Capítulo 12
El estadio estaba atiborrado de gente. El partido de rugby del viernes por la tarde era el gran acontecimiento de Whisky Creek, sobre todo el de aquel año. Después de una década de perder temporadas, finalmente volvían a tener un buen equipo.
Addy había hecho todo lo posible por disimular su ojo morado y sus moratones con maquillaje, pero su cara seguía despertando comentarios de casi cada cliente. Se dijo a sí misma que eso se acabaría una vez que la comunidad entera tuviera la oportunidad de expresarle su sorpresa y su consternación, pero el recurso de repetir los detalles de su secuestro, e insistir en que ella no tenia la menor idea de quién había sido el responsable, estaba cada más gastado. Sobre todo porque todo el mundo le decía que Shania no podía aportar una buena coartada a Aaron. Shania no negaba que había estado con él, pero se resistía a asegurar que había estado en su compañía durante unas horas determinadas de aquella noche en particular.
Addy se preguntó si el jefe Stacy acabaría deteniendo a Aaron. Esperaba que no. No había ninguna prueba forense.
Transcurrida la primera hora, la abuela le sugirió que se tomara un descanso y fuera a ver el partido un rato, pero Addy no quería abandonar el puesto. Savannah y Misty eran chicas muy listas, perfectamente capaces de encargarse del negocio durante su ausencia, pero circular por ahí sola la volvería aún más vulnerable a los curiosos.
–Estoy bien –le dijo–. No hay problema.
–No quiero que estés demasiado tiempo de pie –repuso la abuela–. Yo simplemente pensé que te vendría bien salir un rato de casa.
–Y estoy bien, de verdad –Addy lanzó otra disimulada mirada a la multitud que desfilaba por delante del puesto. Estaba tan ocupada estudiando cada rostro masculino que Noelle Arnold permaneció un buen rato delante de ella antes de que se diera cuenta de quién era.
Perfectamente habría podido no reconocerla, aun habiendo prestado más atención a las mujeres. Se había operado la nariz, por lo menos. De alguna manera, su rostro entero parecía diferente.
–¿Así que te gusta la gargantilla?
Addy se llevó la mano a la cadena con las letras Coraje que llevaba al cuello.
–Sí. Gracias. Tenía pensado llamarte. Pero mi vida ha sido un caos durante este último par de días y…
–Oh, no te preocupes –la interrumpió–. No tienes que explicarme nada. Sé lo que es eso cuando tienes problemas personales con los que lidiar –bajó la voz como para enfatizar la frase–. Créeme, yo he pasado por eso.
Todo el mundo pensaba que Noelle se había buscado sus propios problemas. Y la culpaban también a ella de los problemas de Kyle. Pero Addy procuraba no juzgar a nadie. Al margen de lo que hubiera sucedido con Kyle, ni Olivia ni Noelle eran asunto suyo.
–Ha sido un detalle muy bonito por tu parte. De verdad.
Ella sonrió.
–En realidad, el mérito no ha sido del todo mío. Lo compró Derek. Yo solo lo elegí.
Addy se quedó sin aliento.
–¿Derek?
–Rodríguez. Te acuerdas de él, ¿verdad?
Addy se clavó las uñas en las palmas de las manos.
–Lo cierto es que no. No éramos amigos –y nunca lo serían…
–Él dice que te conoce –se apoyó sobre el mostrador como si tuviera un jugoso secreto que compartir con ella–. Confía en poder salir contigo en algún momento.
–¿Pero por qué habría de querer salir conmigo?
Noelle parpadeó asombrada ante su tono inexpresivo.
–¡Porque te encuentra atractiva!
Nadie la había encontrado particularmente atractiva en el instituto. Había sido tan tímida que se había ocultado detrás de su pelo, de sus libros de texto y de su ropa sencilla y poco llamativa. Él no podía haberse referido a la Adelaide a la que había conocido en aquella época, así que… ¿cuándo la habría visto desde entonces?
Kevin era el único con el que se había tropezado desde que volvió a casa.
A no ser…
Noelle seguía hablando.
–Me pidió que te hablara del calendario que estamos haciendo. Yo aparezco en la portada. Pero él me dijo que tú podrías ser Miss Junio, si quieres.
Una súbita náusea la hizo desear sentarse.
–¿De qué clase de calendario estás hablando?
–Ya sabes… uno de esos en los que la gente posa con bañadores sexy y demás.
–¿Y por qué habría de querer él que yo fuera miss Junio?
–Me dijo que estaría genial que posaras con un suéter masculino de béisbol… sin nada debajo –susurró con un guiño–. Dice que entonces todos los chicos que han jugado alguna vez en el equipo del Eureka querrán uno.
Addy tuvo que agarrarse a una columna para no caerse.
–Noelle, tenemos clientes esperando –le dijo la abuela–. ¿Es que no ves que estamos trabajando?
La interrupción libró a Addy de tener que inventarse una respuesta.
–Perdón –Noelle le entregó a Addy una tarjeta–. Aquí está la dirección web donde podrás ver lo que llevamos hecho del calendario.
Addy la miró, esperando que fuera la misma que la de la sudadera de su agresor. No lo era.
La abuela frunció el ceño al ver que Noelle le había entregado algo, pero no comentó nada. Estaba intentando atender al cliente que estaba detrás de Noelle, pero a esta no parecía importarle estar entorpeciendo la cola. Las chicas Busath también estaban muy ocupadas.
–El número de Derek está en el dorso –gritó Noelle mientras se alejaba–. Llámalo cuando quieras. Esta vez no te pagará nada, pero… es un comienzo. Y te servirá para tu portfolio, si alguna vez quieres trabajar de modelo.
Noelle se fundió con la multitud que se arremolinaba en torno al bar de los bocadillos y Addy, demasiado aterrada para preocuparse del broche, tiró de la cadena que llevaba al cuello con la intención de quitársela cuando antes.
–Una galleta de chocolate, por favor.
Addy tenía el regalo de Derek en la palma, rota ya la cadena, antes de que pudiera fijarse en el niño que alzaba la mirada hacia ella.
–¿Qué has dicho?
La miraba como si tuviera que estar loca para haberse arrancado su propia gargantilla. Recogiendo una galleta de chocolate envuelta en plástico con el logo Just Like Mom’s encima, dijo:
–Quiero una de estas.
Incapaz de soportar la idea de tocar algo que procediera de Derek, arrojó la gargantilla a la basura.
–¿No la quieres? –le preguntó el niño.
Ella no respondió.
–Son dos dólares –le dijo, y aceptó sus billetes arrugados.
Se alegró de que se fuera, pero había otros detrás de él. Sirvió a varios clientes más, moviéndose mecánicamente mientras se preguntaba si no habría sido Derek quien había irrumpido en su habitación.
–¡Hola, Addy! –una voz familiar interrumpió sus reflexiones. Era Eve Harmon, con la que había estado hablando antes en la cafetería Black Gold.
–Hola, Eve. ¿Qué es lo que te apetece?
Eve pareció un tanto decepcionada ante su tono frío y profesional. Addy había estado tan ansiosa de hacer amistad con ella cuando eran adolescentes que probablemente Eve se estaría preguntando por qué se mostraba tan distante en aquel momento. Pero Addy no estaba dispuesta a forjar ningún vínculo con aquel lugar, sobre todo con alguien tan estrechamente relacionado con Noah.
–Un par de pastelitos de limón, tres galletas y una bola de palomitas –miró la larga cola que se enroscaba alrededor del bar de los bocadillos–. Ted quería que le consiguiera un perrito caliente, también, pero… falta muy poco para el medio tiempo y no quiero perderme el espectáculo.
–Hay prevista una gran celebración –dijo la abuela. La multitud, siempre cambiante, se había reducido lo suficiente como para que Savannah y Misty pudieran atender solas la cola.
–¿Qué van a hacer este año? –preguntó Addy.
Eve pagó a la abuela su pedido.
–¿No lo has leído en el periódico?
–La verdad es que no.
–Será un homenaje especial al equipo que ganó la liga estatal hace quince años. El entrenador Nobis se marcha a Arizona. Quieren hacerle un reconocimiento antes de que se vaya –su voz se suavizó–. Y van a retirar el número de Cody Rackham. Por eso he venido.
–¿Está también el alcalde Rackham? –preguntó Addy, aunque no porque quisiera ver al padre de Noah. Había estado temiendo el momento en que tuviera que enfrentarse con él y su esposa… casi tanto como el instante en que se encontraría de nuevo ante Kevin, Derek y los otros violadores.
–Pronunciará unas palabras. Y Noah también.
–He debido de leer el periódico demasiado rápido. No me fijé en eso –explicó la abuela–. No sabía que él iba a hablar.
–Cody y Noah completaron más pases juntos que cualquier otra pareja de pasador y receptor en la historia del instituto –explicó Eve.
–Esos dos podían destacar en casi cualquier deporte –añadió Addy, recordando.
La abuela le dio un codazo.
–Tú estuviste allí cuando aquel equipo jugaba tan bien. ¿Por qué no te sientas con Eve y ves el espectáculo?
Addy meneó la cabeza. Recordaba el entusiasmo que había experimentado el alumnado entero cuando su equipo de rugby ganó tantos partidos. Había habido otros buenos jugadores, pero Cody y Noah, los gemelos, habían sido las estrellas del equipo. Y también habían destacado en el béisbol.
–Vendrán más clientes a comprarnos que en cualquier otro momento. Me necesitas aquí.
–Nuestra madre nos ayudará –informó Misty.
–Y vendrá con nuestra tía. Así que estarán las dos –intervino Savannah.
–¿Lo ves? –la abuela la empujó hacia la salida–. Estaremos bien. Ponte al día con tus antiguas amistades, tómate un descanso. De todas formas no quiero que te canses demasiado, no después de lo ocurrido en esta última semana.
–Estoy bien –objetó Addy, pero su abuela insistió y, casi sin darse cuenta, se encontró dirigiéndose hacia las gradas con Eve.
–Esos moratones tienen mejor aspecto –le dijo Ted mientras se apartaba para hacerle sitio.
Addy sonrió. De todos los amigos de Noah, era a Ted a quien conocía menos. No había practicado deportes. Había sido presidente del cuerpo estudiantil y capitán del equipo de debates. El hecho de que lo conociera tan poco hacía que resultara más cómoda su compañía porque, para ella, venía a ser como una figura neutral.
–Desaparecerán con el tiempo.
Ted concentró su atención en Eve, que era la que traía los dulces.
–¿Dónde está mi cena? –preguntó.
Riley tampoco parecía nada contento.
–¡Oh, vaya! ¿No has traído los perritos calientes?
–No quería perderme el medio tiempo –dijo Eve–. Dile a Jacob que te traiga algo.
–Está divirtiéndose con sus amigos –Riley se levantó y escrutó la multitud, buscando a su hijo–. No me responde al teléfono. Dudo incluso que lo oiga.
–Todavía quedan tres minutos, y tres minutos en un partido de rugby pueden durar diez –dijo Ted–. No te habrías perdido el medio tiempo.
–Arriésgate tú, si quieres –replicó ella–. Pero si he venido aquí es para ver la retirada del número de Cody. Y no pienso esperar en una cola de comida basura mientras eso sucede.
Cheyenne y Dylan Amos estaban sentados delante de ellos. Cheyenne se giró para decirle hola, y Dylan saludó a Addy con una inclinación de cabeza. Ni ella ni él mencionaron que se habían visto en la comisaría de policía la noche anterior. Aaron no estaba con ellos. Pero Baxter sí. Addy tuvo la impresión de que todo el mundo estaba deseoso de que empezara la ceremonia, excepto Baxter. Parecía demasiado inquieto.
–A Noah no le gustan este tipo de cosas. No le gusta hablar de Cody –le confió Baxter a Eve.
Ella le puso una mano en la rodilla, consoladora.
–Lo superará, Bax.
Addy le observó mientras se removía nervioso, extrañada por la intensidad de su reacción. Pero entonces llegó la hora y se olvidó. Ella tenía tan pocas ganas de contemplar la ceremonia como Noah de participar en ella. Y sin embargo, cuando se anunció la entrada del antiguo equipo de ganadores, y las animadoras, el cuerpo de baile y la orquesta dieron comienzo a su actuación, ya no pudo apartar la mirada. El alcalde Rackham había subido al estrado, tan guapo y elegante como ella se había imaginado a Noah a su edad. Su mujer se hallaba a su lado, su servicial esposa de toda la vida, mientras hacía entrega de la placa de reconocimiento al entrenador Nobis, que saludó orgulloso a la multitud.
A partir de ese momento el director del instituto tomó la palabra y anunció que quería homenajear a un joven muy especial que había supuesto un mundo de diferencia en el Eureka. Habló de los muchos logros deportivos de Cody, de los premios que había recibido en dos deportes distintos como el rugby y el béisbol, así como del logro de un nuevo récord de levantamiento de pesas. Dijo que Cody había sido un capacitado líder y un popular estudiante, y cerró diciendo que nunca había conocido a un muchacho tan prometedor. Alzó luego el suéter de rugby de Cody, ya enmarcado, y explicó que a partir de entonces figuraría en la pared del instituto. Dijo que nadie volvería a usar el número de Cody, que de esa manera nunca sería olvidado, y entregó una placa en recuerdo de la ceremonia al alcalde Rackham, que la aceptó emocionado.
Aquello fue duro de ver. Pero todavía lo fue más cuando el alcalde se hizo a un lado para ceder la palabra a Noah.
–Oh, Dios mío, aquí viene –susurró Baxter.
Eve le agarró la mano.
–Lo hará bien. Tranquilízate.
Una cosa era ver a los padres de Cody después de tanto tiempo, saber lo mucho que habían sufrido por la pérdida de su hijo. Pero Addy nunca había oído a Noah hablar de la muerte de su hermano, más allá de la única declaración que le había hecho hacía poco: «ya sabes que mi hermano murió allí».
Aquello lo había dicho irritado, como un comentario de advertencia. Aquello era distinto. Noah estaba de pie en el estrado, alzando la mirada a las gradas, perdido y desorientado. Durante los primeros segundos, ni siquiera fue capaz de hablar. Cuando consiguió pronunciar unas pocas palabras, le falló la voz y volvió a quedarse callado.
Las lágrimas corrían por las mejillas de Baxter. Algunos de los otros amigos de Noah también estaban llorando. Addy escuchó un sonoro sollozo y miró a su alrededor para descubrir que se trataba de Shania Carpenter. Estaba sentada no lejos de allí, absolutamente desconsolada, mientras los que la rodeaban se esforzaban por atenderla.
Fue entonces cuando Addy se dio cuenta de que existía toda otra dimensión de la muerte de Cody en la que no había pensado antes. Dejar que sus seres queridos continuaran creyendo que había muerto en un accidente era lo mejor que ella podía hacer por ellos. Porque entonces no tendrían que saber que Cody no había sido ni de lejos el hombre tan admirable que deseaban creer que era.
Intentó imaginarse cómo reaccionaría el alcalde si algún día llegaba a descubrir que el hijo al que acababa de elogiar, el muchacho al que todo el mundo admiraba, había instigado y organizado una banda de violadores. Y Noah. ¿Qué consecuencias tendría eso para él?