Capítulo 22

 

Noah no le mencionó la nota a Addy. La dobló y se la guardó en el bolsillo de la sudadera antes de que ella saliera. Solo después de darle un beso de despedida, advertirla de que tuviera cuidado y seguirla en su camioneta para asegurarse de que llegaba bien, volvió a sacar la nota y la releyó. Luego condujo lentamente arriba y abajo de su calle para ver si había alguien cerca… siguiéndola, observándola.

¿Qué estaba pasando? ¿Quién le había dejado una nota así? ¿Y por qué?

El tono sonaba como el de una mujer celosa. Pero él no había estado con nadie en meses, excepto Lisa, y dudaba que ella se molestara en conducir hasta Whiskey Creek desde la zona de la bahía, donde vivía, solo para atormentar a cualquier mujer con la que estuviera saliendo… sobre todo en ese momento, cuando pensaba que era gay. Ni siquiera sabía lo de Cody, así que no habría tenido ninguna razón para referirse a la mina.

No. Teniendo en cuenta aquello y el hecho de que Addy había sido secuestrada, no pensaba que se tratara de Lisa ni de ninguna otra mujer. Algo raro estaba pasando. No podía adivinar qué era exactamente, pero sabía una cosa con seguridad. Quienquiera que hubiera puesto aquella nota en su parabrisas tenía que estar vigilándola de cerca. No habían dejado la fiesta hasta la medianoche, de manera que no había habido mucho tráfico cuando se dirigieron a su casa. Y su casa estaba prácticamente encajada detrás de la tienda. El todoterreno de Addy no había podido ser fácilmente visto desde la calle.

Alguien sabía dónde estaba Addy y lo que estaba haciendo en cada momento, y aquello le preocupaba, porque si la estaban intimidando, entonces su secuestro no había sido un incidente aislado. Ella sostenía que si mantenía la boca cerrada, todo pasaría. Pero Noah tenía la sensación de que alguien la estaba acosando en una campaña bien orquestada.

Cuando volvió a casa y aparcó en el sendero de entrada, se quedó allí sentado durante unos minutos, esperando a ver si descubría a alguien al acecho. Había estado tan afectado por las consecuencias de la revelación de Baxter y su decisión de marcharse, y asimilando también el rechazo inicial de Addy, que simplemente se había dedicado a fondo a lo suyo, enfocando lo de su secuestro con curiosidad que no con compromiso, como si nada de todo aquello fuera de su incumbencia. Había sido así como ella misma lo había tratado. De hecho, Addy le había dejado saber con términos inequívocos que no lo quería en su vida.

Pero lo que estaba sucediendo en ese momento, fuera lo que fuera, sí que lo sentía como un asunto suyo. ¿Cómo se atrevía alguien a decirle a Addy que no podía verlo? Y, si ella seguía teniendo problemas, ¿por qué no había acudido a la policía?

Debió haberse esforzado más por averiguar el nombre de su ex. No entendía lo que estaba pasando, pero tenía que derivar de su vida en Davis. Ella no había vuelto a pisar Whisky Creek en trece años, así que no había manera de que aquello hubiera empezado allí.

O… era una especulación, pero quizá Kevin Colbert tuviera que ver con todo aquello. Kevin parecía ejercer un extraño efecto sobre ella. Había habido aquel momento en las afueras de la cafetería, cuando Addy dejó caer su bebida y corrió hacia su coche. Y antes de que ella apareciera en la fiesta de aquella noche, Ted había mencionado que había visto a Kevin en el Just Like Mom’s. Dijo que Kevin y Addy habían estado discutiendo, después de lo cual él le había devuelto su teléfono móvil. El de ella.

¿De qué habrían estado discutiendo? Por lo que sabía, Addy apenas conocía a Kevin. Ella le había preguntado por él aquella primera noche, cuando regresaban a su casa procedentes de la mina. Pero también había preguntado por Tom Gibby y por más gente.

Inspirando profundamente, sacó su móvil y la llamó.

–¿Sí?

Sonrió al escuchar su voz ronca. Incluso su manera de hablar era sexy.

–¿Estás bien?

Hubo un corto silencio.

–Claro. ¿Por qué?

Necesitaba estar seguro. La había visto caminar hasta la casa de Milly y cerrar la puerta a su espalda, y sin embargo… se sentía inquieto y un tanto irritado porque no sabía, ni podía adivinar, contra qué se estaba enfrentando.

–Me lo pasé muy bien esta noche –le dijo él.

–Y yo.

–¿Puedo volver a verte?

Ella se echó a reír.

–Solo llevo quince minutos en casa.

Pero la manera en que ella se había comportado antes, y lo que había leído en aquella nota, le ponía nervioso.

–¿Ves lo que me haces?

–¿Vendrás a cenar a casa mañana, verdad?

Se había olvidado de la cena.

–Sí.

–Te veré entonces aquí.

Se disponía a colgar cuando él la detuvo.

–¿Has recibido alguna noticia del jefe Stacy?

–¿Sobre el incidente de la mina? No. No creo que esté demasiado contento conmigo –se rio por lo bajo–. Quería desesperadamente que fuera Aaron. Caso cerrado.

Noah tamborileó con los dedos sobre el volante.

–No estás asustada, ¿verdad?

–¿De qué?

–De que quienquiera que te secuestró vuelva a hacerte daño.

Siguió un breve silencio antes de que ella respondiera:

–No debería pasar nada.

Él se pasó una mano por el pelo, todavía apelmazado por el cloro de la bañera.

–¿Kevin Colbert no te ha estado dando problemas?

–No, ¿por qué piensas eso?

–Ted me dijo que estuvo contigo en Just Like Mom’s la otra noche, y que los dos estabais discutiendo.

–Se estaba quejando de la comida. Eso es todo. Le cambié el plato y se acabó el problema.

–¿Seguro?

–Completamente.

–¿Pero entonces por qué tenía él tu teléfono?

–Lo dejé sobre una mesa cercana. Él pensó que lo había perdido alguien.

–Entiendo.

Se hizo un silencio. Luego él dijo:

–¿Vas a confiar en mí lo suficiente para contarme lo que está pasando, Addy?

Otro largo silencio.

–Disfrutemos del tiempo que tenemos, ¿de acuerdo?

Tan pronto como él empezaba a acercarse, ella retrocedía.

–Hasta…

–Lo tomas o lo dejas.

Todavía tendrían un tiempo para estar juntos, así que Noah no veía razón alguna para no aceptar. Pero se quedó mirando la nota que había encontrado en su coche durante un buen rato después de que ella hubiera colgado. ¿Por qué habría de importarle a alguien que estuvieran juntos? ¿Especialmente a Kevin Colbert? Él estaba casado y tenía tres hijos…

 

 

Unas voces discutiendo sacaron a Addy de su profundo sueño.

–¡No te llamé antes porque quería sorprenderte! ¿Qué tiene eso de malo?

–Necesitaba hablar contigo. Te dije que era importante. Te dejé al menos tres mensajes.

–He estado ocupada. Pero estoy aquí ahora. Así que habla.

Las voces se apagaron un tanto. Entonces Addy escuchó:

–Si ella lo ha superado, entonces es que está bien. ¿A qué tanto escándalo?

Con un gruñido, Addy rodó fuera de la cama. Aquella no podía ser otra que su querida madre. Se perdió la siguiente parte de la conversación, pero entonces oyó a la abuela preguntar:

–¿Dónde está tu último marido? ¿No lo has traído contigo?

–¿El último? ¿Tenías que decirlo?

–¿Qué se supone que tengo que decir? Cambias de marido tan a menudo que he perdido la cuenta. Ya ni siquiera me molesto en aprenderme sus nombres.

–Y luego te extrañas de que no te llame tan a menudo como tú piensas que debería.

–¿Tan a menudo como yo pienso que deberías? Tú ni siquiera llamas… a no ser que necesites algo. ¡Y yo he estado intentando localizarte por causa de tu hija!

–Que por cierto no me llama a mí, tampoco… Hace siglos que no lo hace. Así que será mejor que te bajes del burro de una vez.

–¿Cómo te atreves a culparla?

–¿A quién si no tengo que culpar? Tiene un teléfono. Sabe mi número.

–¿No es obvio, mamá? –susurró Addy para sí–. A ti. Ambas te culpamos a ti.

–Ella me llama regularmente para saber cómo estoy –dijo la abuela, siempre su defensora–. Siempre lo ha hecho.

–No me repases eso por la cara, madre. Ella hace eso porque la mimas demasiado.

–Baja la voz. Anoche se acostó tarde y necesita dormir.

–¡Oh, por el amor de Dios, ya no es ninguna niña! Cree que puede trasnochar aquí y allá. ¿Qué pasa conmigo? He conducido durante diez horas para llegar hasta aquí.

–¿Para qué? Esa es la pregunta.

Addy se hacía esa misma pregunta… junto con otra: ¿cuánto tiempo pensaba quedarse su madre? Si había roto con su marido, lo que solía precipitar aquellas inesperadas visitas, perfectamente podría quedarse unas cuantas semanas. Hasta que encontrara un hombre o se inventara alguna otra manera de escapar del pueblo en el que había crecido, y sin tener que mantenerse a sí misma.

Con todo lo que estaba pasando en su vida, no creía que pudiera soportar una visita prolongada de Helen. La pasada noche se había acostado con Noah. Era la cosa más estúpida que había hecho, pero no podía fingir que se arrepentía de ello, o que no volvería a hacerlo.

–¡Quería verte, venir a casa! –gritó su madre.

–¿Por qué? –la abuela se mostraba escéptica, y tenía todo el derecho.

–¿Es que no puedes valorar el gesto en sí?

–He aprendido a desconfiar por experiencias anteriores. ¿Te has peleado con tu marido? ¿Estás tramitando el divorcio? Soy demasiado vieja para sorprenderme, Helen. Si ha habido alguna mala noticia, prefiero escucharla por adelantado.

–¡No hay ninguna mala noticia! Neal tenía que ausentarse de la ciudad por un viaje de negocios y yo no veía razón alguna para quedarme en casa de brazos cruzados.

Siguió un corto silencio, durante el cual, Addy se calzó las zapatillas. Cuando Helen habló de nuevo, su voz sonaba irritable.

–No tengo que quedarme si no me queréis aquí. Me puedo volver.

–No hables así. Por supuesto que te queremos aquí.

La abuela ya había renunciado a luchar. Nunca había entendido a Helen, nunca había sido capaz de ignorar completamente su egoísmo, pero la quería. Lo que significaba que Helen ganaba todas las veces.

«El amor te vuelve débil», pensó Addy. Ella siempre lo había pensado. La persona que amaba era la persona que sufría. Helen se lo había transmitido a las dos, a su abuela y a ella. Pero Addy forzó una sonrisa mientras se alisaba el pelo y entraba arrastrando los pies en el salón.

–Mamá, creía que eras tú.

–¡Hola, cariño! ¿Cómo estás?

–Estupendamente.

–¿Te ha gustado volver a casa?

Addy adoraba Whiskey Creek tanto como cualquiera, pero su regreso se estaba volviendo más complicado cada día.

–Por supuesto.

Helen la tomó de la barbilla y estudió su rostro, tal como habría hecho con una niña.

–¿Esto es lo que te hizo ese canalla?

Aunque la mayor parte de sus heridas habían curado, el moratón de su mejilla persistía en forma de una sutil decoloración gris. Ya apenas lo sentía. Pero en aquel momento no llevaba maquillaje y la luz entraba a raudales por las ventanas.

Lanzó una mirada exasperada a su abuela. Aquel canalla había hecho mucho más que regalarle un pequeño moratón. ¿Pero qué sentido tenía contarle a su madre todo lo que le había sucedido? O incluso parte… Addy había oído su despreocupada respuesta de hacía unos momentos: «si ella lo ha superado, entonces es que está bien. ¿A qué tanto escándalo?».

–Ya casi ha desaparecido. Entonces… ¿cuánto tiempo piensas quedarte?

Su madre dejó caer la mano.

–Unos cuantos días, al menos.

Aquello era más que el fin de semana que se suponía que su marido iba a estar fuera de la ciudad. Addy sospechaba que volvía a haber «problemas en el paraíso».

–¿Qué tal el restaurante? –preguntó Helen–. ¿Sigue en buena forma?

Addy pensó en Darlene, pero pasó por alto sus problemas con la directora de la abuela, también.

–Bien. Como siempre.

–¿Y tu vida amorosa? ¿Dejaste a alguien especial en Davis?

–No.

–No debiste haber dejado que Clyde se te escapara. Estaba muy bueno, ¿eh?

Adelaide apretó los dientes.

–Me engañó, mamá.

Ella se encogió de hombros.

–La mayoría de los hombres engañan. Eso no quiere decir que no te quieran.

Con tan bajas expectativas, su madre podía irse con cualquiera, siempre y cuando tuviera dinero. Para ella, ese era un requisito más importante que la fidelidad.

Deseosa de cambiar de tema. Addy miró a Helen de pies a cabeza.

–Estás muy guapa.

Ella se echó la melena, de un negro teñido, sobre un hombro.

–¿Qué te parecen mis uñas? Me las acabo de hacer. Son diamantes de verdad –añadió, indicando las gemas que lucía engastadas en sus uñas rosas.

Addy se alegraba de que su madre fuera guapa, porque muchas otras cualidades redentoras no tenía.

–¿No tienes miedo de perderlos?

–No se van a ir a ninguna parte. Y si lo hicieran, tampoco sería una gran pérdida. Me costaron unos doscientos dólares. Nada del otro mundo.

–Son bonitos.

Caros eran también su bolso y sus zapatos. Y el evidente tratamiento de bótox. Su madre odiaba envejecer. Aquello entorpecía su capacidad de atraer a los hombres que quería. «Ellos esperan que parezcamos como si tuviéramos diecisiete años siempre», solía quejarse.

Helen ladeó la cabeza.

–¿Te has operado el pecho?

Addy parpadeó sorprendida.

–¿Yo? ¡No! Te aseguro que no me gusta sufrir por gusto.

–Pero lo tienes más grande que antes.

–Soy la misma que la última vez que me viste.

–No te creo. Déjame tocártelo.

Afortunadamente el timbre sonó en ese momento, dándole una buena excusa para apartar las manos de su madre.

–Abro yo.

Addy no estaba preparada para recibir compañía. Acababa de levantarse de la cama, pero cualquier distracción era bienvenida cuando su madre empezaba a comportarse así. Le encantaba avergonzarla. Siempre le había encantado, probablemente porque nada la avergonzaba a ella.

Un mensajero se hallaba ante la puerta con un gigantesco ramo de flores.

–Entrega para Adelaide Davies –dijo.

Addy sintió que sus cejas se alzaban de golpe.

–Yo soy Adelaide Davies.

El chico apoyó el jarrón con el ramo en una cadera, para poder hacerle firmar en su bloc.

–Que disfrute de las flores.

–¡Guau! ¿De dónde has sacado eso? –inquirió su madre cuando ella cerró la puerta.

Addy sacudió la cabeza, permitiendo que Helen recogiera las flores mientras ella sacaba la tarjeta.

–«No puedo dejar de pensar en ti» leyó.

La abuela se le acercó.

–¿Quién no puede dejar de pensar en ti?

Noah había firmado con su nombre, de modo que no podía mentir.

–Son de Noah. Él estuvo… –carraspeó– estuvo en la fiesta de anoche –al diablo la discreción. Le había dicho que quería que nadie supiera que estaban saliendo.

–¿Noah qué? –preguntó su madre.

–¡Rackham! –contestó su abuela como si esa vez hubiera pescado a un pez gordo.

Helen retrocedió un paso.

–¿Ya estás saliendo con alguien aquí?

–En realidad, no –farfulló Addy, pero dudaba que su madre la hubiera oído porque la abuela habló por encima:

–No es un «alguien» cualquiera, Helen. ¡Es el hijo del alcalde! Y es mucho más guapo que ese Clyde con quien estuvo antes. Personalmente, nunca me gustó Clyde. Tenía una mirada maliciosa.

–Una mirada que se le iba detrás de cada mujer –dijo Addy–. En cualquier caso, Noah y yo no estamos saliendo oficialmente.

Su madre soltó una risotada.

–Cariño, ¿a quién le importa que sea oficial? Un hombre no regala rosas a una mujer a no ser que esté seriamente interesado en ella. Esas deben de haberle costado unos cien dólares.

Addy se apresuró a refrenar su entusiasmo. Noah no era el tipo de hombre que pudiera estar seriamente interesado en alguien, no como su madre y su abuela parecían creer. Se lo estaban pasando bien juntos, y experimentaban una atracción mutua. Eso era todo.

–Solo está siendo amable, mamá, probablemente porque va a venir a cenar esta noche. Esta es… su contribución a la cena.

–«¿No puedo dejar de pensar en ti?» ¡Ja! No te engañes –con ojos brillantes de lujurioso interés, Helen dio una palmada–. ¡Bueno! No podemos decepcionarle.

Addy entrecerró los ojos, desconfiada.

–¿Qué quieres decir?

–Si vamos a tener a un invitado especial para cenar, tenemos trabajo que hacer. Te llevo a pasar un día de spa en Sacramento.

–No, no hace falta –había estado esperando poder ir a casa de Stephen, para poder ver de cerca su Chevy blanco.

–¡Vamos! Te harás un brasileño completo, quizá un poco de bronceado y un tratamiento de piel.

–¿Alguna cosa más?

Helen no pareció captar su sarcasmo.

–No, con eso bastará. Al menos te has arreglado muy bien el pecho.

Addy no se molestó en continuar discutiendo sobre si se había hecho o no determinados realces.

–Pero quería ir al restaurante esta mañana y luego ponerme a preparar la cena –no había tenido ganas de enfrentarse de nuevo con Darlene, pero sí de preparar la comida de aquella noche. No había cocinado desde que llegó a casa.

–Darlene se encargará del restaurante. Y yo me ocuparé de la cena –por una vez, la abuela se estaba poniendo del lado de Helen–. Tú vete con tu madre y disfrutad las dos.

 

 

Addy no podía quejarse de su escapada. Se había hecho primero la cera, que le dolió, pero a partir de aquel momento todo fue a mejor. Nunca en toda su vida se había sentido tan mimada, o tan atractiva una vez que terminó la experiencia del spa. Se había arreglado el cabello y también las uñas. Y después su madre… con dinero de su marido, sin duda… insistió en comprarle un vestido nuevo: uno que habría sobrepasado con creces su propio presupuesto. Le gustaba su color vivo y la elasticidad de la tela. Helen no dejó de comentarle lo mucho que «favorecía» su figura.

–Deberías haber sido modelo –le dijo.

Addy sonrió mientras volvían a casa. Había disfrutado realmente de aquella salida con su madre y no podía esperar para ver a Noah. Aunque sentía en el estómago un gran nudo de culpa que no era probable que desapareciera, un instinto de rebelión la había impulsado a olvidarse de sus reservas y a decirse a sí misma que, para variar, haría lo que le viniera en gana. Con la única salvedad de aquella fiesta de graduación, cuando desobedeció a su abuela para escabullirse fuera de casa, siempre había vivido su vida respetando escrupulosamente las reglas. Aquella única noche la había dejado marcada de mala manera. Y también había visto, en su madre, a dónde podía llevarla el mal comportamiento. Pero nunca había anhelado nada con la pasión con que anhelaba a Noah. Eso la obligaba a arriesgarse a entablar una relación, aun sabiendo que solo podrían estar juntos unos pocos meses… si acaso su interés por ella duraba tanto.

–¡Mírate! –la abuela montó un gran escándalo cuando entraron–. ¡Estás despampanante!

–Gracias –la cocina despedía unos aromas muy agradables–. ¿Qué hay para cenar? ¿Boniatos asados?

–Además de filetes, ensaladas y espárragos. Tarta de manzana de postre.

–Le encantará.

La abuela miró el reloj.

–Llegará en cualquier momento.

Addy no estaba muy contenta de que Noah fuera a conocer a su madre. No tenía ni idea de lo que podría decir Helen. Su madre podría salir con alguna insinuación sexual que resultara embarazosa, o simplemente mostrarse demasiado descarada en sus elogios… de su cuerpo, por ejemplo. A Helen le encantaba ser irreverente, escandalizar al sexo opuesto. Era seguro que flirtearía con él de manera desvergonzada. Pero Addy no podía pedirle a su madre que se marchara. ¿Qué clase de hija hacía eso?

Helen soltó una exclamación de entusiasmo y Addy se volvió.

–¡Oh, Dios mío! ¿Ese es él? –estaba plantada ante la ventana, mirando hacia fuera. Noah acababa de aparcar.

–Sí, pero…

Su madre la interrumpió.

–¡Dime que tiene un hermano mayor que está soltero!

–¿Para… para ti? –balbuceó Addy.

Su madre utilizó sus largas uñas para atusarse el pelo.

–No hago ningún daño a nadie calibrando mis opciones.

Addy miró a la abuela, quien estaba demasiado ocupada sacando la cazuela del horno para poder prestar atención.

–¡Tú estás casada!

–Las cosas cambian. Tú misma lo dijiste.

–Y tú te enfadaste conmigo por ello. No dejabas de decir que eras muy feliz.

–A veces puedo ser más feliz que otras. ¿Los Rackham tienen dinero?

Sonó el timbre, pero Addy no hizo ningún amago de abrir la puerta.

–Mamá, sé que estás bromeando. Al menos, espero que así sea. Pero, por favor, no hables así delante de Noah.