el instituto no hubiera cambiado?
Su terapeuta le diría que ella era la prueba de que el espíritu humano podía prevalecer y disociarse. La doctora Rosenbaum se lo había dicho antes, pero el hecho de que pudiera sentirse tan normal, tan como se imaginaba que se sentían las otras mujeres cuando encontraban a un hombre tan deseable, la sorprendía.
–Mi abuela no puede despertarse y descubrir que no estoy –dijo, esforzándose por aferrarse a la realidad de su situación–. No después de…
–No pienses en lo que sucedió la otra noche –la interrumpió–. Te traeré de vuelta a casa antes de que se despierte.
Ella meneó la cabeza.
–Lo siento. No puedo… no puedo acostarme contigo.
Su aliento le abanicó la piel mientras le besaba el cuello.
–¿Por qué no? Yo sé que quieres.
Él tenía razón. La había sorprendido en un momento de debilidad. Durante todos aquellos años se había negado a sí misma la clase de abandono que estaba experimentando en aquel momento. Deseaba desesperadamente olvidar, dejarse ir. Pero no podía tener una relación con Noah, ni siquiera aunque él estuviera interesado.
–¿Por qué? –le preguntó al ver que él no respondía.
La antigua atracción había salido de su hibernación con mayor fuerza que nunca, haciéndole preguntarse: «¿Y si no fuera más que una noche?».
Una noche no significaría nada para él, así que ella no tenía que preocuparse de que se sintiera engañado o herido. Y ella ya conocía las limitaciones de los dos.
Solo había un problema.
–Estás bebido –le dijo.
Él le delineó el dibujo de la oreja con la lengua.
–No tanto como para no poder hacer el amor.
Incapaz de respirar, ella echó la cabeza hacia atrás mientras las manos de Noah ascendían debajo de su camiseta.
–Quiero decir que no estás actuando conscientemente.
Al oír aquello, él alzó la cabeza.
–¿Estás hablando en serio?
–Absolutamente.
–No tienes que protegerme.
Ella se tensó.
–¿Por qué?
–Porque soy un hombre. Los hombres queremos sexo tanto si estamos bebidos como si no. Y no nos quejamos de lo que pase después.
Ella sabía que estaba hablando medio en broma, pero quería estar segura de que sabía lo que estaba haciendo.
–Deberías tener la cabeza despejada para elegir.
–Confía en mí –apoyó la frente contra la de ella–. Sé lo que te estoy pidiendo. Y te elegiría a ti en cualquier circunstancia.
Quería decir que escogería tener sexo antes que no tenerlo. Aquella noche había dado la casualidad de que ella sería su potencial pareja. Tenía que tenerlo bien presente, pero no era fácil, teniendo en cuenta que en ese instante él estaba deslizando ligeramente las palmas por las puntas de sus senos.
Agarrándole las muñecas, le detuvo el tiempo suficiente para sacarle las manos de debajo de la camiseta.
–Dormir conmigo no resolverá lo que te tiene tan preocupado, Noah.
Él sonrió mientras contemplaba la reacción que había suscitado en su cuerpo, que resultaba obvia a pesar de la camiseta.
–Pero es seguro que hará que esta noche sea mucho mejor que si no duermo contigo –su sonrisa desapareció cuando volvió a alzar la mirada–. Ya me enfrentaré con lo demás por la mañana. Tendré que hacerlo, de todas formas.
–¿Qué es lo demás? –inquirió ella. ¿Qué le pasaba? ¿Era por lo de aquella tarde? ¿O se trataba de otra cosa?
–No preguntes. Porque preguntar estropeará… esto –la besó de nuevo. Un beso tierno, prolongado y lo suficientemente húmedo como para hacerla pensar que perdería la cabeza si continuaba resistiéndose.
Pensó en su abuela. Pensó en Cody, Kevin, Derek, Tom y Stephen. Y pensó en la terapeuta que la había ayudado a recuperarse. La doctora Rosenbaum, sin duda, la advertiría en contra de aquello. Había progresado mucho desde el ataque, no quería recaer.
Pero aquello… ¿por qué no podía ser un progreso? Se sentía tan viva, tan deseosa de contacto físico. Con los hombres que se le habían acercado antes, no había querido más que apartarse.
–No empieces a pensar –le dijo él.
–¿Por qué no?
–Porque no quiero que me digas que no.
Ella se rio de lo descarado que era.
–Déjame que vaya a buscar mis zapatos. Te acompañaré a casa para asegurarme de que no te caigas en una cuneta o en un bache de la calle.
Él le lanzó una mirada escrutadora.
–¿No vas a quedarte a pasar la noche?
–No puedo –respondió.
Pero una vez que llegaron a su casa, él se mostró tan desilusionado por la idea de verse rechazado que ella no pudo mantener su negativa.
–No tengo un alcoholímetro –dijo él mientras la urgía a entrar–, así que… ¿qué voy a tener que hacer? ¿Caminar a lo largo de una línea recta? ¿Recitar el alfabeto para atrás?
No habló nada bien de la resolución de Addy que él no tuviera que hacer ninguna de las dos cosas. Lo único que tuvo que hacer fue besarla y seguir besándola hasta que de repente se encontraron en su dormitorio.