Capítulo 21
Adelaide volvió a lucir su disfraz de flapper después de dejar el disfraz de fantasma hecho una bola debajo de su asiento trasero. Echarse una sábana sobre la cabeza no había sentado muy bien a su peinado, pero la diadema con la gran pluma contribuía a camuflar el efecto.
La casa de Ted era impresionante. Localizada a cinco minutos de distancia del pueblo en una extensa propiedad cercana al río, tenía varias plantas y forma de gran buhardilla. Al parecer era un antiguo molino reformado.
No vio la camioneta de Noah cuando llegó, pero él estaba allí, vestido de cavernícola. Nada más verlo con aquel disfraz que requería un taparrabos se arrepintió de no haberse quedado espiando la casa de Stephen. La avergonzaba que antes la hubiera sorprendido acechándolo delante de su tienda. No tenía ninguna buena razón para ello, excepto la obvia: su flechazo con él estaba lejos de haber desaparecido. Pero una vez más lo obvio contradecía el resto de su comportamiento, y ella sabía que él no estaba nada contento con aquellas contradicciones.
Cuando ella desvió la mirada en lugar de devolverle la sonrisa, él no se levantó del sofá donde estaba sentado con una cerveza en la mano. Tampoco le dijo nada. Simplemente observó cómo los demás la saludaban: Ted, vestido de pirata; Kyle, de bombero; Riley, de médico; Eve, de camarera de otra época; Dylan, de motero macarra, Cheyenne, de chica del motero macarra; Brandon de monstruo de Frankenstein; y Olivia, de vampira. Pero unos pocos minutos después, cuando volvió a mirarlo, la expresión de Noah era en sí una pregunta. «¿Qué te pasa? ¿Acaso no nos divertimos juntos? ¿Qué es lo que te he hecho yo?».
La furia de Noah le facilitó evitarlo, porque una vez que ella marcó la pauta, él procuró evitarla. Addy intentó no pensar en él, pero no podía negar que el arrepentimiento que sentía afectaba a su autocontrol. Afortunadamente le gustaban sus amigos, encontraba muy agradable charlar con ellos. Después de dos vasos de vino, empezó a relajarse y a pasárselo bien.
No volvió a casa al cabo de una hora, contrariamente a lo que había planeado. Jugaron a los dados del mentiroso y a un par de juegos de naipes. Rieron, charlaron y comieron bocadillos, y también una especie de albóndigas regadas con salsa de color rojo sangre, servidas en platos de cerámica con decoraciones de esqueletos. Y vieron la película Psicosis, en homenaje a Halloween.
La película había terminado ya y Noah estaba jugando al billar con Dylan cuando Ted sugirió que se metieran en el jacuzzi.
Addy sabía que aquella era la oportunidad ideal para volverse a casa. Les dijo que se había olvidado su bañador, aunque lo cierto era que si no lo había traído había sido porque no había tenido intención de asistir a la fiesta. Pero Eve dijo que ella tenía uno de sobra. Y Addy sintió que no podía marcharse sin disculparse con Noah. No dejaba de pensar que se sentiría mejor si lo hacía. Solo entonces podría marcharse sin aquella deprimente sensación que le dificultaba tanto dejar las cosas tal como estaban.
Decidió que culparía a su divorcio de sus contradictorias reacciones, tan pronto calientes como frías. Si admitía que se sentía atraída hacia Noah, pero alegaba que había salido demasiado escarmentada de su divorcio para enredarse con nadie más, al menos le estaría aportando una razón por la que no había querido continuar la relación con él.
Dado que esperaba tener una oportunidad de hablar con Noah, aceptó meterse en la piscina. Ted intentó convencer a Noah de que se les uniera, pero él siguió jugando al billar hasta que Cheyenne persuadió a su marido de que dejaran la partida para más tarde. Solo entonces consiguió Dylan arrastrar a Noah, pero este fue el último en incorporarse y deliberadamente, según parecía, se dirigió al otro lado del jacuzzi para sentarse lo más lejos posible de ella.
El agua caliente le sentó bien, pero la fría actitud de Noah, no. Addy intentó compensar su inicial frialdad sonriéndole unas cuantas veces. Pero él la ignoró, salió unos minutos después y fue a vestirse.
Ted, que estaba sentado al lado de Addy, le dio un codazo y bajó la voz.
–Me disculpo por Noah. Nunca le había visto así.
–No pasa nada –no podía echarle en cara su reacción a Noah cuando era ella la culpable.
–Ha tenido una semana muy dura –intervino Cheyenne.
Eve se apartó el vapor y las burbujas de la cara.
–Ojalá hubiera venido Baxter. Sé que él habría conseguido que se sintiera mejor.
–Y entonces nos hubiéramos sentido mejor todos –dijo Kyle.
Cheyenne les indicó que guardaran silencio.
–Noah se enfadará si descubre que estamos hablando de él.
–¿Por qué no ha venido Baxter? –susurró Addy.
Riley se encogió de hombros.
–Noah y él tuvieron una discusión el pasado fin de semana. Ninguno de los dos ha querido hablar de ello, así que no estamos seguros de lo que sucedió. Pero… Bax se marcha del pueblo. Probablemente hayas visto el cartel que ha colgado en la puerta de su casa.
Addy no lo había visto. Había estado demasiado concentrada en sus propios problemas. Pero recordaba a Noah presentándose en la puerta de su casa, tambaleándose borracho, el último fin de semana. Había estado muy afectado por algo, pero no se lo había dicho.
¿Habría sido que había discutido con su mejor amigo?
–¿Suele discutir con Baxter muy a menudo? –preguntó.
Desde luego, aquello no había sucedido cuando estaban en el instituto. Baxter siempre había estado con Noah.
Eve, con un atractivo biquini blanco, estaba sentada en el borde de la piscina.
–Nunca. Por eso no sabemos qué hacer. Esperábamos…
Noah salió de la casa, llevando su disfraz de cavernícola debajo de la cazadora, y Eve se calló antes de que él pudiera oírla.
–Me voy –le dijo a Ted–. Gracias por la invitación.
Riley puso una cara escéptica.
–Ya, todos hemos visto lo bien que te lo has pasado.
–Me he divertido –repuso, pero con tono cortante y poco convincente.
Ted se dispuso a salir de la piscina.
–Te acordarás de que no tienes coche.
Noah hizo un gesto de indiferencia.
–Quédate. Volveré caminando.
–Es demasiado lejos –objetó Eve.
–No tanto.
Adelaide salió del agua.
–Yo también me marcho. Te llevo.
Pensó que Noah se negaría. Se preparó para la vergüenza que le daría que lo hiciera delante de todos sus amigos. Pero no lo hizo.
–Gracias, Addy –Ted volvió a hundirse en el agua caliente. Su sonrisa de satisfacción indicaba que, con el último giro de los acontecimientos, había conseguido lo que se había propuesto hacer cuando la invitó.
–Tardo un segundo en cambiarme –le dijo a Noah, y se envolvió en la toalla antes de echar a correr hacia la casa.
Noah estuvo callado durante el trayecto de vuelta a casa. Addy no dejaba de pensar en alguna manera de iniciar una conversación, pero lo que habría sido una larga caminata, en coche era un viaje muy corto. Estuvieron delante de su casa antes de que a ella se le hubiera ocurrido algo que decir.
–Gracias por traerme –le dijo él, y se dispuso a bajar, pero ella le detuvo.
–Noah.
Se giró.
–¿Qué?
–Pensé que podríamos… hablar.
–Bien –le espetó–. Habla.
El corazón se le encogió mientras le miraba fijamente.
–No importa –dijo con tono suave–. Yo… lo siento. De verdad que lo siento.
Aunque llegó a bajarse del todoterreno, se volvió de nuevo hacia ella.
–Maldita sea, Addy. Yo te quiero. Creo que te lo he dejado claro. Pero no sé cómo llegar hasta ti. Por la razón que sea, tú estás decidida a… castigarme por lo del instituto o por cualquier otra cosa. ¿Cuántas veces se supone que tengo que dejar que me rechaces? ¿Significará alguna diferencia si continúo intentándolo?
No podía creer que estuviera sentada allí, enfrentándose a todas aquellas preguntas de Noah. Era lo último que había esperado cuando decidió llevarle a su casa.
–Yo no te estoy castigando. Tu comportamiento en el instituto… estuvo bien. Ese no es el problema.
–¿Entonces cuál es?
Su divorcio era la respuesta que había ideado. Pero ya no estaba tan segura de que pudiera utilizarla. Con Clyde nunca había sentido la pasión que debería haber sentido. Había estado decidida a aprovechar la oportunidad de fundar una familia con él, ya que dudaba que hubiera podido encontrar otro hombre dispuesto a casarse con alguien como ella, con sus particulares «problemas». No fue hasta que vivieron juntos que se dio cuenta de que faltaba algo crucial. Incluso entonces, no fue consciente de lo que aquello quería decir hasta que él desapareció de su vida y ella se sintió aliviada en lugar de arrepentida.
Noah apoyó las manos en las caderas.
–Estoy esperando.
Se arriesgó a utilizar la excusa que había previsto.
–El divorcio puede volver a la gente… vacilante a la hora de relacionarse una segunda vez.
–Eso lo entiendo. Pero cuando tú me hablaste antes de tu matrimonio, no me pareció que tu ex fuera algo más que un error que tú misma corregiste rápidamente. ¿Y ahora me estás diciendo que él te dejó marcada para siempre?
Él no la había dejado marcada para siempre; había sido Cody. Clyde simplemente había sido incapaz de ayudarla a curarse, o de hacerla sentirse completa.
–Como te dije al principio, no soy una buena candidata para ti.
–¿Por qué? Es eso lo que quiero saber. ¿Por qué tu boca dice no cuando tu cuerpo dice sí? Tus ojos han buscado los míos un millón de veces esta noche. Era casi como si no hubiera nadie más en la casa. Y hacer el amor contigo el pasado domingo… aquello fue condenadamente bueno.
Ella no podía negar la preocupación que sentía por él. Pero tenía algo que decir sobre aquel domingo.
–¿Cómo pudo haber sido tan bueno… para ti? –aclaró–. Te tomaste mucho tiempo y muchas molestias, y no te resultó fácil convencerme de que cooperara. Sé que has estado con otras mujeres que son… menos complicadas.
–¡Yo no busco lo fácil, Addy! Hacer el amor es descubrir. Me gusta descubrirte a ti, estar contigo. ¿Es que yo fui el único en disfrutar de eso?
Estaba siendo tan abierto y sincero que no pudo evitar responder:
–Yo lo disfruté –admitió–. Si crees que he podido olvidar la sensación de tus manos sobre mi cuerpo, es que estás loco.
Aquellas palabras le salieron en un torrente, antes de que pudiera retenerlas el tiempo suficiente para dosificarlas. Sabía, incluso mientras se oía hablar, que solo estaba empeorando las cosas, pero no podía evitarlo.
Apaciguado de alguna forma, él enganchó los dedos en el borde de la ventanilla de su vehículo y se apoyó en ella.
–¿Entonces por qué no me llamaste esta semana?
–Yo no… no estoy preparada para tener una relación.
Noah se quedó mirando al suelo durante varios segundos. No estaba tan satisfecho como cuando ella admitió lo que había sentido el pasado domingo, pero su expresión permanecía expectante.
–¿Para qué estás preparada?
Oh, Dios. El solo hecho de mirarle le hacía desear de nuevo estar con él. Estaba sucumbiendo al deseo.
–Para que seamos amigos, supongo.
Encogió sus anchos hombros.
–Bueno, eso es un progreso. Al principio ni siquiera querías ser mi amiga –riendo sin alegría, le cerró la puerta del coche.
Ella bajó del todo la ventanilla.
–¿Eso es todo? –le llamó–. ¿Es todo lo que tienes que decir?
–Lo siento. Yo esperaba un poco más –repuso, y se metió en la casa.
Addy se quedó sentada en su todoterreno, apoyando la frente contra el volante. «Vete a casa. Arruinarás tu vida aquí», se dijo. Pero el peligro no importaba. Nada parecía importar tanto como Noah.
Apagando el motor, inspiró profundo, guardó las llaves en el bolso y se dirigió hacia su puerta.
Tenía que recordar con quién estaba lidiando. Surgiera lo que surgiera entre Noah y ella, no duraría. Así que, ¿para qué luchar contra la atracción? O se marchaba ella del pueblo, o lo hacía él. Cada primavera viajaba a Europa.
Suponía que podría superarlo tan fácilmente entonces como podía hacerlo en aquel momento.
–¿Amigos con derecho a roce te sirve? –le preguntó cuando él le abrió la puerta.
Noah casi temía confiar en aquel cambio de actitud de Addy.
–Hay otras cosas con las que no estoy contento –dijo.
Ella le lanzó una mirada desconfiada.
–¿Cómo cuáles?
–¿Qué sucedió la noche en que fuiste secuestrada? El jefe Stacy tiene ese cuchillo de Aaron. Y, sin embargo, tú dices que no fue él.
–No fue él.
–¿Entonces quién fue?
–Ahora estás pidiendo demasiado –se alisó una arruga de su disfraz–. Quizá he debido ser más explícita. Esta es una oferta del tipo lo-tomas-o-lo-dejas.
Noah lanzó la maza y la peluca que había llevado hasta ese momento al sofá, junto con su cazadora.
–Ojalá tuviera la capacidad de «dejarlo» –dijo, pero no podía. El hecho de que ella se hubiera negado a verle le había tenido como loco durante toda esa semana. No iba a ponerse a discutir por cosas que no le implicaban directamente. Al menos ella estaba allí. Ya se abriría a él más adelante.
La atrajo a sus brazos mientras cerraba la puerta.
–Me vas a romper la pluma –se burló ella.
Él esbozó una media sonrisa.
–Pienso hacer mucho más que eso.
–Y probablemente yo te lo permita, dado que tu disfraz es condenadamente atractivo –había estado admirándolo durante toda la noche, lo que descubría y lo que no–. El dibujo es de piel de leopardo. Tenías razón cuando dijiste que yo no dejaba de mirarte.
–Forma parte de mis técnicas de control mental.
Lo observó mientras se desataba las sandalias y las lanzaba a un lado.
–¿Seré alguna vez la misma? –en realidad no estaba bromeando, pero se alegraba de que él no pareciera darse cuenta.
–No si puedo evitarlo –repuso, y le bajó los tirantes del vestido por los hombros.
–No puedo creer que estuvieras tan enfadado conmigo –le dijo ella cuando yacían, saciados, en la cama.
Pudo escuchar la perezosa satisfacción de su voz cuando respondió:
–Ya no lo estoy.
–Por supuesto que no. Tienes exactamente lo que querías.
Él rodó sobre ella, inmovilizándola bajo su cuerpo mientras le mordisqueaba el cuello.
–No finjas que solo se trataba de mí.
–Le estoy echando la culpa a ese maldito disfraz –se burló ella–. Era demasiado revelador.
–Supongo que tendré que ponérmelo cada vez que hagamos el amor.
–No más disfraces –ella bajó la mirada a sus senos desnudos–. Tu falsa piel de leopardo me ha dejado llena de pintura negra.
–Podríamos ducharnos y meternos luego en la bañera.
–¿Tú también tienes un jacuzzi?
–Es un poquito anticuado… hecho de listones de madera porque me gusta el olor a cedro… pero es tan efectivo como el de plástico de Red. Una buena bañera caliente es de hecho una exigencia en mi profesión.
–¿Dónde está? –no la había visto allí antes.
Él la sacó de la cama.
–Fuera, en la parte de atrás de la casa. Vamos. Nos duchamos y salimos.
–No tengo bañador.
–No lo necesitarás.
–¿Y si nos ve alguien?
–El terreno está vallado.
Tomaron una rápida ducha antes de que él la guiara a la terraza de madera. Había tanto arbolado y follaje en la parte trasera que ella dudaba de que alguien pudiera verlos.
–Tienes un jardinero.
–Lo hago yo mismo. Pero me gusta que el jardín tenga un toque agreste.
–Eso te pega –alzó la mirada al cielo estrellado–. ¿Qué hora es?
–¿Importa?
–No quiero preocupar a mi abuela.
–No pueden ser más de las dos.
–¡Eso es tarde! –exclamó ella con una carcajada.
–Quédate un poco más.
Esperó a que él retirara la cubierta de la bañera y probara el agua.
–Perfecto. Vamos.
El aire estaba húmedo y olía a lluvia, pero el agua estaba tan caliente que tuvieron que meterse poco a poco. Ella todavía no se había sumergido del todo cuando Noah apareció detrás de ella.
Con una mano se apoderó de un seno y bajó la otra mientras la atraía hacia sí.
–Hueles bien –le dijo, abrazándola de pronto con mayor fuerza, posesivamente–. Y te siento también muy bien…
El sentimiento de culpa amenazó con arruinar su disfrute, pero lo ahuyentó. Nunca había deseado a nadie como deseaba a Noah. No iba a dejar que lo que había sucedido en el pasado le robara aquel momento.
Cerrando los ojos, echó la cabeza hacia atrás para apoyarla sobre su hombro mientras la boca de Noah iba bajando por su cuello.
–Fui un estúpido al no fijarme en ti en el instituto –le dijo–. Debí de haber estado ciego. Pero… ¿por qué tuviste que permanecer alejada durante tanto tiempo, preciosa Adelaide?
Addy no quería hablar, no de aquello. Volviéndose, deslizó las manos por su pecho y le besó la boca, animándolo suavemente a levantarse para empezar a besarle otras cosas. Delineó una de sus tetillas con la lengua y se detuvo luego a sonreírle.
–Ahora ya estoy aquí.
El motor del agua y todas las burbujas sonaron con fuerza en los oídos de Addy mientras bajaba cada vez más, pero el ruido no llegó a ahogar el jadeo de Noah cuando le acarició con la boca.
Veinte minutos después, Noah tenía a Addy sentada en su regazo mientras jugueteaba con los sedosos mechones de su pelo que flotaban en el agua.
–Entonces… cuando dices que no te quedarás en Whisky Creek, estás pensando en… ¿tres meses? ¿Seis? ¿Más tiempo?
Sabía que a Addy no le gustaba hablar del futuro, pero deseaba tener alguna idea para saber a qué atenerse.
–Todavía no estoy segura.
–Pero piensas irte a Davis, ¿no? No es como si fueras a trasladarte a la otra punta del país.
Ella no respondió.
–Y Milly no ha aceptado vender el restaurante. Quizá no lo haga.
–Tú te marcharás en primavera cuando empiece la temporada de carreras.
Lo dijo como si eso fuera el final… si acaso el final no ocurría antes. Pero esa noche había sido tan increíblemente satisfactoria que no quería reparar en el tono de finalidad de su voz. Quizá Addy tuviera problemas de confianza después de su divorcio, tal como ella le había sugerido. O quizá alguna otra cosa le había ocurrido cuando fue secuestrada, algo que no quería admitir. No había necesidad de presionarla, de asustarla. Noah creía en dejar que las cosas se desarrollaran naturalmente. Se estaban viendo; por el momento, aquello bastaba.
–¿Qué sucedió entre Baxter North y tú?
Él se apoderó de un seno y bajó la cabeza para besárselo.
–Se marcha.
–¿Y por eso estás enfadado con él?
–No. Tiene derecho a hacer lo que quiera.
–¿Por qué entonces todos tus amigos están tan preocupados por él?
–Está teniendo algunos… problemas personales.
–Esa es la frase civilizada para «no pienso decírtelo» –dijo ella con una carcajada.
Él frotó la nariz contra su cuello.
–Perdón.
–¿Te entristecerá verlo marcharse?
–Absolutamente –pero Noah tenía la sensación de que podía ser más complicado si se quedaba. Cambiaba de idea cada día, casi de minuto en minuto.
Una vez que ambos tuvieran claro lo que querían de la vida, esperaba que pudieran volver a ser amigos.
–Estamos en una encrucijada vital.
–¿Qué significa eso para él?
–Un futuro en San Francisco, donde trabaja.
–Y para ti.
–Estoy pensando en retirarme.
Se sentó muy derecha.
–¿De las carreras?
–Si no este año, el siguiente.
–Pero a ti te encanta, ¿no?
–No puedo competir para siempre. Pronto cumpliré los treinta y cuatro. Es triste ver cómo los chicos de quince, dieciséis y diecisiete años empiezan a darte guerra –se enjugó el agua de la cara–. Algunos de ellos son increíbles.
–¿Qué harías si te retiraras?
–Dedicarme a la tienda. ¿Qué, si no?
–¿No la venderías? ¿No dejarías Whiskey Creek?
–¿Para ir a dónde? Este es mi hogar. Me gusta estar aquí –veía una esposa e hijos en su futuro, pero no se lo dijo. No quería que pensara que estaba siendo impertinente.
Dejó que el silencio se prolongara durante unos minutos. Luego dijo:
–¿Realmente tienes que vender Just Like Mom’s? Quiero decir… ¿por qué no te quedas y lo llevas tú? ¿Qué es lo que te tira tanto de Davis?
–Allí tengo amigos.
Él presionó la frente contra la de ella.
–Siempre podrías visitarlos.
–Nunca me he visto estableciéndome aquí.
–¿Por qué no?
Ella se levantó.
–Tengo que irme.
La contempló, dorada por la luz de la luna, mientras subía los escalones.
–¿Seguirás queriendo hablar conmigo por la mañana? –le preguntó él.
Debió de haber escuchado la nota burlona de su voz, porque le lanzó una sonrisa por encima del hombro.
–Sí.
–Te tomo la palabra. Pero, si no te importa, esta vez me darás tu número.
–Está bien –se echó a reír, y luego se puso seria–. Solo que… preferiría que nadie más supiera… que nos estamos viendo.
Él también salió, y le entregó una de las toallas que guardaba en un armario.
–¿Por?
–Lo que hagamos no le importa a nadie.
A Noah no le gustó cómo sonaba aquello.
–Las cosas no funcionan así en Whiskey Creek. ¿Por qué tanto secreto?
–Me sentiría más cómoda. Al menos al principio.
–Eres un verdadero misterio para mí –le besó la frente mientras se lo decía. Decidió que irían poco a poco, día a día. No tenía la menor idea de si su relación se desarrollaría o no.
Pero no tardó en encontrar una posible razón por la que Addy se mostraba tan vacilante a la hora de revelar a los demás su relación. Salió para arrancarle el todoterreno mientras ella se secaba el pelo, para que la calefacción estuviera encendida dado que había empezado a llover… y descubrió una nota de papel encajada bajo el limpiaparabrisas.
Solo había un renglón de texto mecanografiado. Se había corrido la tinta debido a la lluvia. Pero podía leerlo.
¡Aléjate de Noah o esa mina será también tu tumba!